Abrió la puerta principal y entró en la sala, donde sabía que encontraría un teléfono. Sin embargo, después de marcar el número de la casa y decir a su padre que estaba sana, que el médico McAllen le había dicho que su colega Henekssen hizo una operación perfecta, se dio cuenta de que no comprendía lo que decía su padre sobre algo relacionado a que había una "equivocación".

– ¿Desde dónde me hablas, Devon?

Después de despedirse de él, había colgado el auricular y fue entonces que, asombrada, se preguntó qué estaría pensando su padre por la respuesta que le había dado:

– Estoy en casa de Grant.

Sintiéndose de repente débil, se sentó e hizo un esfuerzo para recuperarse. Diez minutos después lo logró parcialmente, pudiendo comprender que, feliz ante lo que le había dicho el doctor McAllen, llena de amor hacia Grant, necesitando estar con él… había inventado disculpas para verlo, cuando la realidad era que había deseado que Grant fuera el primero en enterarse. ¡En medio de la necesidad que sentía de compartir su alegría con él, no había recordado que aquel a quien ella quería no la amaba a su vez!

Se levantó y se dirigió hacia la puerta a toda prisa, sonrojándose al pensar qué diría Grant si entrara y la encontrara allí, sentada en su sofá. Cruzó el vestíbulo, abrió la puerta y salió al exterior, quedando paralizada al escuchar el rugido del motor del auto que llegaba a toda velocidad.

Se detuvo el coche y vio que Grant saltaba de él, dirigiéndose con rapidez hacia donde ella se encontraba. Vio la expresión sombría de su rostro y no le extrañó cuando la tomó por el brazo y le gritó:

– ¿Qué demonios haces aquí?

Capítulo 11

Se estremeció al ver a Grant tan furioso como nunca lo había visto antes. Era evidente que se sentía muy molesto por su descaro al venir a su casa y haber entrado. Igualmente obvio era el hecho de que, aunque en un momento la había deseado, ahora no le interesaba.

– Me… marchaba ahora mismo -le respondió, apartándose de él, pero la forma en que le apretó el brazo le indicó que no la dejaría ir.

– ¡Un demonio, si crees que te vas!

Y por si no lo había entendido la empujó con violencia haciéndola entrar de nuevo en la casa. No le dijo una sola palabra hasta que estuvieron adentro y le hizo dar vuelta, quedando frente a frente, en la sala.

Trató de recuperar el control de sí misma, diciéndose que no le temía, a pesar del brillo peligroso que vio en sus ojos. Pero no le dio tiempo, pues de repente le gritó:

– ¿En dónde demonios has estado? -sin darle tiempo a contestar añadió-: ¡Deberías haber llegado a tu casa por lo menos hace una hora! -después, bastante enfadado para darse cuenta del asombro con el cual ella lo miraba, le volvió a gritar-: ¡Y no me mires con esos ojos inocentes! Al no regresar directamente a la casa nos has tenido a los dos muertos de miedo.

– ¿Miedo? -le preguntó, haciendo un esfuerzo para entender lo que le había dicho-. ¿Los dos?

– A tu padre y a mí -le replicó con tono cortante.

– ¿Estabas… en casa? -le preguntó casi sin voz, deseando sentarse, pero temerosa de que si lo hacía sin pedirle permiso, la levantara con violencia.

– Allá estaba, cuando al fin tuviste a bien llamar por teléfono.

– Lo siento.

– ¡Claro que debes sentirlo! -le replicó-. ¡Nos tenías muy preocupados!

– ¿Preocupados? -se atrevió a preguntarle.

– Pensamos que te habían dado malas noticias sobre la cadera -le dijo mirándola con fijeza.

¿Estaba diciéndole Grant que él, así como su padre, se habían preocupado por ella? Casi sin aliento, pudo decirle:

– Yo… lo siento si… si se han preocupado, pero no había necesidad alguna… estoy… bien. El doctor McAllen…

– Ya lo sabemos -le recriminó él-. Llamé al consultorio, al ver que no regresabas.

– ¿Que tú… llamaste por teléfono?

– Iba a salir a buscarte, pero tu padre pensó que podías llegar en cualquier momento.

– ¿Que ibas a buscarme? -exclamó sorprendida.

– Te habría llevado a la cita -le replicó irritado-, si no me hubieras dicho que tu padre pensaba acompañarte.

– Oh -recordó que le había parecido que su ofrecimiento era sólo si no tenía trabajo en la oficina, pero, tratando de defenderse, se sintió obligada a explicarle-: Él hubiera venido conmigo sólo que… bueno, como el trabajo que está haciendo para ti es tan importante para él…

– Nada es más importante para él que tú -le dijo Grant-. ¿Crees que cualquier trabajo habría evitado que te acompañara… si no fuera porque tu felicidad significa para él?

Desesperada, Devon trató de comprender lo que le decía, pero fracasó.

– Pero no lo comprendo -tuvo que confesar-. Él no insistió cuando, al ver lo interesado que estaba en el trabajo que estaba haciendo para ti, le dije que deseaba ir sola.

– Claro que no insistió -le dijo Grant con tono cortante. Después se detuvo y la miró con expresión cansada-. Siéntate por favor.

Devon se sentó en el sofá y Grant, a su vez, lo hizo a su lado, diciéndole con voz más calmada.

– Tu padre no insistió porque… -se detuvo, como buscando las palabras correctas, añadiendo-: Por lo que… él y yo hablamos anoche… tu padre pensó que si yo no te acompañaba a la cita te iría a buscar al consultorio.

Al instante se sintió dominada por el pánico.

– ¿No le habrás dicho lo que acordamos?

– ¡Oh, por todos los cielos! -le pareció que ya no estaba furioso-. ¡Al demonio con cualquier convenio que hayamos hecho! -replicó, haciéndola dar un brinco.

– ¡No es necesario gritarme! -le recriminó furiosa, recordando su orgullo lastimado-. Te oí muy bien cuando me dijiste que ya no me deseabas.

– ¡Por supuesto que te deseo! -le gritó-, ¡el desearte me ha estado volviendo loco! -le pareció que el corazón quería saltarle del pecho al escucharlo-. Pero no le dije a tu padre del pacto que habíamos hecho, sólo porque…

– Porque pensaste que él preferiría ir a la cárcel antes de que yo me entregara…

– Porque sabía que tú no deseabas que lo supiera.

Esas palabras la dejaron aturdida durante un momento. Recordó la expresión sorprendida de su rostro la noche anterior, cuando ella le había dicho que se callara, temerosa de que su padre pudiera escuchar lo que él decía respecto a vivir juntos. Comprendía muy bien que podía decírselo todo a su padre y el que no lo hubiera hecho hizo que lo amara aún más.

– Gracias, Grant -le dijo con voz ronca-. Quería darte las gracias personalmente por… iba… a escribirte… para darte las gracias por… -de nuevo se calló sin poder hablar, sonrojándose de repente-, por… brindar el dinero para mi operación; por no denunciar a mi padre.

– Al diablo con el dinero -le contestó, hablando de los miles de libras como si se tratara de nada. Después, mirándola con fijeza, añadió-: Quizá sea mejor que te diga que tu padre nunca estuvo en peligro de ser acusado.

– ¿Que nunca estuvo?… -exclamó, sin poder creerlo-. Pero tú… cuando fui a tu oficina…

– Cuando fuiste a mi oficina me sentí sorprendido de que, después de los años de lealtad que tu padre nos había brindado tanto a mí como a mi padre, alguien pudiera pensar, a pesar de lo enfadado que yo pudiera estar, que fuera capaz de hacer semejante acción.

– Pero…

– Pero -continuó él-, sorprendido, amargamente desilusionado y furioso como estaba, nunca pude creer que hubiera tomado el dinero para sí mismo. Tengo… una cierta experiencia, así que pensé que el dinero que había robado fue para gastarlo jugando, o con alguna mujer.

– Tú… pensaste lo último.

– No tuve otro remedio -le contestó con el rostro serio-. Fui a verlo y cuando llegué me encontré una pequeña casa de acuerdo con el sueldo de tu padre. Observé un automóvil que no era de lujo y en ese momento llegué a la conclusión de que era problema de juego. Eso fue hasta que vi las maletas en el vestíbulo, hasta que te vi, hermosa, luciendo como si nunca te hubieran negado nada en la vida, con una mirada de alegría en los ojos, acomodada en el sofá, bastante perezosa para levantarte, a pesar del aspecto de tu padre, que parecía a punto de desmayarse.

– Me… odiaste de inmediato, ¿no es cierto? -le preguntó temblorosa.

– En ese momento, sí -reconoció él-. Todo lo que pude ver en aquel momento era que, a pesar de ver lo deprimido que estaba tu padre al haber robado por ti, en lo único que podías pensar era en lo mucho que te ibas a divertir en Suecia. No pude soportar permanecer en el mismo sitio contigo.

– ¿Ese es el motivo por el que te negaste a verme cuando fui a tu oficina?

– No tenía por qué perder el tiempo contigo -le replicó.

Pensando que, después de haberle dado las gracias, debería retirarse, alzó la vista hacia él y algo que vio en su mirada hizo que se le debilitaran las piernas.

Grant la miraba con fijeza… ¿con expresión nerviosa? ¡No podía ser! Sin embargo, tenía el aspecto de un hombre que tenía mucho que decirle… de un hombre que, ¡parecía imposible en el caso de Grant, no se sentía totalmente seguro de los resultados!

Esto tiene que ser una locura, se dijo, pues Grant siempre ha estado por completo seguro de todo. Tenía que ser producto de su imaginación.

– Creo que mejor me voy -le declaró, haciendo un gesto para levantarse del sofá.

– ¡No! -le contestó él con tono cortante. La tomó con firmeza del brazo, obligándola a sentar de nuevo-. Regresando a aquel viernes… te vi en mi oficina, ¿no es cierto, Devon? Y como consecuencia de ello me pasé todo el fin de semana siguiente tratando de olvidarte.

– ¡Oh! -exclamó sin poder evitarlo-. Porque… porque querías que te pagara -le dijo-. Pensabas en mí porque estabas viendo cómo podías…

Eso fue lo que me dije a mí mismo, cuando en ese fin de semana, en cualquier lugar en donde me encontraba me sentía atormentado por un par de ojos inocentes, azules, suplicantes, en los cuales no creía.

– ¿Te dijiste… a ti mismo?

– No quise reconocer que me sentía atraído hacia ti -intentó contener los latidos de su corazón, diciéndose que siempre se había dado cuenta de que se sentía atraído hacia ella en lo físico, y lo escuchó añadir-: Es ese el motivo por el cual te hablé por teléfono pidiéndote que vinieras a verme -se encogió de hombros, antes de continuar-. Por supuesto que cuando te vi de nuevo tuve que reconocer que te deseaba… pero sólo, al menos eso pensé en ese momento, de un modo sexual.

Se sonrojó intensamente, pero comprendió que más que por haber hablado de sexo, era por la expresión que había dicho de que: "al menos eso pensé".

– Espero que me perdones, Devon -le dijo, sonriendo con ligereza al observar el sonrojo en su piel-, pero he vivido lo suficiente para saber que existen mujeres como sospeché que eras tú al principio. Pensé que podía matar dos pájaros de un tiro… obligarte a vivir conmigo a pesar de tu negativa y de esa forma hacerte pagar lo que sospechaba que habías hecho y, por otra parte, pensaba que al poseerte, confirmaría lo que suponía, que no eras tan inocente como fingías. Trataba de convencerme de que en breve dejaría de admirarte.

Al escuchar lo que le decía se le humedecieron las manos de nerviosismo… ¿estaba diciendo en realidad Grant, que la había admirado? No pudo evitar decirle.

– Pero… pero no me… tomaste -lo dijo con voz ronca.

– ¿Cómo podía hacerlo? En primer lugar estaba desconcertado. De acuerdo a lo que pensaba, tú eras una joven a quien sólo le interesaba divertirse. Por otra parte, tenías una cicatriz grande y reciente que no podía ser una mentira… En ese momento me di cuenta de que me habías dicho la verdad. Era la prueba de que en vez de haberte divertido, habías estado sufriendo. En ese instante pensé que si no me controlaba volverías a sentir dolor.

– Recuerdo que saliste presuroso de la habitación -murmuró ella.

– Tenía que irme así -le dijo con una leve sonrisa que desapareció con rapidez al recordar-. Claro que, por la mañana, a pesar de lo que había visto, volví a pensar que sólo fingías.

– ¿Es ese el motivo por el que, en algunas ocasiones, me trataste tan mal?

– "Algunas veces" no es correcto -le dijo-. Aún deseaba poseerte, pero la realidad es que eras tú quien había empezado a tomar posesión de mí.

– ¿Que yo… tomé posesión de ti? -lo miró con los ojos muy abiertos, hasta que él le aclaró:

– Comenzaste a controlar mis pensamientos. Estabas conmigo a donde quiera que iba, en casa, en la oficina, en todo lo que hacía. Fue tanta la obsesión que un día tomé el teléfono y llamé a éste número, sólo porque quería hablar contigo… sólo Dios sabe lo que te habría dicho si me hubieras contestado.

– Yo… no sabía que… eras tú.

– También recuerdo con claridad otro día, cuando no podía pensar en otra cosa más que en ti, recostada en el jardín, tomando el sol, por lo que me di prisa para terminar el trabajo y regresar más temprano, para encontrar que no estabas aquí.