– ¿De veras? -Ella abrió los ojos exageradamente, en actitud de sorpresa-. No pareció que estuvieras muriéndote. Te comportaste como si yo hubiera sido uno más de tus empleados.

– ¿Uno más de mis empleados? -Ahora volvió a sonreír, mientras miraba y acariciaba su seno desnudo-. Oh, cheroqui. Nada de eso. No quiero compartir mi casa con uno de los empleados… y tampoco mi vida… sin hablar de mi cama.

Ella sonrió y sintió un impulso de vanidad femenina, ante la aprobación que expresaba Sam.

De pronto, Lisa adoptó una expresión grave y miró preocupada a Sam.

– Sam, ¿realmente no experimentas ningún miedo?

Él besó la frente de Lisa.

– No, no siento nada de eso. Sobre todo después de ese maravilloso fin de semana contigo, cuando descubrimos todo lo que podemos compartir.

– Pero… -Ella exploró con atención los ojos de Sam, con la esperanza de que él no interpretara mal lo que ella se disponía a decir.

– Sam, yo sí siento temores. Por favor, trata de entenderme.

– Ya lo sé, cheroqui. Ahora lo sé.

– Por lo menos, dame un poco de tiempo antes de que empecemos a organizar una familia, ¿quieres?

Él irguió sorprendido la cabeza, cerró una mano sobre el hombro de Lisa y la obligó a recostarse de nuevo.

– ¿Hablas en serio, cheroqui? ¿Estuviste pensado… en los hijos?

– Sí, Su Señoría, debo confesar que lo hice. -Fingió un gesto de contrariedad-. Pero cuidado, no ahora mismo. Después de que pase un poco de tiempo hasta que me acostumbre a la idea.

Sam le contestó con una sonrisa radiante. Después, con gran asombro de Lisa lanzó un auténtico alarido indio de guerra, y cayó de espaldas al lado de la joven, frotándose el pecho con aire de satisfacción y sonriendo al techo.

Lisa yacía al Iado de Sam, sonriendo al ver que él se sentía muy feliz, y preguntándose cuál sería el aspecto de esos hijos medio indios. Tendrían cabellos más oscuros que los de Sam, hermosos ojos, con las pestañas largas heredadas del padre, y los labios más bonitos que se hubieran visto en mucho tiempo…

La ensoñación se vio interrumpida por la conciencia cada vez más clara de que Sam ya no estaba mirando el techo sino el busto desnudo de Lisa. El mensaje en los ojos de Sam era evidente, incluso antes de que el dedo comenzara a insinuarse.

– Eh, cheroqui, ¿qué te parece si vamos a la ducha juntos y volvemos a empezar para celebrar el encuentro? Exijo cierta compensación por todo lo que he sufrido.

Ella se echó a reír y apartó el dedo de Sam.

– ¿Qué has estado haciendo solo en tu cuarto? ¿Leyendo de nuevo las revistas pornográficas?

– ¿Por qué supones eso?

Ella fingió que reflexionaba un momento.

– Pensándolo bien, no sé si me conviene unirme definitivamente con un hombre que lee revistas pornográficas cuando tiene una mujer muy capaz. -Se sentó con movimientos provocativos y ya se acercaba al borde del lecho cuando vio interrumpidos sus progresos. Un segundo después ella estaba chillando-: ¡Brown! ¡Suéltame, Brown! ¡Tengo que ir al cuarto de baño!

– No irás sola, cheroqui. ¡Irás conmigo, en línea recta hacia la ducha! -Un instante después, Sam la cargó en hombros y sus cabellos negros colgaron sobre la espalda del hombre, mientras su antebrazo bronceado la sujetaba por las piernas, y la otra mano le pellizcaba el trasero.

– ¡Brown, suéltame!

– De ningún modo. -Sam se echó a reír y caminó hacia el cuarto de baño.

– ¡Pervertido! -chilló ella.

– Sin duda -coincidió Sam, y después se volvió para morder juguetonamente la seductora cadera de Lisa, que se debatía sobre los hombros de su carcelero.

Ella apenas podía respirar cuando llegaron al cuarto de baño, y él le permitió apoyar los pies en el suelo. Fue a parar a la bañera dura, y, un minuto después, el chorro de agua fría le cayó con toda su fuerza en la cara. Antes de que el agua se calentara, ya estaban besándose y deslizándose uno sobre el otro, pugnando por apoderarse del minúsculo jabón.

Mientras Sam retiraba el frasco, ella se apartó de los ojos los cabellos mojados.

– Eh, Brown, debo hacerte una pregunta más, y creo que merezco una respuesta.

Irritado por la interrupción, frunció el ceño.

– Muy bien, ¿de qué se trata? Pero date prisa, y termina de una vez, de modo que podamos continuar con las cosas importantes.

– ¿Leíste mi oferta el día que nos conocimos?

Una sonrisa lenta y astuta se dibujó en la cara de Sam. Cerró los ojos, y echó hacia atrás la cabeza, hasta que el agua de la ducha le dio de lleno en la cara. Después, se enderezó, se sacudió como un perro y abrió de nuevo los ojos.

– Te diré una cosa. -La acercó con fuerza, apoyó sus caderas en las de Lisa, y la provocó con una sonrisa-. Tú harás todo lo que yo diga, y yo pensaré en la posibilidad de contestar a tu pregunta.

– Brown… -comenzó ella a censurarlo juguetonamente, pero sus palabras se vieron interrumpidas, por los labios de Sam, y un momento después la respuesta perdió toda importancia.

LAVYRLE SPENCER

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