– En absoluto, si se trata de usted. El servicio es el mismo de siempre.
Ambos se echaron a reír, como suelen hacer los hombres que repiten con frecuencia cierto rito. Lisa observó que existía la misma camaradería entre Brown y el otro camarero que les trajo jarras de agua helada.
Cuando al fin estuvieron solos, cada uno con su carta, Lisa reconoció:
– Estoy impresionada, Brown. ¿Acaso podría reaccionar de otro modo?
– Repítame eso cuando me vea actuando en la oficina y su comentario signifique algo.
Lisa buscó signos de burla, pero no vio nada por el estilo.
¿Qué sabía de ese hombre, qué sabía de Sam Brown? ¿Era un individuo honorable o un sinvergüenza? Las actitudes que adoptaba en ese ambiente elegante, ¿eran una cortina intencional destinada a ocultar su lado más sórdido? Brown podía seducir y atraer a cualquiera… de eso ella no tenía la más mínima duda. Pero ¿también podía mostrarse implacable? Su atracción física era suficiente para encantar a cualquier mujer, y ese hecho dificultaba la formulación de un juicio acerca de sus rasgos ocultos. Después de todo, ella estaba tratando de tomar una decisión en la esfera del trabajo, y la apariencia de ese hombre no tenía la menor relación con su carácter o sus motivaciones. Entonces, al observarlo, Lisa entrelazó los dedos, apoyó los brazos sobre el borde de la mesa, y se inclinó hasta que sus pechos le tocaron las muñecas.
– Hábleme claro, Brown. ¿Se propone emplearme con el propósito de aprovecharme, como hizo Thorpe?
Ella lo miró detenidamente a los ojos, que manifestaron cierta sorpresa ante la pregunta directa; después, brillaron un tanto divertidos, pero también esa expresión desapareció, y preguntó muy concretamente.
– ¿No es posible, señora Walker, que usted esté un poco obsesionada por su condición de india? -Ella se violentó inmediatamente, pero, antes de que pudiese contestar, Brown continuó diciendo-: Realicé algunas averiguaciones acerca de su persona. Es eficaz y honesta, es joven y ambiciosa. Un empresario no comete un error muy grave si la contrata como especialista en concursos, sobre todo cuando su empresa tiene por otra parte un plantel excelente. Fuera de eso, recuerde que usted no necesitaría gastar tiempo en desplazamientos para llegar a la oficina. Y eso siempre es ventajoso para una empresa.
La respuesta de Brown provocó la sorpresa de Lisa.
– ¿Cómo sabe dónde vivo?
De nuevo hubo una impresión de regocijo en los ojos de Brown.
– Usted olvida que su maleta tenía una etiqueta atada en el asa; allí estaba la dirección.
¡Por supuesto! ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de lo que en realidad había sido el origen de la relación entre los dos? Sin embargo, era desconcertante pensar que había estado preguntando a la gente acerca de ella.
– Dígame, señor Brown -comenzó-, ¿hay algo que usted no sepa de mi persona?
Él apartó los ojos de la carta y Lisa se sintió incómoda, al advertir que llevaba un collar que tenía la forma de una cabeza de flecha india, colgada del cuello por una tira de cuero. Pero los ojos de Brown regresaron a la carta y contestó:
– Sí, no sé por qué usted se molesta en pedir su comida sin patatas, cuando no necesita tomar esa medida. Aquí la comida es muy buena. Le aconsejo que no se modere, y por lo menos esta noche se dedique a saborearla.
La respuesta de Brown originó inmediatamente una reacción de vanidad femenina, pero ella se dijo que debía aceptar el cumplido con cierta cautela. En ese momento, llegó el camarero para tomar el pedido.
De acuerdo con lo prometido, la comida fue deliciosa. Mientras cenaban discutieron sobre algunos trabajos pendientes, licitaciones en las cuales Sam deseaba presentarse, o proyectos en los que ella había trabajado; no hubo más comentarios de índole personal, hasta que, después de tomar el café, él se recostó en el respaldo del asiento, un hombro más abajo que el otro, de una postura con la cual ella ya había comenzado a familiarizarse.
– En realidad, en usted hay un aspecto que me desconcierta -dijo Brown.
Ella lo miró expectante.
– ¿Por qué no hay indicaciones sobre otros trabajos antes del de Construcciones Thorpe?
– Existen. Están en St. Louis.
– ¿St. Louis? -Sam enarcó las cejas.
– Sí, antes vivía allí.
– ¿Antes de qué? -Aunque la mirada que él fijó en Lisa era amable, la joven pensó que estaba perforándole la cabeza.
– Antes de mudarme aquí hace tres años -contestó Lisa evitando una respuesta franca.
– Ah. -Él levantó la barbilla, y durante un instante ella pensó que insistiría en las preguntas, pero en ese momento llegó el camarero, dejó una bandejita al lado de Sam Brown y le entregó una pluma de plata.
– Discúlpeme, señor Brown, su cuenta. -Sam garabateó rápidamente la firma y se puso de pie-. Vamos, le mostraré la oficina.
Lisa respiró aliviada ante la interrupción, pues el tema de St. Louis no era un asunto en el cual le interesara ahondar.
Cuando caminaban hacia la puerta, fueron interrumpidos por un hombre impecablemente vestido, que se giró desde su asiento y extendió la mano.
– ¿Cómo van esas cosas, Sam?
– Muy bien. Gané una licitación en Denver la semana pasada. -Brown soltó el codo de Lisa para estrechar la mano del hombre, y después realizó con cortesía las presentaciones.
– Cassie y Don Norris… Lisa Walker, mi nueva especialista en licitaciones.
Lisa contempló la posibilidad de desmentirlo enérgicamente, pero en cambio estrechó la mano de los Norris.
– Bien, enhorabuena, Lisa. Ha elegido una compañía excelente -dijo Don Norris.
Ella murmuró un comentario, sorprendida ante el elogio imprevisto, y formulando en silencio la esperanza de que se ajustase a la realidad. Un momento después, Sam la impulsó de nuevo hacia la puerta.
Mientras atravesaban el vestíbulo, no pudo evitar una mirada a Sam.
– ¿Su nueva especialista en licitaciones? ¿No está siendo un poco presuntuoso?
Sam sonrió y se encogió de hombros.
– Elimina una larga explicación. Podría haber dicho también que usted es la mujer que me robó la maleta en el aeropuerto de Denver. ¿Eso habría sido mejor?
Lisa se giró para ocultar una sonrisa, y en aquel momento llegaron al vestíbulo principal, se acercaron a la puerta y salieron.
– Puede viajar conmigo -propuso Brown-. No está lejos, y yo después la traeré de regreso para que recupere su coche.
La condujo a un Toronado de gran categoría. El interior del auto olía como Brown… el aroma agradablemente masculino del jabón y la loción del afeitado. El asiento delantero era lujoso; y estaba equipado con un estéreo que les permitió distraerse mientras viajaban en aquel anochecer de verano.
Hacía mucho tiempo que Lisa no estaba en un coche con un hombre atractivo… ¡y Sam Brown en verdad lo era! Observó el perfil de la muñeca de Brown sujetando el volante, el resplandor de un reloj de oro que asomaba bajo la manga, los dedos laxos de piel oscura Y uñas bien cuidadas. Recordó la agradable comida que acababan de compartir, su camaradería fácil con todas las personas del club, el elogio formulado por Norris al pasar, el ágil sentido del humor de Brown. Se atrevió a realizar un breve examen de los cabellos, la oreja y el lateral del cuello de Brown, pero entonces él volvió la cara hacia Lisa, y esta desvió rápidamente los ojos hacia la ventanilla.
No había la más mínima duda: Sam Brown empezaba a caerle simpático.
El complejo de oficinas era nuevo y moderno, y ofrecía un espectáculo grato a los ojos. El sol tardío, iluminando con sus últimos rayos las paredes de ladrillo color canela y las ventanas de vidrios ahumados, creaban profundos triángulos de sombra, acentuando la belleza del diseño arquitectónico de los edificios. De acuerdo con la pretensión de Kansas City, de que poseía más fuentes que cualquier otra ciudad del mundo excepto Roma, los edificios se habían levantado alrededor de una encantadora explanada, cuya atracción principal era una fuente, que desprendía una cascada creando un espectáculo que recordaba una flor abierta.
Sam guió a Lisa a lo largo de senderos curvos de concreto que pasaban al lado de cerezos, tejos y moras. Cada planta estaba tan bien cuidada que parecía atendida por un cosmetólogo y no por un jardinero. El sistema de regado funcionaba, y, mientras pasaban de un edificio a otro, Lisa respiró el aroma acre de los puntales de cedro agrupados en la base de las plantas decorativas. Los bancos de secoya habían sido distribuidos estratégicamente a lo largo de los senderos, e incluso las papeleras estaban construidas en madera de secoya, en combinación con el entorno. A los lados de cada edificio se habían plantado altos fresnos.
Sam abrió la puerta del vestíbulo y dio paso a Lisa, para ingresar en un lugar espacioso con el suelo protegido por una alfombra anaranjada. Los peldaños de la escalera estaban enmoquetados, y parecían descender desde algún lugar misterioso de las alturas, para llegar al centro del vestíbulo. Una hermosa barandilla de madera de avellano se deslizó muy suave bajo la palma de Lisa, mientras esta la acariciaba con detenimiento.
Si ella había supuesto en un principio que Brown era un patrón de escasa importancia, el ambiente sugería lo contrario.
En la oficina 204, él introdujo una llave en la cerradura, empujó hacia adentro la puerta de madera de avellano y la sostuvo para dar paso a Lisa. Se encendieron las luces fluorescentes que iluminaron toda el área de recepción.
Lisa miró inquieta a su alrededor. Había algo sombrío y como abandonado en esa oficina silenciosa y vacía. El vestíbulo estaba decorado en tonos azules, y de las paredes colgaban carteles que reflejaban distintos momentos de la historia de la empresa. Tenían marcos de aluminio y cubierta de vidrio, y colgaban del lujoso revestimiento de vinilo que cubría las paredes y que hacía juego con las sillas tapizadas y las mesas con tablero de cristal, donde descansaban diferentes revistas de la construcción y folletos de las empresas proveedoras.
El repiqueteo de las llaves indujo a Lisa a mirar de nuevo a Sam.
– Esta es obviamente el área de la recepción -dijo Sam, indicando con un movimiento de la cabeza una pared que se levantaba aun lado, y que era el trasfondo del escritorio de la recepcionista.
La oficina de contabilidad era el primer cubículo que estaba detrás de la pared. Dentro, un ordenador zumbaba muy despacio, y las fotografías de dos niños pequeños aparecían sobre un escritorio.
– El ordenador funciona día y noche -informó Sam a Lisa-. Allí está archivado todo sobre los miembros del personal, así como el inventario de las piezas.
Había otra oficina para el contable y su ayudante, y a continuación una amplia área abierta, también alfombrada en azul oscuro; allí estaban alineadas varias mesas de dibujo. La distribución daba un sentimiento general de paz, pues las ventanas se extendían casi del techo al suelo, y la visión de los fresnos afuera ayudaba a incorporar el ambiente externo al interior del edificio. La estancia estaba en el rincón sureste del edificio; por lo tanto, la puesta del sol dejaba esa zona mal iluminada, ya que Sam no había encendido las luces del techo.
– Aquí trabajan nuestros dibujantes-explicó sin necesidad. Lisa advirtió que Sam Brown siempre caminaba un paso detrás de ella. A veces, el suave repiqueteo de las llaves le indicaba cuál era la distancia que él mantenía. Lisa contempló el espacio agradable y ordenado. Había grandes pilas de planos, colgados pulcramente, como sábanas puestas a secar en el tendedero. No alcanzó a ver planos enrollados, arrugados o rotos. No había pedazos de arcilla seca sobre la alfombra, ni tazas de café convertidas en basureros. -Esta es la sala de copias -dijo Sam, y Lisa volvió la cabeza a tiempo para percibir un movimiento indefinido del brazo antes de que él pasara del sector de dibujo a otra oficina separada del resto. En el umbral se volvió de nuevo hacia ella, y con su actitud pareció invitarla a avanzar.
– ¿Su despacho? -preguntó ella.
Sam asintió.
Al llegar a la puerta ella se detuvo con una actitud apreciativa. La estancia era un lugar limpio y ordenado, y Lisa no pudo dejar de compararlo con la pocilga de Floyd Thorpe. A un lado había un escritorio ejecutivo de proporciones modestas, y un armario bajo la ventana. También una mesa de reuniones, rodeada de sillones de cuero; era obvio que se utilizaba para celebrar conferencias. El suelo estaba alfombrado, las ventanas tenían persianas verticales y sus colores eran claros. También aquí los planos y los diagramas colgaban de bastidores limpios y pulcros. En el rincón había una planta alta; allí confluían las ventanas que miraban al este y las que daban al sur.
Lisa cruzó hasta la ventana que daba al sur y miró hacia fuera. Un momento después percibió de nuevo el aroma de Sam, que se acercaba por detrás y señalaba más allá de las copas de los árboles.
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