– Pensaba que te gustaba estar en Nueva York. Siempre te has quejado de lo aburrido que es Croton-on-Hudson.

– Es cierto, me encanta estar aquí, pero no sólo por la vida social; quiero que alguna vez me ocurra algo importante, hacer algo por el mundo, llegar a ser alguien por méritos propios, no por ser la hija de Edward Henderson.

– Parece un propósito muy noble -comentó Olivia con una sonrisa.

Victoria acariciaba grandes ambiciones, pero aún era una chiquilla, una niña mimada. Lo quería todo: la gente y las fiestas de Nueva York, pero también luchar en todas las batallas, enmendar todas las injusticias y hacer algo por el mundo. En realidad no sabía lo que buscaba, pero a veces Olivia presentía que haría mucho más en esta vida que quedarse en Croton.

– ¿Qué tal si fueras la esposa de alguien?.

– No lo deseo en absoluto. No quiero pertenecer a nadie.

Cuando dicen «ésta es mi mujer», es como si dijeran éste es mi sombrero, mi abrigo o mi perro; me niego a ser como un objeto. No quiero ser de nadie.

– Pasas demasiado tiempo con esas estúpidas sufragistas -gruñó Olivia.

Con excepción del voto para la mujer, no estaba de acuerdo con nada de lo que reivindicaban. Sus ideas sobre la libertad y la independencia iban en contra de los valores que siempre había considerado más importantes, como la familia y los hijos, o el respeto al padre y al marido, y dudaba de que Victoria creyera en ello a pie juntillas. A su hermana le gustaba fumar, robar el coche de la familia, ir sola a todas partes e incluso que la arrestaran por defender un ideal, pero quería a su padre con locura, y Olivia estaba segura de que si algún día encontraba a su príncipe azul, se enamoraría como cualquier otra mujer, incluso más. ¿Cómo podía decir que no quería «pertenecer» a nadie, ser la esposa de un hombre?

– Hablo en serio. Hace mucho tiempo que tomé la decisión de no casarme.

Olivia sonrió, convencida de que mentía.

– ¿ Qué quieres decir con «hace mucho tiempo»? ¿Significa eso que te quedarás en casa para cuidar de nuestro padre?

Era ridículo. Cabía la posibilidad de que Olivia se quedara en casa para ocuparse de él, pero Victoria no; ambas sabían que no era su estilo, o al menos ella lo sabía, y se preguntó si su hermana había pensado en ello alguna vez. ¿Creía de verdad que sería feliz con él en Croton? No parecía muy probable.

– Yo no he dicho eso. Dentro de unos años tal vez me vaya a vivir a Europa. Creo que me gustaría instalarme en Inglaterra, por ejemplo.

Inglaterra era el país en el que el movimiento de liberación de las mujeres estaba más desarrollado, aunque su acogida no había sido mejor que en Nueva York u otras ciudades de Estados Unidos. En los últimos meses habían arrestado y encarcelado a media docena de sufragistas por lo menos.

A Olivia le sorprendían sus palabras, sobre todo su idea de vivir en Europa y no casarse nunca. Una vez más pensó en cuán distintas eran. A pesar de lo mucho que tenían en común y de su parecido físico, existían enormes diferencias entre ambas.

– Quizá deberías casarte con Charles Dawson -comentó Victoria en broma mientras se vestían-. Ya que lo encuentras tan dulce, quizá te gustaría unirte a él -añadió mientras subía la cremallera del vestido de Olivia y luego se giraba para que ésta hiciera lo mismo con el suyo.

La cremallera era un nuevo invento que se había puesto de moda ese año; era muy fácil de cerrar y más práctica que las hileras de diminutos botones.

– No seas tonta. Sólo lo he visto dos veces -protestó Olivia.

– Pero te gusta, no mientas, lo noto.

– De acuerdo, me gusta. ¿ y qué? Es inteligente, buen conversador y muy útil cuando mi hermana acaba con sus huesos en la cárcel. Si te empeñas en estar entre rejas, al final tendré que casarme con él o bien estudiar la carrera de derecho.

– Eso estaría mejor -repuso Victoria.

Aunque ya habían hecho las paces y Olivia casi había olvidado el incidente de esa tarde, obligó a su hermana a jurar que no se acercaría a una manifestación durante el resto de su estancia en Nueva York. N o quería pasar todo el tiempo sacándola de líos. Victoria se lo prometió a regañadientes mientras encendía un cigarrillo en el cuarto de baño, a pesar de las protestas de su gemela, que afirmaba que era un hábito impropio de una mujer.

– ¡Si Bertie supiera que fumas, te mataría! -exclamó Olivia al tiempo que la apuntaba con el cepillo.

Una vez vestidas, salieron de la habitación para dirigirse al comedor.

– Por cierto, me gustan mucho los trajes que escoges. Quizá viva siempre contigo y me olvide de Europa -comentó Victoria mientras bajaban por la escalera.

– La verdad es que no me importaría.-Olivia experimentó una tristeza repentina ante la posibilidad de que se separaran algún día. Nunca pensaba en el matrimonio porque no concebía la idea de abandonar a su padre ya su hermana-. Me resulta imposible imaginar que nos separemos alguna vez.

– Eso no ocurrirá nunca, Ollie, todo es palabrería. No podría estar lejos de ti. -Notaba que la había disgustado con sus comentarios sobre Europa-. Me quedaré en casa contigo y dejaré que me arresten cuando necesite un respiro.

– ¡Atrévete!

Entraron en el comedor, donde Bertie las esperaba vestida con un traje de seda negro que le favorecía mucho y que Olivia había copiado de una revista de París. Se lo ponía siempre que tenía el honor de cenar con la familia.

– ¿Dónde has estado toda la tarde, Victoria? -preguntó mientras se sentaban. Las chicas desviaron la mirada.

– En el museo. Hay una exposición maravillosa de Turner cedida por la National Gallery de Londres.

– ¿Ah, sí? -Bertie aparentó sorpresa y fingió creerla-. Pues tendré que ir.

– Te encantará -aseguró Victoria sonriente.

Olivia estaba distraída, preguntándose cómo sería la casa cuando sus padres vivían allí y quién se parecía más a su madre, ella o su hermana. Era una cuestión que se planteaba a menudo, pero no podía consultar a su padre, pues le resultaba muy doloroso hablar de ella a pesar de los muchos años transcurridos.

– Qué alegría que vuestro padre llegue mañana -comentó Bertie al final de la cena mientras les servían el café.

– Sí -dijo Olivia al tiempo que pensaba en las flores que pondría en su dormitorio.

Victoria se preguntaba si su hermana realmente la mataría si participaba en otra manifestación. Cuando se dirigían a la comisaría, había oído que se estaba organizando otra y prometió asistir. En ese momento Olivia la miró y negó con la cabeza; había adivinado sus intenciones. Era algo que les sucedía en ocasiones, no sabían cómo, pero era como si adivinaran los pensamientos de la otra antes de que fueran expresados.

– Ni te atrevas -le susurró mientras salían del comedor.

– No sé de qué me hablas -repuso Victoria.

– La próxima vez dejaré que te las apañes sola, y tendrás que rendir cuentas a nuestro padre.

– Lo dudo.

Victoria se echó a reír. Casi nada le daba miedo, ni siquiera le había impresionado la celda de esa tarde; de hecho, le había parecido una experiencia interesante.

– Eres incorregible -la reprendió Olivia antes de dar a Bertie un beso de buenas noches y subir al dormitorio.

Mientras Olivia leía revistas de moda, Victoria devoraba un panfleto sobre las huelgas de hambre en prisión escrito por Emmeline Pankhurst, que en su opinión era la sufragista más importante de Inglaterra. Como Bertie ya se había acostado, encendió un cigarrillo e instó a su hermana a dar una calada, pero ésta se negó.

Olivia dejó de leer y se sentó junto a la ventana. Había intentado distraer su mente, pero sus pensamientos volvieron a Charles Dawson.

– No lo hagas -dijo Victoria, que estaba tendida en la cama.

– ¿ Qué no debo hacer?

– Pensar en él -respondió Victoria, y exhaló una nube de humo en dirección a la ventana.

– ¿Qué quieres decir? -Era increíble que pudiera leer sus pensamientos.

– Sabes muy bien de qué te estoy hablando: Charles Dawson. Después de estar con él tenías esa misma mirada en los ojos. Es demasiado aburrido para ti, hay miles de hombres ahí fuera, lo sé.

– ¿ Cómo has adivinado en qué estaba pensando?

– Al igual que tú, a veces oigo tu voz en mi cabeza como si fuera la mía, mientras que en otras ocasiones me basta con mirarte para saber qué te preocupa.

– Eso me asusta. Estamos tan unidas que nunca sé dónde empiezas tú o dónde acabo yo. ¿ Crees que somos la misma persona?

– A veces. -Victoria sonrió-. Pero no siempre. Me gusta saber lo que piensas…y sorprender a la gente. Disfrutaba mucho cuando, de pequeñas, nos hacíamos pasar la una por la otra. Deberíamos volver a hacerlo, lo echo de menos. Podríamos intentarlo aquí; nadie notaría nada y sería muy divertido.

– Es diferente ahora que somos mayores; es como un engaño.

– No seas tan moralista, Olivia. No hay nada malo en ello, y seguro que todos los gemelos lo hacen -incitó Victoria, que siempre había sido mucho más atrevida que su hermana. No obstante, sabía que no lo harían, ya eran mayores y Olivia lo consideraba un juego infantil-. Si no tienes cuidado, te convertirás en una vieja aburrida.

Olivia lanzó una carcajada.

– Quizá para entonces hayas aprendido a comportarte como Dios manda.

– No cuentes con ello hermanita; creo que jamás aprenderé a comportarme.

– Estoy de acuerdo -susurró Olivia.

CAPITULO 3

Edward Henderson llegó de Croton-on-Hudson a última hora de la tarde del viernes, como estaba previsto. La casa estaba en perfecto estado: la habían aireado y limpiado, y los muebles relucían. Olivia había arreglado su dormitorio como a él le gustaba y distribuido flores aromáticas en todas las estancias. Incluso habían arreglado el jardín, aunque comparado con el de Croton, no era más que una pequeña parcela de césped. Henderson estaba muy satisfecho con el trabajo realizado y alabó tanto a sus hijas como a Bertie. Siempre incluía a Victoria en sus elogios, aunque sabía que era Olivia quien se encargaba de las tareas domésticas.

Feliz de ver a las gemelas de nuevo, dio un beso a Victoria y agradeció a Olivia sus esfuerzos. De pronto ambas comenzaron a reír, y Henderson comprendió lo que había sucedido.

– Voy a pedir a Bertie que os coloque otra vez lazos de colores. De todos modos supongo que os los cambiaréis como hacíais de pequeñas.

– Ya nunca nos hacemos pasar la una por la otra.

– Sí, pero ¿ quién intentó convencerme anoche de que volviéramos a las andadas?

– Olivia se negó. Ya no es divertida -protestó Victoria.

– No hace falta. Ya nos confundís a todos y hacéis la vida imposible.

Henderson pensó en la sensación que habían causado dos años atrás, cuando las presentó en sociedad. Esperaba que esta vez fuera diferente.

Por la noche Olivia se encargó de que sirvieran los platos favoritos de su padre: carne con espárragos y arroz, además de unas almejas recién llegadas esa misma mañana de Long Island. También había verduras del huerto de Croton y un pastel de chocolate que Edward afirmó que acabaría con él. Mientras tomaban café, el hombre les habló de las actividades que había planeado. Deseaba ir al teatro, presentarles a algunas personas y visitar dos restaurantes nuevos. También anunció que quería celebrar una fiesta. Hacía años que no organizaba una en Nueva York. Podía ser una experiencia interesante, en especial ahora que todos habían regresado a la ciudad después de las vacaciones en Nueva Inglaterra y Long Island.

– De hecho ya nos han invitado a un baile en casa de los Astor, y los Whitney ofrecerán una gran fiesta dentro de dos semanas, por lo que temo que tendréis que hacer algunas compras.

Las dos hermanas estaban entusiasmadas. A Olivia 1e hacía especial ilusión la celebración en casa. Invitarían a unas cincuenta personas, número suficiente para que fuera un evento animado pero lo bastante reducido para poder hablar con todas. Henderson prometió entregarle la lista de invitados al día siguiente.


A la mañana siguiente Olivia se sentó al escritorio para escribir las invitaciones. La fiesta se celebraría al cabo de quince días, la misma semana que el baile de los Astor. Advirtió con satisfacción que a muchos de los invitados les había conocido dos años antes, aunque no recordaba todas las caras, pero estaba segura de que sería divertido verles de nuevo. Le agradaba preparar cenas y fiestas para su padre.

Tenía varios menús en mente y ya había revisado la mantelería.

Permaneció atareada la mayor parte de la mañana mientras Victoria y su padre visitaban la parte alta de la ciudad. Pasearon por la Quinta Avenida, y Edward saludó a varios conocidos que presentó a su hija. Cuando regresaron a casa, Olivia ya había organizado toda la fiesta.