Victoria tenía razón, y por eso le dolían tanto sus palabras. Si hubiera estado sana, la habría abofeteado. La miró con expresión horrorizada mientras se obligaba a asimilar una realidad en la que no deseaba pensar.

– ¿ Cómo te atreves a decirme ahora esto? ¿ Cómo os atrevéis las dos? -exclamó con tono indignado-. Ya no sois unas niñas para jugar a estas cosas. Tú eras mi esposa y me debes más que esto…Victoria.

La rabia le impedía hablar.

– Te debo más de lo que te di, pero sólo podía darte dolor. Además, tú no querías amarme. Tenías demasiado miedo…estabas demasiado dolido por lo que habías perdido, pero…quizá Olivia supo ofrecerte lo que necesitabas. No la temes como a mí, Charles. Si fueras sincero, reconocerías que la amas.

Por el bien de Olivia, era necesario que Charles comprendiera que tenía razón.

– Os odio a las dos y no permitiré que me digas lo que debería o no debería habér hecho. Tampoco tolero que me digas a quién amo. No me importa si estás enferma o herida, creo que las dos estáis enfermas por jugar con las per- sonas. No seré un juguete para vosotras, ¿me oís? -exclamó con furia mientras contenía las lágrimas y se marchó.

Olivia sollozaba en silencio, y Victoria le apretó la mano con las pocas fuerzas que le quedaban.

– Lo superará, Olivia…créeme. No te odia… En ese instante llegó la enfermera y pidió a Olivia que se fuera. Dio un beso a su hermana en la mejilla y prome- tió visitarla más tarde.

Al salir buscó a Charles pero no consiguió encontrarle. Cuando estaba a punto de desistir le divisó frente a los barracones de los hombres, caminando nervioso de un lado a otro.

– ¡No me hables! -exclamó con tono colérico cuando ella se acercó-. Ni siquiera te conozco. Ninguna persona honrada sería capaz de mantener un engaño durante un año. Es indignante, despreciable. Deberíais estar casadas la una con la otra -masculló temblando de rabia.

– Lo siento…no sé qué más decir…Al principio lo hice por ella… y por ti y por Geoff. No quería que os abandonara. Es la verdad -declaró Olivia entre sollozos. No soportaba la idea de perderle, pero sabía que había llegado el momento de pagar el precio de su mentira.

– No te creo. No quiero saber nada de ti ni de tu hermana.

– Después lo hice por mí misma. Mi padre tenía razón -reconoció la joven, que estaba dispuesta a mostrar todas sus cartas-. Siempre he estado enamorada de ti. Cuando mi padre te pidió que te casaras con Victoria, comprendí que no me quedaba nada en la vida más que cuidar de él. Ésta era la única oportunidad que tenía de estar contigo y ser tuya…Charles, te quiero.

– No digas eso. Te has reído de mí, me has seducido y mentido. No significas nada para mí. Todo lo que hiciste y obtuviste era una mentira. Nunca hemos estado casados, no eres nada para mí -repitió.

El corazón de Olivia se rompió en mil pedazos.

– Nuestras hijas no son mentira -le recordó mientras suplicaba en silencio que la perdonara.

– No, pero gracias a ti son bastardas.

Charles dio media vuelta y entró en el barracón, adonde Olivia no podía seguirle, de modo que regresó junto a su hermana, que dormía. Una enfermera le pidió que no la despertara porque estaba muy cansada y la fiebre había aumentado.

Olivia no volvió a ver a Charles ese día. Desconocía su paradero y se preguntaba si planeaba marcharse sin ella. De ser así tendría que arreglárselas sola porque no se iría sin Victoria y su hijo. Durmió en una silla junto a su her- mana toda la noche e intentó no oír los lamentos de los hombres que allí se encontraban.

Charles apareció junto al lecho de Victoria a la mañana siguiente. Estaba despierta, y Olivia acababa de salir para tomar un café.

– Menudo espectáculo el de ayer.

Aunque se encontraba muy débil, tenía fuerzas suficientes para discutir con él.

Charles sonrió. Algunas cosas no cambiaban nunca. Después de haber reflexionado durante toda la noche entendía por qué Victoria afirmaba que no habrían podido continuar casados.

– La noticia me pilló por sorpresa -admitió.

Victoria le miró con los ojos entristecidos. No le creía.

– Me parece que no, Charles. ¿ Quieres que piense que nunca sospechaste nada? Olivia es cariñosa, dulce, daría su vida por ti, incluso ahora. Tú y yo nos mataríamos si pudiéramos; somos como los franceses y los alemanes. No me digas que nunca barruntaste el engaño. Seguro que lo intuiste en más de una ocasión…pero preferías no saberlo.

– Tal vez tengas razón -reconoció para sorpresa de Victoria-. Quizá no quería saberlo. Era tan fácil y cómodo… y tan agradable. Deseaba que nuestra relación funcionara y tal vez Olivia era la solución.

– Pues procura no destruir lo que has construido con ella. -Victoria no quería que hiciera daño a su hermana.

– Sois increíbles -exclamó Charles con un suspiro. Las gemelas estaban dispuestas a hacer cualquier cosa por ayudarse-. No sé si alguna vez os entenderé. Sois como dos almas de una misma persona, o quizá sea al revés -añadió con una sonrisa.

– Quizá tengas razón. A veces la siento en mi corazón y sé cuándo me necesita.

– Ella dice lo mismo.

De pronto recordó algo que sucedió poco después de la supuesta marcha de Olivia a California.

– ¿No estarías a bordo del Lusitania cuando se hundió?

Victoria asintió.

– Nunca he tenido suerte con los cruceros.

– Olivia soñó varias veces que se ahogaba y enfermó. Tuve que llamar al médico.

– Tardé tres días en enviarle un telegrama. En Queenstown reinaba el caos, no puedes ni imaginar lo que fue -dijo mientras recordaba las escenas del naufragio-. Esto no es nada…Lo peor fue ver a los niños morir…-Cerró los ojos para borrar las imágenes que le asaltaban.

Charles le acarició la mano.

– ¿ Qué puedo hacer por ti? -preguntó.

Había ido en son de paz. La guerra con ella había acabado.

– Tengo un hijo y quiero que Ollie se lo lleve a casa -respondió con los ojos llenos de lágrimas al pensar en Édouard y el bebé, al que no veía desde hacía dos semanas.

– ¿ Cómo sucedió eso? -preguntó Charles sorprendido.

Victoria se rió de su marido.

– De la misma manera que os sucedió a ti y Ollie. Ojalá pudiera ver a vuestras hijas.

– Las verás cuando vayas a casa -dijo Charles, que le perdonaba todo lo que le había hecho. Ya no importaba. Además quería decirle que, si lo deseaba, le concedería el divorcio.

– No, Charles -repuso Victoria negando con la cabeza-, nunca las veré. Lo sé.

– No seas tonta. Hemos venido para llevarte a casa con tu hijo. ¿Qué hay de su padre?

– Murió… Fue entonces cuando me hirieron.

– Procura recuperarte para que podamos divorciarnos -dijo Charles mientras se inclinaba para darle un beso.

Victoria lo miró con una expresión extraña.

– ¿Sabes? Creo que a mi modo… te quise. Lo nuestro nunca hubiera funcionado…pero al principio traté de hacer las cosas bien.

– Yo también, pero me temo que no había superado la muerte de Susan.

– Ve a buscar a tu esposa…o tu cuñada…

– Adiós, cabeza loca… Nos veremos más tarde.

Charles tenía un extraño presentimiento, pero ignoraba de qué se trataba. Mientras buscaba a Olivia, recordó que era su segundo aniversario de boda, pero ¿ con cuál de las dos mujeres debía celebrarlo? Sonrió ante lo absurdo de la situación. No encontró a Olivia ni en el comedor ni en su barracón, de modo que regresó junto a Victoria. Ésta estaba dormida, y Olivia había echado una cabezada a su lado. Estaban cogidas de la mano, como dos niñas.

– ¿ Cómo se encuentra? -preguntó Charles a la enfermera.

Ésta se limitó a encogerse de hombros. La infección avanzaba, aunque era difícil de creer dada la vitalidad que mostraba Victoria. Charles se fue sin despertarlas. A medianoche Olivia llamó a la enfermera. Tenía molestias en el pecho y comprobó que a Victoria le costaba respirar.

– No puede respirar -explicó Olivia.

– Sí puede -aseguró la enfermera-. Está bien.

Todo lo bien que podía estar dadas las circunstancias. Sin embargo Olivia sabía que no era así y le humedeció la frente con un paño. Luego la incorporó un poco, y Victoria despertó y sonrió.

– No te preocupes, Ollie…Édouard me espera.

– ¡No! -exclamó Olivia, espantada por la expresión de su rostro. Su hermana iba a morir y nadie hacía nada-. No puedes abandonarme, maldita sea, no puedes rendirte…

– Estoy cansada, Ollie… Déjame marchar.

– No -dijo mientras sentía que luchaba con el mismísimo diablo.

– De acuerdo… seré buena… duérmete -concedió Victoria.

Olivia la mantuvo en sus brazos hasta que se durmió de nuevo. Más tarde Victoria abrió los ojos, la miró sonriente y, cuando su hermana le dio un beso, le susurró al oído que la quería.

– Yo también te quiero.

Olivia apoyó la cabeza sobre la almohada y soñó que eran niñas. Jugaban en un prado de Croton junto a la tumba de su madre, y su padre las miraba riendo. Todos parecían muy felices.

Cuando despertó a la mañana siguiente, su hermana ya se había ido, con una leve sonrisa en los labios. Olivia había intentado retenerla, pero Victoria había decidido ir a jugar con los otros.

CAPITULO 33

Victoria murió el 21 de junio de 1916, y Olivia perdió la mitad de su alma y de su ser. No soportaba la idea de seguir viviendo sin ella. A pesar de haber estado separadas un año entero, siempre había sabido que algún día se reu- nirían, pero ahora jamás volvería a verla. La vida se había acabado para Olivia; había perdido a Charles, tendría que renunciar a sus hijas y su hermana había muerto. Era inconcebible un destino peor que ése. Pensaba que la existencia sin Victoria carecía de sentido, hasta que recordó su promesa de cuidar de su hijo.

Olivia entró en las oficinas y preguntó si alguien estaría dispuesto a llevarla al castillo. Explicó sus intenciones y un joven francés se ofreció a acompañarla. Conocía a Édouard y Olivia, como llamaban a Victoria en el campamento, pero no sabía que hubiera fallecido. Olivia pensó en avisar a Charles, pero no debía hablar con él. Ya no tenía ningún derecho. Él había afirmado que ya no le importaba.

Estaba a punto de partir hacia el castillo cuando Charles entró en el hospital para ver a Victoria. Al llegar a su cama la encontró vacía, pero no sintió pena por ella, pues sabía que no deseaba vivir más. Sin embargo necesitaba loca- lizar a Olivia. Debía consolarla. A pesar de estar enfadado con ella por haberle engañado, tenía que brindarle su apoyo.

– ¿Ha visto a mi mujer? -preguntó a la enfermera. Ésta explicó que se había marchado después de fallecer su hermana. Debían de ser las siete de la mañana. Charles la buscó en el comedor, pero no la halló. En ese instante Olivia se encontraba de camino hacia Toul después de haber preguntado por el paradero de la condesa en el castillo. Marcel, el joven que la había conducido hasta allí, se había ofrecido a llevarla.

Olivia casi no habló durante el viaje. El joven, que apenas contaba dieciocho años, la miró de soslayo un par de veces y vio que lloraba en silencio. Le ofreció un cigarrillo, pero ella lo rechazó con un movimiento de cabeza. No obstante su gesto sirvió para romper el hielo y hablaron de la guerra hasta que llegaron a Toul. Una vez allí, la condesa le dio el pésame y la llevó junto al niño. Era un hermoso bebé rubio y sonrosado, que gorjeó complacido cuando lo cogió en sus brazos.

A la condesa le entristecía separarse del chiquillo, pero le alegraba saber que estaría a salvo en Nueva York con su tía. Advirtió a Marcel que debía tener cuidado, pues había varios francotiradores apostados en las colinas. Olivia acomodó en su regazo al niño, que durmió durante la mayor parte del trayecto. A medio camino, Marcel divisó un movimiento extraño a su izquierda, desvió el coche y logró esquivar las balas.

– Merde!-exclamó-. ¡Agáchese!

Olivia se acurrucó en el suelo con el niño en sus brazos. Los francotiradores dispararon de nuevo, y Marcel se vio obligado a tomar un sendero que conducía a una vieja granja abandonada. Escondieron el vehículo en el establo y se ocultaron en el granero, donde permanecieron todo el día. Estaban rodeados de alemanes y no disponían de agua ni de comida.

– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Olivia con inquietud.

El niño lloraba, y ella no era tan valiente como su hermana. Cuando decidió viajar a Francia no pensó en que podría encontrarse en semejante atolladero.

– Intentaremos salir cuando anochezca -respondió Marcel con expresión preocupada.

No podían hacer nada más. Sin embargo al caer la noche oyeron de nuevo el sonido de las balas. Olivia rezó para que los alemanes no atacaran con gases, pues no portaba su máscara.

– Tenemos que dar de comer al niño -dijo.