Olivia se echó a reír y esa noche se aferró a él en busca de consuelo.

Durante los dos días siguientes organizó el viaje y el tercero embarcaron en el navío francés Espagne, que al cabo de una semana arribaría a Burdeos. Era el único barco que navegaba hasta Francia, con excepción del Carpathia, que había zarpado la semana anterior y cuatro años antes había rescatado a Geoffrey del Titanic.

Su camarote era exterior y se encontraba en la cubierta B. No era lujoso, pero sí confortable y pasaron la mayor parte del tiempo en él. Olivia no hacía más que pensar en su hermana, y Charles intentaba animarla.

– No es como el Aquitania -comentó una noche-. Fue una travesía terrible.

– ¿Por qué? -preguntó Olivia sorprendida. Charles la miró con extrañeza.

– Tienes muy mala memoria… Te aseguro que nuestro primer año de matrimonio casi acabó conmigo. Si la situación no hubiera cambiado, te habría matado o me habría recluido en un monasterio. Llevaba una vida monástica de todos modos.

Olivia sabía que se refería al celibato que su hermana le había impuesto y se sintió culpable. Tenían tantas cosas que explicarse.

Cuando atracaron en Burdeos, visitaron al cónsul, que les indicó cómo llegar a Chalons-sur- Marne. Partieron en un coche alquilado de aspecto cochambroso con la intención de recoger en Troyes a una representante de la Cruz Roja que les acompañaría el resto del trayecto. Tardarían unas catorce horas en llegar a su destino porque, como se libraban batallas en todo el territorio, tendrían que dar un rodeo. Le habían advertido de los peligros potenciales del viaje y entregado un pequeño botiquín, agua y máscaras antigás. Olivia probó la suya y se preguntó cómo alguien podía respirar con semejante artilugio. No obstante, le aseguraron que estaría agradecida de tenerla si los alemanes les atacaban con gas clorhídrico.

Tras recoger a la mujer de la Cruz Roja en Troyes reanudaron la marcha hacia Chálons-sur- Mame. Era más de medianoche cuando llegaron al campamento. Estaban exhaustos. A pesar de la hora, Olivia insistió en ver a su hermana y, por mucho que lo intentó, Charles no consiguió disuadirla. Tan pronto como bajaron del pequeño Renault preguntó a un camillero dónde se encontraba el hospital y se encaminaron hacia allí. A la puerta de la tienda les atendió una enfermera que les indicó dónde estaba Olivia Henderson.

Tan pronto como entraron se les cortó la respiración por el hedor y las escenas de dolor que presenciaron. Había hombres mutilados y otros que vomitaban un líquido verde a causa del gas que habían inhalado. Pensaron que durante un año Victoria se había enfrentado a tales desgracias sin que ellos lo supieran. Un joven que yacía en el suelo tendió la mano hacia Olivia, que la tomó entre las suyas.

– ¿ De dónde eres? -preguntó con acento australiano. Había perdido una pierna en la batalla de Verdún, pero sobreviviría.

– De Nueva York -susurró ella.

– Yo soy de Sidney.

Sonrió y saludó a Charles, que respondió al saludo con lágrimas en los ojos antes de seguir buscando a su cuñada.

Victoria se encontraba en un camastro al fondo de la tienda. Tenía la cabeza y el cuello vendados. Al principio Olivia no la reconoció, ni siquiera se había dado cuenta de que era una mujer, pero su instinto la llevó hasta ella. Aunque estaba muy débil, Victoria demostró que se alegraba de verles, sobre todo a su hermana, que la abrazó con fuerza. Después de un año de separación tenían muchas cosas que contarse pero no era el momento.

Tomó la mano de Olivia, miró a Charles y comenzó a hablar con un hilo de voz. Tenía una infección en la columna vertebral y los médicos temían que llegara hasta el cerebro y muriera. Era una víctima más de una guerra en que habían perecido millones de personas.

– Gracias por venir -susurró a Charles.

Él le acarició la mano y, almirarla a los ojos, percibió en ellos una expresión dura que le desconcertó. No cabía duda de que la contienda la había endurecido y hecho madurar de golpe.

– Me alegro de haberte encontrado. Geoff te manda recuerdos. Te hemos echado mucho de menos, sobre todo Victoria.

Victoria miró a su hermana, que asintió de forma casi imperceptible, y deseó preguntarle si estaba dispuesta a revelar la verdad a Charles. Esperaba que así fuera porque quería aclarar las cosas y pedirle que se ocupara de su hijo si moría. Sin embargo esa noche no tuvo tiempo de preguntar nada, pues al cabo de un rato una enfermera pidió a los visitantes que se fueran y les condujo a alojamientos separados. El campamento no estaba preparado para parejas casadas. El espacio que Édouard y Victoria habían compartido había sido un lujo, y la habitación se había asignado ya a otro capitán. Édouard había recibido sepultura en las colinas situadas detrás del campamento, como otros muchos hombres. Sólo para Victoria había sido diferente, pero no para los aliados ni los alemanes. La joven no se había recuperado todavía del impacto de su muerte. Sólo pensaba en él y en su hermana cuando recobraba la consciencia. Al menos ahora podría hablar con Olivia.

Al día siguiente Charles y Olivia se encontraron en el comedor después de pasar casi toda la noche en vela. Ella deseaba hablar a solas con su hermana, y Charles accedió a quedarse fuera. Mientras aguardaba, conversó con algu- nos soldados y lamentó que su país no hubiera intervenido en esa guerra. A sus interlocutores les impresionaba que hubiera cruzado el Atlántico para ver a su cuñada. Muchos de ellos la conocían y la tenían en gran estima.

Victoria sonrió cuando vio entrar a su hermana.

– No puedo creer que estés aquí. ¿Cómo me has localizado?

Sabía que le notificarían lo ocurrido, pero no pensaba que la avisarían con tanta celeridad.

– Recibí un telegrama de la sargento Morrison. Tendré que visitarla para agradecérselo.

– La buena de Penny Morrison. Dios mío, cuánto te he echado de menos Ollie… tengo tantas cosas que contarte. -Sonrió. Sospechaba que no le quedaba mucho tiempo de vida. Las enfermeras aseguraban que estaba mejor, pero tenía un dolor de cabeza terrible. Miró a su hermana a los ojos, sorprendida de que hubiera logrado mantener el engaño durante tanto tiempo-. No sé cómo lo has conseguido.

– Siempre he sabido mentir mejor que tú.

Victoria quiso reír, pero le suponía un gran esfuerzo.

– No es algo de lo que debas presumir -repuso-. Siento lo de nuestro padre. Lamento no haber estado allí.

– Él creyó que estabas a su lado. -Olivia sonrió con ternura-. Murió tranquilo.

– La dulce Ollie, siempre dispuesta a ayudar a todos… incluso al pobre Charles, al que yo abandoné.

– Victoria, tengo que explicarte algo. Las cosas no salieron tal como habíamos planeado -explicó con cierta incomodidad. No sabía si su hermana volvería a hablarle, pero tenía que contarle lo ocurrido-. Hace tres meses tuvimos gemelas.

Victoria la miró con asombro.

– ¿Gemelas?

– Sí, idénticas, como nosotras. Son preciosas. Se llaman Elizabeth y Victoria, por ti y nuestra madre.

– Entiendo. Lo que no comprendo es cómo las has tenido -repuso Victoria con una sonrisa maliciosa-. ¿ Significa eso que me has robado el marido?

Olivia no se atrevía a mirarla a los ojos.

– Victoria…por favor…no -balbuceó-. Regresaré a Croton cuando tú vuelvas… sólo te pido que me dejes visitarlas…

– ¡Cállate! -interrumpió Victoria entre risas a pesar del dolor-. Has sido una chica mala, ¿ eh? Lo encuentro muy divertido. Olivia, yo no le quiero, nunca le he querido. Es tuyo. Ésa es la razón por la que no regresé después del verano… no podía. ¿Cuándo cambiaron las cosas entre vosotros?

– Después de saber que habías sobrevivido al hundimiento del Lusitania. -Olivia pensó que su hermana no había cambiado.

– ¿Es ésa tu idea de una buena celebración?

– Eres incorregible -susurró Olivia.

– Tú sí eres incorregible. Te ofrezco una relación casta con un hombre que me odiaba y no quería acostarse conmigo, y tú le seduces. Tú eres la seductora de la familia y mereces estar casada con él…aunque no concibo peor destino que ése. De todos modos, se os ve muy felices. Charles es un hombre con suerte.

– Yo también -musitó Olivia.

Victoria miró a su hermana con cariño.

– ¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó-. Tenemos que decírselo.

– Me odiará -afirmó Olivia.

– No lo creo. Es un hombre bueno. Al principio se enfadará, pero ¿qué hará? ¿Abandonar a la mujer que ama y a sus dos hijas? No seas tonta. Por cierto, tengo que confesarte algo.

– Dime, a ver si me superas -animó Olivia al tiempo que se santiguaba.

– Hace tres meses di a luz a un niño precioso que se llama Olivier -explicó con orgullo-. No sé si adivinarás en honor de quién le puse ese nombre.

Por alguna extraña razón a Olivia no le sorprendió la noticia.

– Conque ésa es la razón por la que no viniste a casa el verano pasado.

Victoria negó con la cabeza.

– No; no es ésa. Simplemente no me apetecía. Ni siquiera sabía entonces que estaba embarazada. Su padre era un hombre muy especial.

Victoria le habló de Édouard, lo que había significado para ella y los planes que habían trazado. Jamás había conocido a nadie como él. Le contó la forma en que había muerto. La vida nunca volvería a ser igual sin él. Al escuchar a su hermana Olivia comprendió que había encontrado al hombre perfecto en medio de una guerra.

– ¿Dónde se encuentra tu hijo ahora?

Victoria le explicó que lo había dejado al cuidado de la condesa, que hacía un par de días había huido a casa de su hermana porque había más francotiradores en la zona.

– Quiero que te ocupes de él. Le incluí en mi pasaporte, más bien en el tuyo, de modo que no tendrás problemas para viajar con él, siempre y cuando a Charles no le moleste.

– A Charles le molestarán muchas cosas después de que hablemos con él, pero tendrá que aprender a superarlas -repuso Olivia. No tenía por qué seguir viviendo con ella, pero no podía impedir que se llevara consigo al hijo de Victoria a Nueva York-. ¿Qué pasará contigo? ¿Cuándo volverás a casa?

No tenía ningún sentido que permaneciera allí, sobre todo tras la muerte de su amado.

– Quizá no vuelva, Ollie -respondió con tono apesadumbrado.

Desde el fallecimiento de Édouard le parecía que ya no tenía hogar. Olivia estaba con Charles, y no se imaginaba viviendo en la casa de Nueva York, y mucho menos en Henderson Manor. Sólo deseaba estar junto a Édouard.

– No digas eso -la reprendió Olivia.

Daba la impresión de que Victoria no quería vivir sin Édouard, ni siquiera por su hijo.

– Dejó a Olivier su castillo y la casa de París. Cuando nació se puso en contacto con su abogado y cambió su testamento. Quería asegurarse de que su mujer no se lo quedara todo. En cualquier caso, la ley francesa protege a Olivier, que además lleva el apellido de Édouard. Cuando vuelvas a casa deberías ocuparte de que tenga su propio pasaporte -explicó Victoria, que estaba preocupada por el futuro de su hijo.

– ¿ Por qué no vuelves a casa con nosotros?

– Ya veremos.

Charles se unió a ellas más tarde, cuando las hermanas ya se habían dicho todo lo que tenían que decirse. Victoria estaba cansada y necesitaba descansar. Charles la observó antes de acompañar a Olivia al exterior y pensó que tenía un aspecto terrible, pero no se lo comentó a su esposa. Tomaron un café en el comedor y, cuando regresaron a la tienda Victoria dormía.

A primera hora de la tarde la visitaron de nuevo. La enfermera les informó de que tenía fiebre y no debían quedarse mucho tiempo, pero no les explicó si había empeorado. Victoria había insistido en ver a Charles, pues quería ser ella quien le explicara la verdad. Cuando la pareja llegó estaba muy pálida, pero tenía una expresión tranquila en el rostro.

– Charles, tenemos algo que decirte -anunció con voz queda, y a Olivia comenzó a latirle deprisa el corazón-. Hace un año hicimos algo terrible, pero no es culpa de mi hermana. Quiero que sepas que yo la obligué, no tuve más remedio.

Charles sintió un escalofrío. Percibía algo muy familiar en esos ojos tan fríos.

– No quiero escucharte -dijo.

Quería huir, pero Victoria le mantuvo clavado con su mirada.

– Tienes que escucharme, no habrá otra ocasión -aseguró. Deseaba aclarar ese asunto de una vez por todas. Por el bien de todos-. No soy quien tú piensas, ni siquiera soy la persona que indica mi pasaporte, Charles.

Le miró de hito en hito, y él comprendió. Contempló a Olivia boquiabierto y después a su esposa, la verdadera, que yacía herida en la cama de un hospital.

– ¿Me estás diciendo… me estás diciendo que…? No se atrevía a pronunciar las palabras.

– Te estoy diciendo algo que ya sabes pero que quizá no quieres oír -afirmó Victoria. Conocía bien a Charles, a pesar del desprecio que había llegado a inspirarle. lntuía que la reconocía como la mujer con quien se había casado-. Tú y yo nos odiábamos, y tú lo sabes. Si me hubiera quedado a tu lado, habría acabado por destrozar nuestras vidas. No pudimos cumplir nuestro acuerdo, pero Olivia te ama y ha sido buena contigo, y tú también la amas.