Henderson los acompañó al coche, y Olivia les contempló desde la ventana. A pesar de su agitación, Victoria se percató de ello.

– ¿Qué te pasa? -Había interceptado la mirada de Olivia.

– ¿Por qué lo preguntas? -inquirió a su vez su hermana mientras se dirigía a la biblioteca para comprobar si había retirado la bandeja.

– Estás muy seria, Ollie -observó Victoria. Se conocían demasiado bien, lo que en algunas ocasiones resultaba pe- ligroso y, en otras, simplemente irritante.

– Su esposa murió en el Titanic el año pasado y según nuestro padre tiene un hijo pequeño.

– Siento lo de su mujer -dijo Victoria sin que su voz delatara compasión alguna-, pero ¿ no te parece un hombre muy aburrido? -preguntó mientras pensaba en todos los placeres que le esperaban en Nueva York, como reuniones políticas y mítines de sufragistas, actividades que no interesaban en absoluto a su hermana-. Lo encuentro muy seno.

Olivia asintió en silencio y entró en la biblioteca para escabullirse del interrogatorio de su hermana. Cuando salió, satisfecha de que hubieran retirado la bandeja, Victoria ya había subido a cambiarse para la cena. Olivia había preparado el vestido esa misma tarde, ambas llevarían un traje de seda blanco con un broche de aguamarina.

Olivia fue a la cocina en busca de Bertie.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó la mujer con preocupación.

A pesar del calor, Olivia había paseado durante largo rato y ahora estaba muy pálida.

– Estoy bien. Mi padre acaba de comunicarnos que a principios de septiembre iremos a Nueva York. Estar mos un par de meses, pues tiene que ocuparse de varios asuntos. -Ambas sabían lo que significaba eso: toneladas de trabajo-. He pensado que podríamos empezar a organizarlo todo mañana a primera hora.

Había mucho en lo que pensar, muchas cosas que preparar, algo que su padre ignoraba por completo.

– Eres una buena chica -dijo Bertie mientras le acariciaba la mejilla y escrutaba sus ojos azules para adivinar qué le había disgustado. En esos momentos Olivia experimentaba una sensación extraña en su interior que la confundía y ponía nerviosa-. Haces tanto por tu padre -la alabó Bertie. Conocía bien y quería a las gemelas, con sus virtudes y defectos. Por muy diferentes que fueran, ambas eran buenas chicas.

– Hasta mañana, entonces.

Olivia subió para cambiarse, pero decidió ir por la escalera trasera con el fin de tener tiempo de pensar y evitar que Victoria leyera su mente como si se tratara de un libro abierto.

Intentó pensar en otras cosas, pero cuando entró en el dormitorio que compartía con su hermana descubrió que no podía apartar de su mente al abogado. Con la mano en el pomo de la puerta, cerró los ojos unos instantes y se obligó a distraerse con asuntos más mundanos, como las sábanas nuevas que tendría que encargar o las fundas de almohada para su padre.

CAPITULO 2

La tarde del primer miércoles de septiembre, Olivia y Victoria partieron hacia Nueva York en el Cadillac Tourer, que conducía el chófer de su padre, Donovan. Les seguía Petrie al volante del Ford con la señora Peabody. Los co- ches iban cargados de provisiones. El día anterior habían salido dos vehículos más con los baúles de ropa y los enseres que Olivia y Bertie consideraban imprescindibles para la casa. Victoria, por su parte, sólo se había preocupado de empaquetar dos arcas de libros y un maletín lleno de periódicos que quería leer, mientras que de la ropa dejó que se ocupara Olivia. Jamás le había preocupado lo que lleva- ha, siempre se fiaba del gusto de su hermana, que devoraba todas las revistas de moda de París, mientras que ella prefería las publicaciones políticas y clandestinas del partido de las mujeres.

A Olivia le inquietaba el estado en que encontraría la casa de la Quinta Avenida que llevaba dos años deshabita- da. Mucho tiempo atrás había sido un lugar acogedor. Allí era donde había fallecido su madre, y el lugar guardaba re- cuerdos muy dolorosos para su padre. Por otro lado, también había acogido el nacimiento de las gemelas, y en ella Edward Henderson y su joven esposa habían compartido momentos muy felices.

Cuando llegaron, Olivia dejó que Donovan, llave inglesa en ristre, se ocupara de los cuartos de baño y ajustara y aflojara todo cuanto fuera necesario. Mientras tanto, pidió a Petrie que la llevara al mercado de flores de la Sexta A venida con la calle Veintiocho y regresó dos horas más tarde con el coche repleto de ásters y azucenas. Deseaba llenar la casa con las flores predilectas de su padre, que llegaría dos días más tarde.

A continuación necesitaron todo un ejército de sirvientes para retirar las fundas de los muebles, airear las habita- ciones y sacudir los colchones y las alfombras. La tarde del día siguiente, cuando Olivia y Bertie se reunieron en la cocina para tomar el té, estaban satisfechas del trabajo realizado. Habían encendido los candelabros, cambiado la disposición de los muebles y retirado las pesadas cortinas para que entrara más luz.

– Tu padre estará muy contento -comentó Bertie mientras le servía una segunda taza.

En esos momentos Olivia pensaba en las entradas que debía comprar para el teatro. Habían estrenado varias obras nuevas y su hermana y ella estaban decididas a asistir a todas antes de regresar a Croton-on-Hudson. Fue entonces cuando se preguntó dónde estaría Victoria, a la que había visto por última vez a primera hora de la mañana, cuando se disponía a ir a la biblioteca Low de Columbia y al museo Metropolitan. Le había aconsejado que la acompañara Petrie, pero su hermana había insistido en coger un tranvía, pues prefería la aventura. Se había olvidado de ella por completo hasta este instante y sintió cierta inquietud.

– ¿ Crees que a mi padre le importará que hayamos cambiado la disposición de los muebles? -preguntó con aire distraído, con la esperanza de que Bertie no se percatara de su creciente nerviosismo.

La preocupación hizo que olvidara el dolor de espalda que le había provocado el intenso trabajo de los dos últimos días. Las hermanas tenían un sexto sentido y presentían cuándo la otra se encontraba en un apuro. Era una especie de dispositivo de alarma que advertía del peligro, pero Olivia no estaba segura del mensaje esta vez.

– Tu padre estará encantado -aseguró Bertie sin advertir su inquietud-. Debes de estar agotada.

– La verdad es que sí -admitió Olivia, que se dirigió de inmediato a su dormitorio para pensar con tranquilidad.

Ya eran las cuatro de la tarde, y Victoria había salido poco después de las nueve de la mañana. Se recriminó no haber insistido en que la acompañara alguien, esto no era Croton-on-Hudson, su hermana era una joven atractiva, que carecía de experiencia en la gran ciudad. ¿ y si la habían agredido o secuestrado? Mientras caminaba de un lado a otro de la habitación, oyó el timbre del teléfono y supo de inmediato que era ella. Corrió hacia el único aparato que había en la casa, en la planta superior, y descolgó el auricular.

– ¿Diga?

Estaba segura de que sería Victoria, por lo que sufrió una gran decepción al oír una voz masculina al otro lado de la línea. Sin duda se había equivocado de número.

– ¿ Es ésta la residencia de los Henderson? -preguntó el hombre, que tenía acento irlandés.

Olivia frunció el entrecejo. No conocían a nadie en Nueva York.

– Sí. ¿ Quién llama? -inquirió con voz temblorosa.,…

– ¿Es usted la señorita Henderson? Olivia asintió.

– Sí, soy yo. ¿Con quién hablo? -insistió.

– Soy el sargento O'Shaunessy, de la comisaría del distrito quinto.

Olivia contuvo el aliento y cerró los ojos, segura de lo que el sargento le diría a continuación.

– ¿Está… bien…? -susurró.

¿ y si estaba herida? ¿ y si le había propinado una coz un caballo? ¿ y si la había apuñalado un delincuente o la había atropellado un coche de caballos… o un automóvil?

– Está en perfecto estado -respondió el sargento con cierta exasperación-. Se encuentra aquí, con…un grupo de jóvenes. El teniente dedujo que…por su aspecto no era de… esta zona. Las otras mujeres pasarán aquí la noche. Le seré franco, señorita Henderson; las han detenido por manifestarse sin autorización. Si pasa a recoger a su hermana de inmediato, podrá llevársela a casa sin más y nadie se enterará de lo sucedido. Le sugiero que no venga sola. ¿Puede acompañarla alguien?

Olivia no quería que Donovan o Petrie supieran que Victoria había sido detenida.

– ¿Qué ha hecho? -preguntó, agradecida de que no la arrestaran.

– Manifestarse, como el resto. Pero su hermana es muy joven e ingenua, dice que llegó a Nueva York ayer. Le re- comiendo que regresen a donde han venido de inmediato, antes de que vuelva a meterse en más líos con esta maldita asociación de mujeres sufragistas. Debo decirle que no nos ha facilitado el trabajo. De hecho no deseaba que la llamáramos; quería que la arrestáramos -comentó divertido, y Olivia cerró los ojos horrorizada.

– No le hagan caso, por favor. Iré enseguida.

– Venga con alguien -repitió el policía.

– No la arresten, por favor -suplicó Olivia de nuevo.

Sin embargo el sargento no tenía intención de arrestar a Victoria y provocar un escándalo. Por su ropa y sus zapa- tos era fácil adivinar que no era como las demás, y el hombre no estaba dispuesto a que le destituyeran por arrestar a la hija de un aristócrata; cuanto antes la perdiera de vista, mejor.

Olivia no tenía ni idea de por dónde empezar ni con quién hablar. A diferencia de su hermana, no sabía conducir, y no quería avisar a los sirvientes. Tendría que coger un taxi, pues el tranvía tardaría demasiado. No tenía con quién ir, ni siquiera Petrie. No podía creerlo: Victoria quería que la arrestaran. Estaba loca. Se prometió que, cuando la rescatara de la comisaría, la reprendería con severidad, pero primero tenía que llegar hasta allí, y lo cierto era que tampoco sabía cómo hacerlo. El sargento tenía razón cuando le aconsejó que fuera acompañada. Por mucho que detestara la idea, no tenía más remedio que hacer una llamada. Se sentó en el pequeño cubículo del teléfono, levantó el auricular y dio a la operadora el número que tan bien conocía. Era lo último que deseaba hacer, pero no había nadie más a quien llamar, ni siquiera a John Watson, porque explicaría lo sucedido a su padre.

La recepcionista la atendió enseguida y le pidió que esperara. Se mostró muy amable cuando Olivia mencionó su nombre. Ya eran las cuatro y media, y la joven temía que se hubiera marchado temprano de la oficina. Por fortuna no era así, y un momento después oyó la voz profunda de Charles Dawson al otro lado de la línea.

– ¿Señorita Henderson? -dijo con evidente sorpresa.

– Siento molestarle -se disculpó Olivia.

– No se preocupe. -Dawson adivinó por su voz que algo había ocurrido y esperó que no se tratara de su padre-. ¿ Sucede algo? -preguntó con dulzura.

Olivia se esforzó por contener las lágrimas e intentó no pensar en la vergüenza de su padre si arrestaban a Victoria. También le asustaba saber que su hermana estaba detenida en una comisaría.

– Me temo…que necesito su ayuda, señor Dawson, y… su total discreción.-Charles era incapaz de imaginar qué había sucedido-. Mi hermana…¿podría usted venir a casa?

– ¿Ahora? -Dawson había salido de una reunión para atender su llamada y no comprendía qué podía requerir su inmediata atención-. ¿ Es urgente?

– Muy urgente -respondió desesperada.

Dawson consultó el reloj.

– ¿Quiere que vaya ahora?

Olivia asintió con los ojos bañados en lágrimas, incapaz de responder.

– Lo siento muchísimo…-balbuceó-:-. Necesito ayuda…Victoria ha cometido una tontería…

Dawson pensó que tal vez se había escapado de casa. No podía estar herida, porque de ser así habrían llamado a un médico, no a un abogado. Era imposible adivinar lo ocurrido. Tomó un taxi y en quince minutos se presentó en el hogar de los Henderson. Petrie le abrió la puerta y le condujo al salón, donde Olivia le esperaba impaciente. Por fortuna Bertie estaba ocupada y no le oyó. Al verle entrar la joven se fijó de nuevo en sus ojos, que tanto la habían cautivado la primera vez.

– Gracias por venir tan deprisa. Debemos marcharnos de inmediato.

– ¿Qué sucede? ¿Dónde está su hermana, señorita Henderson? ¿ Se ha escapado?

Olivia le miró avergonzada. Era una joven muy responsable y ésta era la peor travesura de Victoria, no deseaba que llegara a oídos de nadie. En esta ocasión no le serviría de nada hacerse pasar por su hermana, se sentía totalmente Impotente.

– Está detenida en la comisaría del distrito quinto -respondió compungida-. Acaban de comunicármelo. Si la re- cogemos de inmediato, no la arrestarán.

A menos, claro, que Victoria les hubiera convencido de que lo hicieran.