Alex tuvo el tiempo justo de comer algo en la cocina antes de unirse a ellos. Aunque se sentía feliz por ver allí a Mankanita, no podía apartar de su mente las imágenes de los osos descuartizados por algún desalmado cruel y sin escrúpulos. Quizá Cal estuviese ahora en peligro.

Recordó todo lo que él le había contado y por qué la había rechazado durante esos años. Empezaba a creerle. Él no le mentiría nunca.

Y luego estaba lo que le había dicho Cindy sobre Leeann. Era todo muy complicado. Necesitaba estar sola, pero eso no era posible en ese momento. Todo el mundo estaba esperándola. Iba a resultar difícil salir allí, aparentando que no pasaba nada, pero no le quedaba otra solución. Los chicos dependían de ella.

CAPÍTULO 09

ANTES de entrar en el despacho del jefe para asistir a la reunión que Vance había convocado ese sábado, Cal y Sergei se pasaron por el despacho del ranger Sims. Cal esperaba que el jefe de seguridad hubiera conseguido alguna información sobre dos antiguos casos sin resolver referentes a mutilaciones de osos y que podrían serle de mucha ayuda para esclarecer los últimos sucesos.

Al entrar en el despacho, se encontró también a Jeff. Ambos jefes se aprestaron a saludarle.

– Estábamos hablando sobre lo que encontraron ayer esos chicos.

– Un asunto muy feo, Jeff.

– ¿Cómo has llegado tan rápido, Cal? -preguntó Sims.

– Vance envió esta mañana un helicóptero para traernos a los investigadores y a mí de Bishop.

– A este asunto se le ha dado la máxima prioridad. Ahora, será mejor que vayamos a ver a Bill.

Los tres hombres salieron del despacho y enfilaron el pasillo.

– Hacía años que no veía a tantos rangers juntos -susurró Jeff.

La masacre de los tres osos había reunido allí a todos los jefazos. Bill Telford tomó la palabra para agradecer a todos su presencia.

– Señores, mantener el secreto de los hechos es fundamental. Es necesario evitar que se produzcan filtraciones a la prensa. Eso podría alertar a los criminales. Ahora, vamos a escuchar al agente especial Nate Daniels.

– Señores, el ranger Jarvis llamó a nuestro departamento tan pronto el ranger Hollis le informó del suceso. Éste es el caso de matanza de osos más grave que hayamos tenido en el parque Yosemite desde hace años.

Todos los asistentes hicieron un gesto de asentimiento con la cabeza.

– Como el ranger Hollis ha dicho -prosiguió Daniels-, la fauna del parque es tan importante para Yosemite como el Half Dome o las cataratas. Nuestro departamento va a poner todos los medios a su alcance para resolver este caso. Y ahora le cedo la palabra al jefe Rossiter.

Nadie había visto nunca a Vance Rossiter tan serio.

– Nos enfrentamos a una amenaza real. No es nuevo para ninguno de ustedes que la caza furtiva es un problema en todos los parques nacionales. Todos los años tenemos multitud de casos de ciervos abatidos. En mi última reunión con los demás jefes, quedó claro que la codicia de los cazadores furtivos no tiene límites. Sabemos que se está produciendo una alarmante disminución de los recursos naturales del parque.

»La semana pasada, sin ir más lejos, el ranger Hollis informó del incremento de los robos de troncos de secuoyas caídas dentro de los límites de nuestro parque. Esto afecta al futuro y a la supervivencia de nuestra flora ya que, como todos ustedes saben, los árboles nuevos se arraigan en los caídos, que les sirven de fertilizantes. Los furtivos suelen cometer sus fechorías por la noche, cuando no hay nadie que pueda escuchar el ruido de sus motosierras. Actúan durante varias noches seguidas, pero en horarios diferentes para evitar ser detectados.

Era imposible pasar por alto la rabia que había en la voz del jefe.

– Estoy convencido de que esto es lo que los cazadores de osos están haciendo delante de nuestras propias narices. Por lo tanto, les ruego encarecidamente que informen a las personas que tienen a su cargo para que extremen la vigilancia. Cualquier cosa, por insignificante que parezca, que despierte sus sospechas, será inmediatamente investigada. Y ahora, señores, el ranger Sims les explicará su trabajo con más detalle.

– Como jefe del departamento de Seguridad Nacional -comenzó diciendo Sims-, todos saben que mi trabajo, junto al ranger Jarvis, es investigar no sólo a todos los empleados del parque, sino también a los turistas y visitantes que acuden a diario. Dada la gravedad de este caso, he pedido la colaboración del ranger Thompson, encargado de la supervisión del programa de voluntariado. No dejaremos una piedra sin mover hasta que atrapemos esos criminales.

Hubo murmullos de aprobación. Todos expresaron su conformidad asintiendo con la cabeza.

– A este fin, vamos a controlar de forma más rigurosa todas las pertenencias de las personas y los vehículos que se hallen dentro del recinto del parque. Pondremos en práctica un operativo de controles aleatorios por sorpresa que afectará a todas las personas sin excepción. Los ciclistas, los excursionistas, los voluntarios, el personal subcontratado, los trabajadores de mantenimiento y de las carreteras… Ninguno quedará exento del control. Y ahora le cedo la palabra al ranger Hollis, que les indicará lo que deben buscar.

Cal hizo un resumen parecido al que dio en su charla con Mika y Lusio en Meadows cuando descubrieron los cadáveres de los tres osos descuartizados. Había que buscar dientes, patas, vesículas…

Cuando terminó su exposición, se dio la reunión por terminada. Vance les pidió a Chase, a Jeff y a Cal que se quedasen. Cuando todos acabaron de desayunar, la sala se fue despejando hasta quedar sólo los cuatro hombres. El jefe cerró la puerta con llave y se sentó de nuevo a la mesa.

– Tenemos una pista, un posible sospechoso -dijo Vance-. Pero quiero que esto se quede de momento entre nosotros. La información proviene de Alex.

– ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? -preguntó Cal sorprendido.

– Parece que durante su regreso a Sugar Pines, los chicos le contaron que habían visto unas latas de spray para osos en la mochila de uno de los voluntarios del grupo de Ralph Thorn.

A continuación, Vance les relató lo que les había sucedido a Alex y a su grupo en esa excursión.

Cal trataba a duras penas de controlarse, apretando los puños por debajo de la mesa.

– Me pregunto qué otras cosas más habría en esa mochila. ¿Cómo se llama ese chico?

– Steve Minor.

Cal casi se cayó de la silla y asustó a Sergei, que se había quedado dormido a sus pies.

– No lo entiendo. ¿Por qué ella no me dijo que Thorn la había dejado tanto tiempo sola para irse con Steve?

– Porque Alex está trabajando para mí en una misión secreta -respondió Vance.

Cal se quedó perplejo. Aquello no era propio de Vance.

– ¿Me estoy perdiendo algo?

– Comprendo que no entiendas nada. Es culpa mía -admitió Rossiter-. Cuando le dije a Alex que aprobaba su proyecto de voluntariado, le ofrecí también otro trabajo extra: ser mi enlace personal. Tenía que informarme periódicamente de cualquier cosa que pasase en el parque.

Cal se le quedó mirando. Desde un punto de vista profesional comprendía que Vance quisiera tener otro par de ojos, pero eso podía comprometer la seguridad de Alex.

– Si conseguimos atrapar a ese monstruo, la idea de contar con Alex para esa misión habrá valido la pena. Por todos los campamentos por donde ella ha pasado ha detectado innumerables irregularidades. Ha tomado nota de un buen número de matrículas de vehículos en los que sus dueños han dejado comida en los asientos. Hasta ahora, ha demostrado que vale su peso en oro -dijo Vance con cara de satisfacción.

– Ella está hoy con Thorn y su grupo -dijo Cal con gesto de preocupación.

– Lo sé, Cal. Le dije que tuviera los ojos bien abiertos. ¿Has averiguado tú algo por tu parte, Jeff?

– Steve Minor fue uno de los voluntarios el año pasado. Es alumno de la escuela pública de Torrance, en la que Ralph Thorn trabaja de psicólogo.

– Es una posible conexión. Si Thorn fuera uno de los criminales, podría ejercer algún tipo de control sobre Steve y utilizarlo en su provecho -comentó Vance.

– Aquí están sus formularios de solicitud de este año y del pasado -dijo Jeff mostrando unos papeles que tenía en la mano-. En ambos consta su DNI y otros datos.

– Me los llevaré ahora mismo a mi despacho y los cotejaré con la base de datos federal -dijo Chase, tomando los documentos.

– Algo me dice que en este asunto han participado más de dos personas -murmuró Cal-. Vamos, Jeff, revisemos las solicitudes de voluntarios por si hemos pasado algo por alto.

– Cal -dijo Vance levantándose de la mesa y dando unas palmaditas a Sergei-. Me alegro de que Jeff y tú sepáis lo de Alex. Protégela, pero no te descuides tú, ¿eh?

– ¿Qué quieres decir?

– Alex tiene la sensación de que a Thorn no le agradas.

Cal conocía a otro voluntario al que tampoco le agradaba. Brock Giolas. Interesante.

Jeff y él asintieron con la cabeza y se retiraron al despacho de Thompson. Cuando se quedaron solos, Jeff dirigió a Cal una de sus inescrutables miradas.

– ¿Qué? -exclamó Cal con impaciencia.

La revelación de Vance sobre Alex le había trastornado.

– La forma en que reaccionas cada vez que se menciona el nombre de Alex me hace pensar que estás enamorado de ella. ¿Qué tal si me dices lo que está pasando?

– ¿Tienes todo el día? -le preguntó Cal a su amigo con ojos penetrantes.

El grupo de Alex llegó al campamento de Hetch Hetchy Valley antes que el de Ralph. Todos se pararon a beber un poco de agua y a disfrutar con la visión de aquel paisaje maravilloso.

Mankanita se acercó a Alex.

– Gracias por haberme invitado a venir aquí.

– Lonan te echaba de mucho menos -dijo Alex.

– Yo también a él -replicó ella con una dulce expresión en sus ojos-. Ahora comprendo por qué amas tanto este lugar. Lonan me dijo que era muy hermoso y tenía razón.

Alex, complacida con sus palabras, se dio la vuelta para ver lo que estaban haciendo los chicos y vio entonces llegar a Cal con el jefe Sam Dick y su esposa. La pareja paiute iba vestida con la ropa ceremonial de la tribu.

Los ojos azules de Cal se clavaron en el rostro de Alex. Ella sintió unas palpitaciones extrañas en el corazón. Pocos minutos después, llegó el grupo de Ralph. Cal dijo entonces a todos los chicos que formaran un semicírculo y se sentaran a escuchar al viejo jefe paiute.

Alex se sentó en un extremo del grupo y Lonan y Mankanita, en el otro. Ralph y sus chicos formaron un segundo semicírculo. El jefe Sam se sentó en el centro. Su esposa se sentó luego junto a él.

Cuando todos estuvieron sentados y en silencio, Cal dio un paso al frente.

– Vosotros, jóvenes que estáis aquí en Hetch Hetchy Valley, tenéis el gran honor de estar hoy reunidos alrededor de uno de los grandes jefes paiute de Yosemite. El jefe Sam va a contaros personalmente la leyenda de esta tierra y de sus gentes.

Tras esas palabras, Cal se fue a sentar junto a Alex. Al hacerlo sus piernas se rozaron levemente, pero lo suficiente para que ella sintiera como si el fuego de una de aquellas antiguas antorchas indígenas le quemara la piel.

El jefe Sam elevó la vista al cielo por encima de todos, con ojos visionarios.

– Yo solía venir aquí a buscar bellotas. Mi pueblo llamó a este lugar Ahwahnee, que significa «boca grande», como la del oso negro. El hombre blanco lo llama Yosemite, que en nuestro lenguaje significa «los que matan». Muchas generaciones antes de que el Creador completase la formación de los barrancos de este valle, una pareja de paiutes, que vivía en Mono Lake, oyó hablar de lo hermoso y fértil que era el valle de Ahwahnee y decidió venirse aquí a vivir. Los dos se pusieron en marcha, él llevaba pieles de venado al hombro y, ella, un bebé en los brazos y un cesto a la espalda. Cuando llegaron a Mirror Lake, comenzaron a reñir. Ella quería regresar a Mono Lake, pero él no. Era un sitio donde no había robles ni crecía ningún tipo de árbol. Ella dijo que plantaría semillas pero el hombre no quiso escucharla.

Mientras el jefe paiute hablaba, Alex sintió que Cal le agarraba la mano disimuladamente bajo el sombrero que había dejado en el suelo.

– La mujer rompió a llorar y echó a correr desesperada para intentar volver al poblado paiute de Mono Lake. El hombre la persiguió muy enfadado. Para tratar de escapar, ella se quitó el cesto de la espalda y se lo arrojó a su marido. Aquel lugar se convertiría en Basket Dome. Continuó corriendo y cuando él estaba a punto de alcanzarla le arrojó el bebé en el lugar que nosotros llamamos desde entonces Royal Arches.

Alex miró a los chicos que tenía al lado. Estaban fascinados por la historia del jefe.