– Sólo los estamos posponiendo un tiempo. Shea, por favor. No me pongas esto más difícil.
– ¿Ponértelo más difícil? -Shea alzó la voz-. ¡Dios mío, Alex! Eres un arrogante y despreciable bastardo y te odio. ¡Te odio!
El se movió hacia ella, pero ella dio un paso atrás.
– ¡No! ¡No me toques! Te odio de verdad, Alex, y no quiero volver a verte nunca.
Él intentó alcanzarla de nuevo, pero ella le dio un empujón y, tropezando con torpeza en una hondonada, Alex cayó de espaldas contra la suave arena.
Shea se dio la vuelta. Salió corriendo por la playa y trepó la duna cubierta de hierba. Estaba al borde de la carretera cuando Alex llegó a la base. Por suerte, pasó un taxi en ese momento y Shea lo paró agitando los brazos con frenesí, de forma que cuando Alex cruzó la carretera, ella ya estaba sentada en la parte trasera. Le observó quedarse de pie con impotencia bajo la luz de la luna mientras el taxi arrancaba.
Durante cinco días, se negó a verlo y no contestó a sus llamadas. Al final, cuando Alex estaba a punto de partir al día siguiente, fue Jamie el que la convenció para que hablara con él.
– ¿Sigues pensando que deberíamos esperar unos años, Alex? -le preguntó sin rodeos.
– Shea, no quiero que nos separemos así… -empezó Alex.
– ¿Sigues queriendo ir a Estados Unidos tú solo? -repitió Shea.
– Sí, Shea, eso quiero. Tú eres joven y…
– Entonces no hay nada más que decir, ¿verdad? -le atajó ella-. Adiós, Alex. Que lo pases muy bien.
Shea suspiró y se recostó contra las almohadas. En retrospectiva, desde la seguridad de once años después, podía reconocer que parte de su dolor se lo había infligido ella misma.
Con la arrogancia, egoísmo e ingenuidad de la juventud, ella simplemente lo había adorado y le había erigido en una especie de dios. Entonces, cuando había descubierto que el dios tenía los pies de barro, que había caído del pedestal en que ella le había colocado con su ceguera, ella casi se había derrumbado junto a él.
Shea arrellanó los almohadones inquieta y cerró los ojos, deseando que llegara el olvido del sueño. Alex sólo estaba de vuelta en su vida desde hacía unas pocas horas y ella ya le estaba disculpando.
La cara de Alex seguía deslizándose con facilidad en su mente.
Una parte de ella reconocía que sería fácil caer bajo su hechizo de nuevo. Había pensado que lo había perdido todo la última vez, pero ahora tenía mucho más que perder.
Niall. El corazón se le contrajo de dolor. Si Alex descubriera que tenía un hijo, ¿intentaría apartar a Niall de ella? No. Alex no haría eso. ¿O sí?
¿Y cómo podía estar segura después de tanto tiempo? Once años atrás, hubiera dicho que no, pero no sabía nada de la vida de Alex Finlay como para poder asegurarlo ahora.
Incluso si él quisiera participar en la vida de Niall, ¿podría ella en justicia negárselo? Podía y lo haría. La biología no era el único factor de ser padre. En todos los demás aspectos, había sido Jamie el padre de Niall y Alex no tenía derechos…
Shea se sentó de nuevo, completamente despierta ahora. ¿No tenía derechos? ¿Le había dado ella a Alex la oportunidad de tener ningún derecho? Pero con sus actos, él mismo se los había negado.
Durante el resto de la noche, Shea se removió agitada y sintió un gran alivio cuando apagó el despertador digital y saltó de la cama revuelta. Con un temblor decidió que el estado de la ropa de cama daba la impresión de que su sueño erótico había sido real por completo.
¡Bueno, pues no lo era!, se dijo a sí misma con enfado, recogiendo la ropa para dirigirse a la ducha.
Se frotó con gran vigor con la toalla y se puso un traje de color rosa coral de falda recta y americana a juego.
El maquillaje disimularía las ojeras profundas bajo los ojos, pero tendría que suprimir aquellos continuos e innecesarios recuerdos nostálgicos de Alex.
Por supuesto, reflexionó más tarde al entrar en su oficina, no había ayudado nada el que Niall se hubiera pasado todo el desayuno soltando alabanzas de Alex con los ojos brillantes por el sueño interrumpido. Casi todas sus frases parecían empezar con Alex y Shea se sintió más que aliviada de poder dejar que su hijo terminara el desayuno con su abuela.
Sue Gavin, su vecina, llevaría esa mañana a Niall y a su hijo Pete al colegio, así que Shea podía aprovechar la oportunidad para llegar pronto al trabajo y adelantar algo de papeleo. Sus papeles parecían haberse multiplicado por tres al prepararse para ampliar su negocio.
Con decisión, apartó a Alex de su cabeza y para cuando Debbie, su joven asistente, llegó, Shea pudo felicitarse a sí misma de haberse quitado de encima una razonable cantidad de trabajo.
– Hace un día precioso, Shea.
Debbie entró como a bocanada de aire fresco y le puso una taza de café humeante en el escritorio.
– Hum. Delicioso. Recuérdame que te dé un aumento -dijo con ligereza.
Debbie soltó una carcajada.
– Eso sólo lo dices cuando no hay testigos.
– No, lo digo en serio, Debbie. Y esta misma semana. De verdad aprecio el trabajo tan estupendo que has estado haciendo y el poder dejar tranquila la tienda en tus manos cuando tengo que irme.
Debbie se sonrojó de placer.
– Bueno, gracias, Shea.
– Y ahora que hemos ampliado nuestro espacio, definitivamente necesito buscarte un asistente. La tienda es demasiado grande para una sola persona, sobre todo ahora que yo me paso tanto tiempo fuera con los proveedores -dio otro sorbo de café-. Así que, si conoces a alguien adecuado, por favor dile que me llame.
– Eso sería estupendo -Debbie saltó de un pie a otro-. Pues la verdad es que sí conozco a alguien. Mi prima pequeña, Megan.
– ¿Cuál de ellas es?
– La hija de mi tío Mick. ¿Te acuerdas de que mi tía se murió hace un par de años? Megan ha estado cuidando de la familia desde entonces. Tiene tres hermanos pequeños, pero su padre se acaba de casar y por suerte a todos les cae bien su nueva esposa. Por eso, ahora Megan quiere conseguir un trabajo. Es una chica encantadora, muy responsable y se puede confiar en ella. Acaba de cumplir los dieciocho años.
– Quizá le puedas preguntar cuando puede venir a hacer una entrevista.
– Podría llamarla ahora mismo. Estoy segura de que estará libre -dijo Debbie con ansiedad.
Shea soltó una carcajada.
– De acuerdo. Dile que venga a las cuatro en punto esta tarde.
– Estupendo -Debbie salió corriendo con la cara iluminada de contento-. Oh, he oído algunos cotilleos de la reunión de anoche de que querían concentrarse en el ayuntamiento. Ya me imagino a David Aston dirigiendo la protesta.
Shea se rió a pesar de sí misma.
– Creo que se quedará sólo en palabras.
– Una pena. Eso animaría el pueblo. Y hablando de animar, también he oído que un chico que vivía aquí ha vuelto. Alex Finlay. ¿Es familiar tuyo?
– Es primo de Jamie -dijo Shea deslizando la mirada de la cara interesada de Debbie a los papeles.
– ¿Y no es el chico de la fotografía que hay en las paredes del colegio?
– Han pasado por lo menos quince años desde que Alex Finlay fue a ese colegio.
– Pues parece ser casi una leyenda allí. Era el capitán de la escuela, ¿verdad?
– Oh, sí. Creo que lo era.
– Eso pensaba yo -continuó Debbie con entusiasmo-. Futbolista, surfista, el duque del colegio. ¡Uau! Es simplemente guapísimo. ¡Vaya tipazo! Realmente, podría enamorarme de él.
Shea echó un vistazo a su muñeca.
– Creo que es hora de abrir la tienda -dijo un poco cortante para arrepentirse en el acto al ver desaparecer la brillante expresión de Debbie. Entonces sonrió-. No querrás que tengamos a las hordas de clientes matutinos esperando, ¿verdad?
La sonrisa fácil de Debbie retornó en el acto.
– De ninguna manera. Ah -se dio la vuelta y Shea se preparó para más apreciaciones extravagantes acerca de los atributos de Alex-. Y no te olvides de que David Aston llega a las nueve en punto para llevarte a los locales de la fábrica
Shea miró la hora de nuevo.
– Oh, sí. Se me había olvidado -con toda aquella cháchara sobre Alex, su cita con David se le había pasado por completo-. Estoy resuelta a tomar la decisión final acerca del nuevo edificio hoy mismo. Estoy harta de tener eso pendiente desde hace tanto tiempo. Y, aparte de eso, dedicar mi tiempo a visitar viejos edificios industriales no me excita exactamente.
– ¿Ni siquiera yendo con David Aston?
– Ni siquiera con él.
Debbie sonrió.
– Apuesto a que él no diría lo mismo. Pone ojos de cordero degollado cuando está a tu lado, Shea.
– Eso es ridículo, Debbie.
– Si tú lo dices…
Debbie soltó una carcajada y se fue a abrir la puerta de la tienda.
Shea frunció el ceño. Debbie tenía razón. David había hecho algunas tentativas de acercamiento hacia ella y eso lo sabía, pero ella había cortado en seco cualquier intento de avance. No estaba interesada en empezar ninguna relación con nadie y mucho menos con un joven insistente como David. Era una persona bastante agradable, pero tenía que admitir que su hijo tenía razón: era bastante aburrido.
Shea no se había preocupado realmente de él aparte de sus intereses profesionales porque esperaba que su indiferencia le desanimara. Y en cuanto encontrara el local adecuado, no tendría que tener más contacto con él.
David Aston entró en Shea Finlay a las nueve en punto, como esperaba ella. Tan puntual como siempre e inmaculadamente vestido, también como siempre. Su planchada camisa verde pálida y sus pantalones de un tono más oscuro estaban complementados con una corbata de muchos colores.
– Maravillosas noticias, Shea. Hemos conseguido localizar al representante de la empresa propietaria de esa serie de nuevos locales en la carretera de entrada.
– ¿Los edificios que yo prefería? David, eso es estupendo. ¿Podemos ir allí primero?
Shea no podía contener la excitación. El edificio al que David se refería era uno que ella había visto por su cuenta antes de consultar a la inmobiliaria, pero hasta el momento, nadie había podido localizar al propietario de la media docena de locales recién construidos.
Comparados con los edificios industriales de la ciudad, aquellos eran modernos, con estilo y muy agradables a la vista.
David se levantó la manga de la camisa y frunció el ceño.
– Charlie me dejó un mensaje de que el representante no podría reunirse con nosotros antes de las diez, así que podríamos refrescar la memoria de los otros locales por los que has demostrado algún interés.
David abrió la puerta del coche con una inclinación y ella tuvo la sensación de haberlo vivido ya. Se deslizó en el interior y pensó que veinticuatro horas atrás había hecho lo mismo sin tener ni idea de lo que le depararía la tarde.
– Me alegro de que llegaras bien anoche a casa.
David se estaba abrochando el cinturón de seguridad a su lado y Shea se removió incómoda.
– Sí. Gracias por llamar, pero no era necesario, David -tragó saliva con fuerza-. Quiero decir que conozco a Alex desde que era pequeña.
– ¿Y no esperabas su regreso?
– No. No hemos mantenido mucho contacto -dijo con indiferencia esperando que David captara la indirecta y cambiara de tema.
David arrancó el coche y lo sacó a la calle.
– Me dio la impresión de que es un hombre que va a lo suyo. No es algo que les guste mucho a las mujeres en la actualidad, ¿verdad?
Shea murmuró algo incoherente y sintió que David la miraba de soslayo.
– ¿Vas a ir al mercado este fin de semana?
Shea se relajó un poco.
– Por supuesto.
Shea siempre acudía al mercado mensual de Byron Bay. Era en los mercados donde había empezado su profesión, vendiendo los vestidos que diseñaba, y todavía poseía su propio puesto en el que se turnaba con Debbie. David lo sabía, así que quizá el tema de conversación no fuera tan seguro como había pensado.
– He oído que hay un concierto en la playa después del mercado. Me preguntaba si pensabas ir.
¿Le estaría pidiendo David que fuera con él?
Shea se sonrojó un poco. Bueno, pues no tenía intención de ir con él, y su primer impulso fue decírselo sin rodeos. Pero no quería ofenderle.
– Niall me mencionó algo, pero no estoy segura de que vayamos a ir. Bueno, ¿a dónde vamos primero esta mañana? -se apresuró forzando un tono de ánimo en la voz que estaba lejos de sentir.
Durante la hora siguiente visitaron otros tres posibles locales y después se dirigieron a la carretea que llevaba desde Pacific Highway hasta Byron Bay. La nueva propiedad estaba a un par de millas del centro de la ciudad.
David aparcó frente a una pequeña oficina móvil que no había estado allí la última vez que habían visto los edificios. No había nadie por los alrededores, así que caminaron hacia el primer edificio y Shea se puso de puntillas para escudriñar por la ventana.
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