Kasey tuvo que reconocer que Jessie no se equivocaba. Jordan era todo un hombre. Se estremeció y se obligó a pensar en Greg, pero por alguna razón no pudo conjurar su imagen, pues otra más poderosa ocupaba su lugar: la de Jordan.

– Jordan te cuidará.

Antes de que Kasey pudiera contestar, llamaron a la puerta y un instante después, Desiree Caine entró con desparpajo en el cuarto.

– ¿Ya te has cambiado? -preguntó la recién llegada, mirando a Kasey de pies a cabeza.

Jessie gruñó, dejando muy claro que la cuñada de Jordan no le caía bien.

– Será mejor que te vayas -dijo a Kasey-. Jordan te estará esperando.

– Todavía no ha terminado de cambiarse -repuso Desiree-. He mandado a las niñas afuera con David, y Jordan me ha pedido que viniera a ver cómo le iban las cosas a la desposada.

– Ya estoy casi lista -contestó Kasey, nerviosa.

– Puede usted seguir con sus cosas, Jessie -dijo Desiree agitando una delicada mano ante el ama de llaves-. Yo ayudaré a Kasey a terminar de cambiarse.

Hubo una silenciosa batalla de voluntades por un momento antes de que Jessie se dirigiera con desgana hacia la puerta, no sin dirigirle antes a Kasey una mirada muy elocuente.

Cuando Jessie cerró la puerta después de salir, Desiree se volvió y se apoyó contra ella:

– De modo que todo ha salido bien, ¿no? -comentó-. No hay nada como un sólido apoyo financiero, ¿verdad?

– Tengo el magnífico apoyo financiero de mi padre, aparte de una carrera muy lucrativa -declaró Kasey con calma.

– A muchos nos ha extrañado una boda tan inesperada -dijo la venenosa rubia mirando de manera intencionada el vientre plano de la recién casada.

– Jordan pensó que no tenía sentido esperar.

Apartándose un mechón de pelo de la frente con gesto elegante, Desiree soltó una carcajada.

– ¡Típico de Jordan! Es tan impulsivo…

– Si no me hubiera querido casar con él, no habría cedido a su «impulso».

– Claro, claro. Pero es un hombre atractivo, ¿no? Y rico… Jordan lo tiene todo. Siempre ha sido uno de los hombres más codiciados en nuestro medio -Desiree hizo una pausa y Kasey se puso tensa, esperando el zarpazo-. Por supuesto, Jordan y yo nos conocemos desde hace tiempo -dijo la rubia-. Antes de que yo conociera a David.

– Lo sé -dijo con toda la calma de la que fue capaz y fue recompensada con el parpadeo de asombro de su interlocutora.

– Oh -Desiree se recobró pronto-. Supongo que no es ningún secreto.

– No, no lo es -Kasey logró sonreír con desdén.

– Pues sí, Jordan y yo éramos inseparables -los ojos de Desiree se encontraron con los de Kasey, pero ésta logró que fuera la rubia la que bajara antes la mirada.

– Pero decidiste casarte con David -dijo Kasey con tono apacible.

– Sí -Desiree se apartó de la puerta-. David es un magnífico padre, pero como esposo es… pues… un poco aburrido.

Kasey se removió con irritación, harta del juego del gato y el ratón.

– Creo que debo irme -comenzó a decir mientras cerraba la maleta.

– No durará esta farsa matrimonial -indicó Desiree con desenfado-. Jordan no es muy fiel que digamos.

Kasey se puso tensa. Aquella era la segunda vez en menos de una hora que le vaticinaban el fracaso de su matrimonio y lo peor de todo era que, en el fondo, también Kasey lo creía.

– En primer lugar, Desiree, mi matrimonio con Jordan no es ninguna farsa. En cuanto a la experiencia amorosa de Jordan, yo seré la primera en beneficiarme de ella, como supongo reconocerás. ¿Quién quiere un marido que no sabe cómo complacer a una mujer?

– ¡Vaya, vaya! ¡Conque la gatita tiene zarpas! -Desiree esbozó una sonrisa desdeñosa-. Quizá te había subestimado.

– Probablemente -Kasey alzó la barbilla-. Y ya que has insistido en discutir sobre un tema tan delicado, puedo asegurarte que soy suficientemente mujer para complacer a mi marido. ¿Está claro?

– Más claro el agua.

Kasey respiraba con dificultad.

– Quizá yo también deba poner mis cartas sobre la mesa -continuó la rubia-. Jordan es mío… siempre lo ha sido y siempre lo será. Más vale que te acostumbres a la idea. Me basta con chasquear los dedos para que venga a mi encuentro. ¿Está claro? Aquello no podía estar sucediendo. Kasey sintió que se le contraía el estómago mientras se oía reír con aparente desparpajo.

– Lo siento, Desiree, pero no puedo tomarme esto en serio. Pareces… o, más bien, parecemos las protagonistas de una pésima telenovela.

La rubia la miró furiosa.

– Puedes reírte, pero ya veremos quién es la última que ríe. Todavía tengo varios ases bajo la manga. Jordan me ama, te lo aseguro.

– Entonces, ¿por qué no se ha casado contigo? -preguntó Kasey, harta de la desagradable escena.

– Porque… porque sabía lo mucho que David me quería y no quería herir a su hermano -dijo Desiree, insegura-. Ha sido una tortura tratar de reprimir nuestros sentimientos todos estos años. Pero en algunas ocasiones… pues… al fin y al cabo somos humanos. Por supuesto, David no sabe nada, no podría soportarlo -la pérfida mujer suspiró expresiva-. Pero ni Jordan ni yo queremos hacerle daño. Últimamente no se encuentra muy bien y ya sabes cómo le gusta a la gente hablar. Así que, por si llegaba a oídos de David, Jordan decidió casarse. Con quien fuera.

Kasey contuvo una exclamación de ira y los ojos de la rubia refulgieron con malévola satisfacción.

– Es cierto, querida -continuó-. Jordan necesitaba una cortina de humo hasta que resolviéramos las cosas.

– Una medida un poco drástica, ¿no te parece? -observó Kasey con sarcasmo.

– No obstante -Desiree miró a la joven en el espejo-. Jordan siempre vuelve a mí.

– Esta vez no -en ese momento Kasey quiso creer realmente sus propias palabras, sentir confianza en el amor de Jordan.

– Oh, vamos, querida -dijo Desiree con helado sarcasmo-, debo admitir que tienes cierto… encanto, pero… -recorrió a su interlocutora con mirada desdeñosa-, no puedes pensar sinceramente que un hombre como Jordan pueda preferir una mujer fría como tú a una mujer como yo.

– ¿Sabes una cosa, Desiree? Siempre he detestado que se utilice la palabra «perra» contra una persona de mi sexo, pero no cabe duda de que te mereces el calificativo más que nadie.

– Y no me podría importar menos lo que tú o cualquiera piense de mí -dijo Desiree mientras se dirigía hacia la puerta-. Siempre consigo lo que quiero, así que recuerda lo que he dicho. Jordan es mío. Le doy dos meses para que se canse de ti y venga a buscarme.

Para asegurarse de tener la última palabra, Desiree abrió la puerta y salió antes de que Kasey pudiera replicar.

Capítulo 5

Jordan conducía con destreza el lujoso automóvil. Después de un día soleado, había comenzado a caer una lluvia ligera, que se había hecho más intensa cuando habían salido de la ciudad y habían enfilado hacia las Montañas Azules.

Kasey permanecía en silencio, con las manos sobre el regazo.

– ¿Tienes frío? -la profunda voz de su marido la sobresaltó.

– No. Está lloviendo -añadió Kasey con tono distraído y Jordan emitió una risa suave.

– Así es -dijo-. En cualquier caso, debemos agradecer al tiempo que no haya habido las tormentas que habían pronosticado.

– Hmm -¿importaba eso?, se preguntó Kasey, cansada.

Jordan le dirigió una breve mirada antes de volver a prestar toda su atención a la carretera y le dio la mano.

– Pareces cansada. Ha sido un día largo, ¿verdad?

– Sí -Jordan no tenía ni idea de lo largo que había sido. Y todavía faltaba la noche, se dijo Kasey.

– ¿Preferirías que durmiéramos en un hotel en vez de ir directamente hasta la casa?

– Oh, no, estoy bien -se apresuró a decir Kasey-. No está muy lejos, ¿verdad?

– No mucho.

– Me comentaste que esa casa pertenecía a tu familia. Se obligó a entablar una conversación intrascendente. Cualquier cosa con tal de ignorar el contacto de los dedos de su esposo sobre su mano.

– Sí. Mi padre la construyó hace años, como refugio, supongo. Mi madre adora las Montañas Azules y los dos pasan largas temporadas aquí cuando mi padre quiere olvidarse de las presiones del negocio. ¿Conocías esta región?

– No -negó Kasey con la cabeza-. Cuando salíamos de Akoonah Downs, solíamos ir al mar. Después de estar en la granja, la playa nos parecía el paraíso.

– Lo comprendo. A nosotros nos pasa todo lo contrario. Vivir en la ciudad convierte las montañas en un sueño. La vista desde allí es majestuosa. La casa está situada sobre una meseta a unos doscientos veinticinco metros de altura.

Kasey se estremeció. Iba a estar sola con Jordan en un lugar alejado del mundo.

– ¿A qué distancia están los vecinos más cercanos? -preguntó con voz trémula.

– Como a medio kilómetro -dijo Jordan y la volvió a mirar-. Supongo que no te molestará que haya concedido a los Jensen, la pareja que cuida la casa, unos días de descanso, ¿verdad?

Kasey lo negó, pero en el fondo estaba aterrorizada. Apartó la mano de la de su esposo.

Iban por una serpenteante carretera y Jordan se concentró en conducir bajo la pertinaz lluvia. Al cabo de un rato, se desvió y llegaron a la casa de campo de la familia Caine.

Jordan apretó un botón en el control remoto del tablero de instrumentos y la verja se abrió.

La casa se erguía majestuosa en la cima de la meseta. Su diseño se adaptaba a la perfección del paisaje, aprovechando los contornos naturales del terreno.

Jordan dirigió el coche hacia el patio techado que había frente a la entrada principal y apagó el motor. No había dejado de llover.

Jordan se bajó del coche y fue al otro lado para abrirle la puerta a su esposa.

– Bienvenida a Valley View, señora Caine -sonrió mientras la ayudaba a bajar.

Kasey miró a su alrededor, mientras Jordan subía los escalones de la entrada principal para abrir la puerta. Se detuvo allí a esperar a su joven esposa. Ella avanzó con pies de plomo.

– Es preciosa -comentó Kasey y antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría, su esposo la cogió en brazos-. ¡Jordan, bájame! Peso demasiado -protestó.

– ¡Boberías! Es una tradición, hay que cruzar el umbral con la novia en brazos -la besó con suavidad mientras la dejaba en el suelo. Sin soltarla de la cintura encendió la luz del vestíbulo.

Jordan la miró con una sonrisa.

– Me alegro de que hayamos seguido hasta casa -dijo-. Entra mientras voy a buscar el equipaje -se volvió y la dejó allí.

Como aturdida, Kasey observó a su marido dirigirse al coche. Acababa de ser levantada como si no pesara nada. Todavía podía sentir el vigor de sus brazos y se estremeció.

Jordan se reunió con ella, y cerró la puerta con el pie. El apagado ruido del picaporte pareció resonar dentro de Kasey como el badajo de una campana portentosa.

– Te voy a enseñar la casa -bajó la media docena de escalones que llevaban al salón y luego condujo a su esposa hacia una escalera que llevaba a un pasillo.

Kasey lo siguió vacilante. Pasaron delante de cuatro habitaciones hasta llegar a una habitación que estaba al final del pasillo. Con una opresiva sensación de fatalidad, Kasey entró en el cuarto.

Las paredes eran de color azul claro y el lecho estaba cubierto con un edredón bordado de color azul. Unas cortinas de color azul turquesa adornaban un ventanal que daba al valle.

Jordan dejó las maletas en el suelo y se volvió hacia ella. «Si me toca ahora, voy a ponerme a gritar como una histérica», pensó nerviosa, Kasey.

Jordan arqueó una ceja y una leve sonrisa tembló en sus labios.

– Te dejo sola. Iré a preparar un poco de café mientras te refrescas. El cuarto de baño está allí -dijo con amabilidad-. Cuando estés lista te espero en el salón que está al lado del vestíbulo -y salió del cuarto.

Kasey suspiró lentamente. Le dolían todos los músculos del cuerpo, estaba agotada. La tensión comenzaba a afectarla.

En ese momento, lo único que le apetecía era tumbarse en la cama apaciblemente en el olvido. Pero no podría ser. Todavía había muchas cosas que tenía que explicarle a Jordan y debía hacerlo esa misma noche.

Se dirigió lentamente hacia el cuarto de baño y se asomó adentro. Era increíblemente lujoso.

Se miró en el espejo y observó su extremada palidez. Parecía estar a punto de desmayarse.

Volvió a la habitación y sacó sus artículos de belleza para dejarlos en el cuarto de baño. Luego sacó el seductor camisón que había comprado para su luna de miel antes de oír la fatídica conversación de Jordan y Desiree en el jardín de la mansión Caine.

La prenda era de color marfil y caía con la suavidad de un velo. Kasey acarició la delicada tela. Era la prenda que habría escogido una mujer pensando en su amante.