Georgia estaba demasiado aturdida como para pensar en ese asunto y tampoco tenía fuerzas como para contarle a Lockie la revelación de Jarrod.

Aquella noche no volvió a casa de los Maclean, si no que durmió en un sofá en el salón de su casa.

¿Peter Maclean, su padre? Ese pensamiento dio vueltas y vueltas en su cabeza, impidiéndole dormir.

A la mañana siguiente llamó a la librería y dijo que no se encontraba bien y que no podía ir a trabajar, lo cual no era estrictamente una mentira. La cabeza le daba vueltas y sentía el estómago agarrotado.

Miró el reloj por enésima vez. ¿Dónde estaba su padre? O quizá era más apropiado decir, el hombre que hasta entonces había creído su padre.

Pero cuando por fin se oyeron las ruedas del coche sobre la gravilla, las piernas no le respondieron y tuvo que esperarlo sentada.

– ¿Georgia? -Geoff Grayson se quedó mirándola, sorprendido-. ¿Estás enferma? -se sentó junto a ella y le tomó la mano.

Georgia estudió su rostro ansiosamente, buscando cualquier rasgo que los hiciera parecerse. Pero ella era idéntica a su madre.

– Tengo que hablar contigo, papá.

– ¿Qué quieres, cariño? -Geoff apretó la mano de su hija afectuosamente.

– Se trata de… mamá y tú -Georgia hizo una pausa. ¿Cómo podía decirlo?-. ¿Soy tu hija?

Ya estaba dicho. Pero Georgia no podía mirar a su padre a los ojos.

Geoff Grayson rió suavemente.

– Esa es una pregunta muy sencilla. Claro que eres mi hija. ¿No quieres serlo?

Georgia cerró los ojos temiendo desmayarse. Claro que quería serlo. Pero, ¿y si su padre no lo sabía?

– Papá, ¿estás…? ¿Hay alguna posibilidad de que no sea tu hija?

– Georgia, ¿qué te ocurre? Por supuesto que estoy seguro de ser tu padre -dijo él, tensándose-. Tu madre y yo nos amábamos profundamente. Nunca hubo nadie más en nuestras vidas.

Georgia se echó a llorar desconsoladamente. Su padre la observó unos instantes, antes de sentarse a su lado y abrazarla.

– ¿No crees que debes darme una explicación? -preguntó, con dulzura.

– ¡Oh, papá! Jarrod me ha dicho… Se marchó porque creía que… Peter Maclean era mi padre -explicó Georgia, al fin.

– ¿Peter…? ¿Georgia, de qué demonios estás hablando? -preguntó su padre, atónito.

– Jarrod dice que su padre siempre amó a mamá y que… la tía Isabel se lo dijo -dijo Georgia, secándose los ojos con el pañuelo que le había dado su padre.

– ¿Isabel le ha dicho…? Georgia, mírame -Geoff la tomó por la barbilla y la obligó a mirarlo-. Si Isabel ha dicho eso, está mintiendo y ella lo sabe. Peter Maclean no es tu padre. Es imposible.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro? -insistió Georgia.

– Estoy seguro al cien por cien, cariño -Geoff sacudió la cabeza, apesadumbrado-. Es una vieja historia. Peter y yo estábamos enamorados de tu madre. Él la conocía desde la infancia y nos presentó. En cuanto la vi, supe que para mí no habría otra. Peter sentía lo mismo hacia ella, pero Jennifer me eligió a mí. Peter y yo éramos amigos. Él podía haber reaccionado mal, pero no lo hizo. Cuando vio que Jenny había elegido a otro, fue a hacer un viaje de trabajo. Entonces fue cuando conoció a la madre de Jarrod. Unos años más tarde, antes de que tú nacieras y de que Peter supiera de la existencia de Jarrod, estaba trabajando cuando sufrió aquel espantoso accidente.

– Pero…

Geoff Grayson alzó una mano.

– Estuvo a punto de morir, Georgia, y debido a las heridas que sufrió, ya no pudo tener hijos, así que… -se encogió de hombros.

Georgia comprendió lo que su padre quería implicar.

– Él mismo me lo confesó -continuó su padre-. Por eso se emocionó tanto al saber que tenía un hijo.

Georgia respiró profundamente. Empezaba a sentirse mucho mejor.

– Si eso es verdad, papá, ¿por qué le dijo esa mentira a Jarrod la tía Isabel?

– Isabel… -su padre sacudió la cabeza-. No lo sé. Esto ocurrió hace muchos años. Peter, Isabel, Jenny y yo íbamos juntos a todas partes. Tu madre era encantadora y estaba llena de vida. Pero Isabel era todo lo contrario. Siempre ha sido severa y reservada. Nadie intimaba con ella. Ni siquiera tu madre. Pero que sea capaz de mentir para separaros a Jarrod y a ti… -Geoff se levantó con aire enfadado-. No lo comprendo. Voy a ir a hablar con ella.

– No, papá, iré yo. Tengo que hablar con Jarrod.

Georgia había pasado de la desesperación a una alegría exultante. La tía Isabel había mentido. Jarrod seguía amándola. Todo acabaría bien.

– Aun así, yo hablaré con ella por mi cuenta. Entre tanto, dile a Jarrod que si no me cree, puede hablar con el médico.

– Te quiero, papá -dijo Georgia, abrazándolo.

– Y yo a ti -Geoff se metió la mano en el bolsillo y le alargó las llaves del coche con una sonrisa-. Toma el coche y vete, cariño.

Georgia salió corriendo. Se sentía como si le hubiera levantado una losa de la espalda.


Isabel Maclean recibió a Georgia en lo alto de la escalera exterior y ésta sostuvo con frialdad la mirada de la mujer que había arruinado sus últimos cuatro años.

– ¿Por qué lo hiciste, Isabel? -preguntó quedamente.

– ¿El qué? -Isabel se llevó la mano al broche de la solapa-. No sé de qué hablas.

– ¿Por qué le mentiste a Jarrod acerca de su padre y mi madre?

– He dicho que no sé…

– Tía Isabel, el tío Peter no era más que eso, mi tío. No era mi padre y tú lo sabías. Mi padre me ha contado lo del accidente -dijo Georgia. Isabel la miró con arrogancia-. ¿Sabes el daño que nos has hecho? ¿El sufrimiento? No puedo comprender por qué lo hiciste.

– ¿Por qué? -Isabel hizo una mueca-. Nunca lo comprenderías, Georgia.

– Lo intentaré.

– Tú eres igual a ella -dijo Isabel, con amargura-. Joven, atractiva, llena de personalidad. ¿Cómo podrías entender lo que representa ser la hermana aburrida y seria? Desde que nació me hizo sombra -apretó los labios-. Lo soporté hasta que… Ella hubiera podido conseguir a cualquier hombre, yo no. ¿Por qué tuvo que elegir a Geoff Grayson?

Georgia abrió los ojos desmesuradamente.

– ¿Tú estabas enamorada de mi padre?

Isabel se irguió.

– Pero él sólo tenía ojos para ella.

– ¿Quieres decir que mentiste a Jarrod porque…? -Georgia miró a su tía y, de pronto, vio algo en ella que aplacó su ira.

La mujer madura había perdido al hombre que amaba hacía casi treinta años y eso la traumatizó de tal manera que había decidido destrozar las vidas de dos personas que no tenían ninguna responsabilidad en su desgracia.

– ¿Te sirvió de algo vengarte? -preguntó Georgia, con frialdad.

– No -dijo Isabel, con ojos brillantes de rabia-. Jarrod era el hijo que yo nunca había tenido. Y tú eres la viva imagen de tu madre. Jenny fue siempre la guapa, la preferida de todos. Peter quería casarse con ella -siguió, como ausente-. Pero ella tenía que elegir a Geoff.

– Tía Isabel… -Georgia sacudió la cabeza. ¿Tenía sentido recriminarla? De pronto se daba cuenta de que su tía vivía un vacío emocional en el que no dejaba entrar a nadie. Ni siquiera a su marido.

Tragó saliva. ¿Se habría convertido ella en una nueva Isabel, fría, distante, vengativa? Georgia se estremeció.

– Quiero ver a Jarrod -dijo, calmada-. ¿Dónde está?

– Se ha marchado. Llegas demasiado tarde.

Georgia miró la hora.

– Su avión no sale hasta dentro de tres horas.

– Decidió irse antes.

– No te creo -Georgia pasó de largo y llamó a Jarrod en alto, hasta llegar a su dormitorio.

– No entres, Georgia. ¿Cómo te atreves a irrumpir así en mi casa? -le llegó la voz de Isabel a su espalda-. Te he dicho que ha ido al aeropuerto.

Georgia abrió la puerta y contuvo la respiración al ver el equipaje de Jarrod preparado al pie de la cama.

– ¿Dónde está, tía Isabel?

– No tengo ni idea -Isabel se dio media vuelta y se alejó por el corredor.

Georgia se quedó de pie, apoyada en el umbral de la puerta. ¿Dónde estaría Jarrod? Si estuviera en el jardín la habría oído llamar. ¿Habría ido a la oficina?

De pronto tuvo una idea y salió corriendo a través de los matorrales hacia el riachuelo.

Pero no lo encontró en el puente y por un instante, Georgia pensó que se había equivocado. Iba ya a volverse cuando oyó la voz de Jarrod llamándola.

Bajó la mirada y lo vio al fondo, bajo el árbol que solía servirles de refugio. Georgia bajó a su encuentro.

– Pensaba… -comenzó a decir-. Tenía que verte -dijo, sin aliento-. Quiero que sepas…

Georgia estalló en llanto y le contó toda la historia, incluida la conversación con Isabel.

– Así que no es verdad, Jarrod -concluyó.

Él parecía aturdido. Luego, le hizo algunas preguntas.

– Isabel ha admitido que mintió, Jarrod. Y papá dice que puedes hacer las averiguaciones que quieras con el médico -Georgia observó las confusión de sentimientos que asaltaban a Jarrod.

– Cuando Isabel… -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Lo que me contó parecía tan posible y explicaba tan bien algunas cosas, como la frialdad de la relación entre ella y Peter, la tensa calma que se percibía cuando tus padres estaban de visita… No dudé que fuera verdad -Jarrod apretó la mandíbula-. ¿Cómo nos ha podido hacer esto? ¿Por qué? -exclamó, con amargura-. Estos años perdidos, el bebé. Dios mío, podría…

– Debemos compadecerla, Jarrod -lo atajó Georgia-. Su vida está vacía. Está estancada en el pasado.

Jarrod puso sus manos sobre los hombros de Georgia.

– ¿Cómo puedes defenderla después de lo que ha hecho?

– ¿Me amas, Jarrod? -preguntó Georgia, estremeciéndose.

– Desesperadamente -dijo él, vehementemente-. Nunca he dejado de amarte.

– Entonces puedo permitirme ser generosa con la tía Isabel.

– Yo no, mi amor. Pienso hablar con ella -Jarrod atrajo a Georgia hacia sí con dulzura y la besó delicadamente-. Georgia, mi querida Georgia. Cuánto he deseado hacer esto.

Y se fundieron en un abrazo prolongado, acariciándose, besándose, susurrándose palabras de amor. Hasta que se separaron respirando entrecortadamente.

– Estas semanas han sido una pesadilla -dijo él, con voz ronca-. Creía que me iba a volver loco -tomando a Georgia de la mano, la hizo sentar-. Cuatro años, Georgia. Cuatro años creyendo que amaba a mi hermana.

– Calla, Jarrod -Georgia cerró los ojos y dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

– Sé que te hice daño, mi amor, pero la noticia de Isabel me había dejado horrorizado. Se añadía a la constante presión a la que me sometía cada vez que estábamos solos, y no pude soportarlo.

– Cuando te vi besándola creí que estaba soñando.

Jarrod hizo una mueca de dolor.

– Tengo que reconocer que no me siento orgulloso de mi comportamiento -sacudió la cabeza-. Todo comenzó cuando empecé a pasar contigo la mayor parte del tiempo. Me miraba con coquetería, intentaba tocarme. Yo hice como que no me daba cuenta. No sabía cómo reaccionar.

– Ella amaba a mi padre y se sintió traicionada cuando él se casó con mi madre.

– No creo que Isabel sepa lo que significa el amor -Jarrod suspiró-. Yo sólo sé que no me sentí capaz de contarte lo que Isabel acababa de decirme y pensé que mi única alternativa era marcharme. Sé que no me creíste cuando te dije que no había nada entre ella y yo, pero pensé que era mejor dejarte con esa confusión que contar la verdad. Incluso aunque me odiaras -acarició con el pulgar la mejilla de Georgia.

– Al principio me desesperé y cuando perdí al niño quise morir. Para superarlo intenté convencerme de que no había pasado nada. Luego, cuando volviste, quise creer que te odiaba, pero… -Georgia cubrió la mano de Jarrod-, estaba intentando ganar una batalla perdida. Tú formas parte de mí, Jarrod, y odiarte es odiarme a mí misma.

Jarrod la estrechó contra sí, peinándole el cabello hacia atrás con la mano.

– No sé cómo he sobrevivido estos años, Jarrod -continuó ella-. Comía, bebía, trabajaba…, pero no vivía.

– Yo he sentido los mismo. Cada vez que abría una carta de casa temía enterarme de que te hubieras casado.

– Y yo te imaginaba a ti rodeado de hermosas americanas.

Jarrod rió quedamente.

– ¿Te acuerdas cuando insinuaste que me había acostado con Ginny?

– Estaba tan celosa… -dijo Georgia.

– Nunca ha habido otra, mi amor. He vivido como un monje. Nadie podía sustituirte.

– ¡Oh, Jarrod! -el corazón de Georgia rebosaba amor-. Para mí no ha habido tampoco nadie.

– ¿Ni ese batería grandullón?

– ¿Andy? No -Georgia sacudió la cabeza-. Sólo somos amigos.

Jarrod hizo una mueca.

– Estuve a punto de partirle la cara el día que te tomó en brazos para saltar la verja.

Georgia rió.

– Supongo que inconscientemente he usado a Andy para provocarte celos -Georgia bajó la mirada-. Al principio pensé que podría soportar verte, pero en cuanto te vi supe que seguía tan enamorada de ti como antes. E intenté combatir ese sentimiento con todas mis fuerzas.