Vieron a media docena de voluntarios trabajando en seis zonas diferentes. Llevaban un sombrero de paja y unos guantes de caucho. Estaban arrancando afanosamente las malas hierbas de la pradera. Había que destruir aquellos cardos amarillos antes de que esparciesen sus semillas por todo el parque. Una vez arrancadas se metían en unas bolsas de plástico dobles y se llevaban a un lado de la carretera para que vinieran los camiones a recogerlas. Alex contó hasta setenta de aquellas bolsas repartidas por el campo.

Cal saludó al pasar al monitor que estaba al cargo de los chicos y siguió su camino. Alex estaba cada vez más preocupada porque seguían sin ver a Mika y a Lusio.

– ¿Dónde crees que pueden estar?

– Su turno ya ha terminado, así que probablemente se habrán ido al río a refrescarse después del trabajo. Vamos allí a comprobarlo.

Sí, hacía mucho calor. Cuando Alex apretó el paso para ponerse a su altura, el perro empezó a ladrar y a tirar de la correa. De repente, Mika y Lusio llegaron corriendo. Venían con los sombreros de paja puestos y los guantes metidos en el bolsillo de atrás de los pantalones. Ella esperó que se acercaran a saludarla con una sonrisa, pero vio que venían con una cara muy seria. Sin duda, había pasado algo malo.

Tan pronto se acercaron, Sergei se puso a olerles y a ladrar muy excitado.

– ¿Qué te pasa, amigo? -le dijo Cal, apartándole de los chicos.

– Venga a ver lo que acabamos de encontrar -dijo Mika.

– ¿Qué pasa, Lusio? -preguntó Alex al otro chico que permanecía callado.

– Nada bueno.

Los chicos parecían muy afectados, por lo que Alex dedujo que algo grave debía de haber ocurrido. El perro tiraba cada vez con más fuerza de la correa como si quisiera romperla mientras se adentraban por la parte más profunda del bosque. Sergei lanzó de repente un aullido tan escalofriante como sólo un animal podía dar. Fue entonces cuando Alex vio los cuerpos sin vida de los tres osos, abiertos en canal.

– Mira, Alex -dijo Mika-. Le han cortado las patas.

– Y el cazador se ha llevado todos los dientes -añadió Lusio, asintiendo con la cabeza.

Alex se quedó boquiabierta. La visión era propia de una película de terror.

– No me lo puedo creer -dijo ella con una mezcla de rabia e indignación.

Cal se puso en cuclillas a examinar con gesto sombrío los restos de los pobres animales. Luego sacó el móvil del bolsillo para informar del suceso a las oficinas del parque mientras Sergei seguía olfateando alrededor.

Después de colgar, miró a Alex con cara de circunstancias.

– Chase va a llamar al departamento de investigación del Servicio de Parques Nacionales. Enviarán a un par de agentes especiales de la región del Pacífico Oeste y a varios federales del departamento de Pesca y Caza de California.

– ¿Qué van a hacer? -preguntó Lusio.

– Descubrir al autor o autores de esta masacre y luego presentar un pliego de cargos por violación de la ley para la conservación de la naturaleza. Eso significa que los criminales irán a la cárcel.

– Eso está bien -dijo Mika asintiendo con la cabeza.

– ¿Quién haría una cosa así? -dijo Alex mirando a Cal-. Y sobre todo, ¿por qué?

– Es un gran negocio. A los monstruos que han perpetrado esta matanza les supondrá unos ingresos de más de treinta mil dólares. Las patas de oso se cotizan en algunos mercados a mil dólares la pieza. Se usan para hacer sopas que en algunos sitios se consideran una exquisitez. Otros creen que es un gran remedio para los trastornos respiratorios y gastrointestinales. Los dientes y las garras se usan para hacer ceniceros y joyas.

Alex se sintió enferma con sólo pensarlo.

– La crueldad es algo que nuca he podido entender. ¿Y cómo consiguieron someter a los osos?

– Primero los atraen con comida, para luego someterlos con un spray tranquilizante -dijo Cal.

– ¡Seguro que robaron también los tranquilizantes! -exclamó Lusio.

– Es muy probable, Lusio. Quien hace estas cosas no tiene conciencia. La medicina china tradicional tiene una gran demanda de este tipo de piezas. Son productos muy populares en los países asiáticos. Cada vez estamos encontrando más esqueletos de osos desperdigados por los bosques del país. La población de osos negros asiáticos ha disminuido drásticamente en los últimos años y, como consecuencia, nuestros osos se han convertido en su nuevo objetivo.

Alex estaba consternada por la masacre. En la cultura zuni, los animales eran sagrados, así que podía imaginarse cómo debían de sentirse los chicos.

– Pero, ¿por qué los abrieron en canal?

– Para extraerles la vesícula biliar. Los países del Pacífico usan la bilis del oso negro como panacea curativa. Se utiliza como remedio contra el cáncer y otros tratamientos. Se seca, se muele y se vende por gramos. Puede cotizarse más que la cocaína. También se consume mezclado con bebidas alcohólicas, como el vodka. Una vesícula biliar puede reportar un beneficio de más de cinco mil dólares.

– Las muertes han sido recientes -dijo Lusio-. Quizá fue hace dos noches.

– Sí, opino igual -dijo Cal-. Lo harían por la noche para escabullirse en la oscuridad. Una vesícula biliar es del tamaño del dedo gordo de una persona y se puede camuflar en cualquier frasco pequeño dentro de una mochila, mezclado con otras cosas, sin que nadie se dé cuenta.

– El delincuente podría estar ahora paseando por Yosemite, preparando su siguiente fechoría.

Alex sintió un escalofrío y una sensación de repugnancia al escuchar el comentario de Mika.

– ¿Alex? Si estás bien, me gustaría que te llevaras a los chicos a casa.

– Sí, estoy bien -dijo ella tratando de aparentar serenidad.

– En ese caso, me quedaré un rato. No quiero que os perdáis esta noche la charla del ranger Farr sobre el ciclo del agua en el parque. Expertos del mundo entero vienen aquí todos los años a estudiar nuestros neveros.

Alex comprendió que la sugerencia de Cal era una orden velada.

– Supongo que querrás que Sergei se quede contigo, ¿verdad?

– Sí, esto forma parte de su entrenamiento.

Cal se acercó a los chicos y les dio unas palmaditas en el hombro.

– Enhorabuena, chicos. Sois muy observadores. Hoy había aquí muchas personas, pero ninguna se dio cuenta de nada. Sólo vosotros os fijasteis en esto. Os merecéis una recompensa.

Alex se sintió emocionada, sabía lo que esas palabras significaban para los chicos.

– Me gustaría que me hicierais otro favor -prosiguió Cal-. No le digáis a nadie lo que habéis visto aquí. Ni siquiera a Lonan. Debemos comportarnos como si nada hubiera pasado para que los culpables no desconfíen.

Cal metió la mano en el bolsillo y le dio un juego de llaves a Alex.

– Por favor -dijo él con sus ojos azules clavados en ella-, vete a mi casa con los chicos y llámame al llegar allí. Yo telefonearé a Cindy. Ella se encargará de llevarte a Sugar Pines.

– ¿Y tú? ¿Cuándo vas a volver? -le preguntó ella.

– No lo sé… Tal vez, cuando venga uno de mis compañeros.

– Ten cuidado, Cal. Esa clase de gente suele ser muy peligrosa.

– Tú también, Alex. Si esos desalmados piensan que los chicos o tú sabéis algo, podéis estar en peligro. Ten cuidado y no confíes en nadie. Y, sobre todo, conduce con prudencia.

Alex tuvo la impresión de que él sabía mucho más de lo que parecía.

– Yo te iba a decir lo mismo. Pórtate bien, chico. Y cuida de Cal -le dijo Alex a Sergei, rascándole detrás de las orejas.

El perro trató de seguirla, pero se lo impidió la correa. Alex oyó sus ladridos lastimeros que parecían decirle que no se fuera. Sintió en su espalda la mirada de Cal pero siguió caminando con los chicos en dirección al aparcamiento.

Una vez en el coche de Cal, arrancó el motor en dirección a Yosemite Valley.

– ¿Sabéis que habéis sido los héroes de la jornada?

– Nosotros no hemos hecho nada -murmuró Mika.

– ¿Ah, no? ¿Y qué habría pasado si no hubierais rastreado esa zona después del trabajo? Los restos de esos osos habrían tardado mucho tiempo en encontrarse. De esta forma, existe alguna posibilidad de que Cal u otro ranger pueda detener a los culpables.

Escuchó entonces a los chicos hablar en voz baja entre ellos, en la parte de atrás del coche.

– ¿Qué pasa, chicos?

– Lusio y yo acabamos de recordar algo de cuando estuvimos en Tenaya Lake.

– ¿Sí?

– ¿Conoces a Steve?

– Creo que no podré olvidarle fácilmente.

– Cuando abrió la mochila para sacar su repelente contra los insectos, debió de equivocarse de compartimento y vimos que llevaba un spray para osos. Al darse cuenta de su error, cerró la cremallera muy deprisa.

– Creíamos que esas cosas sólo las llevaban los monitores -dijo Lusio.

– Tal vez el señor Thorn las llevaba para los chicos -dijo Alex con fingida ingenuidad.

– Entonces Steve debió haber llevado para todo el grupo. Llegamos a contar al menos seis frascos -dijo Lusio-. No nos pareció entonces nada importante, pero cuando encontramos esos osos y Cal nos dijo que ese spray se usaba para someterlos, nos dio que pensar.

– Me alegro de que me lo digáis. Se lo contaré a Cal.

Dos horas más tarde dejó a los chicos en Curry Village. Querían tomar unos tacos en el restaurante antes de volver a Sugar Pines. Alex les dijo que se divirtieran, sabiendo que serían incapaces de decir nada sobre lo que habían visto en Tuolumne Meadows.

Al llegar a la casa de Cal, dejó el coche y le telefoneó para decirle que había llegado.

– Me alegro de que hayas llegado bien. Cindy irá a recogerte en unos minutos. Deja las llaves del coche en la encimera de la cocina y cierra la puerta con llave cuando salgas. Alex -dijo Cal con voz grave-, me gustaría hablar contigo más despacio, pero estamos ahora en el curso de una investigación. Hasta luego.

Y colgó antes de que ella pudiera decirle nada sobre su conversación con los muchachos. Mientras esperaba en la calle a que viniera Cindy a recogerla, decidió informar a Vance de los hechos de esa tarde. Pero el jefe Rossiter no respondió y ella le dejó un mensaje de voz, diciéndole que la llamara lo antes posible.

Al poco, llegó Cindy y Alex subió en su camioneta. Pusieron rumbo al albergue de la estación de esquí. Tras unos minutos de silencio, Cindy se dirigió a ella.

– ¿Qué está pasando entre el ranger Hollis y tú? Es la primera vez que he visto a alguien conduciendo el coche de Cal.

Alex se pensó muy bien la respuesta. Cal quería mantener en secreto el asunto de los osos.

– Él tenía cosas que hacer y no podía hacerse cargo de los chicos. Me pidió que los trajera yo en su coche. Que luego le recogería a él algún compañero.

– No me refiero sólo a hoy.

– ¡Ah!

– Desde que estoy trabajando aquí, creo que siempre ha habido algo entre vosotros dos, pero nunca he conseguido averiguar qué era.

– No hay nada que averiguar. Solía acompañar a mi padre cuando venía al parque. No me siento orgullosa de admitir que fui una especie de pesadilla para él, pero ya hemos firmado las paces.

– ¿Sabes lo que le pasó a su esposa?

– Sí. Supongo que debió de ser algo terrible. ¿Eras amiga de ella?

– Bastante, para el poco tiempo que tuvimos para conocernos -contestó Cindy, y luego añadió tras una cierta vacilación-: Voy a decirte una cosa, pero, por favor, no quiero que te la tomes a mal: Leeann estaba muy preocupada por ti.

Vaya. Eso era una novedad.

– ¿A qué te refieres?

– Había oído hablar de ti y pensaba que tal vez tú tenías la culpa de que él tardara tanto en decidirse a casarse con ella.

– ¿Yo? -dijo Alex, echándose a reír para ocultar su amargura-. ¡La hija caprichosa del senador! Si tardó en casarse con ella no fue por culpa mía. El hecho es que se casó con ella.

– Eso es verdad.

Alex aún estaba confusa por esa revelación cuando llegaron a Sugar Pines.

Antes de abrir la puerta, se volvió hacia Cindy.

– ¿Te gustaría ir a comer una día de la semana que viene al Yosemite Lodge? Yo invito. Me gustaría corresponderte por la amabilidad que has tenido trayéndome aquí.

– Me encantaría. Podíamos ir a nadar primero.

– Genial. ¿Qué día te viene mejor?

– ¿Qué tal el miércoles? Es mi día libre.

– Perfecto. Te llamaré para confirmártelo. Gracias por traerme.

Entró en el albergue de la estación de esquí, feliz de ver a Lusio y Mika que habían vuelto ya de la ciudad. Sheila, la directora, que estaba cruzando el vestíbulo en ese momento, le dijo que la presentación del ranger Farr estaba a punto de comenzar.

– ¿Ha llegado la prometida de Lonan?

– Sí. Los dos están fuera con el resto de los chicos, esperando a que empiece la presentación.