Otras temerosas sensaciones la habían asaltado. De repente, se había sentido turbada. Era consciente de que ella era tan alta como Jamie, que tenía tres años más. Sus piernas parecían demasiado largas, su cuerpo demasiado delgado, su pelo indescriptible. Y sintió una necesidad imperiosa de ser mayor de lo que era.

Alex se levantó de la silla en cuanto entró Shea, y ella sintió de repente las piernas tan flácidas como la goma. Tenía los hombros tensos bajo la camiseta y sus vaqueros acentuaban sus estrechas caderas y largas piernas.

– Shea, este es mi primo, Alex Finlay -le presentó Jamie con evidente placer-. Alex, nuestra nueva hermana, Shea Stanley.

– La madre de Shea y yo éramos amigas íntimas desde el colegio -explicó Norah-. Incluso aunque hemos vivido en estados diferentes, siempre nos mantuvimos en contacto.

Mientras Shea deslizaba los ojos sobre él, absorbiendo cada rasgo, él hacía lo propio. Cuando sus ojos se encontraron, se clavaron en el del otro y transmitieron un mensaje explosivo.

Ese fue el momento en que se había enamorado de él. Así de simple. Se habían mirado el uno al otro y la tierra había parecido girar a un ritmo vertiginoso.

Ella podía recordar una multitud de incidentes a través de los años, pero aquel primer momento electrizante seguiría vivo en su memoria hasta el día en que muriera. Hubiera deseado correr hacia él y correr para alejarse de él, todo a la vez.

Y también había sabido que Alex había sentido exactamente lo mismo que ella mientras que la mirada extrañada de Jamie había mostrado que él también se había dado cuenta.

Así que aquí estaban dieciséis años más tarde. Cara a cara. Y habían pasado tantas cosas en ese período de tiempo… Pero su maravilloso comienzo había terminado en aquella fría tarde otoñal once años atrás. Once años. No había vuelto a verlo desde entonces. Y ahora…

La mirada de sorpresa de ella captó el cambio experimentado en él, enviando mensajes a aquella parte de lo más hondo de su memoria que había almacenado todos los recuerdos de él. Si la actual relación ante su presencia era alguna señal, ella podría seguir siendo la misma adolescente de entonces. Y su respuesta ante su aparición repentina la llenaba de horror. Tendría que admitir que no tenía nada que ver con una sorpresa inesperada ante una llegada no anunciada.

El ruido de la reunión remitió y la multitud se desvaneció en el fondo mientras sus miradas se encontraban.

Después de que pasara aquella momentánea pausa, el pasó por delante de ella avanzando hasta la mesa principal para darle la mano a Rob, el moderador.

– Rob Jones, ¿te acuerdas de mí? Alex Finlay.

El otro hombre esbozó una sonrisa al recordarle.

– Vaya, vaya. Alex Finlay. Después de tantos años. ¿Cómo podría olvidar al ganador de la final de fútbol? No hemos vuelto a ganar ningún partido importante desde que tú te retiraste.

Unos cuantos hombres más se unieron y estrecharon la mano de Alex por turno, dándole palmadas en la espalda y la bienvenida a uno de los hijos predilectos de la ciudad.

Y Shea se desplomó lentamente en su silla, sabiendo que todo lo que tanto había temido se había hecho realidad. La misma persona que había dado la vuelta a su vida de joven, había vuelto para acabar con su ordenado mundo.

– ¿Quién es? -preguntó David a su lado-. ¿Lo conoces, Shea? Todo el mundo parece conocerlo-. ¿Finlay? -arqueó las cejas y volvió la mirada intensa hacia ella-. No será pariente tuyo, ¿verdad?

Shea contuvo una risa histérica que amenazaba con dominarla.

– No -sacudió la cabeza-. No, no. Es una especie de primo. Por matrimonio.

– Oh.

David siguió mirándola de forma interrogante y ella tragó saliva para aclararse la garganta.

– Era familia de Jamie, mi marido.

– Ya entiendo. Supongo que Alex Finlay ha estado fuera.

– Sí. Se fue de Byron Bay antes de que Jamie y yo nos casáramos.

– Ah. Eso debió de ser hace muchos años. Es sorprendente que lo hayas reconocido si no lo has visto desde entonces.

El dolor sacudió a Shea, atenazándole el corazón. No estaba preparada para verlo esa noche. Ni ninguna otra, para el caso.

– ¿Ha cambiado mucho? -preguntó David.

– Parece un poco más viejo.

La sonrisa de David estaba cargada de satisfacción.

«Pero no está viejo» Shea apretó con fuerza los labios para que no le salieran las palabras. «Sólo tiene treinta y dos años. Cuatro más que yo. Once años más de los que tenía la última vez que lo vi».

El pánico la asaltó. La última vez que lo había visto… ¡No! No quería pensar en eso. No debía.

– Todos lo estamos -dijo sin entonación mientras Rob Jones llamaba al orden y presentaba a Alex a toda la audiencia.

Alex tomó la palabra y Shea intentó con todas sus fuerzas concentrarse en lo que estaba diciendo, pero el sonido de su voz tenía penosos recuerdos. Su mente le oía hablar de concejales y peticiones al ayuntamiento. Sin embargo, sus otros sentidos, más pérfidos, deseaban abandonarse a la excitación, puramente sibarita del sonido, algo muy poco típico en ella.

Varios miembros de la audiencia le hicieron preguntas a Alex mientras Rob echaba un vistazo a su reloj.

– El tiempo se nos ha echado encima, así que creo que será mejor que demos por acabada esta reunión. Anunciaremos la fecha de la próxima de la manera habitual. Y mientras tanto, aceptaremos el consejo de Alex y llevaremos nuestras preocupaciones a la junta de concejales del ayuntamiento mañana por la noche. Hasta la próxima reunión.

La gente empezó a salir y Shea se levantó con rapidez. Si se daba prisa, conseguiría escapar antes de que Alex tuviera la oportunidad de acercarse a ella. Si quisiera, claro estaba.

Pero David le estaba bloqueando la salida y por una vez se sintió irritada por aquella caballerosidad. Por fin, después de que pasara una pareja de ancianos, su acompañante salió al pasillo y se dio la vuelta para comprobar que ella lo seguía.

– Shea.

Ella apenas había dado dos pasos cuando la profunda voz a sus espaldas la inmovilizó como a una muerta. Parecía que Alex sí quería acercarse a ella y una vez más, concedió Shea con amargura, ella había infravalorado su capacidad para conseguir lo que quería. ¡Cómo le gustaría poder ignorarle, seguir adelante, abandonar el edificio y aparentar no haberle oído! Pero David ya se había detenido a su lado.

– Shea -repitió Alex.

Ella dio la vuelta despacio para mirarlo y permitió que sus ojos se encontraran de nuevo con los de él. La pena que le produjo fue peor, mucho peor de lo que nunca hubiera imaginado. Era una agonía simplemente verlo tan alto y bronceado. Él estaba de pie, tan cerca que con sólo estirar la mano, podría tocarlo…

¡Cómo lo había amado! Y no podía impedir que una parte de ella lo evaluara, añadiendo los detalles nuevos a los gráficos recuerdos que tenia de él.

Su pelo estaba más oscuro ahora y mucho más corto de lo que lo solía llevar. Pero ella recordó lo espeso y fuerte que era. Casi pudo sentirlo. ¿No había ella deslizado los dedos por él mientras le atraía la boca hacia la suya?

Sus facciones, totalmente masculinas, eran cuadradas y duras. Ella sabía que unas profundas arrugas le surcaban las mejillas en cuanto se reía.

Shea se obligó a si misma a concentrarse en el presente. Alex Finlay ahora.

Sí, había cambiado. Parecía mayor. Pero también ella, lo sabía.

Sin embargo, no era tanto por la edad, reflexionó ella sin emoción. Tenía el aspecto de un hombre que se había forzado mucho durante demasiado tiempo.

Pero estaba sólo haciendo cábalas, seguramente. Seguía siendo tan atractivo, alto, fuerte y masculino como siempre.

Su jersey fino moldeaba sus bien desarrollados hombros y sus vaqueros oscuros se ajustaban a sus musculosas piernas. A Shea se le secó la boca y alzó los ojos con culpabilidad de aquella parte de su cuerpo para encontrar que él tenía la mirada clavada en ella.

– ¿Qué tal estás, Shea? -preguntó con suavidad.

Shea se encogió de hombros y se encontró luchando contra el impulso de apartarse un imaginario mechón de su rostro. Hablar en ese momento le resultaba imposible mientras el corazón le palpitaba desbocado.

La estudiada inexpresividad de su cara no le dio ninguna pista de sus pensamientos, pero de repente sintió que quizá él no se hubiera acercado a ella si no fuera por educación y por su relación familiar. Hubiera parecido extraño que no se hablara con la viuda de su primo.

¿Y qué había esperado ella?, se preguntó con enfado. ¿Es que creía que se pondría de rodillas para pedirle perdón? ¿Que sus ojos arderían de nuevo con la misma pasión abrasadora?

Fantasías, se riñó a sí misma. Puras fantasías. Bueno, su evidente sentimiento de antipatía era definitivamente mutuo. La frialdad de piedra que ella demostraba debía dejárselo claro.

Sin embargo, su interior estaba desbordado por un torbellino de emociones contradictorias.

– Tenía toda la intención de llamar a Norah esta tarde -estaba contando Alex-, pero me retuvieron en la casa. No esperaba encontrarte en esta reunión.

– Asisto a todas estas reuniones -le dijo ella con un leve alzamiento de la barbilla-. Me importa el futuro de la ciudad.

Él asintió.

– A la mayoría de la gente debería importarle.

David eligió aquel momento para toser levemente al lado de Shea, acercándose a ella con la mano en su codo. Alex entrecerró los ojos ante aquel gesto de solicitud.

David le soltó el brazo y extendió la mano.

– Shea me ha contado que eres su primo pero que llevas fuera mucho tiempo.

Las cejas oscuras de Alex se arquearon mientras estrechaba despacio la mano que David le ofrecía.

– Primos políticos. No tenemos relaciones de consanguinidad.

Algo en su tono le hizo a David removerse avergonzado y darse la vuelta hacia Shea.

– Bueno, ¿nos vamos?

– Me gustaría hablar contigo, Shea -dijo Alex, ignorando a propósito al otro hombre.

– Es tarde.

– No demasiado tarde -la atajó él con resolución-. Te llevaré a casa.

– Shea ha venido conmigo -constató David, molesto por el giro de los acontecimientos.

– Estoy seguro de que no te importará por esta vez, amigo -Alex esbozó su sonrisa más deslumbrante-. Quiero ver a Norah, así que no será ningún problema dejar a Shea en casa, Voy en esa dirección, de todas formas.

David se estiró lo más que pudo, pero era unos centímetros más bajo que Alex.

– Está bien, David. Iré con Alex esta vez. Pero gracias por traerme.

David alzó la mandíbula con gesto beligerante, pero se contuvo y, con una cortés despedida, le recordó a Shea que la vería al día siguiente y se alejó, dejándola con Alex.

– ¿Nos vamos nosotros también? -sugirió él haciendo un gesto para que Shea le precediera hasta la puerta.

Debían mantener las apariencias, se recordó a sí misma mientras avanzaba hacia la puerta y bajaba las escaleras. Y Alex iba justo tras ella. Podía sentirle a cada paso que daba.

Shea aceleró el paso, pero en cuanto dobló la esquina del aparcamiento y se detuvo, miró a su alrededor en la zona semi iluminada pensando qué tipo de coche conduciría Alex.

Tenía la respiración entrecortada y se obligó a seguir adelante hasta apoyar la mano temblorosa en el primer coche que encontró, como si la familiaridad del metal frío la pudiera ayudar a mantener la compostura.

Los pasos de él resonaron en la gravilla y sus sensibilizados nervios vibraron hasta que casi pudo sentir físicamente el contacto de su cuerpo al acercarse a ella.

Él también vaciló y, en el silencio que los envolvía, Shea sintió que el corazón se le aceleraba hasta casi ensordecerla.

Y entonces él se movió alrededor de ella para abrir la puerta del pasajero. Se apartó hacia atrás justo cuando las luces de otro vehículo que salía los deslumbró iluminando el Jaguar oscuro.

Shea apretó los labios con fuerza. Alex siempre había querido tener un Jaguar. Era el sueño de su adolescencia. Ahora tenía uno y su sueño se había hecho realidad. Era una pena, pensó de forma cáustica, que hubiera tenido que venderse a sí mismo para conseguirlo.

Mientras se movía hacia adelante con torpeza, la mano de él avanzó hacia su codo para ayudarla. El ligero roce le quemó la piel a Shea, que inspiró con fuerza mientras intentaba apresuradamente meterse para escapar de su contacto. Entonces, él rodeó el coche por delante para sentarse en el asiento del conductor a su lado.

Humedeciéndose los labios resecos con la lengua, Shea se riñó a sí misma mientras el silencio aumentaba. «¡Di algo! ¡Lo que sea!». Tenía que demostrarle lo poco que su retorno significaba para ella. Tenía que ser fría, civilizada, imperturbable.

¿Imperturbable? Shea contuvo una carcajada. La aceleración del pulso, la presión en el pecho y las cuerdas vocales paralizadas no eran precisamente síntomas de imperturbabilidad.