Tratando de no escuchar aquella voz interior que le decía que no podía hacerlo, le preguntó con frialdad.
– ¿Durante… cuánto tiempo sería? -casi perdió el control al ver cómo su mirada le recorría todo el cuerpo, mientras pensaba la respuesta; de inmediato, añadió-: Sabiendo que usted no desea soportarme de forma permanente, ¿puedo suponer que mi… residencia… aquí será durante un tiempo determinado?
Pensó que tendría que haber algo en su rostro, en su figura, que había hecho que la deseara. Oh, Dios, no podría hacerlo, pensó al ver cómo la contemplaba, sin apresurarse en contestarle.
– Quiero decir, ¿cuánto… tiempo, normalmente, necesita usted para aburrirse de sus… mujeres?
La forma burlona en que la miró la hizo comprender que pensaba que estaba fingiendo toda esa turbación.
– Una semana -le dijo despacio, haciéndola confiar que sólo tendría que estar con él durante ese tiempo. Después, para atormentarla, añadió-: Algunas veces un mes -lo odió más, pues sabía que si le decía un año, de todas formas no estaba en situación de protestar-. Sin embargo, como usted será la primera mujer que venga a vivir a mi casa, puede ser que no tarde tanto.
El que un hombre le dijera que una vez que la hiciera suya el deseo que sentía por ella se desvanecería, que ya no la desearía más, la enfureció. ¡Ella no era juguete de ningún hombre, no era algo con lo que ningún hombre pudiera jugar! ¡No lo haría!
Al recordar la situación de su padre, fue cediendo poco a poco el enfado, pero, al pensar que su padre había insistido en que Grant Harrington había sido muy justo con él, volvió a encenderse la ira.
– Mi padre lo respetaba -le dijo con violencia, poniendo todo el odio que pudo en esas palabras.
Pero lo único que consiguió fue hacer que Grant Harrington se levantara y le replicara con violencia:
– ¡Y yo lo respetaba mucho! -con voz cortante añadió-: No había un solo hombre en mi empresa a quien respetara más por su integridad que a Charles Johnston.
Se apartó de ella y de la chimenea y se dirigió al armario de las bebidas. Había una expresión inescrutable en su rostro, mientras se sirvió un poco de whisky y después, de repente, cambió la expresión del rostro, demostrando cansancio y algo en su interior le dijo que ese hombre, que había pensado era tan insensible, se había sentido profundamente lastimado por lo que había hecho su padre. ¡Se sintió asustada al pensar que cambiara de idea!
– Grant… -comenzó a decirle mientras se levantaba, sintiendo la necesidad de que él supiera que haría todo lo que quisiera.
Lo miró y tuvo la terrible sensación, por la dureza de su mirada, de que si le decía una sola palabra en el sentido de que estaba dispuesta a aceptar las condiciones que él fijara, su padre podría tener la posibilidad de evitar ir a la cárcel.
– Ya sabe cómo salir de aquí -le dijo con voz cortante.
Se sintió llena de desesperación, temerosa de hablar, temerosa de que esa expresión en su rostro significara que había perdido la única oportunidad que tenían ella y su padre. Y, sin embargo no podía irse… como lo deseaba Grant Harrington.
Él tomó un sorbo de whisky y después la miró y Devon comprendió que él sabía muy bien por qué no se había movido.
– Llámeme por teléfono el viernes -le dijo mientras se servía otro vaso.
Dejó la botella sobre la mesa con un golpe seco y en ese momento Devon comprendió que, a pesar de que deseaba quedarse y llegar a un acuerdo con él en ese momento, Grant Harrington quería que cuando se diera vuelta de nuevo, ya ella no estuviera allí. Sin decir una palabra más, abandonó la casa.
Capítulo 5
A la mañana siguiente, cuando se reunieron para desayunar ella y su padre, comprendió que habían dormido muy poco, por la apariencia de los dos.
No podía dejar de pensar en lo que le había dicho Grant Harrington: "Llámeme por teléfono el viernes". ¿Había querido decirle que le daba hasta ese día para que decidiera si se iba a vivir con él, o que entonces llamaría a sus abogados?
– Anoche te acostaste enseguida que llegaste -le dijo su padre mientras secaba los platos que ella acababa de lavar-. No me diste la oportunidad de preguntarle cómo había estado la película.
Por su propio bien, Devon tenía que mentirle y fingir que había ido al cine. ¡Le daría un infarto si le dijera en dónde estuvo y lo que se había hablado allí!
– He visto mejores películas en la televisión -le contestó.
Se sintió aliviada cuando él le dijo que pensaba ir a la biblioteca para entregar los libros que tenía y tomar otros. El tiempo que le llevaría eso le permitiría a ella hacer lo que deseaba.
– Si quieres estar de vuelta para la hora de la comida, es mejor que te marches ya.
– Sí, cuando voy allí pierdo la noción del tiempo, ¿no es cierto?- reconoció él haciendo un esfuerzo para sonreírle.
Media hora más tarde, después de verlo alejarse por la ventana de la sala, tomó el teléfono y marcó con dedos temblorosos el número de la empresa en la cual él había estado trabajando durante los últimos veinticinco años.
El conseguir hablar con la secretaria de Grant Harrington no fue difícil. Al decirle su nombre, sonrojándose profundamente, pensó que la eficiente empleada no habría olvidado las instrucciones que le había dado su jefe.
– Le aseguro que el señor Harrington está esperando mi llamada -le insistió cuando la secretaria le dijo con firmeza que podía dejar cualquier mensaje y que ella se lo daría.
Se quedó esperando, segura de que Wanda contaría hasta veinte y después le diría que el señor Harrington no deseaba hablar con ella.
– ¿Sí? -le preguntó una voz cortante que no esperaba oír.
– Oh… este… hola, señor Harrington… este… Grant -le respondió, luchando para encontrar las palabras adecuadas-. Soy Devon John…
– Ya lo sé.
– ¿Puedo ir a verlo?
– Estoy muy ocupado. Además, sólo hay una palabra que quiero oír de usted. No tiene que venir a verme, para decirme "sí" o "no".
– Yo… quería… preguntarle algo -sabía que no se encontraba en posibilidad de poner condiciones, pero el recuerdo del rostro agotado de su padre la hizo insistir-. Es muy importante.
Se produjo un largo silencio, durante el cual comprendió que él estaba pensando, al igual que ella.
– Tengo una junta en una media hora… pasaré por su casa.
El que no le hubiera colgado el teléfono antes de despedirse era una cortesía que no había esperado, se dijo. También le demostró con toda claridad que no quería que ninguno de la familia Johnston le manchara la alfombra de su elegante oficina. Pero el que le dijera que iría a verla era algo que nunca había pensado. Sin preocuparse por preguntarle si su padre se encontraba en la casa o no, venía a verla para discutir su terrible proposición.
Unos minutos después, se detuvo frente a la casa un coche elegante y, como sabía que el tiempo de Grant Harrington era muy valioso, estaba esperándolo en la puerta cuando él atravesó el jardín.
– Pase -lo invitó sin necesidad, pues él, sin hablarle, ya había entrado-. Vamos a la sala.
Una vez que entraron y sin siquiera sentarse le habló.
– Anoche le dije que mi padre está muy mal. Lo que deseaba pedirle, hablar con usted, era… este… la posibilidad de que usted le dijera que no pensaba acusarlo ante los tribunales.
Él la comprendió de inmediato.
– ¿Está queriendo decirme que si hoy tranquilizo a su padre su respuesta sería sí?
– Amo a mi padre -fue lo único que le contestó y sintió deseos de golpearlo cuando le contestó con sarcasmo.
– ¡Qué pena me da!
No le respondió de inmediato y sintió todos los nervios en tensión al ver cómo sus ojos la recorrían y observó de nuevo aquella luz en su mirada que había visto en una ocasión anterior en su oficina.
– Venga acá. Dado lo que me va a costar esto, quisiera probar la mercancía antes de comprometerme a algo semejante.
Al parecer no lo obedeció con la suficiente rapidez, pues sus brazos largos se extendieron y la sujetaron con fuerza, acercándola contra él. Para besarla la alzó del suelo y en ese instante sintió un intenso dolor en la cadera que le hizo lanzar una exclamación de dolor y en el momento en que la besaba.
Grant Harrington la dejó en el suelo y la apartó, mirándola con frialdad mientras la amenazaba.
– Si no va a cooperar, es mejor que nos olvidemos de todo.
– Cooperaré -le dijo de inmediato, olvidando todos los temores que sentía por la operación-. Siento… mucho lo que acaba de pasar. Es sólo que… en ese momento estaba pensando en muchas cosas. Estaba…
– Si tan sólo me dice una palabra sobre ese cuento fantástico de su operación le haré tragar todas sus mentiras.
La forma agresiva en que le habló le demostró que Grant Harrington no estaba acostumbrado a que sus besos dejaran fría a una mujer. Reconociendo por primera vez que tenía cierto atractivo y que seguramente tenía muchas mujeres deseando sus besos, aunque desde luego no ella, le dijo enseguida:
– Ya me olvidé de esa… esa historia. La realidad es que me preocupa mucho lo que diré a mi padre… no tengo la menor idea de lo que voy a decirle cuando me vaya a vivir con…
– ¿Qué es lo que normalmente le dice cuando se va a viajes de ese tipo?
– Yo… yo pensaré en algo -le replicó, ansiosa de volver a presentarle la solicitud de que le dijera a su padre que no tendría que enfrentarse a una acusación.
– Estoy seguro de que lo hará -le dijo sin la menor duda.
– Y usted… -vaciló y después continuó-: ¿Usted le hablará por teléfono?
– Hablaré con él.
Aún no se sentía tranquila y tenía otra cosa que preguntarle.
– ¡Puedo pedirle que… que no le diga… lo que hemos convenido?
La forma en que la miró la hizo comprender que no le iba a gustar lo que le diría.
– ¿Aún sigue pensando que usted es tan inocente como hacen creer esos grandes ojos de niña? -le preguntó y era evidente que no creía en su apariencia de inocencia. Eso la irritó, pero comprendió que no podía darse el lujo de provocarlo.
– ¿No piensan todos los padres que sus hijas son perfectas?
Antes de marcharse, él dijo con dureza.
– No seré yo quien destruya sus ilusiones.
Pero él no llamó por teléfono a su padre. Durante el resto del día, después de que Charles Johnston regresó de la biblioteca, Devon contestó sobresaltada el teléfono cada vez que sonaba. Transcurrió la comida, la hora del té y, poco después de que terminaron de cenar, sonó el timbre de la puerta. ¡Quizá fuera Grant!
– Abriré -le dijo su padre y, como ya estaba a mitad de camino hacia la puerta, Devon tuvo que dejarlo.
Sin embargo se sentía muy nerviosa para esperar tranquilamente, así que se levantó y lo siguió al vestíbulo, llegando en el preciso momento en que él abría la puerta y exclamaba:
– ¡Grant!
Él entró y, después de lanzarle una rápida mirada a ella, le dijo a su padre:
– Quisiera hablar un momento en privado con usted, Charles, si es posible.
Deseaba con desesperación enterarse de lo que hablaban en el comedor, a donde había llevado su padre a Grant. Incluso llegó a pensar en entrar con una bandeja con café para interrumpirlos y poder darse cuenta, por la expresión de sus rostros, cómo se desarrollaba la conversación. Le costó trabajo contener ese impulso.
Estaba segura de que su padre no le diría una sola palabra a Grant sobre su operación, pero temía lo que pudiera decir Grant.
Cuando finalmente se abrió la puerta del comedor, Devon se encontraba en el vestíbulo, pues no soportó quedarse sentada tranquila en la sala. ¡Una rápida mirada al rostro de su padre le hizo comprender que Grant Harrington había cumplido lo prometido!
Se sintió llena de felicidad al ver cómo en treinta minutos su padre se había quitado de encima una carga insoportable. Al ver la alegría que brillaba en sus ojos, comprendió que, cualquier cosa que Grant le hubiera dicho, no la había mencionado.
– Acompañaré al señor Harrington hasta la puerta, papá -le dijo al ver acercarse a los dos hombres.
Charles Johnston vaciló y después le sonrió, pensando, con seguridad, en la diferencia que había entre la actual Devon y aquella otra que nunca antes había acompañado a alguien hasta la puerta, para que no la vieran caminar cojeando.
– Lo dejo en tus manos -le dijo aún sonriente; estrechó la mano a Grant y entró en la sala.
Sintiéndose feliz al ver contento a su padre, Devon ni siquiera pensó en el precio que tendría que pagar por hacerlo feliz. Al llegar a la puerta principal, estuvo a punto de decirle palabras de agradecimiento a Grant, pero fue él quien habló primero.
– ¿Ya pensó en algún motivo que explique su ausencia de la casa? -le preguntó en tono suave.
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