– Shhh -susurró él, y ella se relajó ante el sonido de su voz.

El corazón le dio un vuelco. Sus dedos se acercaron, casi por voluntad propia, a apartarle el pelo de la cara.

Un gruñido sordo lo detuvo.

– Sí, sí -murmuró, sin molestarse en mirar a la perra que yacía a sus pies-. Lo sé. Es tuya.

– No soy de nadie -Danielle abrió los ojos, aunque no movió ninguna otra parte del cuerpo-. No estaba durmiendo -dijo a la defensiva.

– Claro que no -repuso él, sentado todavía en los talones, con el rostro a pocos centímetros del de ella-. Porque eso descansaría tu cuerpo, lo cual, por cierto, es algo que necesita desesperadamente.

– ¿Has revelado el carrete?

– Si te digo que sí, ¿te irás?

– Tengo que irme.

– Ajá.

La mujer se sentó y se apartó el pelo del rostro.

– Ese ajá está cargado de cosas.

– ¿Qué cosas?

– Ajá que no has descansado. Ajá que necesitas un plan y ajá que no creo que estés afrontando todo esto de manera inteligente.

Nick sonrió. La joven se movió y sus rodillas se rozaron. El hombre imaginó sus piernas suaves y sedosas al lado de las de él, más bronceadas.

– Has oído muchas cosas en ese «ajá» -puso una mano sobre las de ella-. Quédate esta noche, Danielle. Duerme en mi cama -vio que ella entrecerraba los ojos-. Sola -añadió-. Duerme lo que necesites, come bien y se te aclarará mucho la cabeza.

– ¿Y qué pasa con tu cita?

– Ya me has oído anularla.

– Sí. Lo siento.

– Es curioso -la observó con atención-. No pareces sentirlo. Pareces cansada, y quizá un poco rara…

– Vaya, gracias.

– Pero no pareces sentirlo lo más mínimo.

– Bueno, no vayas a creer que estaba celosa o nada de eso -levantó la nariz en el aire-. Lo que hagas con tu tiempo es cosa tuya.

– Desde luego.

Nick reprimió una sonrisa y tendió una mano; le tocó el brazo con el pulgar, jugando con la tela de su camisa a la altura del hombro y luego más abajo, tocando más piel. Oh, sí, le gustaba su piel y el modo en que se le entrecortaba el aliento. Le gustaba mucho.

– Podrías estar divirtiéndote mucho ahora -musitó ella, algo temblorosa-. Seguro que esa chica habría… bueno…

– Quizá yo no quería que… bueno… -repuso él, con burla-. No con ella.

– Cualquier hombre con sangre en las venas habría querido.

– Yo no. Quédate, Danielle.

Los ojos de ella, grandes y analíticos, se posaron en los suyos.

– Tendré que irme de aquí mañana por la mañana.

– Sí -el hombre se puso en pie y tiró de ella. Danielle se tambaleó un poco y él la sujetó. Ella se dejó caer contra él.

La estrechó con fuerza, y sorprendentemente, ella se dejó, e incluso se apoyó un momento en él.

Después se apartó, se pasó una mano por el pelo con ademán avergonzado y evitó su mirada.

– Por aquí -la llevó por el pasillo hasta el cuarto de baño-. Tómate una ducha si quieres.

Parecía tan agradecida y ansiosa por hacerlo que casi le dolía mirarla.

– Y después…

Abrió la puerta de su dormitorio e hizo una mueca porque no había hecho la cama ni recogido la ropa del día anterior, que estaba esparcida por el suelo. Metió la que pudo con el pie debajo de la cama, subió la sábana y la manta y la sorprendió sonriendo.

– ¿Qué?

– Veo que no pensabas traer a tu cita aquí.

– Por supuesto que no.

Molly había ofrecido su casa. Pero, de todos modos, no le habría importado. Nunca sentía la necesidad de cambiar nada sobre sí mismo o sobre su casa por los demás.

Aunque no se le escapó que, de haber sabido que Danielle iba a dormir en su habitación, definitivamente la habría limpiado.

La joven se echó a reír y Nick, que sabía que la risa iba claramente dirigida a él, puso los brazos en jarras.

– ¿Qué es lo que te hace gracia ahora?

– Es que os había imaginado a los dos…

– ¿Nos has imaginado?

Danielle se sonrojó un poco.

– ¡Ella es tan guapa! ¡Y con ese vestido! Pensé que…

– ¿La traería aquí y la poseería?

– Sí -se encogió de hombros y apartó la mirada-. Sí. Exacto.

¿Se había imaginado aquello? Pues debía haber sido una imagen muy explícita a juzgar por el color de sus mejillas. Aun así, Nick tenía que admitir que era justamente lo que habría hecho de no haber estado Danielle presente.

Pero estaba, y ahora él no podía imaginarse con Molly, lo cual le preocupaba.

– Toma -sacó unos pantalones de chándal y una camiseta de un cajón-. Si necesitas ropa limpia para dormir.

La mujer abrazó la ropa contra su pecho y lo miró con aquellos ojos grises en los que él se habría sumergido alegremente quince años atrás.

Pero ahora era mayor. Más sabio. No debería dejarse afectar tan fácilmente.

Pero no podía evitarlo.

– Buenas noches -gruñó, pasando a su lado.

Cuando llegó a la puerta, ella lo llamó por su nombre.

No quería mirar atrás y necesitaba desesperadamente escapar, así que puso la mano en el dintel de mala gana y se detuvo. Se volvió despacio.

– ¿Sí?

– No quiero robarte la cama. Por favor, Nick, el sofá es más que suficiente.

Tenía la misma mirada que la noche de la graduación. Una mirada sorprendida por que él la tratara bien. ¿Tan poca gente lo había hecho? Sintió un nudo en la garganta.

– Quédate la cama.

– Nick…

– Quédate la cama -repitió él. Y cerró la puerta.

A continuación hizo lo que hacía siempre que necesitaba aclarar sus pensamientos. Salió a correr largo rato.

Capítulo Ocho

Cuando Nick regresó, la casa estaba en silencio. La puerta de su cuarto estaba cerrada, y como no había ni rastro de la perra, supuso que estaba con Danielle y que ambas se hallaban durmiendo.

Mejor. Tenía calor, estaba sudoroso y agradablemente cansado de la carrera. Si podía ducharse y quedarse dormido sin pensar demasiado, mejor para todos.

Se duchó y se dejó caer boca abajo en el sofá. Se puso tan cómodo como le fue posible y cerró los ojos.

Y se vio en el acto invadido por inquietantes pensamientos.

Danielle estaba en su cama, con su ropa. ¿Estaría acurrucada bajo la sábana… o estirada ocupando toda la cama?

Suponía que, mientras Sadie estuviera en el suelo, eso daría igual, pero no podía apartar la imagen de Danielle entre sus sábanas. Las piernas desnudas, quizá un hombro cremoso asomando por la camiseta. Sin sujetador, con los pechos oscilando libremente a cada movimiento, los pezones duros y erectos apretados contra la tela.

Ah, vamos. Esa imagen no le ayudaría nada a dormir. Se giró con un suspiro y examinó el techo. Iba a ser una noche muy larga.

– ¿Nick? -La mujer de sus sueños se materializó a su lado-. No puedo dormir -susurró. Se arrodilló al lado de su hombro.

Como Nick había descubierto ya, su presencia real era mucho más potente que ninguna fantasía. Llevaba su pantalón de chándal, pero como le quedaba grande, la cinturilla colgaba baja en las caderas. Se había hecho un nudo en la camiseta encima del ombligo, de modo que quedaba un hueco entre la camiseta y los pantalones, que dejaba unos doce centímetros de piel desnuda y sedosa.

Justo delante de la boca de él.

– Quiero darte las gracias de nuevo -susurró ella.

El hombre forzó la vista hacia arriba, más allá de las curvas de sus pechos, de la garganta esbelta.

– ¿Darme las gracias?

– Gracias a ti, puedo bajar la guardia aunque solo sea por esta noche. Me has acogido sin decirme lo tonta que he sido por llegar a esta situación.

– No creo que seas tonta.

– Gracias también por eso -dijo ella con suavidad-. Me has dado comida y alojamiento y… -se le quebró la voz.

Lo miró con ojos húmedos y le dedicó una sonrisa acuosa.

– Nick…

Este quería decirle que no pronunciara su nombre de aquel modo, de aquel modo callado y cálido que atravesaba todas sus capas protectoras. Tenía muchas capas de esas, las había construido para un chico joven y tímido, y siguió fabricándolas en sus viajes por el mundo para evitar que lo que veía y de lo que informaba lo afectara demasiado. Capas para que ninguna persona pudiera apoderarse de su corazón.

– Me iré por la mañana -dijo ella con suavidad, en aquella voz que le recordaba que tenían un pasado por tenue que fuera-. Pero quiero lo que debimos tener hace tantos años. Quiero esta noche contigo. Haz el amor conmigo, Nick, por favor.


Danielle esperó su respuesta conteniendo el aliento. Ted siempre odiaba que hiciera ella el primer movimiento, y eso era justamente lo que acababa de hacer.

¿Sería un error?

Estar tumbada en la cama, sola, preocupándose y obsesionándose no le había hecho ningún bien. Lo único que había ayudado había sido pensar en Nick. Había estado a su lado como nadie y quería darle algo a cambio.

Pero querer que hiciera el amor con ella no era completamente altruista. Después de todo, le daba un vuelco el corazón solo con que la mirara. Quería darle algo más que gratitud y quería darse a sí misma una muestra de lo que debería haberse permitido tantos años atrás. Quería que la abrazara, perderse en una pasión que le hiciera perder el sentido.

Y cuando todo acabara, cuando la noche diera paso al amanecer, se levantaría y se marcharía, llevándose aquel recuerdo para siempre.

– ¿Por favor? -susurró, tirando de la manta ligera que él se había echado por encima.

Su cuerpo era hermoso debajo de la manta. Largo y musculoso, mostrando toda la fuerza de un hombre que lo ejercitaba a menudo. Por desgracia, no estaba completamente desnudo. Llevaba unos calzoncillos grises que se pegaban a sus muslos y a… otras partes interesantes.

La joven no podía apartar la vista.

– Danielle.

Nick le tocó la mandíbula y ella lo miró a los ojos y la sobresaltó tanto lo que vio en ellos, que cerró los suyos y volvió la cara hacia su mano.

Pero quería más, mucho más. Y él podía dárselo. El representaba calor y fuerza y el final de la soledad, aunque fuera solo por una noche. Y ella pasó los dedos por el asomo de barba que aparecía en su mandíbula, por la boca que quería sentir en la suya.

– Nick… hazme el amor.

– Estás confundiendo el consuelo con sexo -dijo él en un susurro ronco-. Te lo dice alguien que lo ha hecho tan a menudo como para saberlo. No puedo dejarte…

– Nick…

Vio que sus ojos se oscurecían al oír su nombre y lo susurró otra vez. Y otra, cuando la mano de él bajó por su cuello hasta el hombro y siguió bajando por el brazo hasta los dedos, que entrelazó con los suyos.

Aquel gesto romántico y dulce hizo que algo se estremeciera en su interior y se dijo que era deseo, no algo más. No algún tipo de conexión sentimental.

– Debería ser más -dijo él, leyéndole la mente.

Tal vez, pero no era posible. Podía permitirse eso y solo eso. Una noche con él sin pensar en nada más.

Sintiéndose atrevida, se sentó en los talones y se quitó la camiseta por la cabeza.

Nick contuvo el aliento. Abrió la boca y volvió a cerrarla con un respingo.

– Danielle -dijo con voz ronca.

Nunca en su vida se había sentido tan desinhibida, pero también algo más. Traviesa y osada y… libre. Libre por primera vez en muchísimo tiempo.

Se puso en pie y tiró del cordón de los pantalones que le había prestado él. Después, los bajó despacio por las caderas y se quedó en bragas.

Nick, que tenía la vista clavada en su cuerpo, tragó saliva con fuerza.

– Danielle.

– Por favor, no me rechaces.

Se sentó al lado de la cadera de él, con el corazón en la garganta porque necesitaba aquello, lo necesitaba a él más de lo que necesitaba seguir respirando.

Él lanzó un gemido y extendió la mano hacia ella, acercándola a su cuerpo. Su aliento rozaba la sien y el pelo de ella, mientras sus manos se apoderaban de su cuerpo, convirtiendo el anhelo profundo de ella en necesidad ciega y primitiva.

Nick parecía afectado de igual modo. Le apartó el pelo de la cara con las manos, la atrajo hacia sí y la miró a los ojos hasta que sus labios se fundieron en un beso largo. Luego le soltó el pelo y bajó sus manos ansiosas por el lateral, le acarició los pechos, incorporándola para poder verle los pezones, que estaban erectos cerca de su rostro, suplicando atención. Acercó la boca a uno y lo acarició con la lengua y los dientes hasta que ella gritó y arqueó las caderas contra él. Se apartó lo bastante para lanzar su aliento caliente sobre el pezón húmedo y bajó las manos por su espalda y más abajo, hasta apretar las nalgas con ellas.

El pulso de ella se había descontrolado hacía rato. Pensó que tenían toda la noche con una mezcla agridulce de alegría y tristeza. Podía aprovechar al máximo cada hora, cada segundo. Y sabiéndolo, se apretó contra él, haciéndole soltar un gruñido.