Por otro lado, aquella forma de ser tenía una ventaja: era muy fácil animar a Eufrasia. Bastaba enseñarle un bonito accesorio nuevo para sacarla del pozo de autocompasión en el que ella misma se hundía. O pensar en un marido. Al fin y al cabo, la educación que Eufrasia había recibido estaba dirigida hacia eso: convertirla en una bonita esposa. Eufrasia carecía de talentos especiales, pero tenía buen gusto, bailaba bien y, cuando tenía invitados más importantes que Vitória, sabía ser una anfitriona perfecta. Y aunque Vitória sabía que demasiados cumplidos se le subían a su amiga a la cabeza, en esta ocasión consideró excepcionalmente adecuado decirle un par de cosas agradables.

– Míralo de este modo: eres muy guapa, tu familia tiene un origen intachable, y tú reúnes todas las condiciones para ser una esposa maravillosa.

– Pero no tengo dote.

– Estoy segura de que Arnaldo se casaría contigo incluso sin dote. Está loco por ti.

– Antes a lo mejor. Y además… ¡es tan terriblemente aburrido!

– ¡Cielos, Eufrasia! No puede ser más aburrido que la vida que llevas ahora. Imagina qué vestidos tan maravillosos podrías llevar, qué grandiosas fiestas podrías organizar. Gracias al dinero de Arnaldo, Lucas podría seguir yendo a la escuela y tú tendrías medios para hacer de Florença lo que siempre fue.

Eufrasia sonrió titubeante. Parecía gustarle la idea. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

– ¿Pero seguirá queriéndome Arnaldo cuando me vea con mis vestidos viejos?

– Ni lo notará. Tienes el armario lleno de trajes que sólo te has puesto una vez y están perfectos. A no ser que hayáis vendido también todo vuestro vestuario, pero lo dudo.

– No, conservamos nuestros trajes. Pero, Vitória, por favor, no me puedo poner los vestidos del año pasado. Y si Florinda me ve con el traje amarillo, que es el que llevé en tu fiesta de cumpleaños y el único que no está pasado de moda, se va a partir de risa.

– Bueno, ¿y qué? Déjala. Lo hace porque tiene envidia de tu pelo dorado y de tu naricilla pecosa. Con una narizota como la suya no sirven de nada ni los más extravagantes vestidos del mundo. Lo importante es que tú le gustas a Arnaldo, y le vas a seguir gustando. Si antes de la próxima fiesta te pasas por casa, nos arreglaremos juntas. Miranda te ayudará con el peinado.

– ¡Oh, Vita! Tienes razón. Siempre tienes razón. Me gustaría tener tu sentido común y tu confianza en ti misma. ¡Qué tonta he sido! ¿Por qué no habré hablado antes contigo?

– Yo me pregunto lo mismo.

– Por otro lado, podías haber venido antes.

A Vitória no se le escapó el tono de reproche.

– Hum, he tenido mucho que hacer.

«Desde que tenemos las nuevas tierras», iba a añadir, pero se contuvo en el último segundo. Vitória no podía imaginar que la familia estuviera tan mal, pero ya había temido que las nuevas circunstancias influirían en su amistad con Eufrasia. Sus temores resultaron infundados. Habían bastado unas palabras optimistas para animar a Eufrasia. Apenas hizo pensar a su amiga en otras cosas, ésta volvió a ser la de siempre: una muchacha de diecisiete años preocupada por sus vestidos, peinados, admiradores y fiestas.

– ¿Por qué no ha venido Arnaldo? -se percató de pronto Vitória-. Antes se pasaba el día aquí.

– Ha venido. Pero he hecho como si no estuviera en casa. Me da mucha vergüenza lo que le ha pasado a mi familia. Ha venido tres veces, pero desde hace un par de semanas no se le ha vuelto a ver por aquí.

– ¿No te ha dejado ninguna nota?

– Sí, me pedía que le diera noticias, pero no le he contestado. Probablemente no quiera saber ya nada de mí.

– ¡Pamplinas! Probablemente esté ahora más enamorado de ti. Pensará que le rechazas; y cuanto menos te vea, más ganas tendrá de verte.

Eufrasia sonrió con disimulo, como si en realidad hubiera actuado siempre con esa intención.

Entretanto se habían bebido el café. Vitória se ofreció a preparar otra cafetera.

– Pero ¿por qué? Lo puede preparar Silvia.

– Ah, ¿seguís teniendo a Silvia?

– Sí, con su joroba no nos habrían dado nada por ella, así que mejor la conservamos. Se ocupa de todo lo indispensable. Cocina, lava, limpia. No hace nada bien, pero al menos lo hace mejor que nosotras. Ahora está arriba con mamae. La llamaré.

– No, déjalo. Quería decirte algo que quede entre nosotras, y Silvia, si no recuerdo mal, es bastante chismosa. Yo puedo preparar el café.

Eufrasia también podría hacerlo, pensó Vitória. No era tan difícil poner agua en un cazo a cocer. Pero su amiga era demasiado fina para realizar las tareas domésticas más básicas.

Cuando Vitória regresó de la cocina, Eufrasia se incorporó en su sillón.

– Vita, no me tengas en ascuas. Cuéntame. ¿Te ha hecho por fin Rogério una proposición?

¡Rogério! Vitória casi se había olvidado de él.

– No, pero ahora que lo dices: hace mucho que tenía que habérmela hecho. Y yo la habría rechazado, naturalmente. -Las dos se echaron a reír. Vitória prosiguió-. Porque he conocido a otra persona.

En breves palabras le contó a su amiga la visita de Pedro, de sus invitados, de León. Su voz era tranquila, y ni su actitud ni sus gestos desvelaban nada de la agitación que reinaba en su corazón. En su resumen omitió los detalles más reveladores. No dijo ni una sola palabra de los cumplidos que León le había susurrado, ni que estuvieron unos minutos a solas; de las ansiosas miradas que le había dirigido cuando estaba a caballo con su ceñido traje de montar; de cómo perdía el aliento cada vez que León entraba en la habitación; o del rubor que cubrió sus mejillas cuando León rozó casualmente su brazo. Su desvergonzada sonrisa, sus dientes inmaculados, sus ojos negros, rasgados, con grandes pestañas… de eso no le dijo nada a Eufrasia. Cuando su amiga quiso saber cómo era aquel odioso desconocido, se limitó a contar los hechos con disimulado distanciamiento. ¿Cómo podía describir la magia que desprendía su risa? ¿Cómo explicar la fascinación de su mirada, que era fogosa y melancólica a la vez y en la que Vitória querría perderse para siempre? ¿Cómo hablar del encanto de su marcada barbilla, con su brillo azulado? Jamás podría expresar con palabras lo que sentía cuando gesticulaba con sus manos fuertes y bien formadas y cuando sus músculos se marcaban bajo la fina camisa de batista. ¿Y cómo contar lo que sentía cuando miraba de reojo su atlético cuerpo, con los hombros anchos y las caderas estrechas? No había en él un solo gramo de grasa. Se movía con la elegancia y la suave dejadez de un gato, pero cuando al marcharse subió la pesada maleta de Joao al carruaje, se desveló toda la fuerza que se escondía bajo su piel bronceada.

Lo describió como un hombre “de mediana estatura, cabello oscuro, sin barba”. Y también era así.

– Pero, Vita, ¿qué ves en ese hombre? Tiene una profesión mal remunerada, no tiene un aspecto especialmente bueno y, para colmo, tiene unas ideas políticas absolutamente reprobables.

– Yo tampoco lo sé. Tiene… ese algo especial.

– ¡Santo cielo, Vita! Puedes tener a cualquiera. No te tires en los brazos del primero que pasa sólo porque tiene un aura un tanto misteriosa. Después de lo que me has contado me parece que es un estafador.

– No tengo intención de tirarme en los brazos de nadie. No tengo prisa por casarme. ¿Crees que dejaría de depender de mi padre para depender de un marido? No, cuando cumpla veintiún años quiero decidir yo misma lo que hago con mi vida y, sobre todo, con mi dinero. Pero eso no quita que pueda coquetear un poco, ¿no?

– ¡Vita, esto se pone cada vez peor! No puedes tontear con alguien que no sea un firme candidato a casarse contigo.

– Claro que puedo. Entiéndelo, Eufrasia, es sólo un juego. Lo hago por diversión.

Eso no era del todo cierto. En los ojos de Vitória se escondía algo más, pero jamás admitiría que se estaba enamorando de alguien a quien no conocía.

– Me ha escrito. Mira.

Vitória sacó la carta de su bolso bordado y se la dio a Eufrasia. No quería leerla ella, era como si su voz la deshonrara, como si le hiciera perder todo su efecto hipnotizador. Eufrasia cogió la carta y empezó a leerla.

– Mi querida Vita.

– ¡No, Eufrasia! -exclamó Vitória-. No la leas en voz alta.

Su amiga frunció el ceño y empezó a leer.


Mi querida Vita, estimada sinhazinha:

Los días que pasamos los amigos de su hermano y yo en Boavista serán inolvidables. Permítame corresponder a su hospitalidad invitándola a la ciudad: el día 25 de octubre se estrena una obra de teatro en la que la divina Márquez interpreta el papel principal y de la que ya habla toda la ciudad. He conseguido dos localidades de palco y no puedo imaginar una compañía más encantadora que la suya. ¿Podrá venir?

En ansiosa espera de su aceptación y con gozosa sumisión,

Su esclavo León.


Eufrasia arrugó los labios en un gesto de desprecio.

– ¿Qué es esto? Si este ridículo papelucho, que además rebosa insolencia, forma parte de vuestro “divertido” juego, es que te has vuelto loca. ¿Y cómo es que te llama sinhazinha y dice que es tu esclavo? Ninguna persona normal se situaría al mismo nivel que los negros.

Vitória le contó a su amiga el malentendido del principio, cómo León se lo recordaba continuamente y cómo ella, para que no pareciera que carecía de sentido del humor, le había seguido el juego sin encontrarlo realmente divertido. Ante Eufrasia admitió que resultaba un tanto impertinente. Pero no le dijo lo excitante que le parecía su forma de tratarla, tan diferente a los amanerados modales de los jóvenes fazendeiros. León conseguía decirle las mayores insolencias con tal amabilidad que ella siempre se daba cuenta demasiado tarde de lo que había dicho en realidad y, por ello, no reaccionaba adecuadamente. Se había pasado la mitad del tiempo pensando las contestaciones que le podría haber dado. ¡Y todo lo que se le había ocurrido! Habría sido tan fácil sacarle de sus casillas. Pero por mucho que se había propuesto darle en su siguiente encuentro una contestación brusca, nunca lo había conseguido. Él siempre iba un paso por delante. En las discusiones con Léon ella siempre se sentía en una situación de inferioridad. ¡Ella, que no temía ningún debate y que con su retórica podía convencer a todos los que tenía a su alrededor! En presencia de León le fallaba su aguda inteligencia, derrotada por el sonido de su bella voz de barítono y por sus ardientes miradas. ¿Cómo conseguía dejarla fuera de combate tan fácilmente? ¿Por qué se sentía como una niña tonta cuando hablaba con él, pero como una seductora mujer cuando él la miraba?

– Sabes, Eufrasia, es difícil describir su encanto. Tendrías que verle, entonces sabrías enseguida a qué me refiero. Y quizás tengas pronto esa oportunidad.

– ¿Qué quieres decir? ¿Va a volver?

– No, quiero decir que voy a aceptar su invitación. Pero tengo que buscar un buen pretexto para salir de Boavista. Sola, quiero decir. Me temo que un estreno teatral no le va a parecer suficiente motivo a mi padre.

– Y has pensado en mí. -Vitória tenía que admitir que cuando se trataba de embaucar a los padres la capacidad de comprensión de Eufrasia era imbatible.

– Podría decirle a papai que tienes que ir urgentemente a Río por motivos familiares y que me has pedido que te acompañe. Me dejaría inmediatamente. También podría decirle que nos acompañarán María da Conceiçao y Luiz: él no sabe que ya no están con vosotros. Y nosotras tendríamos la posibilidad de pasar unos días en Río. Tendríamos que avisar a Pedro, al fin y al cabo tendremos que alojarnos en algún sitio, pero creo que mi hermano no nos delatará. Para este tipo de cosas se puede contar con él. A tu madre le contaremos la versión contraria, que yo tengo que ir urgentemente a Río y que quiero que me acompañes.

Eufrasia se lo pensó durante unos segundos, luego asintió.

– Está bien. Pero con una condición: León tiene que conseguirme una entrada para el teatro.

– Ésa será una de sus misiones más fáciles, de eso estoy segura.

– Y algo más: me gustaría ponerme tu vestido rojo para el estreno. Silvia puede arreglarlo un poco para que no resulte tan provinciano.

Vitória tragó saliva. Bueno, si ése era el precio que tenía que pagar para volver a ver a León, lo pagaría encantada. No obstante, le irritó la exigencia de Eufrasia. ¿Con qué derecho se permitía poner condiciones cuando era ella, Vitória, la que le proporcionaba una agradable diversión? Tampoco le hizo gracia la indirecta. ¡Su vestido de baile rojo no era provinciano! Y, además, a Eufrasia no le sentaría tan bien como a ella.

– Por mí, de acuerdo. Pero luego hay que deshacer los arreglos para que mi madre no se dé cuenta.

Las muchachas pasaron las siguientes horas imaginando lo bien que iban a pasarlo en el viaje. En la conocida sorveteria “da Francesco” se tomarían un helado, en la confeitaria “Hernández” probarían tartas de chocolate y otras delicias dulces, y en las elegantes tiendas de la Rúa do Ouvidor verían los escaparates, adquiriendo ideas nuevas para su vestuario. Sombrillas, sombreros, guantes, pañuelos, carteras, cuellos de encaje y medias. ¿Qué estaba de moda? ¿Qué llevaban las damas de la gran ciudad?