Faltando un minuto para la partida, ocho botes situaron las proas en la línea de salida, separados por pocos centímetros. Pero Jens todavía se mantuvo atrás, con las velas orzadas y el Manitou plano sobre el agua. A la izquierda, vio una embarcación que se adelantaba y oyó la voz de Gideon Barnett gritar:

– ¡Derecho de paso! ¡Derecho de paso! Levántelo y déjeme lugar! Reconociendo la baladronada, Jens se mantuvo firme.

A quince segundos de la partida, parecía reinare! caos. De súbito, el viento se hizo más fresco. Los hombres gritaron. Las olas salpicaron. Un timonel de Minnetonka, vociferó:

– ¡Saldremos antes de tiempo! ¡Aflojen las velas!

Edward contaba:

– …Diez… nueve…

En medio de los gemidos del viento entre los cordajes, las embarcaciones alzaron las proas y orientaron las velas. Los cuerpos se inclinaban sobre las barandillas de barlovento, mientras las naves tomaban velocidad para la partida.

De pronto, se abrió un claro en la línea.

– ¡Adriza, Davin! ¡Ahí, debajo, hay un hueco!

– …Ocho… siete…

– ¡Adriza! -gritó Jens.

Davin adrizó el foque. Mitch, la principal. Las velas se hincharon y Jens timoneó mientras la embarcación cobraba velocidad.

– …Seis… cinco…

El Manitou se escoró.

– ¡Icen! ¡Icen!

– …Cuatro…, tres…

La tripulación se echó hacia la parte levantada inclinando los cuerpos hasta tal punto sobre el agua, que sus espaldas casi tocaban la cubierta del barco.

– …Tres… dos…

Sonó la pistola y el Manitou saltó hacia adelante, cruzando la línea de salida.

– ¡Manténgala equilibrada! -gritó Jens, y ya estaban en camino, todo un largo delante del grupo.

Un barco del Minnetonka, el M-9, llegó a un largo tras la sombra del Manito,,, seguido de cerca por el W-lO, que se desvió buscando espacio. Navegaban con la estrategia de los ajedrecistas, cruzándose por todo el lago, haciendo avances y zambullidas como peones en una partida.

Al acercarse a la marca del viento, Edward gritó:

– ¡El W-10 atrapó una racha de viento al pasar el Península Point, y viene a toda vela!

Desde el Lorna D, alguien gritó:

– ¡A estribor! -preguntando por el rumbo correcto.

El Lorna D pasó junto a ellos y doblo la boya en primer lugar, con e! Manito,, a centímetros de su estela.

– ¡Allá vamos, miren sus cabezas! -gritó Jens. El botalón se balanceó cuando pasaron la marca-. ¡Icen el spinnaker!

Ben colocó el mástil, Tim lo izó y, un momento más tarde, la embarcación volaba. Con un crujido, el spinnaker se hinchó y la embarcación saltó adelante, persiguiendo al torna D.

Adelante estaba la marca para girar, una boya anaranjada que se balanceaba sobre las olas. Jens dirigió hacia allá, viendo que el barco de Barnett estaba muy cerca delante de él, y sin que la imagen de Lorna y Danny abandonara su mente.

Mitch gritó:

– Hay una gran hinchazón a popa!

Jens se dio la vuelta y vio el agua negra y agitada. Viró hacia allí y sintió que el barco se levantaba. Al quedar por el través con el torna D, Jens vociferó:

– ¡Necesito espacio de boya!

Con tres metros de olas entre los dos, vio el semblante decidido de Barnett, y luego el Lorna D quedó atrás.

Así, adelantándose y dejándose atrás por dos largos más, una embarcación pasó a la otra, exigiendo sus derechos y obteniéndolos.

El Manitou lideraba la carrera al doblar la marca de sotavento, y el Lorna D encabezó al girar la de estribor, mientras que el North Star iba en tercer lugar.

Al pasar Península Point, rachas de viento desviaban el curso, pues la tierra distorsionaba el rumbo del viento. Continuamente, Mitch ajustaba la principal, y Davin el foque.

Al acercarse a la marca de sotavento por última vez, los rostros estaban serios, y las voluntades, firmes. Jens y la tripulación estaban a un largo detrás. Por ella, pensó Jens, mirando sobre la barandilla, la espalda de Barnett. ¡Por torna y por mi hijo, ganará esta carrera, y ante usted, la sociedad y Dios entrará en ese club de náutica y los proclamará míos!

– Está viniendo en un curso amplio. ¡Dejémoslo entrar!

Cuando el torna D dio una amplia vuelta alrededor de la boya, Jens gritó:

– ¡Adricen! y se metió en la apertura para doblar primero la marca.

– ¡Izad la principal! ¡Izad, por lo que más queráis!

Con el viento firme y fuerte en la proa, se dirigieron hacia adelante por última vez. Nariz a nariz, volaban sobre el agua. Era un juego de centímetros. Los dos timoneles sabían que la carrera la ganaría la velocidad del barco, no las tácticas ni las rachas de viento.

– ¡Izad, por lo que más queráis! ¡Colgaos de las uñas de los pies! -los azuzó Jens.

Los tripulantes se colgaron tan lejos encima de la barandilla que las olas les salpicaban las gargantas. Sintieron el agua del lago en los labios, el triunfo al alcance de la mano, al ver que ganaban por un largo. Cuando llegaron lo bastante cerca para ver el cañón sobre la cubierta del juez, Jens gritó:

– ¡Vamos hacia la línea! ¡Manteneos!

Jens ya oía a la multitud que vitoreaba desde la orilla. Sentía la fuerza de la embarcación vibrando en el timón. Podía ver la boya del club más allá de la línea de cuerpos duros y trémulos que se doblaban sobre la borda, aferrados a las cuerdas. El agua les salpicaba las caras al mirar sobre los hombros al Lorna D, dos cuerpos de barco detrás. Fueron directamente hacia la flotilla de embarcaciones de espectadores que salpicaban el agua, vieron al juez de pie en su bote, sujetando la cuerda que dispararía el cañón.

De cara al viento, cruzaron la línea de llegada y oyeron el disparo.

– ¡En primer lugar, el W-30! -gritó el juez, ahogada su voz por el rugir de la muchedumbre.

Pero siguió mencionando en voz alta los números de las embarcaciones a medida que llegaban, aunque la tripulación del Manitou no los oyó. La euforia los dominaba. La victoria borraba cualquier otra cosa.

Aflojaron las velas…, y sus músculos tensos…, y comenzaron a festejar, abriendo los brazos para recibir al capitán.

– ¡Lo hicimos! ¡Lo hicimos!

– ¡Buen trabajo, Jens!

Un abrazo especial de Davin:

– Lo hiciste, hermano.

– ¡Lo hicimos!

Y Mitch Armuield:

– Buen trabajo, timonel. Gracias por aceptarme a bordo.

– Eres un marino del diablo, Mitch. No podría haberlo hecho sin ti.

Sonaba demasiado exagerado para creerlo, ahora que todo había terminado. Habían hecho realidad lo que parecía imposible, y que comenzó con una nota en la crema helada de Gideon Barnett, dos años atrás. Terminó para los tripulantes, que sólo ahora advertían lo tensos, doloridos, mojados y temblorosos que estaban pero, para Jens, había mucho más.

Bajo las velas sueltas, condujo el barco hacia un vestido color melocotón que lo aguardaba en la costa. La divisó sin problemas en medio de un tramo de césped, de pie a pleno sol. Todavía llevaba a Danny en un brazo y agitaba la mano libre encima de la cabeza. Phoebe, su amiga, estaba junto a ella.

Ah, esa sonrisa, ese recibimiento…, eran lo único que importaba. Ni los trofeos que lo esperaban en la mesa cubierta con un mantel, bajo un olmo, ni la multitud que se apretaba junto ala orilla y llenaba el muelle con las felicitaciones a flor de labios, ni los fotógrafos, ni la banda de música, ni los ricos miembros del club que esperaban para encargarle barcos.

Sólo Lorna Barnett y el mensaje que transmitía al llevar ahí ese día al hijo de ambos.

No les quitó la vista de encima hasta que la llegada al muelle lo obligó a prestar atención a otra cosa. Había que dar órdenes, amarrar el barco, secar las velas. Mientras atracaban, los espectadores los abordaban y se subían por todo el Manitou, haciendo preguntas, estrechando las manos de los tripulantes, elogiando. Jens respondió, aceptó, agradeció, siempre con Lorna en su punto de mira, sintiendo que cada momento creaba un nuevo lazo emocional entre los dos. La tripulación amarró el barco al muelle. Jens recogió las cuerdas, recibió montones de palmadas en la espalda, vio al Lorna D que era amarrado, y cómo el timonel y la tripulación repetían actos parecidos. Llegó el North Star, y los otros continuaron aparejando. Dos periodistas reclamaron su atención.

– Señor Harken, señor Harken…

– Discúlpenme, caballeros -dijo, pasando junto a ellos- antes tengo que ver a alguien.

Estaba de pie en la parte alta de la colina, y sus ojos eran las estrellas que guiaban el curso de Jens. Atrapó la mirada y la sostuvo, abriéndose paso entre la gente mientras las felicitaciones llovían sobre él, aunque ya no las oía. Sintió el latido de su propio corazón, como una vela que se hinchaba una y otra vez, llevándolo hacia la victoria, hacia la oscura intensidad de la mirada inquebrantable de Lorna, que lo veía acercarse.

Cuando llegó a ella, la multitud retrocedió a un segundo plano. Entre cientos de personas, bajo el sol de junio, sólo se reconocieron el uno al otro.

Las manos grandes de Jens apretaron los brazos de la muchacha sobre los codos y se miraron, radiantes.

– Oh, Jens, lo lograste.

– Lo logré…

La besó de lleno en la boca: una marca rápida, dura de posesión, con Danny entre ellos.

– ¿Papá?

El niño le palmoteaba la mejilla.

– ¿Y este quién es? ¡Pero si es Danny! Ven aquí y dame un beso.

Danny estaba demasiado excitado:

– ¿"I en baco"? Señaló el muelle.

– Quiere ir en un barco -tradujo Lorna.

– ¡Ya lo creo que irás en barco! Te haremos uno de tu tamaño y te enseñaremos a navegarlo en cuanto aprendas a nadar.

Danny dejó de contemplar el barco para mirar a su padre. Jens besó a Danny en la hermosa boca sonrosada y apoyó la mano grande y áspera en la cabeza rubia del chico.

– ¡Señor, qué día! -murmuró, y lo besó otra vez en la cabeza, cerrando los ojos.

Con esfuerzo, trató de recuperarse de tantas emociones, y volvió su atención a Lorna, que dijo:

– Te acuerdas de Phoebe, ¿verdad?

Mientras la muchacha lo felicitaba, alguien dijo:

– Dos mujeres hermosas y, ¿dónde está la mía?

Era Davin que llegaba en el mismo momento que Cara y los niños.

– Aquí, detrás de ti, grandote vikingo rubio. ¡Oh, estoy tan orgullosa de ti! -Cara lo besó-. ¡Y de ti también!

Le dio un beso a Jens y la ronda de festejo, como era justo, se pobló pues el pequeño Roland pasó del brazo de su madre al de su padre, Jefrrey tiró de la falda de su madre y Jens siguió con Danny en brazos.

Por fin, Jens pudo decir:

– Ya conociste a mi hermano Davin… y esta es Cara… Cara, ven aquí, querida. -Jens le pasó un brazo por los hombros, mientras la mujer sonreía con timidez-. Esta es Lorna…

No hacía falta decir que el futuro de ambas estaba inexorablemente ligado. Las dos mujeres intercambiaron sonrisas y saludos con amistosa curiosidad. Después, lo mismo hicieron Davin y Lorna, y mano del hombre pareció tragarse la de la muchacha, más pequeña. La sostuvo con firmeza, y mirándola a los ojos le sonrió y dijo:

– Bueno, este sí que es un buen día. No sé bien qué me hace más feliz.

Jeffrey tiraba de la pierna de Jens:

– ¡Álzame! ¡Álzame!

– ¡Ah, es Jeffrey! -Jens se las ingenio para levantarlo. Con un niño en cada brazo, dijo-: Mira, este es tu primo Danny. No me sorprendería que vosotros dos participarais en una carrera de veleros, algún día, como tu papá y yo. Y vosotros también ganaréis, como nosotros.

De súbito, la ronda de parloteo y caras nuevas resultó demasiado para Danny, que crispo la cara y se puso a llorar, tendiéndole los brazos a su madre. Los mayores rieron, y la tensión se alivió en cierta medida.

Una voz femenina temblorosa dijo:

– Exijo que me presenten al timonel ganador. Ya he esperado demasiado.

Todos se volvieron y vieron a la tía Agnes esperando, que miraba a Jens con animación.

Cuando la anciana estrechaba la mano de Jens, presentaron un marcado contraste: ella, que no le llegaba más que al codo, delicada, con el cabello gris y un poco encorvada; él, tan alto, bronceado, fornido, cargado de niños. Mirando su rostro curtido por el viento, Agnes dijo con esa voz trémula:

– No me equivocaba: es usted asombrosamente parecido a mi capitán Dearsley. Joven, estoy segura de que este es el día más feliz de su vida, y quiero que sepa que es el más feliz de la mía.

Tímidas, se acercaron las hermanas de Lorna y se quedaron algo apartadas. Theron se acercó, tan fascinado por Danny que fue directamente hacia él, con la vista clavada en el pequeño.

– Jesús, Lorna, ¿es cierto que soy su tío?

– Sí, Theron.

– ¿Cómo se llama?

– Danny.

– Hola, Danny. ¿Quieres venir con el tío Theron? Te mostraré mis prismáticos.