– Mandy está fuera y he dejado que Lockie me convenza para que cante con el grupo esta noche. Estoy hecha un flan. No sé como lo consentí, pero ya no puedo echarme atrás. A no ser que me dé un ataque repentino de faringitis -hizo una mueca-. Pero Lockie no me creería.
– ¿Dónde tocáis?
– En el Country Music Club.
Jodie la miró sorprendida.
– ¿En Ipswich?
Georgia asintió y Jodie dio un silbido.
– ¡Caramba! Eso son palabras mayores. He quedado a cenar con mis padres, pero si puedo, cancelaré la cita para ir a verte.
– No, Jodie -suplicó Georgia-. No me pongas más nerviosa de lo que estoy. Tengo la pesadilla de que voy a abrir la boca y no me va a salir ningún sonido. Además, no estaría bien que desilusionaras a tus padres.
– Puede que tengas razón. Pero no te preocupes, lo vas a hacer fenomenal. Si puedo, pasaré a verte después de cenar. ¿A qué hora tocáis?
Georgia frunció el ceño.
– No lo sé exactamente. Tocan otros grupos, pero creo que nosotros somos los principales -miró el reloj con gesto nervioso-. Será mejor que me vaya. Lockie viene a recogerme. Pero no te preocupes por ir hoy. Les han contratado para un mes, así que habrá otras ocasiones.
Y para entonces, Lockie habría dado con Mandy.
– ¿Georgia? -la llamó Jodie cuando ya estaba en la puerta-. ¡Buena suerte!
Georgia intentó sonreír y salió.
Buscó la furgoneta de Lockie con la mirada y, al no verla, decidió ir a la entrada principal.
Cinco interminables minutos más tarde, Lockie seguía sin aparecer. ¿Dónde estaba? ¿Se habría estropeado la furgoneta precisamente ese día? Si no llegaba, tendría que llamar a un taxi.
Recorrió la calle arriba y abajo, mirando el reloj una y otra vez. Necesitaba poder sentarse y relajarse durante unos minutos antes de subir al escenario. Si no, iba a hacer el ridículo.
Los tres ensayos habían salido muy bien, se recordó a sí misma, pero la angustia que sentía hizo fracasar sus esfuerzos por tranquilizarse.
Dejó escapar un quejido. ¡Maldito Lockie! La había metido en líos desde que eran pequeños. Y solía salir perdiendo ella. Siempre los descubrían y Georgia terminaba llevándose la reprimenda. Aunque Lockie era mayor, todos aceptaban que cometiera travesuras, pero en ella, tan razonable y sensata, resultaba inadmisible.
Y después de tantos años, Lockie volvía a meterla en un lío. Las piernas le temblaban sólo de pensarlo. Y si Lockie no llegaba pronto, Georgia estaba segura de que se desmayaría.
Un coche blanco se detuvo junto a ella. La inscripción grabada en el lateral hizo que Georgia perdiera la poca serenidad que le quedaba, y sus ojos se abrieron desorbitadamente al ver al hombre que salía del lado del conductor.
Capítulo 5
– Vamos, Georgia, entra -la ordenó con su voz profunda, sacando medio cuerpo fuera del coche.
Georgia estaba paralizada. ¿Qué demonios estaba haciendo él allí?
– Me he parado en un sitio prohibido, Georgia. ¿Quieres que me pongan una multa?
Cómo una marioneta a la que hubieran dado cuerda, Georgia avanzó mecánicamente hacia el coche mientras Jarrod se metía en él y le abría la puerta desde dentro.
– Estoy esperando a Lockie -dijo Georgia, apoyando la mano en la puerta sin decidirse a entrar-. Llegará en cualquier minuto.
– No. Se le ha pinchado una rueda, por eso estoy yo aquí -dijo él, secamente-. Súbete.
Un coche giró la curva y tocó la bocina.
– Vamos, Georgia, voy a causar un atasco.
Georgia entró a regañadientes y Jarrod arrancó.
– He pensado que era más sencillo venir a por ti y que Lockie pudiera ocuparse de la mesa de sonido. No tenía tiempo para cambiar la rueda.
– Lockie nunca tiene tiempo para cosas mundanas -masculló Georgia, y tomó nota mentalmente de la reprimenda que le iba a caer. Se estaba acostumbrando a recurrir a Jarrod cada vez que tenía una emergencia. Tenía que hacerle comprender a su hermano que quería ver a Jarrod lo menos posible. ¿No se lo había dejado suficientemente claro?
– Lockie siempre se ha librado de hacer los deberes -una sonrisa bailaba en los labios de Jarrod y Georgia se vio asaltada por recuerdos agridulces que reprimió al instante.
– Siento que te haya molestado -dijo, crispada.
– De todas formas iba a ir al club. Y me alegro de tener esta oportunidad para hablar contigo.
¿Hablar? ¿No se habían dicho bastante cuatro años antes? Georgia hubiera querido gritarle que la dejara en paz.
– ¿Y de qué quieres que hablemos? -preguntó, cortante.
– De ti.
– ¿De mí? -Georgia estaba demasiado sorprendida como para controlar el tono de voz-. ¿En qué sentido? -preguntó cuando recuperó el aire.
– En relación al grupo de Lockie -dijo Jarrod con calma, al tiempo que aceleraba para unirse a la autopista.
Georgia miró por la ventana con inquietud. ¿Es que no se daba cuenta de que la actuación la ponía nerviosa? Jarrod debía saber mejor que ninguna otra persona lo ansiosa que se ponía antes de subirse al escenario. Debía recordarlo, pero el hecho de que intentara entablar una conversación profunda en ese momento, era una prueba de que lo había olvidado.
– ¿Qué quieres decirme, Jarrod? -preguntó, secamente.
– Que harías mejor manteniendo tu puesto en la librería que intentando ganarte la vida con un negocio tan impredecible como la música. Para Lockie no está mal -continuó-. Es lo único que tiene. Pero no para ti, Georgia. No creo que te gustara ese tipo de vida.
– Ah -la irritación de Georgia crecía por segundos.
– Y, al menos en los viejos tiempos, no te gustaba tanto cantar.
«Ahora no, Jarrod, no menciones el pasado», le suplicó Georgia en silencio. Tenía que poner fin a aquella conversación o se arriesgaban a adentrarse en caminos inesperados.
– ¿Estaría haciéndolo si no me gustara? -preguntó, sin pretender ocultar la irritación que sentía.
– ¿Qué hay de la maqueta que Lockie quiere grabar? ¿Cómo te hace sentir? -insistió Jarrod, ignorando su evidente deseo de no seguir hablando.
– Por ahora no son más que sueños. Ni siquiera puede pagarla.
– A mí no me ha dicho eso. ¿Te interesa grabarla?
Georgia se encogió de hombros como respuesta. Jarrod continuó:
– Entonces, ¿por qué cantas con el grupo si no te interesa grabar un disco?
A Georgia le daba lo mismo cuáles fueran los planes de Lockie. Lo único de lo que estaba segura era de la pelea que iba a tener con él en cuanto estuvieran a solas.
Respecto a su participación en el futuro del grupo, cuanto antes volviera Mandy, mejor. Georgia sabía perfectamente que iba a seguir con su trabajo en la librería y que ése era su deseo. Pero Jarrod seguía hablando sin llegar a darle una oportunidad de explicárselo.
– Uno no puede dedicarse a la música a tiempo parcial. Lockie quiere hacer una gira nacional y me cuesta imaginarte viajando de un lugar para otro, Georgia, viviendo con una maleta, visitando tres ciudades en una semana. Me dijiste que estabas estudiando, ¿qué vas a hacer con tu carrera? ¿Vas a abandonarla ante la remota posibilidad de grabar un disco de éxito?
Georgia comenzó a preguntarse si Lockie no la habría engañado una vez más. De hecho, no había mencionado a Mandy desde el momento en que Georgia aceptó sustituirla. ¿Habría intentado dar con ella o pretendía que Georgia siguiera con el grupo después del fin de semana?
– No creo que Lockie haya dicho que voy a dejar mi trabajo… -comenzó.
– Por lo que cuenta, tu trabajo no forma parte de los planes -Jarrod se revolvió en su asiento-. Sé realista, Georgia. ¿Cuántos grupos australianos se hacen famosos? ¿Qué seguridad representa eso para el futuro?
¿Cómo se atrevía Jarrod a hablarle de seguridad y futuro cuando él se había ocupado de atracárselos tan cruelmente?
– ¿No te parece que te estás pasando? -dijo, mordiendo las palabras-. Ya sabes que Lockie es un soñador. Ese Delaney del que habla todo el tiempo no se acercará al club. No creo que un hombre tan importante vaya a escuchar a grupos desconocidos. Piensa que éste es el primer concierto de cierta categoría para Lockie.
Jarrod se rascó la barbilla.
– No quiero que Lockie te arrastre con su entusiasmo. Antes de que te des cuenta, puedes encontrarte subida a un tiovivo del que no puedas bajarte.
«¿Por qué te preocupas tanto de mí, Jarrod?», gritó la voz interior de Georgia, antes de instalarla a preguntárselo directamente a él. ¿Por qué se preocupaba con tanto retraso? ¿Acaso no sabía que cuatro años antes le había roto el corazón? «Pregúntaselo».
– ¿A qué se debe esta repentina preocupación por mí? -las palabras escaparon de su boca.
– ¿Repentina? -Jarrod arqueó una ceja y detuvo el coche en el arcén-. ¿No crees que me has preocupado siempre? Después de todo, somos como una familia, Georgia.
– ¿Una familia? ¿Tú crees? -Georgia lo miró a los ojos y sostuvo su mirada-. Sí, he dicho «repentina preocupación». No te preocupaste tanto cuando… -titubeó antes de continuar-…, cuando estuviste en el extranjero.
– Isabel me mantenía informado -dijo él, en tono mate.
Georgia soltó una carcajada.
– ¿La tía Isabel? La vemos una vez cada tres meses y para ella ya es un exceso. Ni siquiera coincidimos cuando voy a ver a tu padre. Pasa la mayoría del tiempo en Gold Coast. ¿Qué te ha podido contar sobre nosotros? Nunca le hemos interesado.
«Sólo le interesabas tú, J», hubiera querido gritar. «¿No lo recuerdas?».
Georgia siempre había creído que la relación entre Isabel y Jarrod no era fácil y que con la edad se iba deteriorando. Pero estaba equivocada. Su ingenuidad le había hecho interpretar erróneamente las señales, hasta la noche en que todo se había aclarado con un resultado tan espantoso.
El coche se llenó de electricidad. Hablar con Jarrod de su tía producía un efecto tan doloroso en Georgia que tuvo que cortar la conversación antes de que la angustia la partiera en dos.
– También me he mantenido en contacto con Peter -dijo Jarrod, secamente-. Siempre me comentaba cuánto disfrutaba con tus visitas -continuó, dulcificando el tono pero con el rostro crispado.
– También a mí me gustaba visitarlo -admitió Georgia, preguntándose qué le habría contado Peter a Jarrod en esos cuatro años, en los que habían hablado de todo menos de su hijo.
– Pero estamos alejándonos del tema -Jarrod interrumpió los pensamientos de Georgia.
Georgia miró el reloj.
– Jarrod, no tenemos tiempo para… -comenzó Georgia, pero Jarrod la interrumpió con un ademán de la mano.
– Unos minutos no van a retrasar el espectáculo. Sólo quiero que seas consciente de los peligros de la industria musical, y sé de qué estoy hablando.
Georgia invocó una imagen de Jarrod vestido de roquero, y su antiguo sentido del humor renació, haciendo que sus labios se curvaran en una sonrisa y de su garganta brotara una risa profunda.
Los ojos de Jarrod estaba fijos en la boca de Georgia y los músculos de su garganta se contrajeron como si tuviera dificultades para respirar. Georgia dejó de sonreír.
Jarrod se movió para ajustarse el cinturón de seguridad, llamando la atención de Georgia sobre sus muslos fuertes enfundados en los vaqueros gastados, y fue ella quien sintió que se le cortaba la respiración.
– ¿Qué te hace tanta gracia? -preguntó Jarrod, aparentemente ajeno al efecto que ejercía sobre Georgia, por lo que ésta dedujo que debía haber imaginado la reacción que ella había despertado en él hacía unos instantes.
– Has dicho que hablabas por experiencia. ¿Por qué no nos has dicho que cantabas? -preguntó Georgia, arqueando las cejas-. ¿Te has teñido el pelo de morado y te has maquillado?
Jarrod hizo una mueca.
– No me refería a que tuviera experiencia directa, si no a través de una amiga.
Un dolor punzante atravesó a Georgia, y su sentido del humor se diluyó. ¿Cómo podía ser tan inocente como para pensar que no había habido otras mujeres, sabiendo, por propia experiencia, lo masculino que Jarrod era? Claro que habría tenido a otras mujeres.
– Era la hermana de uno de nuestros ingenieros -Jarrod miró a la distancia-. Su disco tuvo éxito y no pudo soportar la presión. Comenzó a consumir drogas y alcohol.
– ¿Drogas? -dijo Georgia, incrédula-. ¿No crees que exageras? No sé nada de drogas ni de dónde encontrarlas.
– Pero ellas pueden encontrarte a ti, Georgia. Eso fue lo que le pasó a Ginny.
– Está no es la Ciudad del Crimen, Jarrod. Y deberías tener más confianza en mí. Jamás recurriría a las drogas por muy bajo que cayera.
«Y ya he caído tan bajo como puedo caer», continuó Georgia, para sí. «Me perdí cuando tú me empujaste al vacío, Jarrod Maclean, pero me recuperé sin ayuda».
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