Y se fue.
Logan se pasó todo el día siguiente esquiando sin parar con la intención de aclarar su mente. El día anterior le había parecido interesante y curioso. No podía dejar de pensar en Lily y en cómo lo había besado, con la misma pasión y el mismo arrebato con la que, por lo visto, lo hacía todo.
¿Sabría lo increíblemente excitante que resultaba conocer a una mujer así?
No la había vuelto a ver desde la tarde anterior, pero tenía la sensación de que Lily lo estaba evitando y la única explicación que se le ocurría era que se hubiera dado cuenta de que entre ellos había algo especial y no quisiera ahondar en ello.
¿No era acaso irónico que una mujer que no se echaba atrás ante nada tuviera miedo de él?
Al atardecer, Logan hizo el último descenso y se quitó los esquís. Por segunda tarde consecutiva, no tenía nada que hacer, algo que le resultaba de lo más raro.
Mientras observaba encantado el maravilloso paisaje, pensó en sus compañeros y en cómo le habían tomado el pelo haciendo apuestas sobre con cuántas mujeres se liaría en aquel viaje y si con alguna de ellas mantendría una relación seria.
La evidente respuesta era que no.
En su mundo, el amor no duraba.
Su madre no había podido aguantar el estilo de vida nómada que la carrera militar de su padre exigía y se había ido dejando a su marido y a sus tres hijos, muchos de sus amigos ya iban por el tercer y cuarto matrimonio y cambiaban de mujer como de camisa y él mismo no había sido capaz de mantener ninguna relación seria porque siempre se daba cuenta de que lo que amaba en esta vida por encima de cualquier otra cosa era su trabajo.
Al entrar en el hotel, miró a las mujeres que había frente a la chimenea. Algunas de ellas le devolvieron la mirada y una en particular, una preciosa mujer alta y con el pelo color castaño, le sonrió y se lo comió con la mirada.
Logan esperó a ver si dentro de él se producía alguna reacción, pero no hubo nada. No podía dejar de pensar en otra mujer, una mujer más bajita, dura como el cemento y suave como la seda.
Una mujer cuyo beso todavía sentía en la boca. Logan se dirigió al vestuario a dejar los esquís. Una vez allí, se sentó en un banco y, mientras se quitaba las botas, comprobó que había una mujer sentada en el banco de enfrente.
– ¿Trabajas aquí? -le preguntó ronroneando como una gata.
– No -contestó Logan con impaciencia-. Estoy de visita.
– Yo, también. Bueno, en realidad, soy la dueña de este sitio.
– ¿De verdad? -dijo Logan guardando las botas en su taquilla-. Ayer conocí en las pistas a otra de las propietarias.
– Será Lily Rose. Es mi sobrina. Sí, ella también es propietaria. De hecho, su parte es mayor que la mía, lo que significa que ella tiene que trabajar y yo sólo vengo de vez en cuando a disfrutar -sonrió la desconocida-. ¿Te lo estás pasando bien?
– Sí -contestó Logan sinceramente.
– Dicen que mañana va a hacer sol, así que será un día estupendo.
Logan sonrió de manera ausente.
– Tienes una sonrisa preciosa -comentó la desconocida tendiéndole la mano-. Por cierto, me llamo Debbie.
– Yo soy Logan -contestó él estrechándole la mano y mirándola a los ojos.
No sintió nada.
– Ya nos veremos, Logan. Tal vez en el bar o… quién sabe, en el jacuzzi -se despidió Debbie mirándolo directamente a los ojos.
Una vez a solas, Logan suspiró y, tras guardar el equipo, se dirigió a su habitación con la intención de ducharse y salir a comer algo.
Mientras se metía bajo el agua, su mente se fue directamente a… Lily.
Maldición.
De repente, Logan se sintió solo y abandonó la habitación con la intención de ir al bar a tomar una cerveza. El local estaba lleno de gente bebiendo, charlando y riendo. Al entrar, se encaminó al otro extremo de la barra.
Una vez sentado en un taburete, se fijó en que había dos mujeres atendiendo la barra. Una de ellas se giró y, al verlo, no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa bobalicona en la cara.
– Lily Rose -la saludó Logan sonriendo también.
Capítulo Cinco
– ¿Qué te dije que te iba a hacer si me llamabas así? -bromeó Lily-. ¿Qué tal te lo estás pasando?
– Ahora mismo, muy bien -contestó Logan acariciándole la mano-. ¡Madre mía, estás helada!
– Sí, es que acabo de llegar.
– ¿Qué tal tu rodilla?
– No he tenido tiempo de mirármela.
– Vaya, y yo que creía que era un tipo dedicado a mi trabajo…
Aquello hizo reír a Lily.
– Me alegro de verte. No sabía si te habrías asustado… por todo lo que pasó ayer, quiero decir.
– No, hombre, nada de eso -contestó Logan sinceramente-. Deberías venirte en alguna ocasión a compartir conmigo un día de mi vida.
– ¿Intentando asustarme? -ronroneó Lily.
– No, en absoluto -sonrió Logan-. ¿Qué haces detrás de la barra?
– Es que Matt va a llegar tarde.
– ¿Quién es Matt?
– ¿Te acuerdas de Sara?
– ¿Esa hermana tuya que andaba preocupada por si se te ocurría robar otro Jeep?
– Exacto. Matt es su marido. Él se ocupa del bar, pero hoy va a llegar tarde.
– Vaya, tienes una familia muy numerosa porque hace un rato he conocido a tu tía Debbie.
– Ah… vaya, me sorprende que te haya dejado ir. Debe de estar perdiendo facultades.
– O a lo mejor es que no me ha interesado su propuesta.
Lily se encogió de hombros, pero Logan se percató de que le había gustado su respuesta.
– ¿Qué quieres?
«Si tú supieras».
– ¿Qué tienes?
– Prácticamente de todo.
– Mmm -dijo Logan pensativo-. ¿Qué tal algo lento, pero potente?
– ¿Seguimos hablando de bebidas o de otra cosa?
– De lo que tú quieras.
Varias emociones cruzaron por el rostro de Lily. Emoción, excitación, nervios. La combinación resultaba de lo más estimulante.
Lily deslizó su mirada hasta los labios de Logan y se mordió el labio inferior. Logan estaba dispuesto a apostarse hasta el último centavo que tenía a que estaba pensando en el beso del día anterior.
Formidable.
Ya eran dos.
– Así que hemos dicho algo lento, pero potente… -comentó Lily girándose.
Al hacerlo, Logan la agarró de la muñeca y se fijó en que, además de la mano, que la tenía helada, también tenía los labios morados. Obviamente, estaba muerta de frío.
– No -le advirtió Lily retirando la mano.
– Pero si no he dicho nada.
– No, pero me ibas a decir que me sustituyes mientras yo voy a calentarme.
– No es mala idea.
– Pero…
– Pero tú no eres una mujer que se deje ayudar fácilmente, ¿verdad?
– Efectivamente. Gracias de todas maneras. Un bonito detalle por tu parte. Eres un hombre muy dulce.
– Te aseguro que lo que tengo ahora mismo en mente es todo menos dulce -le advirtió Logan-. ¿Quieres que te lo cuente?
– Sí -contestó Lily sin dudarlo.
Aquello hizo reír a Logan.
– Estaba pensando en todas las formas que se me ocurren para calentarte. Podría…
Lily le puso un dedo sobre los labios.
– Ya me estás calentando con tu mirada. Me encanta cómo me miras, Logan White.
– ¿Ah, sí? ¿Y cómo te miro?
– Como si me fueras a comer.
– ¿Y te da miedo?
– A mí, nada me da miedo.
En aquel momento, llegó Matt y Lily salió de la barra con dos whiskys.
– Esto es lo mejor para calentarse en una noche de nieve -le dijo entregándole un vaso a Logan y sentándose a su lado.
– Brindemos entonces por calentarnos en una noche de nieve -contestó Logan alzando su copa.
Lily sonrió y se bebió el vaso de un trago. Logan hizo lo mismo a pesar de que raramente bebía.
– Supongo que con esto entraremos en calor rápidamente -comentó Lily.
– Sí, aunque se me ocurre que…
– Lily Rose.
Una mujer que se parecía mucho a Lily, pero mucho más seria, se acercó a ellos.
– Necesito hablar contigo.
– Ahora no es un buen momento.
– Por favor.
– Está bien -accedió Lily-. Ahora mismo vuelvo.
Logan observó cómo las dos hermanas se iban a un rincón del bar.
– ¡Por Dios, Lily Rose, cómo se te ocurre tomarte una copa con un huésped! Ya está bien con que la gente esté hablando, preguntándose cómo es que los carteles de fuera de pista habían desaparecido como para que ahora te vean bebiendo en el bar. Lo que faltaba.
– La gente no está hablando.
– Claro que sí. No deberías atender la barra. Tienes gente contratada para eso. De verdad, si necesitas ayuda, pídemela.
– No necesito ayuda.
– Me vas a perdonar, pero no estoy de acuerdo en eso.
– Mira, me mato todos los días para dirigir este sitio y lo hago perfectamente bien yo sola. Si no te parece así, ya sabes dónde está la puerta.
– Te recuerdo que estabas bebiendo con un huésped.
– ¿Y? ¿Voy a ir al infierno?
– Lily Rose…
Al oír aquella conversación, Logan se prometió a sí mismo que no volvería a llamar Lily Rose a Lily jamás.
– Estoy preocupada por ti, Lily Rose -insistió su hermana-. ¿Qué vas a hacer esta noche?
– Lo que me dé la gana. Mira, he tenido un día muy largo y me quiero ir a mi habitación a darme una ducha y meterme en la cama, así que, si no te importa, nos vemos mañana.
– Lily Rose…
Pero Lily ya se había girado y volvía en dirección a Logan.
– Sólo tienes dos hermanas, ¿no? -sonrió él al verla.
– Sí, gracias a Dios -contestó Lily-. Bueno, te dejo porque me quiero ir a cambiar de ropa.
– Muy bien. ¿Nos vemos luego?
– De acuerdo -contestó Lily.
Sin embargo, fue imposible porque, justo cuando se acababa de terminar de duchar y de cambiar de ropa, apareció en su habitación Debbie para regalarle unos preciosos pendientes de cristal y plata y contarle lo maravillosa que era la vida en Nueva York. Cuando consiguió quitársela de encima, tuvo que hacerse cargo de un problema con las tuberías en los baños de los empleados y, para terminar la noche, tuvo que ir a buscar al técnico informático porque el chico no tenía coche y se les había caído el servidor.
Cuando, por fin, terminó la retahíla de despropósitos eran más de las doce de la noche y, aunque el bar seguía lleno de gente, Logan no estaba.
Tampoco lo encontró en la cafetería ni en el porche ni en el jacuzzi. No era de extrañar. Habían pasado horas desde que le había dicho que se encontrarían dentro de un rato.
Lily suspiró fastidiada.
De nuevo, por culpa del hotel se había quedado sin algo que quería.
Sin alguien con quien le apetecía estar.
Capítulo Seis
Al día siguiente, amaneció una mañana completamente despejada y brillante.
A Lily le encantaban los días así, pero aquél amenazaba con estropearse debido a las noticias que le estaba dando Cari, su jefe de cocina, mientras se tomaba una taza de café en la terraza de la cafetería.
– No sé qué ha ocurrido. La empresa que nos trae el pan es muy seria y ellos dicen que tú los has llamado para anular el pedido de esta semana. ¿Por qué lo has anulado?
Su tía estaba sentada cerca, tomándose una taza de café con aire distraído, como si estuviera aburrida al no tener nada que hacer.
– Yo no he anulado el pedido -le aseguró Lily disgustada.
– ¿Se puede saber por qué siempre tenemos las reuniones de la mañana fuera? -gruñó Cari estremeciéndose de pies a cabeza.
– Porque Lily tiene hielo en las venas -contestó Debbie.
– Si no te importa, esto es una reunión de trabajo y te agradecería que no te metieras -la reprendió su sobrina.
– Perdón -se disculpó Debbie con cinismo.
Cari volvió a estremecerse.
Lily llamó al distribuidor de pan por teléfono y el supervisor le aseguró que habían recibido un mensaje en su nombre anulando el pedido.
– Vas a tener que hacer gala de tu creatividad hasta mañana -le dijo al jefe de cocina.
Cari se encogió de hombros.
– Anda, vamos a la cocina, que se está mucho más calentito, y te hago unos huevos revueltos con jamón de los que a ti te gustan -le dijo con una sonrisa-. Claro que no te voy a poder poner molletes de pan porque mi jefa no sé qué ha hecho que nos ha dejado a todos sin pan.
– Te vuelvo a decir que yo no he hecho nada -se defendió Lily.
Era cierto. Ella no había hecho nada, pero la verdad era que no había pan y tenían que averiguar quién era el culpable.
– Me encantaría ir a tomar unos huevos revueltos contigo, pero tengo muchas cosas que hacer -suspiró Lily-. Para empezar, tengo que hablar con tu hermano, que está ahora mismo lidiando con los ordenadores, y con Sara.
– Muy bien.
– Yo sí me apunto a los huevos -intervino Debbie.
Lily los siguió hacia la cocina, mirando a su alrededor mientras cruzaban la cafetería, diciéndose que lo hacía para comprobar que todo el mundo que estaba desayunando estaba a gusto, pero, en realidad, estaba buscando a un hombre alto y moreno de ojos maravillosos.
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