– ¡Un hijo! -exclamó Will, feliz.
– ¡Sí, un hijo! -Elly le tomó la cabeza con ambas manos y le alborotó el pelo-. Con el pelo rubio enmarañado, los ojos grandes y castaños y una boca preciosa como tú.
Lo besó y Will abrió la boca para saborearla, para poseerla, para satisfacerla. Le desplazó la mano por el vientre, la deslizó hacia abajo e hizo estremecer a Elly.
– Cuando nazca, te atenderá un médico -dijo en sus labios.
– De acuerdo, Will -respondió Elly, dócil.
Intensificó el beso y las caricias.-Will, todavía pasa gente -se vio obligada a recordarle Elly.
– Quizá sea mejor que conduzca yo -comentó Will después de soltarla a regañadientes-. Llegaremos más deprisa.
Cerró la puerta y rodeó el capó mientras ella se cambiaba de asiento dentro del coche.
– Sujeta fuerte al pequeño, no se vaya a zarandear demasiado -advirtió al poner la marcha atrás para retroceder y bajar de la acera, con lo que botaron una segunda vez. Los dos rieron mientras Elly se sujetaba el vientre con las dos manos.
Recorrieron la plaza donde estaba el juzgado y tomaron la carretera hacia el sudeste. Detrás de ellos, el sol estaba más bajo aún. Delante, la carretera dejaba el valle y ascendía entre un bosque que pronto se teñiría de verde. Will bajó la ventanilla e inspiró el aire frío del invierno. Afianzó los codos, sujetó el volante con los pulgares y echó las muñecas hacia delante mientras saboreaba la libertad, como un sediento que bebe agua.
Era libre. Y lo amaban. Y pronto sería padre. Y tenía amigos. Y era aceptado, incluso admirado por un pueblo que había salido en su defensa. Y todo gracias a una mujer.
Eso lo abrumaba. Ella lo abrumaba.
De golpe, se desvió hacia un camino agrícola y se detuvo detrás de un grupo de sauces sin hojas. Con un solo movimiento, apagó el motor y se volvió hacia su mujer.
– Ven aquí, Ojos Verdes -susurró, aflojándose el nudo de la corbata.
Elly se acercó a él como un rayo. Sus labios y sus pechos se unieron, y sus lenguas, una vez abandonada la prudencia, se movieron inquietas. Apretujados, se sanaron.
– Te he echado muchísimo de menos -afirmó Will, que se había apartado un poco para sujetarle la cabeza y mirarla a los ojos.
– No tanto como yo a ti.
– Te has cortado el pelo. -Se lo apartó hacia atrás con ambas manos para despejarle la cara y admirarla mejor.
– Para estar más moderna, para ti.
Will le observó el semblante desde el nacimiento del pelo hasta el mentón.
– ¿Qué habré hecho para merecerte? -preguntó.
– No tienes que agradecerme nada, Will. Yo…
La interrumpió con un beso. Lo prolongaron hasta que les faltó el aire, y notaron que el vínculo entre ambos se fortalecía.
– Sé todo lo que hiciste -comentó Will cuando el beso terminó-. Sé lo de la miel y lo de los anuncios. Sé que te dedicaste a encontrar testigos, que aprendiste a conducir el coche y que tuviste que enfrentarte con el pueblo. Pero la casa, Elly… Dios mío, te enfrentaste con esa casa, ¿verdad?
– ¿Qué otra cosa podía hacer, Will? Tenía que demostrarte que no era cierto lo que me viste en la cara el día que te detuvieron. No creí que lo hubieras hecho, Will… Es que… -Se echó a llorar, y Will le atrapaba las lágrimas con los labios, que deslizaba por su cara como para sustentarse.
– No tenías que demostrarme nada. Tenía miedo, fui terco y me porté como un imbécil, como dijo la señorita Beasley. La primera vez que viniste a verme, estaba dolido y quería hacerte daño. Pero lo que dije no era cierto, Elly, te lo aseguro. -Le besó los ojos antes de murmurar-: No era cierto, Elly. Perdóname.
– Ya lo sé, Will, ya lo sé.
Le sujetó de nuevo la cara para mirarle los ojos.
– Y la segunda vez que viniste, no dejaba de decirme a mí mismo que te pidiera perdón, pero Hess estaba ahí escuchando, así que me dediqué a hablar sobre cosas sin importancia. Los hombres podemos ser muy tontos.
– Ya no importa, Will, no…
– Te amo -aseguró, abrazándola posesivo.
– Yo también te amo.
– Vamos a casa -dijo Will después de estar un rato abrazados.
A casa.
La imaginaron, sintieron que los llamaba.
– Vamos con los niños, a nuestra casa, a acostarnos en nuestra cama -prosiguió Will tras tomarle un mechón de pelo para frotarlo entre sus dedos-. La he echado de menos.
– Vamos -dijo Elly, acariciándole el cuello.
Condujeron hacia casa al ocaso por las colinas de Georgia, y dejaron atrás los rápidos y los pinares, dejaron atrás un tranquilo pueblo con una biblioteca, un magnolio y una plaza donde un banco vacío esperaba a dos hombres mayores cuando se hiciera de día. Dejaron atrás una casa en la que ya no había valla, ni maravillas ni estores verdes. El césped del jardín estaba recortado, habían rascado el revestimiento exterior y la luna que acababa de salir se reflejaba en las ventanas. Cuando pasaron por delante, Elly se arrimó a Will, le rodeó los hombros con un brazo y le puso la mano libre en el muslo.
Will giró la cabeza y vio que Elly tenía los ojos puestos en la casa mientras el coche pasaba por delante de ella.
Elly notó su mirada y le sonrió.
«¿Estás bien?», preguntó Will con los ojos.
«Estoy bien», contestó Elly con los suyos.
Will le besó la nariz y entrelazó los dedos con los de ella.
Contentos, siguieron adelante en la oscuridad nocturna y tomaron por un camino empinado y rocoso que los condujo, pasando por delante de una acedera arbórea, hacia un claro donde un mar de flores azules llegaba casi a tocar una casa blanca. En ella dormían tres niños, que pronto serían cuatro. En ella una cama esperaba… y esperaría siempre… y las abejas no tardarían en producir miel.
Agradecimientos especiales
A Marian Smith Collins y a Bob Collins por su ayuda con la ambientación de Calhoun y con las cuestiones jurídicas…
Al sargento de Infantería Richard E. Martelli, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, por compartir sus valiosísimos conocimientos sobre la historia de los marines.
Y a Carol Gatts, comadrona y apicultora, por mantener vivas viejas tradiciones y permitirnos conocerlas…
Lavyrle Spencer
Nació en 1943 y comenzó trabajando como profesora, pero su pasión por la novela le hizo volcarse por entero en su trabajo como escritora. Publicó su primera novela en 1979 y desde entonces ha cosechado éxito tras éxito.
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