– ¿Y está Patti contigo?

– No -pensó que le había oído a Alex suspirar-. Nos divorciamos. Simplemente no funcionó.

– Siento oír eso, Alex -dijo Norah con suavidad.

A Shea se le puso todo el cuerpo rígido ante la bomba que había soltado Alex.

– Patti y yo no debimos casarnos nunca -estaba diciendo Alex.

– Eso es fácil de decir una vez que ha pasado -dijo Norah con simpatía.

– Supongo que sí.

Comprendiendo que había estado conteniendo el aliento, Shea exhaló y el pecho le dolió.

– Nuestro matrimonio apenas duró un año. Nos divorciamos por fin hace un par de años y Patti se ha vuelto a casar. Ahora parece ser lo suficiente feliz -la silla crujió cuando Alex se movió-. Es así como ocurren las cosas a veces.

– Supongo que sí -se compadeció Norah-, pero creo que es triste que se rompan los matrimonios. Y parece darse muy a menudo en estos tiempos.

Alex hizo un comentario banal mientras Norah seguía con su diatriba acerca de los fenómenos modernos y Shea intentaba analizar sus propios sentimientos sobre la revelación de Alex.

Así que el matrimonio de Alex y Patti no había durado. Shea podía recordar con toda viveza la devastación que había experimentado cuando el padre de Alex le había contado que su hijo se había prometido con la hija de Joe Rosten. Y la pena de tener que aparentar ante todo el mundo que no significaba nada para ella, porque entonces ya era una mujer felizmente casada.

Donald Finlay se había ido a Estados Unidos para asistir a la boda de su hijo y, cuando volvió más adelante a Byron Bay, había empaquetado sus pertenencias, había alquilado la casa y se había vuelto a América a casarse con una viuda que había conocido en la boda. Shea no había tenido noticias ni de Donald ni de Alex desde entonces. Ni Norah ni Jamie habían hablado de ellos.

Una diminuta parte dentro de ella había muerto al saber que Alex estaba casado, y sólo Jamie había sabido lo mal que le habían sentado las noticias de la boda de su primo.

Pobre Jamie. Él la había consolado, sabiendo que nunca podría sentir por él lo que había sentido por su primo, más alto, más inteligente y más atractivo. Incluso aunque ella lo había intentado con desesperación durante los seis años que había durado su matrimonio.

Bueno, no podía importarle menos que Alex estuviera casado o soltero, se dijo a sí misma antes de regresar a la cocina.

Alex se levantó en el acto, le pasó la taza de café y ella se sentó lo más lejos de él que pudo. Pero aquello fue un error de estrategia, porque ahora sólo tenía que alzar los ojos para mirarlo.

– No estará frío el café, ¿verdad, cariño?

Norah sonrió a Shea y ésta sacudió la cabeza girando la taza entre los dedos.

Casi como si estuviera sincronizado, el teléfono sonó y a Shea casi se le derramó el café.

– Yo contestaré.

Norah había salido antes de que Shea y Alex pudieran siquiera moverse.

Y con la partida de Norah, la tensión se acentuó entre ellos. Sus ojos se encontraron y ninguno pareció capaz de romper el contacto.

En lo más profundo, ella sabía lo que quería. Quería, necesitaba, anhelaba, arrojarse a sus fuertes brazos, tener su duro cuerpo moldeado contra el de ella. Casi podía a sentirle, oler su aroma masculino, escuchar el murmullo del mar y la arena bajo ellos, ver la luz de la luna reflejarse sobre sus cuerpos mojados.

Sí, lo había amado entonces. Sin embargo, cuando más lo había necesitado, la había abandonado.

Apartó la mirada de él. ¿Por qué, Alex? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me abandonaste? Las palabras retumbaron tan sonoras en su cabeza, que pensó que las había pronunciado en alto y volvió a mirarlo. Pero él no mostraba señales de haber escuchado.

Su expresión era cauta ahora, haciéndole parecer aislado, a años luz del Alex que ella había conocido tan bien, amado con tal intensidad e inocencia.

Quizá aquella antigua pasión hubiera estado sólo en su imaginación. Pero no podía culpar a su imaginación del recuerdo del sabor de él…

Su ansia era un dolor físico y bajó los párpados para que él no notara lo vulnerable que se sentía en su cercanía. Cuando alzó la vista, él se había reclinado en su asiento y ella sintió una angustia enteramente diferente porque su cara estaba exenta de toda pasión.

– ¡Shea!

El nombre pareció arrancado de él con desgarro mientras extendía la mano hacia ella. Shea se sintió atraída hacia adelante, pero se detuvo cuando Norah entró en la cocina y deslizó la mirada sobre ellos.

Shea esperaba que el sonrojo de sus pálidas mejillas no traicionara su previa pérdida de control. Tenía los nervios de punta. Si Norah no les hubiera interrumpido, Alex habría…

¿Habría qué?, se preguntó con amargura. ¿La habría tocado? ¿Besado? ¡No! ¡Nunca más! Sería incapaz de soportarlo.

– Era David -dijo Norah-. Era para saber si Shea había llegado bien a casa.

– ¡Qué amable! -comentó con sequedad Alex.

Norah sonrió.

– Es muy amable por su parte traer y llevar a Shea a las reuniones. David es un joven muy agradable.

– Estoy seguro de que sí -dijo sin entonación Alex.

Pero antes de que Norah pudiera extenderse en las virtudes de David, un sonido en la puerta atrajo su atención

Capítulo 4

– ¿MAMÁ? ¿Abuela? ¿Qué pasa? -Niall apareció en pijama frotándose los ojos adormilados.

Shea sintió una oleada de pánico atenazarle el pecho y dio dos pasos hacia Niall para ponerse entre Alex y su hijo.

– No pasa nada, cariño. Vuelve a la cama.

Pero Niall estaba completamente despierto y se adelantó para situarse al lado de su madre.

– Tú eres el primo Alex, ¿verdad? -dijo con excitación-. He visto cientos de fotos tuyas con mi papá.

Alex, que también se había puesto de pie, bajó la vista hacia Niall. Después, pareció relajarse y se acercó a la mesa.

– Soy Alex. Pero tú eres demasiado mayor como para ser el pequeño Niall bromeó con incredulidad mientras el niño se reía.

– Tengo diez años -dijo el pequeño con orgullo.

– Tu padre me escribió contándome cosas de ti -continuó Alex.

Shea inspiró con fuerza. Se estiró y apretó los hombros de su hijo luchando contra el impulso de esconderlo detrás de ella, de protegerlo con su cuerpo.

– Este es mi hijo -dijo de forma innecesaria.

La voz un poco temblorosa traicionó el remolino interior de emociones. Niall alzó rápidamente la mirada hacia ella antes de desviarla hacia Alex.

– Me llamo Niall James Alexander Finlay -dijo radiante mientras estrechaba la mano de Alex-. James es por mi padre y mi abuelo, y Alex es por ti -su sonrisa se ensanchó-. El Niall es sólo mío.

Alex se rió con ganas y pasó una mano por el pelo revuelto de Niall.

– ¿Crees que me parezco a ti y a mi padre? El abuelo dice que papá y tú no os separabais de pequeños y se supone que yo me parezco a él.

– Jamie y tú parecíais hermanos cuando erais pequeños -intervino con suavidad Norah sin mirar a su nuera a los ojos-. Y Niall tiene el mismo tono de piel que vosotros. Pero también tiene muchas cosas de Shea -con un extraño nerviosismo, se retorció el cinturón de la bata-. Pero estoy diciendo tonterías. ¿Quieres un vaso de leche, Niall? ¿Qué te parece otra taza de café, Alex?

– Es un poco tarde, Norah -dijo Shea con las manos apoyadas todavía en su hijo-. Estoy segura de que Alex querrá volver a casa.

– No. A menos que sea demasiado tarde para ti.

Alex arqueó las cejas y miró a su tía, que sacudió la cabeza.

– ¿Sabías que mi padre murió? -preguntó Niall a Alex, que asintió con solemnidad-. Se tiró a salvar a un surfista y, justo cuando estaban a punto de conseguirlo, una ola grande golpeó la tabla, que le dio a mi padre y lo mató. Fue un héroe.

– Desde luego -acordó Alex.

– Bueno, ¿cómo es que has vuelto después de tanto tiempo, primo Alex? -preguntó Niall entonces mientras se sentaba al lado de su madre, que había vuelto a su silla con desgana.

Shea tensó la espalda y tragó saliva alcanzando una galleta para esconder el caos interno que sospechaba era visible en su expresión.

– Llámame Alex, Niall. Y en cuanto a por qué he estado fuera tanto tiempo es porque las cosas salieron así.

A Shea se le secó la boca. Podía sentir los ojos de Alex clavados en ella y sintió un estremecimiento por la columna vertebral.

– He estado muy ocupado con mi trabajo y supongo que simplemente se me pasó.

Norah posó un vaso de leche delante de su nieto.

– ¿Y cuánto tiempo piensas quedarte, Alex?

Era una pregunta que Shea sabía que Norah deseaba preguntar desde la aparición de su sobrino. También era la primera pregunta que a ella se le había pasado por la cabeza.

Alex clavó la mirada en Shea.

– ¿Que cuánto me voy a quedar? Como le he dicho a Shea hace un rato, de momento, indefinidamente -dijo antes de desviar la vista hacia Norah-. Compré la casa de Joe hace algún tiempo y la estoy arreglando. Cuando esté terminada, decidiré si pienso seguir viviendo allí o no.

– Niall nos contó que había actividad en la casa blanca grande -comentó Norah volviéndose a Alex con sorpresa.

– ¿La casa blanca grande? ¿Eres el dueño de la casa blanca grande? ¡Uau! ¡Vaya mansión! ¿Puedo entrar a verla alguna vez? -preguntó el niño con ansiedad.

– Niall… -empezó Shea a reñirle antes de que Alex la atajara.

– ¡Claro que sí! El interior es un poco como un mausoleo, pero estoy intentando decorarla con cierta normalidad.

– ¿Qué es un mausoleo?

Niall frunció el ceño y Alex soltó una carcajada.

– En este caso, algo oscuro y tétrico. Lleno de telarañas y yo diría que hasta de murciélagos.

– ¡Fantástico! A Pete y a mí nos encantaría verla -dijo Niall con pasión-. Pete es mi mejor amigo. Tendré que llevarlo también. Si no, se pondría furioso.

– Pete también puede ir. Cuando quieras.

– ¿Cuándo? ¿Mañana después de la escuela? -presionó Niall mientras Shea apartaba las galletas de su alcance.

Había aprovechado la conversación para comerse dos ya.

– Ya veremos, Niall -le advirtió a su hijo con una mirada de advertencia-. Alex estará ocupado con la reforma.

Cuando Niall estaba a punto de protestar, Norah interrumpió.

– Supongo que Shea y tú os encontrasteis en la Asociación para el Progreso. Shea estuvo a punto de no ir esta noche.

– Debe de haber sido el destino -dijo Alex con naturalidad.

Shea se negó a mirarlo a los ojos.

Norah soltó una carcajada y recogió el vaso vacío de Niall y la taza para llevarlos al fregadero. Quizá eso le indicara a Alex que era hora de irse. Cuando volvió a mirar, Shea vio con horror que su suegra le estaba volviendo a servir café. Sin embargo, cuando le pasó el azucarero, él negó con la cabeza.

– Antes, tomabas dos o tres cucharadas de azúcar con el café -señaló mientras su sobrino se daba una palmada en el estómago.

– Tengo que vigilar mi peso. Estar sentado siempre en una oficina pasa su factura.

– Hablas igual que Shea. Esta misma tarde me lo decía y no puedo entender esa fijación con el peso. A mí me parece que estás muy bien. Y Shea tampoco necesita adelgazar. A ningún nombre le gusta abrazar un saco de huesos.

Alex deslizó la mirada sobre el cuerpo de Shea, que estaba de pie junto al fregadero. Y fue como si la hubiera tocado. Tocado sus largas piernas. Tocado sus redondas caderas. Tocado sus pechos llenos. ¿Y eran imaginaciones suyas, o su mirada se había posado en sus labios?

¡No!

Se obligó a sí misma a permanecer donde estaba, al otro extremo de la cocina y lo más alejada posible de Alex. Sin embargo, sus pezones se pusieron erectos contra la tela de la blusa y retorció el paño de cocina mientras se esforzaba por recuperar la compostura.

– En eso tienes razón, Norah.

– Los sacos de huesos son puntiagudos y cortantes -dijo Niall.

Alex se rió con él y los dos se parecieron tanto en aquel momento, que Shea casi soltó un gemido ante el dolor que le atenazó el corazón.

– Niall tiene el mismo sentido del humor que tenías tú siempre, Alex -dijo Norah antes de parecer sonrojarse-. Y Jamie también lo tenía -añadió con rapidez.

– ¿Alex? -reclamó el niño la atención de su tío-. Cuando estabas en Estados Unidos, fuiste a Disneylandia?

– Sí. Un par de veces.

– ¡Uau! Excelente. ¿Y tienes algún hijo? Para llevarlo a Disneylandia, me refiero.

– No, replicó Alex con suavidad-. Mi mujer y yo nunca tuvimos hijos.

– ¡Oh! ¿Estás casado entonces?

Alex sacudió la cabeza.

– Ahora estoy divorciado.

– ¿De verdad? -Niall resplandeció de alegría-. Entonces estarás buscando otra mujer.

– ¡Niall! -le regañó Shea mientras Norah escondía una sonrisa.