Danielle abrió la puerta y saludó con la mano a Emma, quien estaba de pie al lado de su coche. Luego se volvió hacia Nick.
– Tengo que irme.
Había lágrimas en su voz, y eso lo emocionó. Se inclinó, sacó la cabeza por la puerta y levantó un dedo a Emma, que cruzó los brazos con aire… ¿incómodo?
¿Una amiga que corría en su ayuda y parecía triste por ello? No le gustaba.
– ¿Cómo la conociste? -preguntó Nick a Danielle, observando a Emma sacar su teléfono móvil.
La joven jugueteó con el collar de Sadie, con aire de estar ocupada.
Nick le sujetó ambos brazos y la obligó a mirarlo.
– ¿Cómo, Danielle?
– La conocí en una competición, ¿de acuerdo? -se soltó de él-. Fue lo único bueno que saqué de mi relación con Ted. Que me presentó a algunas personas estupendas.
– Dile que te llevaré yo con Donald.
– Nick, ya hemos hablado de esto. Si todavía necesito el coche después de ver a Donald, ella me lo prestará más tiempo.
– Díselo.
Emma cerró el teléfono móvil y miró directamente a Nick.
Este sintió que se le erizaba el vello de los brazos, como le ocurría siempre que presentía algo raro en el transcurso de su trabajo.
– Hazlo por mí -le pidió a Danielle.
– Nick…
El hombre pasó a su lado y se acercó a Emma.
– Buenos días -dijo con cortesía-. ¿Adónde se dirigen las dos?
Emma miró a Danielle, que lo había seguido.
– Emma -dijo esta-. Te presento a Nick Cooper. Y…
– Y usted es Emma -Nick le lanzó su mirada más amenazadora-. ¿Y bien?
– Llevaré a Danielle adonde ella quiera ir -repuso Emma, sonriendo a la joven-. ¿Preparada?
– ¿A ver al director artístico? -insistió Nick.
– Sí, claro -Emma evitó su mirada y tomó a Danielle del brazo.
Nick le quitó el teléfono móvil de la mano y apretó la tecla de rellamada.
– ¡Eh!
Sonrió con aire sombrío y mostró la pantallita a Danielle.
– ¿Reconoces este número?
La joven lo miró y palideció.
– Es el de Ted -se volvió hacia Emma-. ¿Acabas de llamar a Ted?
Emma la miró con preocupación.
– No te enfades conmigo, me ha dicho lo mucho que lo quieres y que esto es un malentendido. Él también te quiere de verdad, Danielle. Está destrozado por esta separación. Cuando vino a buscarte, me suplicó que lo llamara en el momento en que supiera algo, por eso lo he hecho. Solo quiere verte, hablar contigo.
– ¿Le has dicho dónde estaba aunque te pedí que me guardaras el secreto?
Emma tendió la mano hacia ella.
– Danielle…
– Yo confiaba en ti. ¡Dios mío! -soltó una risita amarga y retrocedió-. ¿Cuándo voy a aprender? -Señaló el coche de Emma-. Ya puedes irte.
– Danielle, escucha. Somos amigas.
– ¿Amigas? ¿Es una broma? Sadie…
– No es el perro lo que me preocupa -dijo Emma, implorante-. Ted dice que solo quiere recuperarte…
– ¿Recuperarme? -Danielle casi se mordió la lengua-. Si quiere recuperarme, Emma, ¿por qué ha llamado a la policía?
– Bueno…
– Dime que no le has dicho adonde pensabas llevarme.
– No, aún no.
– No se lo digas. Si te importo algo, no se…
– Claro que me importas.
– Pues no se lo digas.
– Danielle…
– Por favor, vete.
– Pero…
– Vete, Emma.
Nick observó a Danielle ver alejarse a su supuesta amiga. Vio que tenía los hombros levemente hundidos. La vio frotarse las sienes con ademán derrotado y exhausto.
En cualquier momento, recuperaría el aliento, enderezaría los hombros y le lanzaría una mirada fría antes de decirle que ella también tenía que irse.
Antes de que tuviera tiempo de hacerlo, le tomó la mano y la correa de Sadie.
– Nos vamos de aquí.
– ¿Qué? -Danielle le lanzó la mirada fría que él estaba esperando-. No nos vamos juntos.
– Ahora sí.
Capítulo Diez
Danielle estaba lo bastante alterada como para dejarle el control a Nick. Lo bastante para mirarlo mientras él anulaba todo rastro de su presencia allí, razón por la que incluso metió las sábanas en la lavadora.
Midió la cantidad de detergente que quería poner y tiró también la basura, que incluía, como ella bien sabía, tres preservativos. Solo vaciló cuando se acercó a los excrementos que había dejado Sadie en el jardín delantero. Pero buscó una pala y dispuso también de ellos, aunque lanzó a la perra varias miradas sombrías que el animal devolvió libre y abiertamente.
Después, metió una bolsa de viaje en el maletero de su coche y salieron de allí. Sadie había entrado en el vehículo dócilmente, seguramente porque Danielle ya estaba allí, pero lanzó un ladrido cuando se pusieron en marcha.
Danielle sentía deseos de hacer lo mismo.
Veinte minutos después, Nick paró delante de un hotel. Apagó el motor y se volvió hacia la joven. Le tomó la mano y la observó con atención.
– ¿Estás bien?
– De maravilla.
– Supongo que eso quiere decir que no.
Danielle cerró los ojos.
– Me cuesta creer que haya sido tan estúpida. Me había metido yo sola en una trampa.
– No has sido estúpida. Simplemente confiabas en ella.
– Sigo olvidando que no se puede confiar.
Nick le introdujo los dedos en el pelo para masajearle la parte trasera del cuello, hasta que ella lo miró.
– En mí puedes confiar.
– Yo… -vio la expresión de fiereza de él y decidió reprimir su negativa-. No quiero confiar en nadie -susurró.
– Lo sé -repuso él, y la apretó lentamente contra él.
Le produjo una sensación sólida y cálida, y ella se dejó abrazar por un momento. Y luego, de pronto, encontró las fuerzas que tanto necesitaba y se apartó.
– ¿Qué hacemos aquí?
– Tomaremos una habitación y luego buscaremos a tu Donald y comprobaremos que es de fiar antes de hablar con él.
– ¿Una habitación? -Volvió el rostro hacia el hotel-. ¿Aquí?
– No podemos quedarnos en mi casa.
– Juntos no. Pero tú sí puedes.
Nick esperó a que lo mirara con rostro casi inexpresivo, pero ella lo conocía ya mejor y no se le pasó por alto su determinación.
– No pienso dejarte afrontar esto sola -dijo-. Así que olvídalo.
¿Por qué no se marchaba? ¿Por qué tenía que seguir allí sentado con tan buen aspecto?
– No puedo permitirte hacer esto, Nick. No tengo dinero para la habitación y…
– Pues da la casualidad de que yo sí -dijo él; le puso un dedo en los labios para evitar que hablara-. No te gusta que te ayuden, pero me parece que por el momento tienes que resignarte a mi presencia -abrió la puerta, salió y le tendió la mano.
Danielle lo siguió, y Sadie también.
– Puede que no admitan a la perra -dijo la joven cuando entraron en la zona de recepción.
– Después de haber limpiado personalmente sus cosas esta mañana, yo lo comprendería -repuso él con sequedad-. Pero este hotel admite perros -señaló el cartel de «perros bienvenidos». En esta zona es muy corriente viajar con animales domésticos, perros sobre todo. ¿Cuántas habitaciones necesitamos?
Danielle pensó que tenía unos ojos increíbles… y su cuerpo se tensó en respuesta a la pregunta de él.
¿Cuántas habitaciones? Su cuerpo ansiaba pedir una sola. Pero su cerebro estaba al mando.
– No deberíamos acostumbrarnos a…
– No -Nick ocultó bien su reacción a esas palabras, se volvió a la recepcionista y reservó dos habitaciones.
Después de instalarse y dejar las bolsas en las habitaciones, Nick llevó a Danielle a ver a Donald. Cuando llegaron, encontraron su oficina cerrada y un cartel que anunciaba que se habían mudado.
El hombre sacó su teléfono móvil, marcó el número nuevo que aparecía en el cartel y se lo pasó a Danielle, que habló con el ayudante del director artístico.
Cuando terminó de hablar, descubrió que Nick la observaba con atención.
– ¿Y bien?
– No puedo verlo hasta mañana -dijo ella.
– Ya te he oído. Lo que no he oído es cómo te ha afectado eso.
– Estoy bien.
Nick sonrió.
– Me alegro. Ahora tienes un día entero de vacaciones por delante.
La mujer soltó una carcajada.
– ¿Vacaciones?
– Lo dices como si fuera una palabra fea.
– Es que nunca he tenido vacaciones.
– En ese caso… -Nick tomó la correa de Sadie con una mano y le pasó el otro brazo a Danielle por los hombros; echó a andar despacio hacia su coche, tirando de la perra, que no quería que nadie aparte de Danielle llevara su correa-. Seguid conmigo -dijo a las dos hembras recelosas-. Yo os enseñaré a relajaros.
Pero eso era precisamente lo que temía Danielle. Si se relajaba, tenía que bajar la guardia. Y si bajaba la guardia, él se colaría en su corazón y se instalaría allí.
En el hotel, Nick esperó fuera de la habitación de ella hasta que metió la tarjeta en la ranura y abrió la puerta.
– Danielle -dijo; cuando se volvió a mirarlo, la apretó contra la jamba y le dio un beso rápido y apasionado.
– ¿A qué viene eso? -preguntó ella, sin aliento.
El hombre sonrió y le acarició el labio inferior con el pulgar.
– Quería recordarte que, aunque yo esté en otra habitación, no estás sola.
Toda su vida había estado rodeada de gente, y siempre había tenido que luchar con una soledad que no comprendía. Ahora que solo tenía la compañía de aquel hombre, no se sentía sola en absoluto.
– Quizá otro beso me ayudaría a recordarlo mejor -dijo con suavidad-. Solo por si lo olvido.
Nick se inclinó con una sonrisa sexy, pero ella le puso una mano en el pecho.
– Y quizá… -se interrumpió.
– ¿Quizá? -repitió él.
– Quizá esta vez no tenga que ser tan rápido.
La miró con intensidad.
– Entendido -acercó los labios a un centímetro de los de ella y se detuvo-. ¿Algo más que quieras ya que estoy aquí? -susurró, con su aliento mezclándose con el de ella.
– Bueno… -podía hacerle olvidar cualquier cosa, incluido el hecho de que su vida era un desastre. Podía hacer que se sintiera segura con solo mirarla. Y desvergonzada. Anulaba sus inhibiciones.
– Quizá una cosa más.
– Lo que quieras -la apretó contra sí para que notara lo duro que estaba-. ¿Quieres lo que querías anoche? ¿Los besos apasionados? ¿Las caricias que te hacían temblar? -Bajó la voz-. ¿Lo de mi lengua en…?
– Eso -susurró ella, temblorosa-. Eso es lo que quiero.
– ¡Ah!
Con ojos brillantes, bajó la cabeza para un beso largo y glorioso que anuló más de la mitad de sus neuronas. Cuando levantó la cabeza en busca de aire, la empujó hacia su habitación. Cerró la puerta con el pie y avanzó con ella hasta que las piernas de la joven chocaron con la cama.
– Vivo para dar placer -dijo con malicia. La empujó sobre el colchón y la siguió con su cuerpo largo y duro.
Danielle le echó los brazos al cuello y buscó un beso, pero Nick se quedó inmóvil de pronto; movió el cuello primero a un lado y luego al otro, buscando algo.
– ¿Nick? -Quería que le hiciera olvidar todo, aunque fuera solo un rato-. ¿Qué haces…?
– ¿Sadie?
¿Ahora quería hablar de la perra?
– Nick, creo que puede esperar…
– ¡Sadie! -el hombre se puso en pie y miró a su alrededor con aire sorprendido-. ¿Dónde se ha metido?
Danielle se incorporó sobre los codos. La habitación era lo bastante pequeña como para ver enseguida que allí no había ningún perro gigante oculto.
– ¡Oh, Dios mío! -se puso en pie-. Ha debido alejarse cuando estábamos en la puerta.
Nick había abierto ya la puerta.
– En el pasillo no está -anunció-. Yo voy por la derecha, tú ve por la izquierda.
Danielle salió por la puerta y giró a la izquierda hasta llegar a unas escaleras. Se preguntó si debía subir o bajar y optó por esto último. Sadie habría bajado, sin duda. Era lo más fácil, y después de todo, la perra era increíblemente perezosa.
Al llegar abajo, empujó una puerta entornada que llevaba a un jardín. El resplandor del sol la obligó a levantar la mano para protegerse los ojos.
Flores de todos los tonos y colores cubrían cada rincón. En los senderos, donde paseaba bastante gente, se alineaban bancos. Parecía que el hotel estaba ofreciendo una recepción de algún tipo, ya que había bastantes personas bien vestidas que sostenían copas de champán y platos llenos de comida.
Y en el centro del jardín, en un lecho de flores que había aplastado por completo, se hallaba Sadie, con la lengua colgando fuera, la piel cubierta de tierra de las plantas y moviendo la cola.
Danielle suspiró aliviada, a pesar de que frunció el ceño ante los daños que había causado la perra en las flores, pero su alivio no duró mucho. Porque al lado de Sadie, con la lengua también colgando y moviendo la cola perezosamente, había… otro perro.
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