– Vamos, chicas, solo serán unos días. Mamá estará en casa de nuevo el viernes por la noche -les recordó a las dos.

Megan se alejó del grupo. Ella no tenía nada más que decir a su madre puesto que ya se lo había dicho todo con su silencio durante el verano. Molly finalmente se despegó de su madre y se secó las lágrimas con una sonrisa compungida.

– Te veo el viernes, mamá -dijo con una vocecita más propia de una niña que de la hermosa joven que ya era.

– Cuídate, cariño, y cuida de papá y de Meg.

Molly era quien se iba a hacer cargo de todo. Tanya confiaba en que Alice se ocupase también un poco de ellos. Pensaba llamarla aquella noche, decirle que había visto a James y recordarle que cuidara un poco de Peter y de las mellizas. Alice le había prometido que si en cualquier momento percibía que algo no iba bien, que estaban débiles, cansadas o infelices, la llamaría. Era una buena madre y se le daban bien los críos. Además, Tanya sabía que Molly y Megan confiaban en Alice y estaban a gusto con ella. Aunque Melissa y James eran un poco mayores, prácticamente habían crecido juntos.

Al igual que Peter, Alice opinaba que las chicas se las arreglarían y que se acostumbrarían a su ausencia en cuestión de días. Además, ni se iba muy lejos ni para siempre, ya que su intención era pasar los fines de semana en casa. En caso de que ocurriera algo, le había recordado su amiga, podía subir a un avión y estar en casa en menos de dos horas. A pesar de todo, Alice se había comprometido a ocuparse de ellos tanto como pudiese o tanto como ellos la dejasen. Pero estaba convencida de que una vez se acostumbrasen a que su madre no estuviera en casa, las mellizas volverían a estar enormemente ocupadas con sus actividades cotidianas y con sus muchos amigos. Compartían coche, así que eran independientes y, además, eran buenas chicas, razonables, maduras y sanas. Alice le había dicho una y otra vez que no tenía por qué preocuparse, pero sabía que Tanya lo haría de todos modos.

Decir adiós a las chicas fue duro, pero lo fue aún más despedirse de Peter. Se agarró a él como una niña desvalida. Él la ayudó suavemente a subir a la limusina y bromeó sobre las luces de colores que Megan había criticado tanto. Eran horteras, pero también divertidas.

– A lo mejor debería irme contigo a Los Ángeles y dejar que las chicas vuelvan solas a casa -dijo bromeando.

Tanya sonrió y él la besó.

– Te voy a echar tanto de menos esta noche -dijo ella suavemente-. Cuídate. Nos vemos el viernes.

– Estarás tan ocupada que no podrás ni echarme de menos -aseguró.

Aunque intentaba disimular, Peter también tenía el semblante triste. Pero se alegraba de que Tanya hubiera aceptado y quería que fuera una experiencia fantástica para su mujer. Su intención era hacer todo lo posible para que funcionase.

– Llámame cuando lleguéis a casa -musitó Tanya.

– Será tarde.

Probablemente casi la una de la madrugada, porque la despedida se había alargado mucho. Y es que Tanya no podía soportar separarse de ellos.

– No importa. Hasta que no me llames no estaré tranquila-, insistió Tanya, que quería tener la certeza de que habían llegado a casa sanos y salvos; además estaba segura de que no dormiría mucho aquella noche sin Peter-. Te llamaré al móvil.

– ¿Por qué no te relajas y te vas a dar un baño o un masaje? Utiliza el servicio de habitaciones. Por Dios, aprovéchate. Antes de que te des cuenta, estarás de vuelta en casa cocinando para todos. Después de disfrutar del lujo de Beverly Hills no querrás volver a Marin ni loca.

– Vosotros sois mi lujo -musitó tristemente Tanya, arrepentida de haber aceptado escribir el guión.

Solo pensaba en que no debía ir a Los Ángeles y en lo mucho que iba a echar de menos a su marido, a sus hijos y los buenos momentos que compartían.

– Será mejor que nos vayamos.

Peter se daba cuenta de que las chicas estaban cada vez más intranquilas. Megan echaba humo y Molly parecía cada vez más triste. Tanya también se había fijado. Dio un último beso a Peter y alargó la mano hacia sus hijas. Molly le dio un beso, pero Megan la miró fijamente y se volvió. En sus ojos había rabia y tristeza y una terrible expresión de víctima traicionada. Acto seguido, se metió en la furgoneta seguida por su hermana, que ocupó el asiento de copiloto junto a su padre. Cuando Peter puso en marcha el motor, los tres la saludaron en señal de despedida y mientras se alejaban, el rostro de Tanya se cubrió de lágrimas. Furgoneta y limusina salieron del aparcamiento la una detrás de la otra y Tanya siguió diciéndoles adiós. Los dos vehículos se dirigieron el uno junto al otro hacia la autopista y, una vez en la bifurcación, la furgoneta tomó dirección norte y la limusina dirección sur. Tanya siguió moviendo la mano hasta que les perdió de vista. Después, se reclinó en el asiento y cerró los ojos. Su ausencia le dolía físicamente. De repente, oyó que sonaba su móvil. Lo buscó en el bolso y contestó pensando que sería su hijo mayor que se había olvidado algo. Podía dar la vuelta y estar enseguida con él si necesitaba algo. Se preguntó si Peter se habría acordado de darle suficiente dinero en efectivo. Hasta entonces, nunca había tenido ni cuenta corriente ni tarjeta de crédito, así que era su primer paso en la vida adulta y sus primeras responsabilidades.

No era Jason, era Molly.

– Te quiero, mamá -dijo con su característica dulzura.

No quería que su madre estuviera triste, ni su hermana enfadada, ni su padre solo. Siempre quería que todo estuviera al gusto de todos y rápidamente se prestaba a sacrificarse por los demás. Tanya siempre decía que se parecía a su padre, pero tenía una dulzura muy personal.

– Yo también te quiero, cariño -dijo Tanya dulcemente-. Que tengáis un buen viaje de vuelta.

– Tú también, mamá.

Tanya pudo oír la música de fondo de la furgoneta y la embargó la añoranza. Aunque le habría gustado poner esa misma música en la limusina, sabía que resultaría ridícula en aquel lugar. Aquel lujo hacía que se sintiera aún más sola. Ya no conseguía recordar por qué había dicho que sí, por qué a Walt, a Peter y a ella les había parecido tan buena idea. Ahora le parecía una estupidez. Se dirigía a Hollywood a escribir un guión y pasaría casi un año allí sintiéndose sola y desgraciada, mientras que en su hogar en Ross tenía una vida perfecta.

– Te llamaré mañana -le prometió Tanya a su hija-. Dales un beso a Meg y a papá y para ti un abrazo muy, muy fuerte.

– Otro para ti, mamá -dijo Molly y colgó.

Tanya siguió en la limusina rumbo al sur. Pensando en su familia, se puso a mirar por la ventana, demasiado triste para llorar.

Capítulo 4

Eran prácticamente las siete de la tarde cuando la limusina de Tanya enfiló la entrada del hotel Beverly Hills y se detuvo en el porche. Al instante, apareció un portero que la saludó educadamente mientras ella bajaba del vehículo y se hizo cargo de su equipaje. Tanya vestía unos vaqueros, una camiseta y calzaba unas sandalias. Enseguida se sintió demasiado informal. Se cruzó con varias chicas espectaculares que parecían sacadas de una pasarela de moda. Todas llevaban melenas rubias, una pedicura impecable, sandalias con tacones de vértigos y minúsculos shorts. Tanya, con el pelo recogido en una cola de caballo, se sintió como una auténtica extraña, totalmente fuera de lugar y embarazosamente vulgar. En aquel lugar, su aspecto de ama de casa de Marin no era precisamente el colmo de lo refinado. Por el contrario, las mujeres con las que se cruzaba, aunque algunas de ellas iban a medio vestir o ataviadas con camisetas que dejaban al descubierto la espalda o que eran prácticamente transparentes, le parecía que desprendían glamour a raudales. A Tanya le daba la sensación de que su aspecto se correspondía más con el de alguien que acaba de salir a rastras del patio trasero de su casa. Si añadía a todo aquello la fuerte impresión de haber tenido que decir adiós a Peter y a sus hijos, se sintió como si acabara de atropellarla un autobús o la hubieran arrastrado a campo traviesa, una expresión que le encantaba utilizar en sus telenovelas porque era muy descriptiva. Así se sentía Tanya en aquellos momentos: atacada, triste, aislada, perdida, sola.

El portero del hotel recogió su equipaje y le entregó una ficha con un número que Tanya a su vez debía dar al recepcionista. Tanya se situó discretamente detrás de una pareja de japoneses y de un grupo de Nueva York, sin perder de vista a la gente que paseaba por el recibidor del hotel y que, según ella, tenían todos un aspecto muy hollywoodiense. Cuando le llegó el turno, estaba tan distraída que no se dio cuenta de que el recepcionista estaba esperando detrás del mostrador a que se decidiese a acercarse.

– Oh… lo siento -se disculpó.

Tanya se sentía como una turista en medio de aquel vestíbulo majestuosamente reconstruido. Había comido en el restaurante del hotel un par de veces con los productores de una de sus más exitosas telenovelas, por lo que apreció los cambios decorativos.

– ¿Se quedará mucho tiempo? -preguntó el joven cuando ella le dio su nombre.

– Nueve meses -respondió conteniendo las lágrimas y con gesto adusto-. Más o menos.

El recepcionista volvió a preguntarle su nombre y se disculpó de inmediato cuando se dio cuenta de quién era.

– Claro, señorita Harris, lo siento mucho. No me di cuenta de que era usted. El bungalow 2 está listo para usted.

– Señora Harris -le corrigió Tanya como si le hubiesen arrebatado algo.

– Claro. Tomo nota. ¿Tiene el número de sus maletas?

Tanya le tendió la ficha y el joven salió de detrás del mostrador para acompañarla hasta el bungalow. Sin saber por qué, sentía miedo, un deseo enorme de volver a casa y un rechazo absoluto a estar allí. Era como un niño en su primer día de campamentos. Tanya se preguntó si Jason se sentiría igual que ella en su residencia de estudiantes. Sospechaba que no y que, con toda seguridad, se lo estaría pasando en grande con sus nuevos compañeros. Probablemente era ella la que se sentía como la niña nueva de clase. En eso iba pensando mientras seguía al joven recepcionista por un estrecho camino rodeado de una frondosa vegetación. De pronto, se encontró frente al bungalow que iba a ser su hogar durante ¿cuánto tiempo? Como mínimo hasta que la posproducción estuviera acabada, es decir, hasta el mes de junio. Un total de nueve meses que a Tanya, sin Peter y sin sus hijos, se le antojaba una eternidad. Los nueve meses de espera de sus embarazos habían sido, sin duda, más divertidos. Ahora tenía que dar a luz un guión.

Al entrar en el bungalow se encontró en una salita de estar, presidida por un inmenso jarrón de flores casi tan alto como ella. El ramo -el más impresionante que Tanya había visto nunca y que perfumaba toda la estancia con su exótico aroma- estaba compuesto de rosas, lirios, orquídeas y unas gigantescas flores que jamás había visto. La sala parecía recién pintada de un rosa pálido y había cómodos muebles y una enorme televisión. Más allá, vio la pequeña cocina y el comedor. El dormitorio hizo que se sintiera una estrella de cine, pero rápidamente se dio cuenta de que aquello era el dormitorio de invitados, porque el suyo era aún más grande, había una gigantesca cama, tenía las paredes pintadas de un rosa palidísimo y los muebles que acompañaban al lecho eran enormemente elegantes. En una de las paredes se abría la puerta que conducía a un espectacular baño de mármol rosa con una inmensa bañera con jacuzzi. Junto a la bañera, había un montón de toallas, un albornoz con las iniciales de Tanya en el bolsillo y una inmensa cesta con todo tipo de lociones y cremas.

En una cubitera plateada, en medio de la sala de estar, esperaban a Tanya una botella de champán y una enorme caja de sus bombones favoritos. No sabía cómo habrían averiguado cuál era su marca preferida, como tampoco supo, al abrir la nevera, cómo habían sido capaces de atiborrarla con su comida predilecta. Era como si su hada madrina hubiera estado preparando su llegada. Sobre el escritorio había una carta que abrió inmediatamente. Era breve y estaba escrita a mano con un trazo fuerte y masculino:


Bienvenida a casa, Tanya. Te estábamos esperando. Nos vemos en el desayuno.

Douglas


Douglas había logrado averiguar los gustos de Tanya, quizá hablando con Walt, o incluso con Peter, o probablemente a través de su secretaria. Todo había sido preparado con exquisita perfección. En el dormitorio principal le habían dejado un albornoz de cachemir de Pratesi a juego con unas zapatillas también de cachemir de su número, todo obsequio de Douglas. Pero la mayor sorpresa para Tanya fue descubrir que habían colocado fotos enmarcadas de sus hijos en el bungalow. No cabía duda de que Peter y Douglas habían estado en contacto y que su marido era el responsable de que las fotos estuvieran junto a ella en esos momentos. Para no estropear la sorpresa, Peter no le había dicho ni una palabra. Estaba claro que él y Douglas habían hecho todo lo posible para que Tanya se sintiera en casa. Descubrió incluso un enorme cuenco de caramelos M8cM's y barritas de chocolate Snickers. En uno de los cajones del escritorio, encontró un montón de bolígrafos y lápices y varios paquetes de folios, algo indispensable para su trabajo. Aunque Tanya llevaba ya dos meses trabajando en el guión, quería añadir algunos retoques aquella noche antes de la reunión del día siguiente en la que hablarían del proyecto. Todavía estaba admirando lo que veía a su alrededor cuando llegaron sus maletas; al mismo tiempo, sonó el móvil. Era Peter, todavía en el coche camino de casa.