– Dice que no volverá a hacerlo -explicó Helen mientras Maxine miraba al muchacho a los ojos.
Lo que vio la preocupó.
– Espero que sea verdad -dijo Maxine, poco convencida.
– ¿Puedo volver a casa hoy? -preguntó Jason, con voz apagada.
No le gustaba tener a una enfermera en la habitación, pero ella le había dejado claro que no podía marcharse a menos que alguien la sustituyera. Jason se sentía como si estuviera en prisión.
– Creo que tenemos que hablar de esto -dijo Maxine desde el pie de la cama. Llevaba un jersey rosa y unos vaqueros y ella también parecía una jovencita-. No me parece que sea buena idea -dijo sinceramente. Nunca mentía a los pacientes. Para que confiaran en ella era importante que les dijera la verdad tal como ella la veía-. Anoche te tomaste muchas pastillas, Jason. Realmente muchas. Esta vez no bromeabas.
Le miró, él asintió y luego desvió la vista hacia otro lado. Después de lo sucedido se sentía avergonzado.
– Estaba un poco borracho. No sabía lo que hacía -dijo intentando quitarle importancia.
– Creo que sí lo sabías -le contradijo Maxine amablemente-. Tomaste muchas más que la última vez. En mi opinión, debes darte un tiempo para pensar, trabajar en ello, asistir a grupos de apoyo. Pienso que es importante que nos enfrentemos a esto, aunque sé que es difícil con las vacaciones a la vuelta de la esquina y después de perder a tu padre este año.
Había dado en el clavo, y su madre miró a la doctora con expresión de pánico. Parecía que fuera a saltar sobre ella. Su ansiedad era exagerada y sufría por las mismas cosas que su hijo, aunque sin el sentimiento de culpabilidad. Que Jason estuviera convencido de haber matado a su padre lo volvía más inestable. Peligrosamente inestable.
– Quiero que vayas a un lugar donde he trabajado a veces con otros chicos. Es un buen sitio. Hay jóvenes desde catorce hasta dieciocho años. Tu madre puede visitarte cada día. Pero creo que necesitamos ponernos manos a la obra con lo que está sucediendo ahora. No me sentiría bien si te mandara a casa en este estado.
– ¿Cuánto tiempo? -preguntó él, como si no le importara.
Intentaba aparentar serenidad, pero Maxine percibía el miedo en sus ojos. Para él era una idea aterradora. Pero a ella la aterraba más que su próximo intento de suicidio tuviera éxito. Su misión era intentar que no sucediera. Y a menudo lo conseguía. Quería que esta fuera una de esas ocasiones, y esquivar la tragedia antes de que volviera a producirse. Ya habían tenido bastantes.
– Probemos un mes. Después hablaremos, para ver qué te parece y qué opinas del sitio. No espero que te entusiasme, pero puede llegar a gustarte. -Luego, sonriendo, añadió-: Está lleno de chicas.
El no sonrió. Estaba demasiado deprimido para pensar en chicas en aquel momento.
– ¿Y si no lo soporto y no quiero quedarme? -La miró a los ojos.
– Entonces hablaremos.
Si era necesario, podían pedir una orden judicial, ya que había demostrado ser un peligro para sí mismo, pero sería traumático para él y para su madre. Si era posible, Maxine prefería que ingresara voluntariamente. En ese momento intervino la madre de Jason.
– Doctora, realmente piensas… esta mañana he hablado con mi médico y me ha dicho que deberíamos dar otra oportunidad a Jason… El dice que estaba borracho y no sabía lo que hacía, y acaba de prometerme que no volverá a hacerlo.
Maxine sabía mejor que nadie que su promesa no valía nada. Y Jason también lo sabía. Su madre quería confiar en algo, pero no podía. No había ninguna duda de que la vida de su hijo estaba en peligro.
– No creo que podamos contar con ello -dijo Maxine sencillamente-. Me gustaría que confiarais en mí -añadió suavemente. Observó que no era Jason quien se lo discutía, sino su madre-. Creo que a tu madre le angustia que no estés en casa el día de Acción de Gracias, Jason. Le he dicho que puede celebrarlo contigo allí. No están prohibidas las visitas.
– De todos modos, este año Acción de Gracias sería un asco sin mi padre. No me importa.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada, aislándose de los demás.
Maxine hizo un gesto a la madre para que la siguiera fuera; en cuanto salieron de la habitación, la enfermera entró para sentarse junto a Jason. En Silver Pines también lo vigilarían de cerca. Y allí, además, las salas estaban cerradas, que precisamente era lo que Maxine creía que necesitaba Jason. Por el momento al menos, y tal vez durante una temporada.
– Creo que es lo que debemos hacer -explicó Maxine, mientras las lágrimas resbalaban por las mejillas de Helen-. Lo recomiendo encarecidamente. Tú decides, pero no me parece que puedas protegerle como es debido en casa. No podrás impedir que vuelva a hacerlo.
– ¿De verdad piensas que volverá a intentarlo? -La madre parecía aterrada.
– Sí -dijo Maxine con claridad-. Estoy casi segura de que lo hará. Todavía está convencido de que mató a su padre. Llevará tiempo conseguir que supere esta idea. Mientras tanto, necesita vivir en un lugar donde esté seguro. Si lo tienes en casa, no podrás dormir ni un minuto -añadió, y la madre de Jason asintió.
– Mi médico pensaba que podíamos darle otra oportunidad. Dice que los chicos de su edad a menudo hacen estas cosas para llamar la atención.
Se repetía, como si esperara convencer a Maxine, aunque la doctora entendía la situación mucho mejor que ella.
– Esta vez iba en serio, Helen. Sabía lo que hacía. Triplicó la dosis letal de tu medicación. ¿Quieres arriesgarte a que lo haga otra vez o a que salte por la ventana? Podría hacerlo en tan solo un momento mientras pasa por tu lado. Ahora no puedes ofrecerle en casa lo que necesita. -Hablaba sin rodeos, y lentamente la madre de Jason asintió y se echó a llorar con más fuerza todavía. La idea de perder a su hijo le resultaba insoportable.
– De acuerdo -dijo en voz baja-. ¿Cuándo podemos ir allí?
– Veré si tienen una cama para él hoy o mañana. Me gustaría sacarlo de aquí cuanto antes. Aquí no pueden protegerlo como es debido. Esto no es un hospital psiquiátrico. Necesita estar en una institución como Silver Pines. No es tan malo como crees, y ahora mismo es el lugar que le conviene, al menos hasta que supere la crisis. Quizá pasadas las vacaciones…
– ¿Quieres decir que también pasará allí la Navidad? -Helen Wexler la miró con expresión de pánico.
– Ya veremos. Hablaremos de ello más adelante, cuando veamos cómo evoluciona. Necesita tiempo para adaptarse.
La madre asintió y volvió a entrar en la habitación, mientras Maxine iba a llamar a Silver Pines. Al cabo de cinco minutos, todo estaba arreglado. Por suerte, tenían plaza para él. La doctora hizo los preparativos para que lo trasladaran en ambulancia a las cinco de la tarde. Su madre podía ir con él para ayudarlo a instalarse, pero no le permitían quedarse a pasar la noche.
Maxine se lo explicó todo a ambos, y dijo que iría a visitar a Jason al día siguiente. Tendría que aplazar las visitas de varios pacientes, pero era un buen día para hacerlo. Sabía que no tenía nada crucial en la agenda aquella tarde, y que los dos únicos casos críticos estaban programados por la mañana. Jason parecía tranquilo ante la idea del ingreso. Maxine seguía 11alilando con ellos cuando entró una enfermera y dijo que un tal doctor West quería hablar con ella por teléfono.
– ¿Doctor West? -Maxine no lo conocía-. ¿Quiere que ingrese a alguno de sus pacientes?
Los médicos lo hacían continuamente, pero Maxine no reconocía ese nombre. De repente, la madre de Jason pareció avergonzada.
– Es mi médico. Le he pedido que hablara contigo porque él pensaba que Jason podía volver a casa. Pero entiendo… imagino… lo siento… ¿te importaría hablar con él de todos modos? No querría que pensara que le he pedido que llamara para nada. Mandaremos a Jason a Silver Pines; quizá podrías informar al doctor West de que está todo arreglado.
Helen parecía incómoda así que Maxine le dijo que no se preocupara. Hablaba constantemente con otros médicos. Le preguntó si era psiquiatra, y Helen dijo que era internista. Maxine salió de la habitación para atender la llamada en la sala de enfermeras. No quería mantener aquella conversación en un lugar donde Jason pudiera oírla. De todos modos, solo era una formalidad. Cogió el teléfono con una sonrisa, esperando hablar con un médico ingenuo y amable que no estaba acostumbrado a tratar a diario con adolescentes con tendencias suicidas, como ella.
– ¿Doctor West? -dijo Maxine, con su voz alegre, eficiente y agradable-. Soy la doctora Williams, la psiquiatra de Jason -explicó.
– Lo sé -dijo él, logrando parecer condescendiente solo con esas dos palabras-. Su madre me ha pedido que la llame.
– Eso me ha dicho. Acabamos de disponerlo todo para que Jason ingrese en Silver Pines esta tarde. Creo que ahora mismo es el lugar que le conviene. Anoche tomó una sobredosis de somníferos de su madre.
– Es asombroso lo que llegan a hacer los chicos para llamar la atención, ¿no le parece?
Maxine le escuchó con incredulidad. No solo la trataba con condescendencia, sino que parecía un idiota redomado.
– Es su segundo intento. Y no creo que triplicar la dosis letal sea una llamada de atención. Nos está diciendo con toda claridad que quiere morir. Debemos afrontar la situación con absoluta seriedad.
– Realmente pienso que el chico mejoraría antes si estuviera en casa con su madre -insistió el doctor West, como si hablara con una niña o con una enfermera muy joven.
– Soy psiquiatra -dijo Maxine con firmeza-, y mi opinión profesional es que si vuelve a casa con su madre estará muerto dentro de una semana, posiblemente en veinticuatro horas.
Estaba siendo lo más directa que podía ser, aunque no se habría expresado así delante de la madre de Jason. Pero no pensaba andarse con rodeos con el condescendiente y arrogante doctor West.
– A mí me parece una reacción un poco histérica -dijo él, ligeramente enfadado.
– Su madre está de acuerdo en ingresarlo. No tenemos otra alternativa. Debe estar en una unidad vigilada y bajo estrecha supervisión. Es imposible garantizar eso en casa.
– ¿Suele encerrar a todos sus pacientes, doctora Williams?
Ahora era insultante y Maxine empezaba a enfadarse de verdad. ¿Quién se había creído que era?
– Solo cuando existe el peligro de que se hagan daño a sí mismos, doctor West, y no creo que su paciente lo supere si pierde a su hijo. ¿Cómo evaluaría esto?
– Me parece que es mejor que sea yo quien evalúe a mis pacientes -dijo él en tono petulante.
– Por supuesto. Estoy de acuerdo. Y yo le propongo que me deje evaluar a los míos. Jason Wexler es mi paciente, le i rato desde su primer intento de suicidio, y para serle sincera no me gusta nada lo que estoy viendo, o mejor lo que estoy oyendo de usted. Si le apetece consultar mi currículo en internet, hágalo. Y ahora, si me dispensa, debo volver con mi paciente. Gracias por llamar.
Al colgar respiraba con dificultad y, cuando entró en la habitación de Jason, tuvo que ocultar que estaba furiosa. No era problema de ellos que ella y el médico de Helen se odiaran tras tan solo una conversación telefónica. En opinión de Maxine, era el prototipo de idiota pomposo cuya actitud podía costar vidas y que representaba un auténtico peligro al negarse a reconocer la gravedad del estado de Jason. El muchacho necesitaba estar internado en una institución psiquiátrica como Silver Pines. A la mierda el doctor West.
– ¿Todo ha ido bien? -Helen la miró nerviosamente y Maxine esperó que no se le notara lo molesta que estaba. Disimuló su enfado con una sonrisa.
– Muy bien.
A continuación Maxine examinó a Jason y se quedó con él media hora más, explicándole cómo era Silver Pines. El fingió que no le importaba ni le asustaba, pero Maxine sabía que tenía miedo. Debía tenerlo. Aquel era un momento aterrador para él. Primero había estado a punto de morir, y ahora no tenía más remedio que volver a enfrentarse con la vida. Para él, era lo peor de ambos mundos.
Antes de irse tranquilizó a Helen diciéndole que estaría localizable todo el día y toda la noche y también al día siguiente por si necesitaba llamarla. Después de firmar el alta de Jason se marchó del hospital y regresó a casa caminando. Recorrió el breve trayecto de Park Avenue maldiciento al idiota del doctor West. Cuando llegó a casa, Daphne y sus amigas seguían durmiendo, aunque ya era casi mediodía.
Esta vez, Maxine entró en la habitación de su hija y subió las persianas. El sol brillante de la mañana inundó la habitación mientras Maxine llamaba en voz alta a las chicas, para que se despertaran y disfrutaran del precioso día. Se levantaron gimiendo; ninguna de ellas tenía buena cara. Entonces, al bajar de la cama, Daphne vio las botellas de cerveza vacías ordenadas en su armario y la expresión de los ojos de su madre.
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