– ¿Un bonito paseo y una cena gratis? No es problema.

Jack sonrió, aún impresionado por el hecho de que no tuviera idea de quién era. Cualquier otro hombre acostumbrado a que todo el mundo estuviera pendiente de él se habría molestado, pero Jack no. Para él era muy divertido y extrañamente refrescante.

– Ya has comentado que temías que fuera tu peor pesadilla -añadió.

Sam lo miró con mala cara.

– ¿Y cuál imaginas que sería mi peor pesadilla?

– No sé, tal vez un viejo, con una barriga considerable y un peluquín barato.

– No tengo nada en contra de la edad ni de las barrigas.

El gesto petulante de Sam lo hizo reír.

– Sé sincera. Algo te preocupaba. ¿Que tuviera mal aliento? ¿Que fuera enano?

– Por lo que sé, aún puedes tener mal aliento.

Él arqueó una ceja y le lanzó otra mirada arrolladora.

– ¿No vas a reconocer que podría haber sido peor?

– La noche es demasiado joven…

– ¿Qué podría salir mal?

En aquel momento, Jack prefería no pensar en la reacción de su hermana ni en el acoso de los paparazzi que seguramente lo esperaban en la puerta.

– Puede que mastiques con la boca abierta -contestó ella-. O que tengas seis dedos en un pie.

Él sacudió la cabeza.

– ¿Seis dedos?

– Los pies raros están prohibidos.

– ¿No puedes salir con un tipo que tenga los pies feos?

– No después de descubrir que los tiene.

Dentro de los zapatos, Jack flexionó los dedos, feliz de tener sólo diez, pero sin estar seguro de que no fueran feos, jamás había pensado en ello.

– Eres un poco intransigente, ¿no?

– Sí.

Él asintió. Valoraba la intransigencia. De hecho, era implacable consigo mismo. Pero no con una mujer. Si de algo estaba seguro, era de que nunca había echado a una mujer de su cama por tener los pies feos.

– Por cierto, ¿por qué necesitabas que te consiguieran una cita? -preguntó Sam, mirándolo con curiosidad-. No se puede decir que seas desagradable a la vista, ni pareces estar loco de atar.

Jack soltó una carcajada por el dudoso cumplido.

– Digamos que este año no he salido mucho, y si esta noche no aparezco con una mujer, mi hermana me echará la caballería encima.

– ¿La caballería?

– Sus amigas, las amigas de sus amigas y las amigas de las amigas de sus amigas. Créeme, es horrible.

– Ah.

La sonrisa comprensiva de Sam le hizo perder el hilo, y estuvo a punto de quedarse boquiabierto, porque ella tenía unos ojos preciosos y cuando sonreía de aquella forma era irresistible.

– Así que… -balbuceó Jack, ansioso por decir algo que la complaciera para que no dejara de sonreír-. ¿El Wild Cherries es tuyo?

– Sí.

– Debe de ser agradable que te preparen la comida todos los días.

Aquella vez fue Sam la que no pudo contener la risa.

– Soy yo la que cocina. Y la que atiende a los clientes, y como hemos estado bastante ocupados, supongo que debería pedirme un aumento. Aunque mi amiga Lorissa me ayuda, siempre tenemos mucho lío.

– Estoy impresionado -dijo él, tan fascinado con las carcajadas como con la sonrisa de Sam-. Yo suelo pedir comida a domicilio. ¿Cómo te las arreglas para hacerlo todo?

– El café es pequeño y, como has visto, sólo abrimos medio día, así que no es tan duro.

– Lo cual te deja tiempo para…

– No hablemos tanto de mí, que no hay mucho que contar. Mejor hablemos de ti.

A las mujeres les encantaba que les contara su vida, pero hacía años que no lo emocionaba tanta adoración. Lo último que quería era pensar en sí mismo, y mucho menos hablar de su vida.

– Créeme, tampoco hay tanto que contar.

– No sé por qué, pero no me lo creo -dijo ella, echando un vistazo a su alrededor-. Vives bien, e imagino que deberás de hacer algo para sostener este nivel de vida.

– Últimamente no.

Sam lo miró a los ojos.

– ¿Quieres decir que eres rico y no haces nada?

– Si.

Ella se encogió de hombros, quitándole importancia. Aquello era lo que a Jack le gustaba de Sam: que no le exigía respuestas. Y por primera vez en varios años se sentía relajado, él mismo, porque con ella no parecía haber explicaciones preconcebidas. No era una chica que se derritiera por las caras conocidas ni pretendía aprovecharse de su fama; sólo era una mujer que trataba de sobrellevar una cita a ciegas de la mejor manera.

A él le encantaba su actitud.

– Estoy retirado -reconoció.

Jack esperaba que se riera o que le exigiera más información. De hecho, probable mente merecía que le dijera más. Pero ella se limitó a asentir.

– Debiste de hacer una buena carrera antes de retirarte.

– Sí…

Había sido una carrera infernal. Su equipo era famoso por los escándalos sexuales, policiales y mafiosos. Y como capitán, Jack estaba siempre en el ojo del huracán. A la prensa le encantaban las travesuras de los Eals, y a ellos les encantaba que Jack los odiara. De hecho, después de que sus abogados ganaran varios juicios por difamación, habían etiquetado alegremente de divo a Jack el Escandaloso.

Podía recorrer veinte kilómetros al día en bicicleta, superar a cualquier jugador y conseguir numerosos récords en la NBA, pero la gente lo recordaría como un estúpido divo.

Las cosas se habían puesto tan feas que los propietarios y los entrenadores habían tomado medidas drásticas en el equipo, castigando a los jugadores con toques de queda y entrenamientos salvajes ante el menor atisbo de problemas.

Había pasado un año desde que Jack se había retirado, y tres desde que le habían puesto el sobrenombre de «Escandaloso».

Pero a pesar del tiempo transcurrido, a pesar de todo lo que se había ocultado, la prensa seguía pendiente de él. Por ser un divo.

Aquello lo había destrozado. Su vida como jugador retirado era mucho más sencilla que cuando estaba en la NBA. Podía evitar el contacto con la prensa, salvo cuando su hermana necesitaba su nombre para recaudar fondos. Y tras superar el impacto inicial y la decepción de haber dejado de jugar profesionalmente, su vida había sido más feliz. Aunque tenía que reconocer que tal vez resultara también un poco aburrida.

Salió del paseo marítimo y entró en el lujoso terreno del club de campo donde se celebraba la fiesta. El camino, flanqueado de palmeras, recorría una cuesta con césped perfectamente segado y vistas al mar. El sol parecía un balón partido por el horizonte.

Su acompañante echó un vistazo al club, un edificio de estilo clásico construido en mitad de un jardín imponente, y soltó un silbido que podía ser tanto de fastidio como de alegría.

– ¿Algún problema? -preguntó él, volviéndose a mirarla tras aparcar.

– ¿Bromeas? Es increíble. Presuntuoso, pero increíble. Estoy segura de que la comida es estupenda -dijo, haciendo una mueca-. Digamos que me sentiría más cómoda en la cocina que en el salón.

Jack no esperaba un comentario así de una mujer a la que consideraba muy segura de sí misma, y se sintió sorprendido y curiosamente protector.

Pero antes de que pudiera decir nada, Sam salió del coche, cerró la puerta y lo obligó a correr para alcanzarla. No era fácil con la rodilla dolorida; aquella semana se había excedido jugando con un grupo de jóvenes exaltados. Rodeó el coche trotando y la tomó de la mano para detenerla.

– He pensado que podíamos aparecer juntos -sugirió, con una sonrisa.

– Es verdad. Lo siento.

– No lo sientas -replicó él, cautivado por aquellos ojos verdes-. Pareces incómoda. ¿Qué puedo hacer para cambiar eso?

Sam se quedó mirándolo unos segundos y sonrió.

– Creo que acabas de hacerlo.

Jack le acarició la mejilla y, aunque el contacto con su suave piel fue mínimo, se sintió feliz.

– Bien.

– Disculpe, señor Knight. ¿Podría darme un autógrafo y permitir que le saque una foto?

El hombre con la enorme cámara y el pase de prensa había salido de la nada, y Jack se detuvo en seco.

– Con el autógrafo no hay problema -contestó-. Pero si pudiéramos evitar la foto…

Un fogonazo les iluminó la cara. Jack maldijo entre dientes, y cuando recuperó la vista, el fotógrafo se había ido.

– Perdón -le dijo a Sam, tomándola de la mano.

– ¿Quien era?

– Una plaga. Vamos.

La entrada del club tenía una alfombra blanca, y la terraza superior estaba cubierta con toldos blancos bajo los cuales colgaban plantas con flores de todos los colores. Al final de la alfombra había un grupo de paparazzi esperando al famoso de turno.

Él.

A Jack le empezó a picar la piel, una antigua reacción a las malas experiencias. Sabía que si quería tener un poco de paz, tendría que darles algo cuando entrara.

– Mantente pegada a mí -le dijo a Sam.

– ¿Qué pasa, Jack?

– Después te lo explico.

Jack la sacó del camino y la empujó al césped húmedo. Sam soltó un grito ahogado, se tambaleó cuando sus tacones se hundieron en la tierra y lo miró con desconcierto.

– ¿Te llevo a caballito o en brazos? -preguntó él.

– ¿Qué?

– Vamos a entrar por detrás.

Cualquiera de las mujeres con las que había salido se habría parado en seco, lo habría mirado como si estuviera loco y, probablemente, le habría propinado un puñetazo. O, como mínimo, habría llamado la atención quejándose de que se le estropeaban los tacones.

Aquella mujer no.

Se colgó el bolso al hombro y se levantó la falda del vestido hasta la parte superior de los muslos.

– A caballito.

Jack la habría besado, pero se limitó a darse la vuelta y a agacharse un poco para que pudiera subirse a su espalda. Cuando la tuvo encima sintió que se giraba, probablemente para comprobar que no los habían visto.

– Ya está -anunció.

Él le tomó las piernas y se las puso a los lados. En aquel momento descubrió que Sam tenía unos muslos suaves y firmes, igual que los brazos, con los que le abrazaba el cuello.

– No te caigas -dijo, disfrutando de sentirla apretada contra él.

– No te preocupes -le susurró ella al oído.

Jack sintió un delicioso escalofrío en la espalda, que le recordó que llevaba mucho tiempo sin permitirse disfrutar del momento. A pesar del calor de la noche, empezó a andar a toda velocidad, haciendo caso omiso del dolor de rodilla y concentrándose en el cuerpo atlético y delicado que llevaba a su espalda.

Llegaron a la línea de palmeras sin que los descubrieran y se metieron entre los árboles. Estaban bastante lejos del camino, y si alguien miraba hacia allí, vería a una pareja caminando, pero no podría identificarla.

– ¿Estás bien? -preguntó.

– Sí…

Al sentir la vibración del sonido en su espalda, a Jack le temblaron las manos sobre los muslos desnudos de Sam. Lo que había empezado como una situación inocente se había vuelto inesperada y agradablemente sensual.

– ¿Y tú? -le preguntó ella al oído, provocándole más escalofríos.

Jack se estaba derritiendo, y no tenía nada que ver con el clima.

– Créeme: soy el que mejor lo está pasando con esto -aseguró, consciente de sus dedos sobre la piel de Sam.

Llegaron al edificio, y Jack avanzó por uno de los laterales hasta encontrar la entrada de la cocina. Finalmente volvió al suelo de cemento y, a su pesar, soltó las piernas de Sam para que pudiera ponerse en pie. Mientras ella bajaba, sintió cada centímetro de su cuerpo, y cuando la oyó poner los pies en el suelo, se dio la vuelta. Antes de que pudiera decir una palabra, se abrió la puerta y apareció Heather, con un vestido largo dorado y la larga cabellera caoba recogida en un peinado muy elaborado.

– Lo has conseguido -dijo, con alivio-. Deprisa, entrad.

– Has avisado a la prensa -la acusó Jack.

– Sí, pero sólo porque esta vez los muy desgraciados van a tener que hablar del trabajo benéfico que hacemos. Además, me he asegurado de que pagaran los mil dólares de la entrada. Cada uno.

Heather los hizo entrar en una cocina enorme y llena de gente que se movía de un lado a otro, cerró la puerta y abrazó a su hermano con fuerza.

– Eres un encanto por hacer esto -dijo.

– Recuérdalo la próxima vez que te enfades conmigo -replicó Jack, apartándose y tornando a Sam de la mano-. Sam, te presento a mi hermana Heather. Heather, Samantha O’Ryan.

– La acompañante que te supliqué que encontraras.

Heather miró a Sam de arriba abajo. Jack sonrió al ver que su dura, versátil, intrigante y bella chica de playa le sostenía la mirada.

– ¿Eres real? -preguntó Heather.

Sam parpadeó sorprendida.

– ¿Cómo que si soy real?

– ¿Te ha contratado o sales con él de verdad?

– No empieces, Heather -la reprendió su hermano.

Sam soltó una carcajada.

– Dime que no estás tan necesitado como para contratar a alguien -le pidió a Jack.