– ¿Era esto lo que tenías en mente? -preguntó con brusquedad; introdujo las manos en las bragas de ella y empezó a explorar con los dedos.

Danielle lanzó un gemido.

– ¿Lo es?

– Sí -susurró ella, al tiempo que las manos de él se deslizaban entre sus muslos hasta su punto cremoso, caliente y muy, muy húmedo-. Sí -volvió a susurrar cuando él introdujo los pulgares en sus bragas y empezó a bajarlas muy despacio con los ojos clavados en los suyos.

– Mejor -Nick las dejó caer al suelo y devolvió las manos al cuerpo con un gruñido-. Mucho mejor, pero…

Un aullido bajo sacó a Danielle de su nube sensual y los dos volvieron la cabeza. Nick dejó escapar una risita ronca.

Sadie estaba a su lado y los estudiaba atentamente con las bragas sobre un ojo y la cabeza inclinada a un lado. Soltó un ladrido lo bastante cerca para echarles su aliento.

Los músculos de Danielle, tensos y temblorosos unos segundos atrás bajo las caricias de Nick, cedieron y ella se dejó caer sobre él.

– Vete a dormir, Sadie. Por favor.

La perra se sentó más recta, jadeando todavía.

– Túmbate -le suplicó Danielle-. Vamos.

Más jadeos.

Danielle miró los ojos frustrados pero sonrientes de Nick.

– No es nada obediente.

– Me sorprende -Nick entrecerró los ojos y observó a la perra-. ¿Es mi imaginación o se está preparando para morder algo?

Sadie se pasaba la enorme lengua por la boca de un modo que daba la impresión de que se dispusiera a masticar algo.

O a alguien.

– No temas, casi nunca muerde.

– Oh, bien.

– Podemos fingir que no está aquí -sugirió Danielle, esperanzada, notando cómo el pecho desnudo de Nick rozaba sus pezones igualmente desnudos.

Nick también notó aquella sensación agradable, que acrecentaba aún más su erección.

– Ignórala -musitó ella, con desesperación. Se inclinó a pedir un beso. ¡Nick besaba tan bien! ¡Sus besos eran tan cálidos y… generosos! Y seguía mirando a Sadie.

Que le devolvía la mirada.

Danielle le tapó los ojos a Nick, e intentó profundizar el beso, pero no sirvió de nada. Estaba claro que no contaba con toda su atención. Se incorporó sentada.

– Puede que te parezca puritano -dijo él-, pero nunca había tenido espectadores. Me pone nervioso.

– Sí -como se sentía muy desnuda, se puso en pie y buscó las bragas, que colgaban todavía de la oreja de Sadie, y la camiseta.

Antes de que pudiera ponérselas, Nick se puso en pie y se apretó a ella por detrás, pasándole las manos por la cintura. Sus antebrazos, fuertes y bronceados, contrastaban con la piel clara y suave del vientre de ella, y cuando él subió las manos hasta sus pechos, la joven estuvo a punto de lanzar un grito.

– ¿Me sigue mirando? -le susurró Nick al oído, acariciándole los pezones con los dedos.

Danielle hizo un esfuerzo por volver el cuello hacia Sadie.

Y descubrió que la perra tenía la vista clavada en un punto que a ella también le gustaría mirar.

El trasero de Nick.

– Estoy tratando de ignorarla -dijo él. La apretó con fuerza-. ¡Es tan agradable sentirte así contra mí! ¡Tan placentero! Pero…

– No. Nada de peros.

Estaba tan excitada, que ya no podía apartarse. Tampoco podía hablar, así que se volvió y le indicó lo que quería con el cuerpo, apretándose contra él, clavando los senos en su pecho y la cadera a la altura de su pene.

– ¡Tonta! -susurró él. Y con un movimiento repentino la tomó en sus brazos y echó a andar por el pasillo.

– Deprisa -murmuró ella. Arqueó el cuerpo desnudo en los brazos de él.

Nick soltó un gruñido y se detuvo en mitad del pasillo, apretándola contra la pared, sosteniéndola allí con su delicioso cuerpo. La besó en la boca y un rato después levantó la cabeza, sin aliento.

– ¿Estás segura de que quieres esto?

– Más que el aire.

Con una sonrisa que a ella le encogió el corazón, volvió a besarla largo rato. Al fin, la llevó a su dormitorio y cerró la puerta con el pie. Levantó la cabeza y preguntó.

– ¿Puede abrir puertas?

Danielle no podía pensar más allá de la cama en la que esperaba que él quisiera poseerla.

– ¿Quién?

– La comehombres.

¡Oh, cómo la devoraba él con los ojos!

– No. Sadie no puede abrir puertas.

– Mejor.

La depositó en la cama, sin apartar en ningún momento la mano de su cuerpo. Una caricia suave aquí… otra allí, sobre los pechos, los pezones, el vientre… entre los muslos. Le abrió las piernas y la acarició de un modo erótico que ella no había conocido nunca.

Danielle se estremecía con cada caricia y se arqueaba contra él.

– Nick…

– Sí -hundió los dedos en la humedad caliente de ella y soltó un gemido desde lo más profundo de la garganta.

– Ahora -gritó ella, lanzando las caderas contra él-. Oh, por favor, ahora… -extendió los brazos hacia él, pero Nick se evadió; capturó sus manos y cubrió el cuerpo de ella con el suyo.

– Si me tocas ahora, acabaremos enseguida.

– Pues volvemos a empezar -replicó ella.

A Nick le gustó aquello de volver a empezar. La voz de ella sonaba viscosa, desesperada. Se abrazó a sus caderas con sus largas piernas y él estuvo a punto de hundirse en ella. Como también se sentía desesperado por su parte, tuvo que recurrir a toda su capacidad de control para contenerse.

Fue bajando por el cuerpo de ella, usando la boca por cada lugar que pasaba. Los pezones, el vientre, la parte alta del muslo, cerca del punto donde podía hacerle perder el control, cerca pero no lo suficiente.

– ¡Nick! -la mujer tenía los ojos nublados, las manos quietas a los costados, sujetas por las de él.

– Lo sé -la soltó para acariciarle los muslos, abrirlos más… para lamerla allí.

Danielle se arqueó con un grito y se levantó en la cama… justo hasta la boca de él.

– Perfecto -susurró Nick; empezó a devorarla lenta y concienzudamente.

Danielle intentó apartarse de él. Estaba claro que aquello no era el revolcón caliente y rápido que ella le había pedido, pero él se negó a ceder. Aquello no era un revolcón rápido, era algo más. Y si él lo reconocía así, también quería que lo hiciera ella.

– Córrete para mí -susurró contra su cuerpo.

Y ella lo hizo así, con un abandono salvaje que lo emocionó y excitó todavía más.

Subió despacio por el cuerpo de ella, tan preso de aquella necesidad como Danielle. Frotó la mejilla con la de la mujer y ella abrió los ojos.

– Todavía hay más -dijo él.

– Sí -la mujer intentó atraerlo dentro de su cuerpo-. Para ti.

– Para los dos.

Le costaba ponerse el preservativo, ya que le temblaban las manos. Danielle no ayudaba mucho acercando sus dedos. Al fin él pudo levantarle las caderas, la miró profundamente a los ojos y se hundió en ella.

La joven lo recibió centímetro a centímetro, hasta que él estuvo muy adentro.

– Esto -consiguió decir el hombre, combatiendo la marea que amenazaba con hacerle perder el control al primer movimiento-. Esto es más para los dos.

La besó en la boca y empezó a moverse.

Capítulo Nueve

Nick se despertó en la oscuridad. A juzgar por lo que podía percibir con los sentidos que todavía le funcionaban, estaba tumbado de espaldas. Por la brisa que sentía en la parte baja de su cuerpo, asumió que la ventana estaba abierta. Y la restricción de aire en sus pulmones le indicó que Danielle estaba tumbada sobre su pecho.

También estaba desnuda, cosa que a él le pareció de maravilla.

La apartó sonriente y se acomodó entre sus piernas. La mujer murmuró algo somnolienta y lo abrazó.

– ¿Nick?

Aquella voz conseguía provocarle sensaciones que no estaba preparado para afrontar, así que se concentró en lo que ella le hacía físicamente.

Y físicamente volvía a desearla otra vez.

– Sí. Soy yo. Eres muy hermosa, Danielle.

– Está oscuro.

– No importa.

– ¡Oh, Nick!

– Ábrete para mí.

La mujer se arqueó y le pasó las piernas en torno a las caderas.

– Sí, así -levantó el rostro para que él lo besara y él entró de nuevo en su cuerpo y volvió a poseerla. A entrar con ella en un lugar donde nunca había estado con nadie.


La próxima vez que Nick se despertó, la luz de la mañana entraba por las ventanas, obligándolo a cerrar los ojos mientras buscaba a… nadie.

Notó que la almohada que había compartido toda la noche con Danielle estaba fría y se sentó en la cama con el corazón en la garganta.

Y se encontró cara a cara con un monstruo, un monstruo enorme de ojos oscuros bordeados de rojo y colmillos capaces de devorarlo de un bocado.

Echó la cabeza hacia atrás con un respingo de susto.

El monstruo también retrocedió, y soltó un ladrido sorprendido.

– ¡Maldita sea! -Nick, tumbado de espaldas en mitad de la cama, miró el techo y se esforzó por recuperar el pulso normal-. Vas a hacer que me salgan canas.

Dos patas gruesas golpearon la cama, que se movió bajo el peso.

Nick giró la cabeza a un lado y miró a Sadie con cautela.

– Supongo que crees que es divertido.

La perra bajó la cabeza, lanzando un chorro de saliva a las sábanas, lo miró y se lamió el hocico.

Nick se apartó con rapidez.

– Ni lo sueñes. No soy comestible.

– Yo no diría lo mismo.

Nick levantó la cabeza y miró a Danielle, que acababa de entrar en la estancia. Llevaba otros pantalones caquis cortos y una blusa sin mangas, roja es vez. Estaba muy hermosa, aunque parecía algo nerviosa. Llevaba la mochila colgada al hombro y el ordenador portátil bajo el brazo. Sostenía las fotos que él le había dado.

No parecía que hubiera muchas probabilidades de que pudiera convencerla para que volviera a la cama.

– Quería darte las gracias de nuevo -dijo ella con suavidad.

Oh, oh. Definitivamente, tenía que empezar a hablar deprisa si quería tener posibilidades.

– Estás vestida -dijo.

– Tengo que irme.

Nick no quería. No porque no pudiera dejarla marchar. No. Él podía dejar marchar a todo el mundo. No era un hombre que buscara ataduras, pero…

¡Maldición! No podía dejarla marchar.

– Espera.

Miró a la perra, salió de la cama y rodeó al animal con cautela, sintiéndose vulnerable en su desnudez. Buscó un par de pantalones vaqueros.

– Por lo menos, déjame que te dé de desayunar.

Danielle se movió un poco, intentando no mirar detrás de los vaqueros levantados, pero sin poder evitarlo, lo cual sirvió para alimentar un poco el ego masculino.

Y por supuesto, alentó su erección mañanera.

– Nick…

Otra vez aquella voz, aquel tono suave y estrangulado que lo impulsó a ponerse el pantalón vaquero a toda prisa.

Danielle tenía la mirada clavada en los dedos que intentaban cerrar los botones. Lanzó un suspiro.

– Te dije que tendría que irme por la mañana -dijo con rapidez.

– Sí, pero eso fue antes de lo de anoche -antes de que hicieran el amor. Ahora que lo habían hecho, pensaba que ella no sería capaz de marcharse.

O quizá era él el que sentía así.

No. Había calor y deseo en los ojos de ella, pero también algo más. Ansiedad y un afecto pesaroso. Muy pesaroso.

Nick la imaginó alejándose de su casa y sintió dolor de estómago.

– ¿A qué viene tanta prisa?

– Tú sabes por qué tengo prisa.

– Solo es un desayuno, Danielle. No una proposición de matrimonio.

La mujer se sonrojó.

– No necesito ninguna de las dos cosas. He llamado a Emma, la amiga que me prestó el coche, y necesita que se lo devuelva hoy. Vendrá aquí con un amigo y luego me llevará a ver a Donald, el director artístico del que te hablé.

– Y tú le enseñarás las fotos de Sadie y él te pagará lo suficiente para comprar otro coche y tú te apresurarás a empezar una nueva vida y Sadie y tú viviréis felices y comeréis perdices, ¿verdad? -Movió la cabeza-. Dime que no eres tan ingenua.

– Podría ocurrir.

– Sí, pero también hay muchas cosas que podrían salir mal -se acercó al armario, sacó una camisa y se la puso-. Demasiadas.

Se oyó un claxon fuera, en la calle.

Danielle se quedó inmóvil y miró a Nick.

– Ya está ahí.

Cuando se volvió para salir, él la detuvo por el brazo.

– Espera.

– No puedo. Tengo que…

– Sí, lo sé. Tienes que irte. ¿Pero conoces bien a esa Emma? ¿Y a Donald? ¿Son amigos tuyos? ¿Buenos amigos?

– Por supuesto -pero no lo miró a los ojos-. Los conozco a través del trabajo, sí, pero… -sonó de nuevo el claxon y ella lo miró suplicante-. Por favor. No hagas esto más duro de lo que ya es.

– Amigos del trabajo -la siguió por el pasillo, con los ojos clavados en las caderas de ella. Pensó que sería feliz si pudiera seguirla, todas las mañanas así, como un perrito.