– ¿Qué, mamá? -Niall dirigió una mirada de inocencia a su madre-. Sólo quería decir que mientras esté buscando a alguien para ti, puedo mantener el ojo abierto para una para Alex.

Alex soltó una carcajada.

– ¿O sea que estás haciendo de casamentero?

Niall se encogió de hombros.

– No hay mucho con qué trabajar por aquí, pero… -su mirada se deslizó de forma especulativa de su madre a Alex-, pero haré lo que pueda.

Shea tomó mentalmente nota de tener una conversación con su hijo lo antes posible.

– Creo que ya es hora de que te vayas a la cama, Niall -dijo con firmeza-. Tienes que ir a la escuela mañana.

– ¡Pero, mamá! -se quejó Niall-. Quiero quedarme a hablar con Alex.

– De todas formas, yo también tengo que irme. Podremos hablar en otro momento.

– Dijiste que ibas a quedarte en Byron indefinidamente. ¿Quiere eso decir mucho tiempo? -preguntó Niall mientras Shea pensaba que era la pregunta más repetida de la noche.

– Tengo bastante decidido quedarme.

– Excelente -Niall se deslizó de la silla y devolvió un abrazo a Alex-. Nos veremos, Alex. Me alegro de que hayas vuelto -dijo después de volverse.

Cuando Shea se fijó en la mirada de Alex notó un rafagazo de dolor cruzarle la cara antes de ponerse en pie.

Shea siguió a su hijo hasta su habitación y le arropó después de que se metiera en la cama.

– ¡Guau! El tío Alex ha vuelto -dijo Niall feliz-. Se parece mucho a papá, ¿verdad?

Shea asintió tragando el repentino nudo que se le puso en la garganta ante la inocente aceptación de su hijo del regreso de Alex.

Quizá Niall echara mucho más de menos la figura paterna de lo que ella hubiera creído. Pero la idea de que Alex asumiera con tanta facilidad aquel papel la llenaba de emociones contradictorias. Sin embargo, suponía que era sólo natural, se dijo a sí misma y miró con intensidad a su hijo cuando le oyó suspirar.

– Ver a Alex te recuerda lo mucho que echas de menos a papá, ¿verdad, mamá? -preguntó Niall con suavidad.

Shea le acarició el suave pelo y se lo apartó de la frente.

– Sí -admitió con honestidad.

– ¿Crees que Alex podría contarme algunas historias de cuando papá y él eran pequeños? Papá siempre me hablaba de eso. Como cuando él y Alex hicieron pellas y bajaban por la calle y justo pasaba el abuelo y los pilló -Niall soltó una carcajada-. Eran historias estupendas.

Shea sintió otra oleada de resentimiento. Desde luego, Jamie no le había contado a Niall las historias cuando ella estaba cerca. Parecía que había más secretos que le habían ocultado.

La asaltó una rabia irracional hacia Alex. Todo era culpa suya. Él había trastocado sus vidas.

– Me alegro de verdad de que Alex haya vuelto a casa, ¿tú no, mamá?

La voz adormilada de Niall irrumpió en sus pensamientos y ella emitió un sonido vago mientras atravesaba la habitación esbozando una sonrisa antes de apagar la luz.

¡Maldito Alex! La rabia resurgió en cuanto salió al recibidor. ¿Por qué tenía que volver para alterarlos a todos? Frunció el ceño con resentimiento al volver a la cocina a tiempo de ver a Alex pasar el brazo alrededor de los hombros de Norah y darle un apretón. Parecía que por fin se iba.

– ¿Dónde te alojas, Alex? -le estaba preguntando Norah-. Sabes que siempre puedes quedarte aquí.

Shea dirigió una mirada de advertencia a su suegra, pero Norah estaba mirando a Alex.

– Gracias de todas formas, Norah. He hecho habitables un par de habitaciones en la casa y estoy bastante cómodo.

– Bien, entonces. Y no te olvides de llamar de vez en cuando -Norah empezó a recoger las tazas de café-. ¿Quieres acompañar a Alex mientras yo recojo esto, Shea?

– Por supuesto -asintió ella sin entonación mientras empezaba a avanzar por el pasillo con Alex muy cerca detrás de ella.

Y Shea sintió cada uno de sus pasos. Sus dedos temblorosos agarraron el pomo de la puerta mientras la abría y se apartaba a un lado para dejarle salir. Como él no hizo ningún movimiento, Shea salió a la pequeña terraza y bajó los escalones del porche.

Entonces se cruzó de brazos y se frotó los antebrazos mientras se daba la vuelta hacia él.

Bueno, buenas noches, Alex. Probablemente nos veremos en algún momento.

Alex soltó una suave carcajada.

– Nada de probablemente. Nos veremos seguro, Shea.

Ella suspiró.

– De acuerdo, Alex. Hasta la vista -repitió entrecerrando los ojos a la luz de la entrada.

– Niall es un niño estupendo -dijo él entonces.

Shea alzó la barbilla con el corazón atenazado.

– Gracias -murmuró con voz un poco ronca-. Creo que sí.

– Se parece a los Finlay.

– Supongo que sí -replicó ella con cuidado.

– Jamie debió de sentirse muy orgulloso de él.

– Lo estaba.

Un frío nudo de desesperación le subió a la garganta y amenazó con ahogarla.

– No puedo evitar pensar que podría haber sido mío. Mi hijo -dijo Alex con suavidad-. Jamie fue un hombre afortunado.

Aunque le hubiera ido la vida en ello, Shea no pudo pronunciar una sola palabra.

– Un hijo para perpetuarle y una preciosa mujer a su lado.

Su voz había bajado y ella se removió para que no viera el temblor que le producía su proximidad, sus palabras…

– ¿Todavía lo echas de menos?

Lo inesperado de la pregunta hizo que Shea abriera mucho los ojos de la sorpresa. Niall había preguntado lo mismo.

– Sí -¿cómo podría no echarlo de menos? Jamie haba estado a su lado cuando ella lo había necesitado, su refugio firme, su salvación cuando Alex la había abandonado-. Lo echo de menos -dijo con más fuerza.

– Yo también lo echo de menos.

Una oleada de furia la asaltó y hubiera querido salir corriendo hacia él, abofetearlo, castigarlo…

– No lo habías visto en seis años cuando se murió. ¿Cómo puedes decir que lo echas de menos?

– Echo de menos sus cartas, sus noticias de Niall. Y de ti.

Las cartas de Jamie. ¿Cómo pudo su marido haber mantenido en secreto su contacto con Alex?, pensó Shea con amargura. Sin embargo, la misma voz le decía que cómo podría habérselo contado Jamie, sabiendo lo que ella sentía por Alex.

¿Habría contestado Alex? Lo más probable era que nunca lo supiera.

– No sabía que Jamie te había escrito -dijo con la mandíbula tensa.

– ¿No te lo contó?

– No.

– Quizá sea comprensible. Quizá creyera que tú no querrías saber nada.

Los pensamientos de Shea se arremolinaron confusos de nuevo. Seguramente, Jamie hubiera pensado exactamente eso.

– Eché de menos no poder hablar con él -añadió Alex reflexivo.

– Oh, estoy segura -comentó con ironía ella-. Pero dime, Alex. Si echabas tanto de menos a tu primo, ¿por qué no viniste a su funeral? Tuviste tiempo de venir hasta aquí si hubieras querido.

– ¿Crees que no hubiera venido si hubiera podido?

– Ya lo sé. Surgió algo. Otro negocio multimillonario, supongo.

El clavó la vista en la de ella.

– No. Era personal.

– Ya entiendo. ¿Una cita ardiente, entonces?

Él estiró las manos y la sujetó con firmeza mientras ella intentaba alejarse de él. La miró con furia y los dos se quedaron inmóviles durante un largo momento hasta que Alex la soltó de repente y se dio la vuelta.

– Nada de eso, pero es una historia muy larga y no creo que te apetezca oírla. Baste decir que siento profundamente no haber estado aquí cuando Jamie murió.

Hubo una debilidad en su voz que disolvió parle de la rabia de Shea mientras se llevaba la mano a los ojos distraída.

– Mira, Alex. Lo siento. Yo… Quizá no tenga derecho a hacerte reproches. Supongo que sólo estoy cansada. Probablemente lo estemos los dos. Y verte de vuelta me lo ha recordado todo, el accidente de Jamie, el circo de la prensa, el funeral.

Shea inspiró para calmarse.

– No esperaba verte, eso es todo.

– Y yo no esperaba que estuvieras tan hostil.

Con una gran batalla por mantener el control, Shea se refrenó para no responder a aquellas palabras provocativas.

– Siento que pienses eso, Alex. Pero han pasado once años. No puedes esperar simplemente que nosotros…

Se detuvo y tragó saliva maldiciendo su lengua suelta.

– ¿Que lo retomáramos donde lo habíamos dejado? -terminó Alex por ella-. Quizá no. Pero como ya te dije antes, solíamos ser amigos.

– Nunca fuimos amigos, Alex -respondió Shea con amargura-. Pudimos ser muchas cosas, pero nunca amigos. Al menos no en los últimos meses.

– Yo creía que sí. Los mejores amigos.

– Los amigos no… -se contuvo-. Creo que quizá estés confundiendo la amistad con el sexo. Éramos…

– Éramos amantes.

– Como te estaba diciendo, creo que lo interpretaste mal. Tuvimos una relación física hace muchos años, Alex, una que no tiene nada que ver con otra cosa que la lascivia.

– Ya entiendo. Un caso de sexo arruinando una bonita amistad -comentó Alex con no poco sarcasmo.

– Eso lo deja todo claro, ¿no crees?

Alex soltó una carcajada áspera.

– ¿Lo dices en serio, Shea?

Ella lo miró de forma penetrante.

– Por supuesto

Alex sacudió la cabeza.

– Bueno, pues yo creo que es una broma. Y tú no lo crees más que yo. Nunca hubo sólo sexo entre nosotros.

Alex dio un paso para acercarse. Entonces, él estiró la mano y deslizó un dedo con suavidad y de forma tentadora a lo largo de su brazo desnudo.

Shea no hizo ningún movimiento para escapar. El contacto de su dedo, apenas más que un aleteo sobre su piel caliente, paralizó virtualmente todas sus buenas intenciones. Ella sabía que no podría moverse aunque lo hubiera intentado. Pero no lo hizo.

– Éramos uno en todo el sentido de la palabra. Físicamente. Espiritualmente. Emocionalmente -la voz se hizo imposible y desesperadamente ronca-. ¿No es verdad, Shea?

«Hasta que él se fue». Las palabras resonaron en la mente de Shea como una cascada de agua fría contra una piel febril. «Hasta que se fue».

– ¿Lo éramos? -enarcó las finas cejas-. Es evidente que yo discrepo con tus recuerdos, Alex.

– Y el sarcasmo no te pega nada, cariño. Ni engañarte a ti misma.

– ¿Engañarme a mí misma? -Shea se levantó con los labios apretados-. Al principio, hace once años, esa frase podría haber sido adecuada, pero no ahora. Ahora puedo mirar atrás sin la distorsión emocional de entonces. Compartimos una historia sexual fantástica, Alex. Eso fue todo. Y entonces te fuiste.

– Tú sabes por qué me fui -constató él con seguridad.

– Tenías ambiciones y era más fácil que las consiguieras solo.

Ahora podía decirlo con cierta calma, pero en su momento cada una de las sílabas de aquellas palabras le habían desgarrado el corazón.

– No fue tan simple y tú lo sabes, Shea.

– ¿No lo fue? Pues yo creo que sí.

– Entonces te equivocaste. No fue así. Fue la decisión más difícil que he tenido que tomar en toda mi vida. Y pensé que tú lo habías entendido.

Shea se encogió de hombros.

– ¿Importa eso ahora, Alex? Ya es agua pasada.

– A mí me importó. Y me importó mucho, Shea. Te pedí que me esperaras un par de años y al cabo de uno ya te habías casado con otro, y no con cualquier desconocido. Te casaste con mi primo Jamie y tuviste un hijo suyo.

Capítulo 5

– CREO QUE será mejor que te vayas, Alex -dijo Shea con toda la compostura de que fue capaz-. Es tarde y no creo que esta conversación nos vaya a llevar a ningún sitio.

– Tienes razón, Shea. Es tarde. Pero tenemos que hablar. Hay algo que quiero discutir contigo.

– No hay nada de qué hablar, Alex. Dejemos el pasado donde está. No veo que podamos ganar nada escarbando en él. Ahora, yo… buenas noches.

Él inclinó la cabeza de nuevo.

– De acuerdo. Lo dejaremos por ahora. Pero sólo por ahora. Buenas noches, Shea.

Se dio la vuelta y se metió en el Jaguar, dando marchas atrás para sacarlo a la carretera. Con un ronco ronroneo del poderoso motor del coche, desapareció.

Shea subió aprisa los escalones y entró en la casa.

– ¿Estás bien, cariño? -preguntó Norah en cuanto entró en la cocina.

– Por supuesto, Norah. Estoy bien -inspiró con fuerza y esbozó una sonrisa-. Bueno, esto ha sido una sorpresa, ¿verdad?

– Desde luego -asintió Norah mientras Shea la miraba un instante antes de apartar la vista-. Siempre esperaba que algún día volviera a Byron, pero llegar así, como caído del cielo, ha sido bastante sorprendente.

– Sí.

– Está mayor -dijo Norah con suavidad.

Shea soltó una carcajada exenta de humor.

– ¿Y qué esperabas, Norah? ¿Que Alex fuera el moderno Peter Pan? Hasta Alex Finlay tiene que envejecer. No tiene ningún monopolio sobre la juventud.

– Supongo que no -Norah le pasó la taza que acababa de secar-. Pero no parece que la vida lo haya tratado con amabilidad.