– Douglas Wayne ha dicho que quiere algo fresco, alguien que entienda el libro y que no lleve veinte años escribiendo para Hollywood.

Walt casi se había caído de la silla al recibir la llamada y a Tanya le estaba sucediendo algo parecido.

– Tendrás que vivir en Los Ángeles -continuó-. Probablemente podrás volver a casa los fines de semana, si no durante el rodaje, al menos durante la pre y la posproducción. Ofrecen pagarte la residencia durante todo el tiempo que estés allí: una casa, un apartamento o un bungalow en el hotel Beverly Hills. Con todos los gastos pagados, claro.

Cuando Walt le informó de la cantidad que le ofrecían por escribir el guión hubo un silencio sepulcral al otro lado del teléfono.

– ¿Estás bromeando? -preguntó Tanya con repentina desconfianza.

No podía estar hablando en serio. No había ganado tanto dinero en toda su carrera como escritora. Era más de lo que ganaba Peter en dos años, y era socio de un bufete muy importante.

– No es una broma -dijo Walt sonriendo.

Se alegraba por ella. Era una escritora fantástica y estaba convencido de que podía hacer un buen trabajo aunque fuese algo nuevo para ella. Tenía talento y era una profesional. El quid de la cuestión era si iba a querer trasladarse a Los Ángeles durante nueve meses. Pero en su opinión, ninguna mujer podía estar tan entregada a su marido y a sus hijos como para rechazar una oferta como aquella. Era una oportunidad que se presentaba una vez en la vida, y Tanya también era consciente de ello. Nunca, ni en sus sueños más disparatados, había creído que podría sucederle algo así, y no tenía ni idea de qué hacer. Había dejado a un lado su sueño de escribir un guión cinematográfico y se había conformado con telenovelas, artículos, cuentos y encargos periodísticos. Y ahora ahí estaba, le ofrecían el sueño de su vida en bandeja de plata. Casi se puso a llorar.

– Llevas quince años diciéndome que esto es lo que quieres. Tienes la oportunidad de mostrar tu trabajo. Sé que puedes hacerlo. Decídete, cariño, no volverás a tener una oferta como esta. Wayne ha estado pensando en otros tres guionistas; uno de ellos ha ganado dos Oscar. Pero quiere a alguien nuevo. Y quiere una respuesta esta semana, Tanya. Si tú no lo coges, contratará a alguno de los otros dos candidatos rápidamente. No creo que puedas permitirte rechazarlo si lo que llevas haciendo todos estos años iba en serio. Te harás un nombre en la profesión para siempre. Un trabajo así transforma una afición en una gran carrera.

– Yo no escribo por afición -dijo, ofendida.

– Ya lo sé. Pero nunca podría haber soñado una mejor propuesta para ti o para nadie. Tanya, es esto. Esto es el éxito. Cógelo y echa a correr como una fiera.

Tanya quería decir que sí, ¿y quién no? Sin embargo, no podía. Quizá al año siguiente, cuando las chicas ya estuvieran en la universidad, pero incluso entonces, no podía dejar a Peter y marcharse a Los Ángeles durante nueve meses solo porque le hubieran ofrecido un guión para una película. Estaban casados, ella le amaba, tenía responsabilidades para con él y compartían una vida. Además, las gemelas todavía pasarían otro año en casa. No podía abandonarlo todo y marcharse a Los Ángeles durante el último año escolar de sus hijas. Quizá un mes o dos si era necesario. Pero no nueve meses. Era inviable.

– No puedo hacerlo -dijo con voz queda, con las emociones a flor de piel y sincero pesar-. No puedo, Walt. Todavía tengo a las chicas en casa.

La voz casi se le quebró. Era mucho lo que estaba rechazando, pero Tanya sabía que debía hacerlo. No había elección, no para ella. Nunca había dejado de lado sus prioridades y sabía cuáles eran: Peter y los chicos.

– No son niñas -dijo Walt secamente-. Por el amor de Dios, son mayores. Jason se va a la universidad y Megan y Molly son ya mujeres hechas y derechas. Pueden cuidarse solas entre semana y tú irás a casa los fines de semana.

Walt parecía empeñado en no dejar que rechazara aquella oportunidad.

– ¿Puedes garantizarme que podré volver a casa cada fin de semana? -preguntó Tanya sabiendo que no podía.

Tal como funcionaban los rodajes, era imposible y Walt también lo sabía. Si contestaba que sí, estaría mintiendo. Tanya no veía ninguna solución. Las chicas la necesitaban entre semana. ¿Quién iba a cocinar para ellas, ayudarlas con los trabajos escolares, asegurarse de que hacían los deberes, de que cumplían con sus horarios, y cuidar de ellas cuando estuvieran enfermas? Por no hablar de los novios, los acontecimientos sociales, las solicitudes para la universidad, y el baile de fin de curso en primavera. Después de haber estado constantemente junto a sus hijos, ahora no podía perderse aquel último año tan importante. ¿Y qué pasaba con Peter? ¿Quién iba a cuidar de él? Todos estaban acostumbrados a que ella estuviera siempre disponible y no haciendo su vida en Los Ángeles. No iba con ella. Ni siquiera podía imaginar hacerle algo así a Peter aunque las niñas se hubieran marchado de casa. Ese no era el trato. El trato era que ella era una madre y esposa a tiempo completo y que se dedicaba a su trabajo discretamente y cuando tenía ocasión, de tal modo que no interfiriera con el resto de miembros de la familia, ni con el papel que desempeñaba cuidando de todos ellos.

Hubo una larga pausa al otro lado del teléfono.

– No, no puedo garantizártelo -reconoció en tono alicaído-. Pero probablemente podrás ir a casa casi todas las semanas.

– ¿Y si no puedo? ¿Vendrás tú a cuidar de los chicos?

– Tanya, con todo ese dinero puedes contratar a una canguro. A diez si hace falta. No pagan esa cantidad astronómica para que te quedes sentada en Marín y les mandes los guiones por correo. Te quieren al pie del cañón mientras ruedan la película. Es lógico, ¿no crees?

– Lo entiendo. Pero no sé cómo encajarlo con mi vida real.

– Esta es también tu vida real. Es dinero de verdad, trabajo de verdad. Y una de las películas más importantes que se ha rodado en Hollywood en los últimos diez años, y quizá en los próximos diez. Trabajarías con los nombres más importantes del mundo del espectáculo. Si querías una película, esta es la película. No tendrás otra oportunidad así nunca más.

– Lo sé, lo sé -dijo Tanya totalmente abatida.

Era una elección que nunca había creído que tendría que hacer. Además era impensable según los valores por los que se regía su vida. La familia primero, y la escritura después, a una enorme distancia, sin importar lo mucho que disfrutase escribiendo o la cantidad de dinero que pudiera ganar. Su prioridad siempre había sido Peter y los niños. Y su trabajo se había organizado siempre alrededor de ellos.

– ¿Por qué no te lo piensas y lo consultas con Peter? Podemos volver a hablar mañana -dijo Walt con calma.

No podía imaginar que un hombre razonable permitiera que su esposa rechazase semejante cantidad de dinero, y confiaba en que la convenciera de aprovechar la oportunidad. ¿Cómo no iba a hacerlo? En el mundo en el que se movía Walt, nadie rechazaba una oportunidad o una suma económica como aquella. Al fin y al cabo, él era un agente, no un psiquiatra. Pero Tanya ni siquiera estaba segura de contárselo a Peter. Sentía que era ella quien debía tomar la decisión y rechazar la oferta. Aunque no cabía duda de que era halagadora e increíblemente tentadora. Y era emocionante pensar en ello.

– Te llamaré mañana -dijo con tristeza.

– No estés tan deprimida. Esto es lo mejor que te ha pasado en la vida, Tanya.

– Lo sé… Lo siento… Ansiaba tanto que ocurriera algo así, y es una decisión tan dura… Hasta ahora mi trabajo nunca había interferido en mi familia.

Y no quería que aquella fuese la primera vez. Era el último año de Megan y Molly en casa y no quería perdérselo. Jamás podría perdonárselo. Y ellas probablemente tampoco; ni Peter. No era justo exigirle que se hiciera cargo de las niñas él solo con la cantidad de trabajo que ya tenía en la oficina.

– Creo que podrías arreglarlo si te organizas. Y piensa en lo bien que te lo pasarías trabajando en esta película -la animó Walt, sin éxito.

– Sí -respondió ella en tono melancólico-, sería divertido.

Y sería hermoso escribir algo así. Por un lado, se moría de ganas de hacerlo. Por otro, sabía que tenía que decir que no.

– Piénsatelo con calma, y no tomes una decisión a la ligera. Háblalo con Peter.

– Lo haré -dijo bajándose de un salto del taburete y pensando en el montón de recados que tenía que hacer-. Te llamaré mañana por la mañana.

– Les diré que no te he localizado, que estás fuera de la ciudad hasta mañana. Y Tanya -dijo Walt con dulzura-, no seas severa contigo misma. Eres una escritora extraordinaria y la mejor esposa y madre que conozco. Las dos cosas no son excluyentes. Hay otras personas que lo hacen. Además, tus hijos ya no son unos niños.

– Lo sé -dijo Tanya sonriendo-. Pero a veces me gusta pensar que todavía lo son. Seguramente se las arreglarían sin mí. Tal como están las cosas ahora, casi estoy obsoleta.

Los tres chicos se habían vuelto muy independientes últimamente. Pero Tanya sabía que aquel iba a ser un curso muy importante para las mellizas, y para ella también. Era su último año como madre a tiempo completo antes de que se marcharan a la universidad. Todavía era necesaria su presencia, o por lo menos eso creía, y estaba segura de que Peter estaría de acuerdo con ella. No podía imaginar que él aceptara que ella se marchase a Hollywood para trabajar allí durante todo un curso escolar. Realmente era una idea deslumbrante irse a Hollywood a escribir un guión, pero no era algo que entrara en los planes de su familia, y mucho menos, en los suyos personales.

– Relájate y disfrútalo. Es un gran logro para ti que un tipo como Douglas Wayne te quiera como guionista. La gran mayoría de escritores venderían a sus hijos al instante por algo así.

Pero Walt sabía que Tanya no era así, y precisamente era una de las cosas que apreciaba en ella. Era una buena mujer con valores familiares sólidos y vigorosos. Pero ahora confiaba en que los aparcase por unos meses.

– Esperaré tu llamada. Buena suerte con Peter.

– Gracias -contestó Tanya, apesadumbrada.

Pero para Tanya no se trataba tanto de lo que Peter esperaba de ella cuanto de lo que ella se exigía a sí misma. Un minuto después de colgar, estaba de pie en medio de la cocina como un pasmarote. Era mucho lo que tenía que digerir y mucho lo que la familia tendría que asumir.

Seguía de pie en medio de la cocina con la mirada perdida y dando vueltas a la conversación cuando entró Jason, que volvía de la ciudad acompañado de dos amigos.

– ¿Estás bien, mamá?

Era un chico alto y bien parecido que había entrado en la edad adulta sin estridencias. Tenía los hombros anchos, una voz profunda, ojos verdes y el mismo cabello oscuro que su padre. No solo era guapísimo sino que, aún más importante, era un buen chico. Nunca les había dado problemas. Era un buen estudiante, un atleta excelente y su intención era seguir los pasos de su padre y estudiar derecho.

– Tienes un aspecto un poco extraño ahí de pie mirando por la ventana. ¿Sucede algo? -insistió.

– No, solo estaba pensando en mis tareas de hoy. ¿Qué vas a hacer tú? -le preguntó con interés intentando apartar de su mente la oferta.

– Iremos a casa de Sally a limpiar la piscina. No es un trabajo muy agradable en verano, pero alguien tiene que hacerlo.

Lanzó una carcajada y su madre se puso de puntillas para darle un beso. Le iba a echar terriblemente de menos a partir de septiembre. Detestaba que se marchase. Había disfrutado con la infancia de sus hijos y la casa iba a parecerle vacía sin él, aunque lo peor de todo era que al siguiente año los tres se habrían ido. Se aferraba a los últimos momentos que iban a pasar todos juntos, por ello era imposible que ni tan siquiera considerara la oferta de Douglas Wayne. ¿Cómo podía perderse aquellos últimos días tan valiosos con sus hijos? No podía. Sabía que nunca se lo perdonaría.

Media hora más tarde, Jason y sus amigos se marcharon. Tanya se puso a dar vueltas por la cocina, confundida y despistada, sin fijarse en lo que hacía. Cuando estuvo sola, se sentó frente al ordenador y contestó algunos correos electrónicos. No lograba concentrarse. Una hora más tarde, cuando llegaron las mellizas, estaba con la mirada perdida en el teclado. Entraron en la cocina charlando animadamente y echaron un vistazo a su madre.

– Hola, mamá. ¿Qué estás haciendo? Parece como si te hubieras quedado dormida frente al ordenador. ¿Estás escribiendo?

Tanya se echó a reír y salió de su ensimismamiento. Miró a las chicas. Eran tan diferentes que ni siquiera parecía que tuvieran algún parentesco, aunque aquello les hacía más llevadero ser mellizas. Habría sido más duro si la gente las confundiera constantemente.