– Quiero que venga Victoria -farfulló. El ama de llaves la miró a los ojos-. Victoria…-murmuró.

– Ten cuidado con lo que dices -le susurró Bertie al oído-. Ten cuidado.

Sin embargo la joven estaba medio inconsciente y no acertó a entender sus palabras. Pasó toda la noche presa de intensas contracciones pero, cuando despuntó el alba, todavía no había dado a luz. También Bertie empezaba aacusar el cansancio. Charles, que había preparado café para ella y el médico, llamó con suavidad a la puerta y entró en la habitación para interesarse por el estado de su mujer.

– Esto es terrible -exclamó Olivia al verlo.

Se preguntaba si, después de todo, sus antiguos temores no habían sido fundados. Quizá padecía una malforma- ción congénita, como su madre, que acabaría con ella antes de que diera a luz.

– Cariño mío-susurró Charles.

El médico le indicó que aguardara en el salón. Comenzaba a inquietarse por su paciente, aunque no compartió su preocupación con nadie. Cuando Charles se disponía a marcharse, su esposa le llamó a voz en grito, de modo que se acercó a élla.

– Le agradecería que nos dejara solos -insistió el médico.

– No pienso irme. Es mi mujer y me quedaré a su lado -replicó ante la sorpresa de todos.

Las palabras de Charles animaron a Olivia, que empezó a empujar con renovada energía. Él le cogió la mano y la instó a pujar con fuerza, pero la criatura no salía. Al final el médico introdujo la mano en su interior y anunció que el niño se encontraba en mala posición.

– Tendré que darle la vuelta.

Charles estuvo a punto de llorar al oír los gritos de Olivia, pero poco a poco el niño comenzó a moverse. Tal como temía era demasiado grande, y se preguntó por qué el médico no la había obligado a ingresar en el hospital o al menos la había advertido de las dificultades del parto.

– No puedo más -se lamentó Olivia.

Charles deseaba tomarla en sus brazos y huir de allí, pero de pronto el rostro de Olivia se retorció de dolor y oyeron llorar al bebé. Era una hermosa niña.

– Bueno, no ha sido tan terrible después de todo -dijo el médico.

Olivia hizo una nueva mueca de dolor, y Charles la contempló asustado.

– ¿ Qué sucede? -preguntó.

– Pasa algunas veces, es la placenta -explicó el doctor.-Expulsarla puede resultar incluso más doloroso que parto.

Olivia seguía gritando.

– Otra vez no… por favor…

– No creo que sea eso…-observó Bertie.

– Ahora expulsará la placenta -afirmó el médico.

Olivia empezaba a sangrar y empujar de nuevo.

– ¿Es esto normal? -preguntó Charles, que en ese instante vio asomar una minúscula cabeza-. Empuja, Victoria, empuja, vamos a tener otro.

– ¿Qué dices? Dios mío…

Olivia pujó con más fuerza y salió otra niña, seguida y una sola placenta. Eran gemelas idénticas, como ella y Victoria. La madre las contempló con incredulidad y comenzó a reír.

– No me lo puedo creer.

Eran poco después de las diez de la mañana. La hemorragia casi se había detenido, y Olivia sostenía una niña en cada brazo.

– Te quiero mucho -le susurró Charles. Le dio un beso y luego tomó a las criaturas en brazos para enseñárselas Geoff.

Mientras tanto, el médico aplicó unos puntos a Olivia y Bertie le lavó el cuerpo y la cara con agua perfumada.

Cuando el doctor se hubo marchado, Bertie miró a joven y sonrió.

– ¿Qué has hecho, chiquilla?

Olivia sabía muy bien a qué se refería, y le sorprendía que no la hubieran descubierto antes.

– Me obligó.

Bertie asintió y se rió.

– ¿También te obligó a hacer esto?

– La verdad es que no -respondió Olivia feliz.

– ¿Dónde está?

– En Europa.

Antes de que pudiera dar más detalles, Charles entró con Geoff.

– Son una preciosidad, tía…-Enseguida se corrigió-. Victoria.

Olivia le dio un beso.

– Dice tu padre que son iguales que tú cuando eras pequeño.

Geoff se marchó para comunicar la noticia a los vecinos, y Bertie se llevó a las niñas para bañarlas, de modo que Charles se quedó a solas con su esposa.

– Lamento haberte hecho pasar por este calvario. -Se sentía orgulloso y culpable a la vez.

– No me importaría repetir la experiencia. No ha sido tan terrible.

Charles la miró asombrado.

– ¿Cómo puedes decir eso?

– Ha valido la pena.

– Dudo de que sobreviva a sus trucos y artimañas. Tu padre decía que jamás consiguió distinguiros.

– Yo te enseñaré -aseguró Olivia.

Unos minutos más tarde Bertie entró con las niñas y las acomodó en los brazos de su madre. No podía evitar preguntarse qué haría Olivia cuando Victoria regresara de Europa.


– Esa noche, en Chalons-sur-Marne, Victoria dormía plácidamente cuando de pronto se sintió como si la atravesaran con un cuchillo candente. Profirió un grito y se incorporó al instante. Entonces comprendió que era Olivia a la que estaban apuñalando. Su hermana no dejaba de chillar, y se tapó los oídos con las manos. Minutos después le acometió un fuerte dolor y notó que estaba empapada. Édouard despertó e intentó tranquilizarla.

– Eh… petite… arréte… es una pesadilla… ce n'est qu'un cauchemar, ma chérie.

– No sé qué me pasa… -susurró en la oscuridad.

Édouard encendió la luz y observó que Victoria yacía en medio de un charco de agua y sangre y se apretaba el vientre.

– Ça vient maintenant? ¿ Ya viene? -A menudo le hablaba en francés cuando estaba medio dormido. Victoria asintió con expresión asustada-. Iré a buscar al médico.

– No… No me dejes -suplicó.

A diferencia de su hermana, Victoria tenía mucho miedo al parto. Sólo deseaba que Édouard estuviera a su lado.

– He de avisarle… No tengo ni idea de cómo traer un niño al mundo.

– No te vayas, por favor -rogó Victoria mientras se retorcía de dolor por una nueva contracción-. Ya viene…lo sé…Édouard, no te vayas.

– Por favor, cariño, necesitas ayuda. Traeré una enfermera y a Chouinard. -Era el mejor cirujano del hospital.

– No les quiero a ellos -exclamó ella aferrándose a su muñeca-, sino a ti…-A continuación balbuceó-: Estaba soñando que Olivia tenía un niño.

– Eso es algo que ella no puede hacer por ti, y yo tampoco -repuso Édouard con dulzura-. Ojalá pudiera absorber yo tu dolor.

Él sabía que podía seguir así durante horas y estaba decidido a buscar ayuda, de modo que se levantó para ponerse la camisa.

– Ya viene, Édouard… Lo noto… ya viene.

Él se asustó al ver cómo sangraba. Comenzó a gritar, pero esa noche estaban solos en la casa, pues los demás se hallaban de servicio.

– Volveré pronto -repitió.

Sin embargo Victoria no le permitió marchar. Tenía miedo de quedarse sola. Édouard se sentó a su lado y le cogió la mano. En ese mismo instante, en Nueva York Olivia sintió una nueva contracción. Charles dijo en broma que esperaba que no fueran trillizos, y Bertie repuso que en ocasiones se tenían contracciones después del parto. Olivia apoyó la cabeza sobre la almohada y comenzó a soñar con su hermana.

– Édouard, por favor… -exclamó Victoria de nuevo mientras se acercaba al borde de la cama. Él no entendía qué pretendía hacer-. Tengo que empujar…

– Agárrate a mí -indicó Édouard.

Sentada, Victoria empujó con fuerza y después se desplomó sobre el lecho. No sabía qué hacer para expulsarlo. Édouard la instó a empujar tumbada. Victoria obedeció y se sintió mejor. Lo intentó de nuevo y de pronto asomó una cabecita.

– Dios mío… -exclamó Édouard-. Ya viene. Sigue empujando.

Le sujetó las piernas mientras ella pujaba. La criatura salió por fin y comenzó a llorar. Édouard la cogió en brazos con cuidado para enseñársela a la madre.

– Mira.,. -Las lágrimas rodaban por el rostro de Victoria, que no acababa de creer lo que había sucedido en cuestión de minutos. Era igual que Édouard-. Es tan guapo…

Era una bendición que en un lugar cercado por la pena y la muerte les visitara un ángel.

– Es lo más hermoso que he visto en mi vida -afirmó Édouard-, con excepción de su madre.Je t'aime, Victoria, más de lo que puedas imaginar.

Depositó al niño junto a ella y fue a buscar toallas. Era lo más extraordinario que había visto nunca. Victoria había dado a luz en menos de una hora.

– Lo has hecho muy bien. -Victoria sonrió

– Lamento haberme asustado tanto… me sorprende que haya ido tan rápido. -El parto había sido más fácil de lo que pensaba-. Gracias a Dios que no hemos tenido gemelos.

– Creo que me habría gustado -dijo Édouard. Encendió un cigarrillo y le ofreció otro a Victoria, que esta vez no lo aceptó porque todavía se sentía débil. El niño ya estaba mamando. Édouard los contempló y pensó que Victoria debía regresar a casa, ése no era lugar para criar a un bebé. Retiró un mechón de su cara mientras yacía en la cama desnuda con su hijo, cubierta tan sólo por una manta del ejército.

– ¿Qué nombre le pondremos al futuro barón? -preguntó Édouard.

– ¿Qué te parece Olivier Édouard? Olivier por mi hermana, y Édouard por ti y mi padre.

– ¿ Comunicarás la noticia a tu marido?

Habían decidido que debían informar a Charles, pues de lo contrario ignoraría la verdad durante años y Olivia permanecería atrapada para siempre en el papel de su hermana. Victoria tenía previsto escribir a Olivia. Estaba segura de que sería un alivio para ella, aunque Charles se pondría furioso. Detestaba dejar que se enfrentara sola a la situación, pero no deseaba regresar a Estados Unidos. A pesar de todo, pensaba en ella con frecuencia y deseaba poder mostrarle a su hijo. Hubiera dado cualquier cosa por poder abrazarla.

Pese a la alegría que le produjo el nacimiento de su hijo, pasó dos días en la cama llorando. Por primera vez en diez meses, añoraba su hogar.

CAPITULO 31

Édouard y Victoria decidieron dejar al niño con la condesa que meses atrás había conocido la joven y que ahora se había convertido en la amante del general. Su casa era segura, estaba alejada del frente y contaba con la protección de los aliados. A pesar de que Édouard hubiera preferido que Victoria y su hijo se refugiaran en Suiza, aceptó esa solución. Victoria se trasladó allí hasta que se recuperó por completo. Varias enfermeras la visitaron, y los soldados enviaron obsequios y tallaron juguetes para Olivier. Didier confeccionó un par de calcetines de punto para el pequeño, al que además regalaron un oso de peluche. Olivier Édouard de Bonneville era un niño feliz, una vida floreciente en medio de un campamento rodeado de muerte y cenizas.

En junio Victoria se reincorporó a su puesto. Ahora ya sólo amamantaba a su hijo por la noche y por la mañana. En ausencia de los padres, era la condesa quien se ocupaba del niño y le alimentaba con leche de cabra cuando Victoria debía pasar la noche fuera. A pesar de la guerra, se las apañaban bastante bien. El general estaba contento con Édouard, que recientemente se había reunido con la Escadrille Américaine, compuesta por siete voluntarios estadounidenses. El día que Édouard les presentó a Victoria, se mostraron encantados de conocer a una compatriota.

En junio los Dawson bautizaron a sus hijas. Olivia había insistido en llamarlas Elizabeth y Victoria, en honor a su madre y su hermana, aunque no había sido fácil explicar a Charles por qué quería que una de las niñas se llamara Victoria. El segundo nombre de Elizabeth era Charlotte, y el de Victoria, Susan.

Geoff estaba contento de tener hermanas, y Bertie se ocupaba de bañarlas. Olivia había intentado amamantarlas pero, como aún se encontraba muy débil, el médico opinó que lo mejor sería alimentarlas con biberón. Así pues, todos podían dar de comer a las gemelas.

Cuando bautizaron a las niñas en la iglesia de Saint Thomas, un día antes de su segundo aniversario de boda, Olivia era la mujer más feliz del mundo, si bien la entristecía pensar que todo lo que tenía lo había tomado prestado de su hermana. Ignoraba cuándo volvería Victoria. Quizá vivieran en una mentira el resto de sus vidas. Sólo esperaba que Victoria no hubiera descubierto que estaba locamente enamorada de Charles, aunque en sus cartas no había nin- gún indicio de que así fuera. Presentía que su hermana se traía algo entre manos, pero no sospechaba de qué podía tratarse.

En junio, durante la batalla de Verdún tras la caída de Fort Vaux, Victoria llevó a Édouard a Anscourt, donde mantuvo una reunión secreta con los aliados a la que asistieron todos los oficiales de alto rango, incluido Churchill en representación de su nuevo batallón. Los ánimos estaban decaídos debido al curso que había tomado la batalla de Verdún. La matanza no parecía tener fin. Victoria aguardó fuera con el resto de los conductores hasta que salió Édouard, quien apenas pronunció palabra durante el viaje de regreso. Estaba absorto en sus pensamientos, por lo que tampoco prestó atención a la carretera. Victoria, que conocía el camino como la palma de su mano, tenía prisa por llegar a casa y amamantar a su hijo, lo que no le permitía concentrarse.