Apartando de su mente aquellos pensamientos, se encaminó al baño y cerró la puerta. El agua caliente de la ducha la reanimó.

Cuando se puso el camisón y el salto de cama se miró en el espejo para cepillarse el pelo. Se observó con atención.

Al menos el camisón no era transparente. Se sonrojó. De cualquier modo, la fina tela se ajustaba a su cuerpo de una forma peligrosamente seductora. Se cruzó de brazos, temiendo que Jordan hubiera entrado en la habitación, y salió. Afortunadamente, su marido no estaba allí.

Kasey volvió a suspirar profundamente y se preparó mentalmente para encontrarse con él en el salón. Se puso unas zapatillas y salió al pasillo.

Jordan le ofreció una taza de humeante café en cuanto entró y Kasey le sonrió agradecida.

Sin duda él había estado en la habitación mientras ella se duchaba, pues se había cambiado de ropa. Llevaba el mismo albornoz que llevaba cuando la joven se había despertado en su cama aquella mañana que en ese momento le parecía tan lejana. Y estaba tan atractivo como entonces.

Cuando Jordan se inclinó para pasar el café a Kasey, ésta clavó la mirada en el ancho pecho que quedó al descubierto con aquel movimiento.

– Ven a sentarte aquí -Jordan le señaló los mullidos sillones y Kasey decidió sentarse enfrente de él-. Abriría las cortinas, pero está lloviendo y ha oscurecido muy pronto -hizo una pausa y luego continuó-. Se ve el mismo paisaje desde nuestro dormitorio.

«Nuestro dormitorio». Aquellas palabras lo decían todo. Jordan estaba seguro de que iban a dormir en la misma cama. Kasey se estremeció y dio un sorbo a su café. Jordan suspiró, se echó hacia atrás en su asiento y se cruzó de piernas.

– Me alegro que todo haya pasado, ¿tú no?

– Sí, no… es decir… -farfulló Kasey y su esposo la miró con una indulgente sonrisa.

– Tranquilízate, mi amor -dijo con desenfado-. No voy a tirarme encima de ti como un troglodita para llevarte a mi cueva. Por lo menos hasta que nos hayamos terminado el café -añadió con una sonrisa traviesa.

– Jordan, tenemos que hablar. Me gustaría haberlo hecho antes, pero no he encontrado el momento oportuno -Kasey respiraba con dificultad-. Creo que no deberíamos… Prácticamente no nos conocemos y creo que no debemos…

– ¿No debemos? -repitió él con desenfado-. ¿No debemos qué?

– Ya sabes -Kasey extendió las manos-. No deberíamos… -tragó saliva-, acostarnos juntos -concluyó con rapidez. Jordan le dirigió una mirada glacial.

– ¿Qué quieres decir? ¿Que debemos dormir en camas separadas o que no debemos hacer el amor?

Kasey se sonrojó de pies a cabeza.

– Creo que no debemos precipitar los acontecimientos. Deberíamos conocernos mejor antes de hacer el amor.

– Yo te conozco, Kasey.

Kasey negó con la cabeza.

– La noche que te desmayaste en mis brazos me suplicaste que hiciéramos el amor -insistió Jordan sin alzar la voz.

– Aquella noche no estaba bien, sabes que había bebido -Kasey se puso de pie, nerviosa-. Lo siento, Jordan, no puedo acostarme contigo. No me parece sensato, y además… no estoy… enamorada de ti.

Ya, estaba dicho. Miró a su esposo con aprensión.

Jordan dejó lentamente su taza de café en la mesa y se puso de pie con deliberada parsimonia.

– ¿Y qué tiene que ver el amor con esto? -preguntó con cierta amargura en la voz.

– Todo.

Jordan soltó una cínica carcajada.

– Supongo que no creerás que todas las parejas que hacen el amor están enamoradas, ¿verdad? ¿Crees que he estado enamorado de todas las mujeres que se han acostado conmigo?

Para Kasey, aquellas palabras fueron como una puñalada. Estuvo a punto de gritarle a Jordan que estaba segura de que todavía habría muchas, pero mantuvo los labios firmemente cerrados.

– ¿Piensas que el amor es un requisito imprescindible para acostarse con alguien?

– Por lo que a mí concierne… -farfulló la joven-… sí lo es.

– ¿Quieres decir que no podrías acostarte con un hombre al que no amaras?

Kasey asintió y Jordan la miró fijamente durante unos segundos que a Kasey le parecieron interminables.

– Entonces Kasey, ¿por qué diantres te has casado conmigo?

¿Por qué? Kasey intentó aclarar sus pensamientos. ¿Qué podía decir? ¿Para demostrarle a Greg que ella también era capaz de encontrar pareja? ¿Para dejar claro que no lo necesitaba? ¿Para ponerle celoso?

Cualquiera que hubiese sido el motivo, el hecho era que estaba casada con Jordan Caine. ¿Y qué había conseguido, a fin de cuentas? Que Greg se pusiera furioso, pero no lo suficiente para romper su compromiso con la heredera de la granja Winterwood.

– Fue… supongo… un impulso -tartamudeó.

– No te creo, Kasey -dijo Jordan con sobrecogedora serenidad, volviendo a mirarla-. No te creo.

– Pues es verdad -dijo con un hilo de voz y Jordan se echó a reír.

– No sabes mentir, querida. Y no soy tan tonto como supones.

– ¿Qué… qué quieres decir?

– Quiero decir que creo saber por qué querías casarte.

Kasey miró a Jordan aterrada. No era posible que lo supiera… ¿o sí?

– Pero no importa. Lo importante es que te has casado conmigo, Kasey. Este matrimonio me convenía y me temo que tendrás que aceptar las consecuencias y sacar el mejor provecho del mismo.

– ¿Qué quieres decir exactamente? -preguntó Kasey asombrada.

Jordan sonrió con cinismo.

– Creo que ya lo sabes, Kasey. Me casé de buena fe contigo. Quiero una esposa que me sirva de anfitriona, administre mi casa… y me caliente la cama.

– No puedes obligarme… -repuso Kasey indignada, pero a la vez siendo consciente de su desamparo-. No puedes obligarme a que haga algo que no quiero.

– Te aseguro que lo vas a desear -le advirtió con suavidad-. Eres mi esposa. De modo que será mejor que te hagas a la idea.

– Jordan, esto es ridículo; estoy demasiado cansada para seguir hablando. Me voy a la cama -se dirigió decidida hacia el pasillo.

Pero a pesar de su aparente tranquilidad, el corazón le latía con violencia y cuando llegó al refugio de la habitación, se desplomó. Se apoyó en la puerta y dejó escapar un trémulo suspiro.

Estaba exhausta y caminaba como un robot. Cerró la puerta y se quitó las zapatillas y el salto de cama con movimiento de autómata. No había terminado de doblar el salto de cama cuando se abrió la puerta. Kasey se sobresaltó. Volvió la cabeza y se encontró con la dura mirada de su esposo. Al principio, ninguno de los dos dijo nada.

– Me voy a acostar -dijo Kasey con voz temblorosa, y se sentó en la cama.

– Yo también -contestó Jordan con desenfado, y se acercó a ella-… contigo.

– No -repuso Kasey de inmediato.

Jordan arqueó una ceja.

– Sí.

Entonces Kasey se levantó. No sabía muy bien si para enfrentarse a él o para estar más cerca de la puerta y poder escapar. Por alguna absurda e irrelevante razón se fijó en ese momento en que había dejado de llover, en que el reloj digital indicaba que era la una de la mañana y en que había un teléfono al lado de la cama. Podía cogerlo y llamar… ¿a quién?

Se detuvo a corta distancia de Jordan sin darse cuenta de lo provocativa que estaba con el camisón de color marfil que realzaba sus caderas firmes y redondeadas, y sus pechos turgentes.

– No creo que estés hablando en serio, Jordan… no creo que seas capaz de recurrir a la violación -¿Cómo podía hablar con tanta tranquilidad cuando el corazón le latía como un potro des bocado?

– ¿Violación? -Jordan soltó una carcajada breve y glacial-. No, no suelo forzar a las mujeres, Kasey. No necesito hacerlo.

– ¿No?

Jordan le sostuvo la mirada durante largo rato antes de suspirar y dar muestras de un aburrimiento absoluto.

– Tu virginal pudor está a salvo por el momento, Kasey. Estás cansada; yo también. A los dos nos sentaría bien dormir un poco. Y no es la primera vez que tenemos que compartir una cama.

Kasey permaneció indecisa y en su imaginación aparecieron perturbadoras imágenes; visualizó a Jordan desnudo, durmiendo a su lado entre sábanas de satén.

Sacudió ligeramente la cabeza y sus rizos se agitaron. Era un pensamiento absurdo.

– Vete a la cama, Kasey -ordenó Jordan con voz fatigada y desapareció dentro del cuarto de baño.

Kasey volvió lentamente sobre sus pasos y se metió en la cama. Estaba tan tensa que relajarse le parecía un objetivo inalcanzable. Incluso estuvo a punto de gritar cuando se abrió la puerta del cuarto de baño y Jordan volvió a entrar en el dormitorio.

Sin decir palabra él apagó las luces, dejando encendida sólo la lámpara de cabecera.

Kasey desvió la mirada cuando él comenzó a desatarse el cinturón del albornoz. El suave ruido de la tela al caer al suelo pareció sonar en todo el cuarto. Kasey cerró los ojos con fuerza cuando sintió que Jordan se tumbaba en la cama.

Jordan bostezó. Él también debía estar cansado, concedió Kasey. Aparte de la tensión de la boda, había tenido que conducir hasta allí en condiciones desfavorables.

Jordan se movió y accidentalmente rozó una pierna de Kasey. Ella no pudo evitar replegarse de manera automática hasta el otro lado de la cama.

– ¡Oh, por todos los santos! -explotó Jordan. Se incorporó y se volvió hacia ella.

Una espiral de intensas sensaciones ascendió desde el vientre de Kasey, hacia su corazón. No podía apartar la mirada del ancho y musculoso pecho masculino; en ese momento, podía haberle suplicado que hicieran el amor.

Le sorprendieron sus propios pensamientos. Nunca había hecho el amor con un hombre; sin embargo, siempre tenía que haber una primera vez. Así que, ¿por qué no con un hombre que además de ser su esposo, era atractivo, viril y sin duda tenía mucha experiencia?

Kasey dejó escapar un suspiro desgarrador. Sería tan fácil ceder ante aquella fuerte atracción… ante el innegable magnetismo de su esposo.

Jordan observó a su esposa con ojos brillantes de deseo. Después se inclinó sobre ella y apoyó una mano a cada lado de su cabeza.

– Jordan… no…

– ¿Sabes? Cada centímetro de tu provocativo cuerpo está implorando caricias, Kasey, pero tu expresión me dice que estás tan segura de que voy a violarte que nada de lo que diga te hará cambiar de idea. De modo que creo que ha pasado el momento de las palabras. Y además, ¿quién soy yo para decepcionar a una dama? -la besó en la boca antes de que Kasey tuviera tiempo de volver la cabeza.

– ¡No! -gritó contra los labios de Jordan e intentó apartarlo.

Jordan alzó la cabeza; con la respiración entrecortada, clavó la mirada en los pechos de Kasey que se agitaban bajo la fina tela del camisón. Durante unos segundos que a la joven le parecieron interminables, la miró con ojos entrecerrados. Kasey sintió crecer en su interior un ardiente deseo.

Jordan volvió a besarla; aquella vez fue un beso profundo y excitante. Después trazó un camino de besos desde su cuello hasta el hombro y apartó la fina tela del camisón. Buscó entonces el suave valle que se escondía entre los pechos femeninos y allí se detuvo, besándola de una forma devastadora. Luego con exquisita lentitud fue ascendiendo hasta un sonrosado pezón.

El pelo revuelto de Jordan rozaba la piel de Kasey, estimulan do sus sentidos. La joven se estremeció con violencia.

– ¡No! Jordan, por favor. ¡Esto no puede ser!

– Claro que sí -susurró él contra la piel de su esposa-. Los dos estamos disfrutando, cariño.

A Kasey se le había subido el camisón hasta los muslos y sintió la piel masculina contra la suya. Jordan le soltó las manos a Kasey y exploró con delicados dedos cada centímetro de su cuerpo. A pesar de los esfuerzos que hacía para controlarse, el deseo la desbordaba.

Jordan era despreciable, intentó decirse con firmeza.

Toda la ira que minutos antes se reflejaba en el rostro de Jordan, había sido sustituida por un sentimiento más intenso. Las duras líneas de su boca se habían suavizado y un rubor leve teñía sus mejillas.

Kasey se preguntó si ella irradiaría un deseo semejante.

¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Se había vuelto completamente loca? Aquel hombre estaba usando su fuerza para… ¡Mentirosa!, la incriminó una vocecilla interior.

Kasey se removió inquieta, no sabía si para resistirse o arrastrada por la fuerza del deseo, una franca evidencia de la excitación de su esposo.

Jordan esbozó una extraña sonrisa; parecía despreciarse a sí mismo.

– Un hombre no puede soportar que lo provoquen, Kasey -dijo con suavidad, sin apartarse de ella-. Y menos la noche de bodas -añadió intencionadamente-. Ahora tenemos que decidir si vamos a terminar o no lo que hemos empezado.

– Yo no he empezado nada -subrayó ella.

– ¿No?

– ¡No! -estaba indignada.

– Dijiste que eras virgen -continuó Jordan-. ¿Es verdad o fue un anzuelo para pescarme?