– Y yo estaba seguro de que podría mantenerme distante. Quería que me odiaras. Era la única manera de sentirme seguro. Pero cuando me trataste con indiferencia creí enloquecer y supe que nunca dejaría de amarte.

– Pues lo disimulaste muy bien -bromeó Georgia.

– Eso pensaba yo hasta que te oí cantar. Los celos me devoraban y por eso intenté convencerte de que dejaras el grupo. Si no eras mía, no quería que pertenecieras a ningún otro. Puede que Isabel y yo nos parezcamos más de lo que creemos -Jarrod apretó los labios y miró a Georgia con pesadumbre-. La tarde que te besé estuve a punto de perder el control. Y cuando cantaste aquella canción sentía que el corazón se me hacía pedazos.

Georgia ocultó el rostro en el pecho de Jarrod.

– Y luego yo fui horriblemente desagradable contigo en el camerino. No pude evitarlo.

– Me lo merecía. Y cosas peores -Jarrod hizo una pausa-. ¿De verdad escribiste esa canción después de que hiciéramos el amor por primera vez?

Georgia asintió.

– Fue tan maravilloso que me salió sola. Nunca pensé en cantársela a nadie más que a ti, pero Lockie la encontró y… -Georgia se encogió de hombros.

– Aquella noche estuve a punto de decirte la verdad. Y también el día que nos vimos en el despacho de mi padre.

Se miraron en silencio y Georgia sintió su corazón acelerarse. Por primera vez en cuatro años estaba viva.

– Lockie va a grabar el disco -dijo.

– Es una canción magnífica -Jarrod le acarició la mejilla-. ¿Te da pena que la vaya a cantar Mandy en lugar de tú?

Georgia sacudió la cabeza.

– Desde luego que no. El otro día supe que no podría volver a cantarla. Y nunca he querido formar parte de Country Blues.

Jarrod la estrechó en sus brazos y ella suspiró.

– Georgia, respecto al bebé, me siento tan culpable… Si no hubiera sido por mí no habrías salido corriendo por la noche y…

– La culpa la tiene la tía Isabel -le recordó Georgia.

– Pero…

Georgia le puso un dedo en los labios.

– Calla, Jarrod. No podemos seguir lamentándonos del pasado. Tenemos que empezar de nuevo. Y además -Georgia sonrió con picardía-, puede haber otros bebés. Me lo dijo el médico, así que… -Georgia deslizó sus dedos por el mentón y los labios de Jarrod.

– ¿Así que…? -dijo él, con voz ronca, tomando entre sus labios el dedo de Georgia. Sus ojos brillaban con la pasión que tan bien recordaba Georgia.

– Así que podemos volver a intentarlo. Si es que te acuerdas de cómo lo hicimos la última vez -dijo ella, mirándolo con los ojos muy abiertos.

Jarrod rió.

– Voy a necesitar que me refresques la memoria. Pero quizá debamos comenzar a ciegas -dijo Jarrod, acariciando el lóbulo de la oreja de Georgia y deslizando la mano sobre sus senos.

– ¿Re andar el camino? -Georgia arqueó una ceja y comenzó a desabrochar la camisa de Jarrod.

– Y practicar -Jarrod llegó a su cintura y tirando de la camiseta, se la quitó-. Practicar es fundamental.

– Desde luego -dijo Georgia, abriéndole la camisa y acariciándole los hombros-. La práctica lleva a la perfección.

– ¿Puede haber algo más perfecto que esto? -preguntó él, con voz densa.

– Tendremos que comprobarlo, ¿no crees?

Georgia sentía el cuerpo arder, pero siguió el juego de seducción contenida que habían comenzado.

– Quizá debiéramos comenzar practicando con los botones -dijo él, con ojos brillantes.

– Y las cremalleras -dijo Georgia, soltándole el cinturón.

– No sé si voy a ser capaz -murmuró Jarrod, bromeando.

– Seguro que sí -susurró ella.

– Han pasado cuatro años -le recordó él, levantándose levemente para que ella pudiera bajarle los pantalones.

– Tengo mucha confianza en tu memoria visual.

– ¿Sí?

– Desde luego.

– Entonces tenemos que poner a prueba esa confianza -dijo Jarrod, quitándole el resto de la ropa.

Estaban desnudos, entregados a una contemplación mutua. El tiempo parecía haberse detenido.

– Dicen que es como montar en bicicleta, que nunca se olvida -susurró Jarrod al oído de Georgia.

– ¿Jarrod? ¿Qué hay de tu avión? -preguntó Georgia, de pronto.

– ¿Qué avión? -Jarrod besó la base de su garganta.

– El que ibas a tomar hoy.

– Creo que no ha despegado.

– ¿Cómo?

– Por culpa de la nieve.

– ¿Nieve? ¿En verano?

– Ajá.

Georgia dejó escapar un quedo gemido cuando Jarrod le mordisqueó un pezón.

– Si tú lo dices -dijo ella, a continuación.

– Y ya sabes que siempre tengo razón.

Georgia le acarició el pecho y describió círculos alrededor de su ombligo.

– Ummmh. ¿Puedes repetirlo? -dijo Jarrod.

– Tantas veces como quieras -replicó Georgia, riendo. Se deslizó hacia abajo.

Jarrod contuvo la respiración.

– ¡Oh, Jarrod! ¡Tócame! -susurró ella dulcemente.

Y la suave brisa acunó las hojas de los árboles por encima de sus cabezas.

Lynsey Stevens


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