– ¿Quiere decir que planeó poner nuestras mesas juntas… para poder hablar conmigo?

– Sí. Y lo de sacar fotos no fue más que una manera de entretenerte para que te quedaras más tiempo. Me ha impresionado tanto lo que has hecho en este parque que decidí adelantarme antes de que se te ocurriera la idea de hacerte ranger.

– No -contestó ella-. Valoro mucho mi libertad y mi independencia. Adoro este parque, pero no querría verme atada a él.

Alex había pensado, de hecho, no volver más a Yosemite. Le traía demasiados recuerdos dolorosos.

– Serías una ranger excelente. Vance opina igual que yo.

– Son los dos muy amables.

– Digamos que sabemos reconocer lo que es bueno en cuanto lo vemos -dijo Telford con una sonrisa-. Te agradezco que hayas sido tan sincera. Bien, una vez aclaradas las cosas, vayamos al Yosemite Lodge, tenemos una mesa reservada para comer. Estoy ansioso por escuchar de primera mano cómo lo están pasando tus voluntarios.

Alex le siguió hasta puerta, conmovida por su amabilidad y cordialidad. Al salir del despacho vio a Cal. No supo si llegó a verla con Telford, pero pudo ver en su rostro una expresión tan dura como el granito.

Cal tenía un montón de informes que revisar, pero después de una hora no fue capaz de seguir concentrado y miró el reloj. Alex y Telford debían de haber terminado ya su almuerzo.

Veía al superintendente como un cazador furtivo que se había adentrado en su territorio. A menos, claro, que Alex sintiera algo por él. Pero no podía imaginar que se interesara por un cincuentón cuyos hijos tenían sólo un par de años menos que ella.

– Vamos, amigo -dijo Cal, levantándose de la mesa-. Es hora de entrar en acción, le guste a ella o no.

Le puso la correa a Sergei y se dirigieron a la camioneta. Ya no necesitaba la jaula y saltó con agilidad a la parte delantera junto a él.

Se dirigió a casa, entró en el garaje y cambió la camioneta por su Xterra azul. Puso a Sergei en el asiento trasero y arrancó el coche en dirección al aparcamiento de Yosemite Lodge. Al llegar, vio que el microbús de Alex no estaba allí. Tuvo el presentimiento de que habría vuelto a la estación de esquí y se dirigió a Sugar Pines.

El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando al llegar allí la vio bajando del vehículo. Ralph Thorn salía en ese momento del albergue y se dirigía a ella casi corriendo. Alex no podía ir a ninguna parte sin tener a un hombre pegado a ella.

Cal se acercó a ellos y saludó a Thorn con un gesto. Creyó ver por un instante en su mirada una sombra de hostilidad.

– Buenas tardes.

Alex se dio la vuelta al oír su voz. Cal vio en ella una mezcla de sorpresa y satisfacción.

– Necesito hablar con usted, señorita Harcourt. No tardaremos. La estaré esperando junto a mi coche.

Cal se volvió hacia el coche y aprovechó para hacer una llamada a uno de sus colaboradores. Colgó muy sonriente al ver llegar a Alex, tras terminar de forma rápida su conversación con Thorn.

– ¿Les ha pasado algo a los muchachos?

– Que yo sepa, todos están bien. Iba a hacer mi ronda de la tarde. Será la primera excursión de Sergei sin tener que ir en su jaula. ¿Te gustaría ver a Mika y Lusio en acción, antes de traerlos de vuelta al campamento?

A pesar de sus dudas iniciales, creyó ver en la luz inconfundible de sus ojos verde esmeralda que estaba deseando ir con ellos.

– Tal vez no sean muy abiertos ni comunicativos, pero como a todos los chicos, les gustará presumir, delante de ti, de lo bien que saben hacer las cosas.

– Les sacaré unas fotos con Sergei para enviárselas a sus familias. Dame un par de minutos para ir a la habitación a por la cámara.

Aún llevaba la misma ropa con que la había visto por la mañana. Eso significaba que no se había arreglado especialmente para ir a ver a Telford. Se sintió más reconfortado. Estaba decidido a contarle de una vez todo lo que debería haberle dicho hacía años.

Alex volvió enseguida. No se veía a Thorn por ninguna parte. Él se quedó ensimismado admirando los movimientos de aquel cuerpo tan perfecto mientras se sentaba a su lado. Luego se incorporó y se pudo de rodillas sobre el asiento, mirando hacia atrás, para acariciar al perro.

– ¿Cómo está mi niño?

Sergei estaba en la gloria. Cuando Alex se volvió para sentarse en el asiento, vio a Cal sonriendo.

– Como ves, Sergei está encantado de verte.

– No sabes cómo me alegra que se haya recuperado.

Cal puso en marcha el coche. Por el camino, se encontraron con diversos compañeros del parque que le saludaron sonrientes con la mano. La mayoría se sorprendió al verle con Alex. No era de extrañar, Cal no había estado con ninguna mujer desde lo de Leeann. Sus colegas iban a tener que irse acostumbrando a verle con ella, pensó.

– ¿Tienes algún plan para los chicos este fin de semana?

– Ralph me propuso que les llevásemos al Hetch Hetchy Valley por la mañana. Hablé con Vance y ha dado su autorización para que el jefe Sam Dick dé una charla mañana a los voluntarios, después de llegar al campamento.

– Es un gran honor.

– Sí. Mis chicos, en especial, le tienen un gran respeto.

– ¿Van a ir todos los grupos?

– Creo que sí.

– ¿Volverás después a Sugar Pines?

– No. Mi grupo pasará la noche en el hotel Evergreen.

Cal tenía que asistir al día siguiente a una reunión en Bishop, con algunos jefes del servicio forestal. No volvería hasta muy tarde. Quizá demasiado tarde para poder estar con ella.

– Va a ser una experiencia fantástica para ellos -dijo Cal.

– Sí, opino igual. Mankanita, la novia de Lonan, llegará hoy por la noche para pasar aquí el fin de semana. Me gustaría que conociese al jefe Sam Dick y a su esposa. Si esta experiencia funciona, tal vez Lonan y ella vengan el próximo verano y traigan también a algunas chicas.

– Lonan es una bella persona.

– Y Mankanita, una mujer maravillosa. Tiene mucho peso en el consejo de la tribu y, si le gusta cómo están los chicos en el parque, su opinión será decisiva para futuros proyectos.

– Sin ti, nada de todo esto habría sido posible.

– No es mérito mío. Todo se lo debemos a mi tatarabuelo Trent. Si él hubiera conocido Yosemite…

– Sí. John Muir y él. Habría sido algo grande. Nunca olvidaré la primera vez que vi las cataratas y el Half Dome. Acababa de venir del parque de las Montañas Rocosas. Aquello es también muy hermoso, pero no se puede comparar con Yosemite. De no haber sido por Helen, me habría perdido esta experiencia. Quizá tenga que estarle agradecido por lo que hizo. Desde esa noche, mi vida cambió para mejor. Metí mis cosas en una maleta y me marché nada más acabar la ceremonia. No sabía adónde ir pero me daba igual. Lo único que quería era irme de allí y acabé en Idaho.

– ¿Por qué allí? -preguntó ella.

– Los nativos de esa zona compraban muchos productos a Hollis Farm Implements, la granja de mis padres. Siempre había tenido ilusión por ir a ver Coeur d’Alene. Así que reservé un vuelo. Pero dio la casualidad de que se había producido allí un incendio forestal de grandes dimensiones y tuvieron que desviar el avión a Spokane, Washington. Nada más aterrizar, alquilé un coche y me dirigí a Coeur d’Alene para ver lo que había pasado. Cuando vi a las brigadas de bomberos luchando juntos contra el fuego, sentí algo muy especial. Conseguí un empleo en el servicio forestal. Unos meses después, uno de mis compañeros me sugirió que, si amaba tanto la montaña, me fuese a trabajar a un parque nacional. El resto… ya lo conoces.

Cuando terminó de hablar, Alex se quedó callada, viendo pasar el paisaje por la ventanilla.

– ¿Alex?

– Sí… ¿Y qué pasó entre tu hermano y tú?

– Jack descubrió la promiscuidad de Helen y comprendió que ella había sido la causa de que yo me hubiera ido. Estuvimos hablando del asunto y a los pocos días se divorció. Hoy está casado felizmente con una mujer maravillosa y tiene cuatro hijos.

– ¿Y por qué me estás contando todo esto? -preguntó Alex.

– Para que comprendas que si traté de mantenerme alejado de ti todos estos años no ha sido por nada que tenga en contra tuya. Helen era una chica de una belleza excepcional, como tú. Venía de una familia rica e influyente como la tuya. Cuando llegaste al parque, no puede impedir establecer una analogía entre ella y tú. Fue sólo una reacción visceral.

– Seis años es mucho tiempo para estar equivocado.

– Hubo otras personas que contribuyeron a ello. Tu padre me dijo que lo único que esperaba de mí era que te protegiera, y el jefe me dijo taxativamente que podía ver, pero no tocar.

– Hasta que me comporté como Helen aquella tarde en la torre, ¿verdad? Debiste de sentirte asqueado.

– No. No digas eso. Si escuchaste lo que te dije la otra noche, yo no le devolví el beso a Helen -dijo Cal extendiendo el brazo para tocarle la mano-. Tú no eres como ella.

– No sé bien a qué conduce todo esto. Te enamoraste de Leeann y te casaste con ella. Eso es lo único que cuenta.

– Salvo que ella murió, y mi mundo cambió de nuevo. Tú estás ahora aquí y las cosas ya no son como antes. Ya no tengo reglas a las que someterme. Quiero conocerte tal como eres y saber si podemos tener una relación estable en el futuro.

– Mi mundo ha cambiado, también, Cal. Los dos somos diferentes ahora. El otro día me preguntaste si podíamos ser amigos. Creo que ésa es la forma mejor para llevarnos bien. Sólo estaré aquí hasta finales de julio, tal vez nos vayamos antes. Depende de los chicos.

– ¿Qué quieres decir?

– Al consejo de la tribu le preocupa que los chicos puedan sentir nostalgia de sus casas y echen de menos a sus familias. En función de lo que les digan los muchachos, Halian propondrá una votación para decidir si permanecen en el parque hasta finales de julio o se vuelven a sus casas al acabar este mes.

Sólo quedarían, en ese caso, dos semanas…

– ¿Sabe esto Vance?

– Sí, pero está dispuesto a correr el riesgo. En caso de que nos vayamos un mes antes de lo previsto, mantendré íntegra la asignación del fondo Trent para sufragar los gastos de los voluntarios que vengan a reemplazar a mi grupo. En HPJS, hay montones de chicos dispuestos a venir. El parque no sufrirá ningún perjuicio.

Si Cal se había sentido molesto ante la posibilidad de que Alex pudiera tener una relación con Telford, ahora se sentía desolado ante la idea de que pudiera dejar de verla en dos semanas.

– ¿Cal? -le dijo ella, devolviéndole al presente-. Creo que nos hemos pasado la desviación para Meadows.

– Sí, tienes razón, pero hace unos minutos que llevo delante a ese turista del coche rojo que va circulando a ochenta por hora cuando el límite de velocidad es de cincuenta. El año pasado, resultaron muertos ocho osos en esta zona por exceso de velocidad. Y desde que abrieron este año la carretera de Tioga han muerto ya otros dos.

Cal puso la sirena, apretó el acelerador y se fue en su persecución.

A pesar de lo que Cal le había contado, Alex no estaba segura de sus sentimientos. Se había casado con Leeann. Y aunque parecía cambiado, ella no quería ser una sustituta.

Mientras estaba allí sentada absorta en sus pensamientos, Cal había alcanzado al coche infractor, se había puesto delante de él obligándole a pararse y, tras ponerse el sombrero, había salido del coche.

Sergei se puso a ladrar de forma lastimera. Quería ir con su amo.

– Vuelvo enseguida, amigo -le dijo Cal mientras se dirigía hacia el otro vehículo.

Ella le vio caminando con su figura atlética y esbelta que casi impresionaba al verla y apoyó la cabeza contra la ventanilla mientras Cal recriminaba seriamente al conductor del vehículo.

– ¿Alex? ¿Estás bien?

Ella volvió de sus pensamientos al ver a Cal de nuevo en el coche mirándola con gesto preocupado.

– Sí. Estaba relajándome un poco.

Cal no dijo nada pero creyó detectar cierta tensión en ella. Aprovechando la ausencia de tráfico, hizo un giro de ciento ochenta grados y volvió hacia atrás en dirección norte.

En un par de minutos llegaron al campamento. Estaba plagado de turistas que se disponían a hacer una excursión por la senda del Glen Aulin. Nada más aparcar el coche, Alex se bajó y se puso a mirar alrededor en busca de los chicos, mientras Cal le abría la puerta de atrás a Sergei y le ponía la correa.

– Su zona de trabajo está en las praderas de ahí arriba, a la derecha de esa hilera de árboles.

Cal la condujo hacia allí por entre los matorrales hasta llegar a un pinar, desde el que se divisaba una ladera salpicada de flores silvestres. Sería difícil encontrar un paisaje de montaña de una belleza tan impresionante. Sergei debió de pensar lo mismo y echó a correr. Nadie habría pensado que tenía una herida reciente en una pata.