– ¿Ya estabas durmiendo? -preguntó Lisa con expresión culpable.

Él negó con la cabeza, en un gesto de fatiga.

– Creo que no he dormido estas últimas seis semanas… excepto hoy en el avión.

¿Era posible que ella no hubiera advertido las arrugas en el contorno de los ojos, y el gesto de cansancio en la boca?

– ¿Por mi culpa? -preguntó Lisa con expresión esperanzada.

Él se apartó del marco de la puerta, e inclinando hacia delante la cabeza se giró y cerró lentamente. Sam suspiró y al fin volvió a mirarla.

– ¿Qué te parece? ¿Qué es lo que tú crees? -preguntó con voz neutra.

Ella lo miró, cegada por el dolor y las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos.

– No he sabido qué pensar desde que te fuiste de mi casa aquella noche. Yo… tú… has sido…-Se cubrió la cara con las manos, y los sollozos le sacudieron los hombros-. Yo… yo… te amo tanto -dijo con voz sofocada, hablando a través de sus propias manos.

Él se acercó a Lisa, y sus manos cálidas se cerraron sobre las muñecas de la joven, obligándola a mostrar la cara. Depositó un beso suave en el borde de los dedos, que estaban humedecidos a causa de las lágrimas.

– Yo también te amo -dijo, la voz suavizada por el dolor.

Con un grito breve y ahogado ella se arrojó sobre Sam, y le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra su cuerpo. También los brazos de Sam la presionaron tenaces, mientras oprimía la cara sobre su cuello tibio. Sam se balanceó hacia delante y hacia atrás, y repitió varias veces el mismo movimiento, manteniéndose con los pies separados mientras sostenía con firmeza el cuerpo de Lisa pegado a su propio cuerpo. Ninguno de los dos habló, y ambos sentían que la proximidad los reconfortaba.

Los pechos, el vientre y los muslos de Lisa se pegaban al cuerpo rígido de Sam, y parecía que en la mente de ella no había otra palabra que el nombre del ser amado -Sam, Sam, Sam-, y con la dulce comprensión de que él era lo que necesitaba para completar no solo su cuerpo, sino también su vida, su ser.

Por fin, ambos levantaron la cabeza. Se miraron a los ojos, y parecía que cada uno deseaba expresar el dolor que había experimentado durante la separación; que cada uno deseaba hablar de la angustia que ahora al parecer culminaría en el amor.

Las bocas de los dos gimieron sin palabras, y parecía que intentaban compensar el vacío de las seis semanas de soledad. Las lenguas sedosas y húmedas se unieron, expresando la necesidad que se había multiplicado hasta el infinito desde la última vez que habían estado en contacto. El beso duró minutos interminables -¡algo glorioso, pleno de codicia!- hasta que los corazones golpearon sus pechos y la sangre latió acelerada en las venas. Sam mordió con suavidad a Lisa, y ella movió su lengua para sentir la solidez de los dientes del hombre, elevándose y descendiendo, como si hubiera querido saborearla. Los dedos de Lisa encontraron el hueco tibio detrás de su oreja, y emitió un sonido ronco que trataba de expresar a Sam todo lo que sentía por él.

Las manos de Sam se deslizaron hasta las caderas de Lisa, acariciando con firmeza el cuerpo femenino. Apretó su cara sobre el lado del perfumado cuello de Lisa, y ella inclinó aun costado su cabeza, mientras Sam murmuraba:

– ¿Por qué todavía estás completamente vestida?

Parecía que el corazón de Lisa estaba a un paso de estallar cuando acercó los labios al oído de Sam y contestó con voz trémula:

– Estoy esperando que me pidas de nuevo que me case contigo.

Él irguió la cabeza, sorprendido, y una sonrisa jugueteó en las comisuras de los labios.

– Háblame de ese asunto más tarde, cuando no tengamos nada mejor que comentar.

Después, él recuperó de nuevo la calma, y paseó la mirada por los cabellos, la cara y los senos de Lisa, en un gesto amplio que le devolvió de nuevo a los ojos negros e inquisitivos de esa cheroqui, que desbordaban amor y anhelo.

Sam alzó la barbilla de Lisa y se acercó a su cara. Con ternura infinita, describió un círculo alrededor de los labios femeninos con la punta de la lengua. Después, volvieron a besarse buscándose uno al otro, mientras ella sentía el movimiento de los dedos de Sam en la depresión de sus senos.

Él levantó la cabeza, y sus ojos volvieron a encontrarse y luego descendieron hasta los dedos bronceados de Sam, que soltó los botones y después arrancó la blusa del cinturón que la sujetaba. Sin pronunciar palabra, la desprendió de los hombros de Lisa. También sin decir nada, pasó las manos oscuras tras la espalda de la joven y, cuando volvió a apartarse unos pocos centímetros, sujetaba con sus manos el sostén blanco. Arrojó a un lado la prenda y contempló el vientre femenino. Un momento después, él ya había soltado el cierre del cinturón, revelando un retazo de piel sobre unas bragas muy breves. Sam inclinó una rodilla, presionando su cara sobre el cuerpo de Lisa, besándole el estómago donde unas semanas antes había descubierto la línea que ella temía explicar y siguió de nuevo su curso, esta vez con el movimiento leve de su propia lengua.

– En ti no hay nada que yo no ame… nada. -Cerró los brazos fuertes sobre las caderas de Lisa y apretó los párpados. Volvió un lado de su cara sobre la carne de la joven, mientras su voz sonaba cargada de emoción-. Jamás debes tener miedo de contarme algo. Recuérdalo siempre.

Las lágrimas pugnaban por brotar mientras ella enrollaba con los dedos los cabellos de Sam, y apretaba con más fuerza su cara. Lisa cerró los ojos para asimilar la extraña y tierna sensación que las palabras de Sam originaban en su pecho, y entonces sintió complacida el roce un poco áspero de la barba del hombre. Los cabellos de Sam le acariciaron la curva inferior de los senos, y ella se inclinó todavía más sobre la cabeza de Sam y la acunó con los dos brazos.

– Oh, Sam, temía tanto que vieras esas marcas. Tenía miedo de tu desaprobación y… deseaba ser perfecta, cuando eso era imposible. Pero ese es el efecto que el amor origina en uno… desear ser incuestionable a los ojos de la persona amada.

Sam se apretó un poco para mirarla.

– Cheroqui… -Sus ojos oscuros expresaban con elocuencia un sentimiento de aprobación, incluso antes de que pronunciara las palabras-. Yo no cambiaría nada en ti, ¿sabes?

Extendió la mano bronceada para cerrarla sobre un seno, elevándolo al mismo tiempo que acentuaba una caricia con el pulgar, pero siempre con los ojos clavados en la mirada de Lisa.

Y de pronto, ella supo a qué atenerse, del mismo modo que supo que amaba a ese hombre cálido y complejo. Lisa unió los dedos de las dos manos tras la cabeza de Sam, y después la sostuvo con firmeza, al mismo tiempo que saboreaba su contacto físico.

– Lo sé -dijo al fin con voz muy tenue.

Después, Lisa se inclinó para besarle los labios, al principio con suavidad y después con ardor cada vez más intenso, acariciándola, y se deslizaban bajo la tela delineando la curva de la cadera. Cuando el movimiento de sus propias manos amenazó con desequilibrar el cuerpo de Lisa, se detuvo, y después la sujetó por las axilas hasta que la levantó en el aire. La sostuvo sin esfuerzo mientras sus labios le acariciaron la barbilla y ella apretaba las manos sobre sus hombros duros y, con el movimiento convulsivo de las piernas, se liberaba de la ropa. Pero aunque las prendas de vestir cayeron al suelo, él continuó sosteniéndola en el aire.

– Sam, Sam, suéltame -dijo Lisa, sintiéndose indefensa e impacientándose, al mismo tiempo que se contorsionaba frente Sam.

– Jamás -respondió él al mismo tiempo que sonreía, y después ella comenzó a deslizarse hacia abajo, sobre su cuerpo; y entonces soltó el único botón que mantenía sujeta la camisa en la cintura del hombre. Mientras se desprendía de ella, Lisa le soltó la hebilla del cinturón.

De pronto, ella se percató de que Sam se mantenía inmóvil, y entonces pareció que los dedos de Lisa se paralizaban. Volvió los ojos y descubrió que la observaba con la sombra de una sonrisa en los labios. Era increíble que después de todo lo que habían pasado ella pudiera sentir de pronto tanta timidez, como si se tratara de la primera vez. Las manos de Lisa colgaban a los lados, y la expresión de su cara fue una mezcla de placer y expectativa.

– Te invito -dijo él en voz baja.

Lisa entreabrió los labios. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, y al mismo tiempo sintió que se le cortaba la respiración en la garganta. Al fin, aceptó la propuesta de Sam, y se desprendió de las últimas prendas que todavía los separaban.

Cuando estuvieron desnudos, fue suficiente un paso y Sam comenzó a presionarla, obligándola a retroceder hasta que sus pantorrillas tocaron la cama y ella cayó hacia atrás, arrastrando a Sam en movimiento. Los cuerpos de los dos eran todo gracia y armonía, y sus labios pronunciaban mensajes íntimos sin palabras, mientras las manos se deslizaban unas sobre otras, de modo que cada uno se familiarizaba de nuevo con el cuerpo del otro.

– Oh, Sam, cómo te he echado de menos. -Los hombros de Sam eran lisos y firmes, sus cabellos tenían una textura sedosa, los tendones del cuello eran resistentes, mientras ella lo acariciaba con las manos. Sam se inclinó sobre Lisa, besándole las sienes y los párpados, y apretando entre los dientes sus labios, mientras los ojos de Lisa se cerraban y ella disfrutaba con tanta adulación.

Él se inclinó sobre Lisa, y los dos cuerpos giraron apenas, cayendo de un lado, mientras Sam le daba besos en la barbilla, y después a lo largo del cuello bajando por entre los senos, desviándose para dejar un beso prolongado en cada uno antes de continuar su trayecto. La presionó todavía con más fuerza, y su atención se concentró en el vientre para ver de nuevo esas líneas pálidas que ella ya no pretendía ocultar.

– Cheroqui… -La voz de Sam era ronca y sus labios suaves, mientras descendía más… y más-. Cheroqui…

Después, todo fue sensación. Algunos movimientos eran ásperos y otros suaves; algunos eran el flujo y otros el reflujo, y pasaban del hombre a la mujer. Emitió sonidos profundos e inarticulados, levantando el cuerpo de Lisa mientras ambos se unían en un dominio etéreo de la sensualidad.

Él la poseyó un instante antes de la culminación; se acercó a ella, elevándose de nuevo sobre el cuerpo femenino para unir la fuerza de su amor con el amor de Lisa, en una serie de movimientos que expresaban la pasión tanto como el ansia íntima de dar y compartir.

La cabeza de Lisa cayó hacia atrás con los ojos cerrados, buscaba con las manos un sostén para aferrarse y encontraba solamente una almohada en la cual se hundieron sus dedos, mientras él observaba el placer en los párpados temblorosos de la mujer.

El nombre de Sam brotó de la garganta de Lisa, cuando compartieron otra vez esa fuerza abrumadora del sentimiento que ya habían compartido antes. Siguió el suspiro de la satisfacción consumada. Un beso en la frente de Lisa, el desplazamiento del peso, el movimiento para apartarla hacia un costado, la mano pesada que acariciaba los cabellos femeninos, y después una bienhechora lasitud, cada uno descansando en los brazos del otro.

– ¿Cheroqui? -murmuró Sam después de mucho tiempo.

– ¿Sí?

El pecho de Sam tenía la piel cálida y húmeda cuando ella apoyó allí su frente.

– ¿Ahora podemos hablar?

– Sí, ahora podemos -dijo ella sonriendo ante el sentimiento de alegría que experimentaba al pronunciar esa palabra.

– ¿Qué dices? -preguntó él, sorprendido.

– Que la respuesta es afirmativa. -Miró con inocencia los ojos de Sam-. Sí, me casaré contigo. ¡Sí, sí, sí! -Besó el pecho de Sam con una caricia rápida y ligera.

Y por supuesto, él se burló.

– Todavía no te lo he pedido.

– Te disponías a hacerlo.

– Oh, ¿de verdad?

Ella se acurrucó contra el cuerpo de Sam y lo abrazó. Se refugió cómodamente junto a él, la cabeza bajo la barbilla del hombre.

– ¿Sabes lo que he pensado durante estas últimas seis semanas? -El tono de Sam era reflexivo-. Que fui un estúpido la noche que pedí que te casaras conmigo. Mi sentido de la oportunidad no fue muy brillante. Ahora lo sé. Esa noche te encontrabas en un verdadero aprieto emocional, y era absurdo que yo abordara el tema justo en aquel momento. Pensé… -Pasó los dedos sobre los cabellos de Lisa-. Pensé que te daría un tiempo para recuperar el equilibrio después de esa visita de tus hijos y tu ex marido.

– Me has asustado, Sam. -Cerró con fuerza los ojos, y después se abrazó al hombre con un fiero espíritu de posesión-. Nunca he sufrido tanto como estas semanas. En cambio tú… me pareció que todo esto no te afectaba en absoluto.

– ¡Que no me afectaba! -exclamó Sam, apartándose un poco para mirarla a los ojos-. Mujer, cada día que pasaba moría un poco esperando que te acercases a mí para decir que habías cambiado de actitud.