Su pierna chocó con una maleta y tuvo que apoyar la mano en la pared para no perder el equilibrio. La maleta en cambio no se movió, por lo que Georgia dedujo que estaba llena. Se frotó la rodilla y dejó escapar un quejido.

– ¿Eres tú, Georgia? -Andy salió de la cocina-. ¿Estás bien? -preguntó, al verla sostenerse sobre una pierna.

– Más o menos -Georgia hizo una mueca-. Mientras no tenga que volver a andar…

Andy tomó la bolsa de la compra.

– Ven a cambiar tu maleta de sitio, Morgan -gritó-. La has dejado en medio del vestíbulo y Georgia se ha dado un golpe.

Morgan salió de su dormitorio.

– ¿Es que estás ciega, Georgia? -dijo Morgan, cambiando la maleta de posición.

– No, pero no calculaba que para entrar en casa tuviera que saltar obstáculos.

El sonido del martillo cesó y Georgia pudo oír voces en el exterior. Ken o Evan debían estar ayudando a Lockie.

– En cualquier caso, ¿qué hace esta maleta aquí? -preguntó Georgia-. Creía que ibas a quedarte en casa de tus amigos sólo hasta que volviera papá.

Morgan se encogió de hombros.

– Sí, pero he decidido dejar mi dormitorio.

Georgia arqueó las cejas en una pregunta muda y Morgan la miró desafiante.

– Steve va a recogerme a las siete y media -dijo, por encima del hombro, volviendo hacia el salón.

Georgia miró a Andy. Éste sacudió la cabeza y la siguió.

– ¿De qué estás hablando, Morgan? -preguntó Georgia.

– ¿Tú qué crees? Vuelvo con Steve.

– Pero si ni siquiera… ¿Cuándo os habéis visto?

– Todo este tiempo.

Georgia no había sospechado que Morgan tuviera algún contacto con su novio.

– Mientras tú te convertías en una estrella -dijo Morgan, con sorna.

– Pero…

– Escucha, Georgia. Steve y yo hemos tomado la decisión. Punto.

– Morgan, no creo… -Georgia se mordió el labio. Sabía que oponerse no iba a servir de nada-. ¿Te lo has pensado bien?

– ¿Qué necesito pensar? -preguntó Morgan, desafiante.

– Recuerda que Steve te pegó y hace apenas unos días decías que no querías verlo nunca más.

– ¡Qué buena memoria tienes, hermana! También yo la tengo, Georgia -Morgan rió-. ¿Es que no se puede cambiar de opinión?

Georgia sacudió la cabeza.

– No sé qué decirte, Morgan -dijo Georgia, con aire cansado.

– Dime lo mismo que me han dicho Lockie y Mandy: «No es lo más adecuado» -dijo Morgan, burlona-. «Vivir juntos no está bien». ¿Y qué está bien?

– Morgan, por favor -intervino Andy.

Pero la joven no le hizo caso.

– Vamos, dime, ¿qué «está bien»? ¿Ir de la mano? ¿Besarnos en la puerta? ¿Esperar a que aparezca el Príncipe Azul? -Morgan rió sarcástica-. Debíais estar contentos de que no lo hagamos en la parte de atrás del coche de Steve, como hacen otros.

– ¡Morgan! -la voz de Lockie llegó desde detrás de Georgia-. ¡Ya basta!

– ¡Cállate, Lockie! No me digas que tú y Mandy sois tan inocentes. Siempre queréis hacerme creer que soy distinta. Demasiado joven e inmadura para saber lo que quiero.

– Morgan, por favor -le suplicó Georgia-. No nos peleemos. ¿No podemos hablar tranquilamente?

– No hay nada de qué hablar, Georgia -dijo Morgan, testaruda.

– ¿No te das cuenta de que estamos preocupados por ti? -preguntó Lockie.

Pero Morgan rió de nuevo.

– Seguro. Pero no deberíais preocuparos. No soy tonta. Podéis estar seguros de que no voy a quedarme embarazada, como le pasó a Georgia.

Capítulo 12

– ¿Embarazada? ¿Georgia? -dijo, Andy, con expresión atónita.

– ¿Cómo demonios…? -exclamó Lockie, al unísono.

– Sí, embarazada. ¿Que cómo demonios lo sé? -dijo Morgan-. Como he dicho, no soy estúpida. Aunque era una niña, me enteraba de todo. Tú y papá creíais que dormía aquella noche, pero lo oí todo.

– ¿Georgia? -Andy dio un paso adelante-. ¿Qué…? ¿Es…?-preguntó, incrédulo.

Georgia estaba paralizada. No estaba segura de haber oído bien. Quizá lo había imaginado. ¿Había dicho Morgan lo que creía que había dicho?

Pero era imposible que su hermana pequeña supiera que había estado embarazada de Jarrod.

– Hasta sabía quién era el padre -siguió Morgan-. En cambio tú y papá no, ¿verdad, Lockie? Yo incluso conocía su escondite.

Georgia levantó la cabeza bruscamente.

– Se encontraban en…

Lockie sujetó a Morgan por el brazo.

– Ya has dicho bastante, Morgan. No necesitamos detalles -dijo, amenazador-. No eres más que una estúpida manipuladora -añadió, sacudiéndola.

Georgia se adelantó para detener a su hermano.

– Lockie, tranquilízate -le suplicó. Al mirar a Morgan, ésta vio el dolor que se reflejaba en la mirada de Georgia y perdió parte de su insolencia. Bajó la mirada.

– ¿No es cierto, Georgia? -parecía avergonzada.

– Morgan -dijo Georgia, dulcemente-. Es por eso… Sé lo peligroso que es cometer un error… -tomó aire-. Por eso Lockie y yo te intentamos proteger. Te aconsejamos porque te queremos -concluyó, con voz quebradiza.

– Pues no necesitáis protegerme -masculló Morgan, altanera-. He aceptado el trabajo en la oficina de Jarrod. Empiezo el lunes, así que todo va a ir bien.

Su mirada y la de Georgia se encontraron y ésta pudo ver que su hermana pequeña estaba arrepentida aunque no fuera capaz de expresarlo.

Georgia volvió la mirada hacia Andy para darle una explicación, pero sus ojos lo pasaron de largo y se abrieron en una expresión de horror.

Jarrod estaba en el umbral de la puerta. Debía haber llegado detrás de Lockie y había sido testigo mudo de la escena.

Jarrod parecía haber envejecido varios años. Estaba pálido y ojeroso, como si fuera a desmayarse. Pero no lo hizo. Permaneció donde estaba, contemplando a Georgia con los ojos desencajados.

– ¡Georgia! -exclamó, con voz ronca-. ¡Oh, Georgia!

Georgia se sintió atravesada por el dolor. Antes de que los demás pudieran reaccionar, salió corriendo, bajó las escaleras de dos en dos y, rodeando la casa, tomó el sendero que partía de la parte trasera, después de saltar la verja, y continuó hasta llegar al puente, ahora sólido y firme.

Si alguien la llamó, ella no lo oyó. Sólo oía su corazón y el fluir veloz de su sangre. Se apoyó en la barandilla del puente y tomó aire.

Su respiración fue normalizándose y sólo entonces se dio cuenta de que estaba llorando. Miró hacía abajo, a la cuenca seca del riachuelo. Había permanecido allí hasta la madrugada la noche en que huyó de casa de Jarrod. Había llegado como una exhalación, cegada por el descubrimiento de que Jarrod y su madrastra mantenían un romance. Cruzó el puente, olvidando que era frágil y que su peso, a aquella velocidad, podía hacerlo peligrar. La madera se abrió bajo sus pies, y ella cayó con un grito ahogado.

La caída la había dejado inconsciente, pero al menos había tenido la suerte de que la cabeza le quedara fuera del agua o se habría ahogado. Al recobrar el conocimiento le dolía todo el cuerpo, y no pudo moverse hasta que su padre y Lockie la encontraron. Se había roto una pierna y había perdido al niño.

Georgia dejó escapar un gemido. Le costó tanto recuperarse de aquella doble pérdida… Primero Jarrod y a continuación el niño. Nadie supo cuánto sufría, y ni Lockie ni su padre volvieron a mencionar el tema.

Geoff Grayson le preguntó quién era el padre, pero ella no respondió. Y cuando él sugirió que podía ser Jarrod ella lo negó vehementemente, diciendo que en realidad, era un extraño al que había estado viendo a escondidas.

Su padre sacudió la cabeza desesperanzado, sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo.

Georgia contuvo el aliento al oír un ruido a su espalda y se volvió bruscamente para enfrentarse a la figura alta y corpulenta de un hombre que conocía bien. En la penumbra no podía verlo con claridad, pero vislumbró el brillo metálico de sus ojos.

– Era mi hijo, ¿verdad? -dijo Jarrod, inexpresivo-. Según Lockie le dijiste a tu padre que era de otro, pero yo sé que es mentira. El niño era mío. ¿Por qué no me lo dijiste?

– Lo intenté -dijo Georgia, en un hilo de voz-. Pero tú…

Jarrod guardó silencio unos instantes.

– Aquella noche viniste a contármelo, ¿no es cierto? -dijo, finalmente-. ¡Georgia, no sabes cuánto lo siento! Pero esa noche…

– Forma parte del pasado, Jarrod, como tú mismo has dicho.

– No sé cómo pedirte que me perdones -Jarrod dijo, en tono torturado-. ¿Qué pasó? Lockie me ha dicho que…

– Con la caída perdí el niño -Georgia señaló el río con un ademán-. El puente se partió. Por eso tu padre hizo construir uno nuevo. Él no supo que estaba embarazada.

– Si yo hubiera sabido que estabas embarazada… -dijo Jarrod, sin concluir la frase.

– Te habrías casado conmigo -dijo Georgia, con amargura.

El silencio de Jarrod le dolió más que una negativa.

– No podía casarme contigo, Georgia -dijo él, al fin-. Ni siquiera debía haberte tocado.

Georgia tragó para intentar librarse del nudo que se le había formado en la garganta.

– Los dos fuimos culpables, Jarrod -dijo, en un susurro-. No tuviste que seducirme.

Jarrod dejó escapar un juramento.

– Pero yo era mayor que tú y debía haber tenido cuidado. No eras más que una niña.

– No era tan niña y, además, te amaba, Jarrod -dijo Georgia, con expresión inocente.

Jarrod se volvió hacia ella.

– ¿Crees que no lo sé? -dijo, en lo que pareció casi un quejido-. Pero ésa no es una excusa válida.

– Yo pensaba que tú también me amabas.

– Y así era -Jarrod habló tan bajo que Georgia tuvo que esforzarse para oírlo-. Que Dios me perdone, Georgia, pero te amaba y te sigo amando. Pero no puede ser.

Georgia dio un paso hacia él. Jarrod la estrechó en sus brazos y ella apretó el rostro contra su pecho. Podía oír el latir de su corazón bajo la camisa. Pero antes de que pudiera rodearlo con sus brazos, él la apartó de sí violentamente.

– Georgia, por favor… No podemos…

– ¿Por qué no, Jarrod?

– No puedo decírtelo -dijo él, pasándose una mano por los ojos.

– ¿Por qué no, Jarrod? -Georgia fue a eliminar la distancia que Jarrod había marcado entre ellos, pero las palabras que le oyó decir hicieron que se le congelara la sangre en las venas.

– Eres mi hermana, Georgia.

Capítulo 13

Georgia no supo cuánto tiempo se quedó inmovilizada, mirando a Jarrod con el rostro desencajado. Finalmente, dejó escapar una risa seca.

– Supongo que bromeas, Jarrod.

– Ojalá. Pero es la verdad.

– Pero eso es…, absurdo. Tendríamos que tener la misma madre o pa… -Georgia calló a mitad de sílaba.

– O padre -concluyó Jarrod por ella-. Georgia, Peter Maclean también era tu padre.

Georgia comenzó a sacudir la cabeza.

– ¿Te acuerdas del día que estábamos con él y te confundió con tu madre? Te llamó «querida Jennifer». Estaba enamorado de ella.

– No es verdad. ¿Quién te ha contado esas mentiras? -preguntó Georgia, sin aliento.

– ¿Qué más da? Lo cierto es que no son mentiras.

– Claro que sí -repitió Georgia con vehemencia-. ¿Quién te lo ha dicho? Tengo derecho a saberlo, Jarrod.

– Isabel -dijo Jarrod, dando un profundo suspiro.

– ¿La tía Isabel? -Georgia dijo, mareada-. Tenemos que aclararlo. Voy a hablar con mi padre.

– Yo ya se lo pregunté al mío -dijo él. Georgia lo miró alarmada.

– ¿Y?

– Lo negó, claro. ¿Qué otra cosa podía hacer? Pero admitió que siempre había amado a tu madre. Fueron novios hasta que ella conoció a tu padre.

– Tu padre no mentiría sobre una cosa así, Jarrod. ¿Y Lockie? Es idéntico a mi padre. ¿Y por qué iba mi padre a…? -Georgia sacudió la cabeza-. No lo puedo creer, y no quiero creerlo, Jarrod.

– ¿Y si es verdad?

– A la tía Isabel le viene muy bien que mi madre no pueda defenderse de sus acusaciones. O tu padre -Georgia alzó la barbilla-. Isabel tiene que estar equivocada.

Pasando junto a Jarrod sin mirarlo, tomó el sendero de vuelta hacia su casa, pero en esa ocasión no corrió y Jarrod no la siguió.

Cuando llegó, Lockie y Andy exclamaron al ver lo pálida que estaba y le obligaron a tomar un coñac.

Morgan se había marchado a casa de Steve. Lockie le dijo a Georgia que no debía preocuparse y que su secreto estaba a salvo con él y con Andy, al que había dado una explicación.

Georgia se limitó a sacudir la cabeza. Todo aquello había perdido importancia en comparación con lo que ahora sabía.

Lockie y Morgan tuvieron una conversación al marcharse Georgia y la joven había estallado en llanto, diciendo que siempre la trataban como a una niña y que se sentía excluida de la familia. Lockie, reflexionando, pensó que en parte tenía razón y que sus esfuerzos por protegerla la habían hecho sentirse una extraña.