– Espera un momento, Sam. No puedo pensar cuando me…

– No quiero que pienses.

Ella forcejeó hasta que la soltó.

– Ten cuidado -insistió él.

– ¿No me has oído? No me voy a romper. Te lo prometo.

Sam echó la cabeza hacia atrás. Sabía que tenía los ojos llenos de orgullo y el corazón dolorido por lo que había pasado aquella noche, pero tenía que hacer el amor con Jack. Sabía que podía estar alterada por la necesidad, perturbada por su falta de modestia, pero no lo estaba.

– Si no me deseas, basta con que lo digas.

Ella miró con incredulidad.

– ¿Bromeas?

Jack la recorrió con la mirada y descendió lentamente sobre ella, cubriéndola con su cuerpo, separándole las piernas para colocarse encima. La tomó de la cara, la besó con pasión y se apretó contra ella para que sintiera lo excitado que estaba.

– ¿Notas eso? -le susurró en los labios-. Siente lo mucho que te deseo.

Sam arqueó la espalda para sentirlo más.

– ¿Tienes un preservativo?

Él alargó una mano, abrió un cajón de la mesita y sacó un preservativo. Mientras ella lo miraba con ansiedad, tiró las toallas al suelo, se puso en pie y se quitó los vaqueros. Era tan atractivo que Sam no podía quitarle los ojos de encima, Volvió a acostarse junto a ella y empezó a besarle los senos.

– Eres tan hermosa, Sam…

– No tanto como tú.

La virilidad de su desnudez hacía que le costara respirar y que quisiera probarlo.

Él soltó una carcajada.

– El cuerpo femenino es mucho más bonito. Hay mucho más para mirar -afirmó, acariciándole los pezones-. Mucho más para tocar.

Ella sintió las caricias, los dedos, la boca que se deslizaba hacia su centro. Se estaba derritiendo, deshaciéndose de placer. Jack le lamió un pezón y levantó la vista para verlo endurecerse. Lo hizo una y otra vez antes de introducírselo en la boca.

Sam no pudo evitar gemir y empujarse contra él. Mientras se dedicaba al otro seno, Jack le deslizó una mano hasta el pubis, y ella se estremeció con anticipación.

Él siguió bajando la mano, aunque no lo suficiente.

– Jack…

Sam le rodeó la erección con los dedos, y se excitó aún más al oírlo gemir complacido. Entonces él volvió a besarla, a devorarle la boca.

Pero seguía sin entrar en ella; seguía conteniéndose.

– No te detengas -le suplicó Sam.

– No pretendo hacerlo.

Jack le puso una mano en la rodilla, instándola a separar más las piernas, y luego descendió para hundirle la cabeza entre los muslos y hacerla esclava de su lengua. Ella lo tomó del pelo y gimió complacida. Los sonidos que surgían de su garganta la habrían impresionado por su desenfreno de haber podido pensar, pero no podía; sólo podía reaccionar.

Cuando alcanzó el clímax se sintió arrasada por el placer. No podía dejar de jadear; tenía la piel empapada de sudor y el pelo revuelto. Estaba hecha un desastre, y le encantaba.

Jack se incorporó y, mirándola a los ojos, se puso el preservativo. Ella lo observó, incapaz de apartar la vista de aquellas manos que se deslizaban por la erección más impresionante que había visto en su vida. Creyó que era demasiado para ella después del orgasmo, pero él se introdujo en su interior y la convenció de que estaba equivocada.

Con los ojos cerrados y la cara transfigurada por el placer, Jack la tomó de las caderas y empezó a moverla. Sam gimió el nombre de su amante y se aferró a él, sintiendo que jamás había experimentado algo tan intenso, tan conmovedor, en su vida.

Él siguió balanceando la pelvis, haciéndola temblar con cada movimiento. Entregada al momento, a él, se esforzó por mantener los ojos abiertos, pero no podía.

Estimulado por los gemidos de Sam y llevado por su propia necesidad, Jack aumentó gradualmente la velocidad hasta arrastrarla a un segundo orgasmo. Mientras ella se estremecía de placer, Jack gimió su nombre y la siguió hasta el abismo del éxtasis.


Jack recuperó el sentido con gran esfuerzo. Quiso quitarse de encima de Sam y se sorprendió cuando ella le pidió que no se moviera y lo atrajo de nuevo hacia su cuerpo.

– Peso mucho -dijo.

Pero se quedó un rato más, besándola en la frente y entre los senos antes de levantarse. Al volver del cuarto de baño la encontró tal como la había dejado; con los ojos cerrados y con una sonrisa en los labios. Una sonrisa que se agrandó cuando se acercó a la cama y le dijo lo que quería saber, lo que esperaba saber: que lo seguía deseando.

Volvió a la cama, se tumbó de lado y la atrajo hacia sí. Ella echó la cabeza hacia atrás y le miró la boca. Con un gruñido, Jack le dio un beso tan ardiente, dulce e intenso como lo que acababan de compartir.

– Sam -gimió cuando ella lo tomó del pene, listo para amarla otra vez-. Necesitas…

– Esto.

Acto seguido, Sam se apretó contra él. Encajaban de un modo tan perfecto que Jack sintió algo que sobrepasaba a lo puramente físico. Aquello lo aturdió durante un momento, darse cuenta de lo bien que se sentía, de lo mucho que le gustaba tenerla en su cama.

Aunque no parecía tener sentido; aunque él no quería una mujer en su vida y estaba seguro de que no había espacio para una, lo cierto era que se sentía de maravilla.

Desde que la había sacado de entre las llamas, había dejado de lado su resistencia y se había sumergido en lo que ella le ofrecía. La besó hasta hacerla jadear, hasta hacerla retorcerse de placer contra él, hasta no saber dónde terminaba el uno y dónde empezaba el otro.

– Otro preservativo -dijo Sam, estirándose para sacarlo del cajón.

Trató de abrir el envoltorio, pero como parecía que con la mano vendada no podía, él le facilitó la tarea. La sonrisa de Sam lo embriagaba. Quería complacerla, hacerla olvidar, hacerla suya.

Pero entonces, con la mano sana, ella lo obligó a tumbarse en la cama.

– Sam…

– Tendré cuidado -le prometió, colocándose encima de él-. Mucho cuidado.

Jack gruñó y le deslizó las manos por los costados hasta tomarle los senos, fascinado con la forma en que los pezones reaccionaban a sus caricias.

Sam lo introdujo lentamente en ella; después se echó hacia adelante, besándolo, rozándolo con su pelo y rodeándolo con su cuerpo suave y húmedo.

– Dios mío, Sam…

– Lo sé. Es hermoso. Tú eres hermoso.

Sam empezó a moverse lentamente, entrelazando sus dedos con los de Jack. Sin poder evitarlo, Jack adelantó las caderas y se hundió más en ella, sintiendo que cruzaba sus propios límites y que ya no había vuelta atrás: él era Sam. Y, al menos en aquel momento, ella era él. No dudaba que el deseo potenciara aquel acto, pero no era lo único. Eran sus sentimientos más hondos los que salían a flote.

Ruborizada, con la piel húmeda y brillante, Sam echó la cabeza hacia atrás con un gesto de absoluto abandono. Más excitado que nunca, Jack se empujó contra ella, aumentando la fricción y la tensión hasta que ella soltó un nuevo grito de placer, arrastrada por el deseo. Él también estaba al límite, sólo con mirarla. Había estado al límite desde la noche en que se habían conocido, de modo que no podía contenerse aunque lo intentara. Y no lo hizo; la atrajo hacia sí y la sostuvo mientras se dejaba llevar por el delirio de la pasión, sabiendo que sólo allí podría tenerla de verdad.

Capítulo 13

Sam estaba acostada en la oscuridad, acurrucada contra Jack. Según el reloj de la mesita eran las once y cuarto. Tenía la sensación de que habían pasado cinco años desde el incendio, pero sólo habían sido unas horas. Sabía que Jack se había quedado acariciándola y esperando a que se durmiera para dormirse.

Ella había fingido que se quedaba dormida para que pudiera descansar. No tenía otro motivo para fingir con él; desde luego, no en lo relacionado con el sexo. Ya sabía que podía ser extremadamente entusiasta cuando jugaba al baloncesto, cuando aprendía cosas nuevas y cuando ayudaba a Heather con su fundación, pero aquella noche había descubierto que también era apasionado en la cama.

Jack Knight la había tratado como si su cuerpo fuera un templo de adoración. Incluso con la tristeza y el abatimiento por haber perdido el Wild Cherries, sabía que compartía algo diferente con Jack. Algo profundo; tan profundo como el alma.

Sabía que más tarde sentiría pánico por ello, pero de momento sólo podía ver las llamas, sentir el humo en los pulmones y recordar que había perdido su casa.

Con un nudo en la garganta, se levantó de la cama, se puso la camisa de Jack y fue a la cocina a buscar un teléfono. Se sentó junto a la encimera y llamó a Red.

Como no contestó, le dejó un mensaje.

– Esta vez sí que la he fastidiado. Nada tan sencillo como llamar al director del instituto o ir a la comisaría a sacarme de un lío -dijo, con voz temblorosa-. He incendiado tu local, Red. Sé que no te sorprenderá, porque más tarde o más temprano tenía que acabar estropeándolo todo. Lo siento mucho. Iré a verte por la mañana.

Colgó el auricular y se quedó mirando el teléfono, con los ojos nublados. Respiró profundamente y, mientras se prohibía llorar, llamó a Lorissa.

– ¿Diga? -contestó su amiga, adormilada.

– Siento despertarte…

– ¿Sam? Hola, cariño. ¿Qué pasa?

Lorissa tapó el auricular y murmuró algo, y Sam oyó la voz de Cole al fondo. Lorissa volvió al teléfono con una risa cómplice.

– Perdón. Pero estábamos en medio de…

– El Wild Cherries ya no existe.

Lorissa dejó de reír y se despejó por completo. Después de todo lo que habían vivido, juntas y por separado, ninguna de las dos bromeaba con cosas como aquélla.

– Cole, cielo, necesito un minuto -dijo, antes de volver con ella-. ¿Qué quieres decir con que ya no existe?

– Se ha incendiado. Todo. O al menos es lo que creo. Parecía muy inestable cuando lo he visto por última vez.

– Dios mío. ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado…?

– Estoy en casa de Jack y estoy bien. Más o menos.

– ¿Más o menos? ¿Qué significa eso? -preguntó su amiga, aterrada-. Voy para allá…

– No. En serio, estoy bien. Sólo han tenido que darme unos puntos en la mano. Lorissa, nos hemos quedado sin trabajo.

– Ya hemos sido pobres.

Sam se apoyó en la encimera y cerró los ojos. La adrenalina se había acabado. La excitación sexual se había desvanecido. Y sólo le quedaba un enorme cansancio.

– Pero esta vez es peor. No tengo nada. No ha quedado nada.

– Cariño, la falta de trabajo es algo que podemos resolver. La de casa, también. Sabes que puedes quedarte conmigo. Pero no podría soportar que te pasara algo. Así que está todo bien. Saldremos adelante como siempre, juntas. Ahora dime dónde vive Jack para que vaya…

– ¿Podemos vernos por la mañana en el café?

Lorissa guardó silencio unos segundos.

– Entonces, ¿te está cuidando bien?

Sam sintió una mano en el hombro; una mano grande, cálida y reconfortante, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Jack le había sostenido la mano en urgencias, la había llevado en brazos hasta su casa, le había cedido su cama y le había hecho el amor en cuerpo y alma, dándole el respiro que ella necesitaba.

– Sí -contestó, mientras él le hacía un masaje en la espalda-. Nos vemos por la mañana.

– ¿Me aseguras que estás bien?

– Te prometo que lo estaré.

– Oh, Sam -exclamó Lorissa, llorando-. Te quiero.

Ella contuvo un sollozo.

– Y yo a ti.

Acto seguido, Sam colgó el auricular, pero mantuvo la cabeza agachada.

– Perdón -le dijo a Jack-. No quería despertarte.

– No lo has hecho. Sabía que no estabas durmiendo. Sólo estaba tratando de cederte espacio.

Aquello fue tan inesperadamente tierno que a Sam se le escapó una lágrima. Dejó la cabeza baja hasta que creyó que podía controlar sus emociones.

– Gracias.

Él le acarició la espalda.

– Creo que ya has tenido suficiente espacio, Sam.

Ella levantó la cabeza y se dio la vuelta para poder mirarlo a la cara. Jack sólo llevaba unos calzoncillos. En medio de la fuerte luz de la cocina, despeinado, con barba de dos días y una marca en el hombro que se parecía sospechosamente a sus dientes, estaba muy sensual, y ella deseaba hacerle el amor una vez más.

– Tienes razón -afirmó, tomándolo de la cintura y acurrucándose contra su pecho-. Ya no quiero más espacio. No por el resto de la noche. Llévame a la cama, Jack.

– Tu mano…

– Se me curará, siempre que no me apartes las tuyas del cuerpo. Supongo que tengo que reconsiderar esta actitud protectora tuya. Creo que me gusta -le rodeó el cuello con los brazos-. Me gusta mucho.

De nuevo en el dormitorio, Jack la acostó en la cama de sábanas revueltas y se recostó encima de ella.

– Se supone que deberías tomar un analgésico y descansar un poco -dijo.