Ella soltó una carcajada, y él sonrió al oírla, pero enseguida se puso serio y añadió.

– Quiero que lo nuestro sea más que una aventura de una noche, Sam.

Una vez más, la dejó sin aire.

– Creo que nunca había conocido a nadie como tú.

– ¿Por que te digo lo que pienso?

– No, Red y Lorissa también lo hacen. Pero tú tienes algo que ellos no tienen.

– ¿Qué?

Incapaz de expresarlo con palabras, Sam se acercó al agua y hundió los dedos en la arena mojada. Él hizo lo mismo, y se detuvo junto a ella, tomándola de la mano, pero sin decir nada.

– Aquí tienes un ejemplo -dijo ella, al cabo de un rato-. No necesitas llenar el silencio. Puedes dejarme ser, puedes dejarme pensar.

– ¿Hay algo más que te guste de mí?

– ¿Además de tu cuerpo? -preguntó Sam, riendo al ver la incomodidad de Jack-. No puedo evitarlo. Eres muy atractivo, Jack Knight.

– Sí, pero esperaba que fuera algo más que simple atracción física.

Ella lo miró fijamente, le tomó la otra mano y sintió que se le derretía el corazón cuando él agachó la cabeza para besarla.

– Es mucho más que eso -reconoció Sam-. Nunca había conocido a nadie que me deseara tanto como tú. Y no me refiero sólo al deseo sexual. Siento que me deseas. A mí.

– Te deseo. Mucho.

– Pero no lo decías, no presionabas…

Jack sacudió la cabeza, sin saber cómo hacérselo entender.

– ¿Presionarte? No entendí lo que sentía por ti hasta anoche -declaró, sintiendo que le faltaba el aire-. Anoche, cuando llegué aquí y vi las llamas, pero no a ti, me desesperé. Anoche supe que te necesitaba, Sam.

Ella se agachó a recoger una piedra y la arrojó al mar. Después buscó otra. Jack, consciente de que estaba pensando, tratando de ordenar sus ideas, se limitó a mirarla. Y esperó.

– Nadie me había hecho pensar en el futuro -dijo Sam, al fin-. Hasta que te conocí.

A él se le dibujó una sonrisa.

– Siento como si acabara de meter la canasta del triunfo.

A ella se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas, y Jack sintió que se le partía el corazón.

– Oh, Sam…

– Creía que era tan fuerte, tan independiente… -confesó, mirándolo a los ojos-. Creía que tenía todo lo que necesitaba. Estaba equivocada. Mi vida era una rutina. La misma rutina cómoda, los amigos, el trabajo, todo. Entonces te conocí, y las cosas cambiaron. Yo cambié. De repente quería más. Quería pensar en el futuro y en abrir mi corazón. En compartir mi vida con alguien -respiró profundamente, y parecía más nerviosa que la noche anterior en el incendio-. Jamás quise hacer proyectos a largo plazo con nadie, Jack, hasta que te conocí.

El corazón de Jack, encogido unos segundos antes, se hinchó de felicidad.

– ¿A largo plazo?

– No sé en dónde me estoy metiendo al enamorarme de ti. Creía que no era capaz de querer así, pero estaba equivocada. Lo supe anoche cuando derribaste la puerta para salvarme. Lo supe cuando me llevaste en brazos hasta tu cama con los ojos llenos de amor. Lo supe al despertar esta mañana abrazada a ti. Así que… sé amable…

– ¿Crees que te voy a hacer daño? -preguntó él.

– Podrías.

Jack sacudió la cabeza y le acarició el pelo.

– Sam, lo único que pretendo es corresponder a tu amor.

Al ver que ella guardaba silencio, Jack hizo una mueca de dolor y añadió:

– Me quieres, ¿verdad?

– Sí, te quiero.

– Bien -dijo, besándola-. Mi vida también era aburrida antes de conocerte. Sólo era existir, tal vez echaba de menos el baloncesto más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Pero cuando estoy contigo no echo nada de menos, Sam. Sólo me siento vivo, muy vivo.

Ella sonrió trémulamente.

– ¿Eso qué significa?

– Que quiero despertarme al amanecer y congelarme en el mar viéndote hacer surf. Que quiero que corras por mi cancha de baloncesto de la forma más sensual que he visto en mi vida, provocándome para que no te pueda ganar…

– ¿Insinúas que perdiste porque te distraje?

– Sabes muy bien que perdí por eso, pero estás cambiando de tema. Di que sí, Sam.

Ella lo miró a los ojos.

– ¿A qué?

– A mí, a lo que hay entre nosotros, a todo.

Sam soltó una carcajada. Parecía tan asustada, desconcertada y esperanzada a la vez que Jack se la quería comer a bocados.

– ¿Quieres que te dé un sí a ciegas? -preguntó, temblando.

– Sí. Y llenaremos los espacios en blanco cuando surjan.

– ¿Quieres que lo veamos sobre la marcha? -preguntó, riendo y lanzándose hacia él-. Genial, es justo mi estilo. Es perfecto.

– Sí. Lo es. Y tú también lo eres.

Epílogo

Ocho meses después.

Había sido un buen día. Sam se había pasado toda la mañana haciendo surf con Lorissa y había abierto el Wild Cherries II a tiempo para servir la comida a una multitud. En aquel momento, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, vio las luces en el aparcamiento.

Estaba en la cocina del café, con el corazón en un puño y esperando ansiosa. Entonces, y sólo entonces, abrió lentamente el horno y miró el interior.

– ¡Dios mío! -exclamó.

Contuvo la respiración y sacó lo que parecía una hornada de brownies perfecta. Dejó la fuente en la encimera y los contempló.

Jack apareció detrás de ella.

– Huelen muy bien.

– Creo que lo he conseguido -murmuró, sin apartar la vista de los dulces-. Pruébalos, estoy muy nerviosa.

– Es gracioso, porque yo también estoy nervioso.

Ella se giró y lo miró llena de preocupación. Hacía ocho meses que eran inseparables. Después de un tiempo en casa de Lorissa, Sam había encontrado un piso. Sin embargo, sólo había pasado una noche allí, porque Jack le había pedido que se mudara con él, recordándole que le había dado un sí a ciegas. Pero ella no había necesitado que la convenciera y se había ido a vivir con él sin dudarlo. Y aunque nunca había imaginado que sería feliz en una casa en la que pudiera perderse, estaba tan enamorada de la finca como del hombre que la habitaba.

Él la había acompañado durante todo el proceso de reconstrucción del Wild Cherries. Ella lo había apoyado para que empezara una nueva etapa en su carrera, y ahora se dedicaba a dar cursillos de baloncesto en los centros de enseñanza locales, enseñando a los jóvenes a disfrutar del juego.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella, después de darle a probar un bocado de brownie-. ¿Has conseguido el permiso de…?

Jack masticó.

– He conseguido el permiso del Ayuntamiento. Los chicos tendrán sus canchas nuevas -hizo una pausa y la miró impresionado-. Mmm…

Ella soltó una carcajada ante su sorpresa, pero le había dado a probar sus brownies durante meses y no se fiaba.

– ¿Estás seguro de que están buenos? ¿O sólo lo dices para dejarme satisfecha?

– Espero dejarte satisfecha con otras cosas -dijo, comiendo otro bocado-. Y en serio, están buenos. Apunta la receta -sacó una cajita del bolsillo-. Ahora recuerda que ya has dicho que sí.

A ella se le paró el corazón.

– ¿Que sí a qué?

– A casarte conmigo.

Jack respiró profundamente y la miró a los ojos mientras abría la caja. Sam vio el destello de un precioso anillo de diamantes.

– Sé amable -susurró él, repitiendo las palabras que ella le había dicho ocho meses atrás.

Sam se quedó mirando el anillo con un nudo en la garganta.

– ¿Jack?

– ¿Sí?

– Esto es mejor que los brownies.

– ¿Estás satisfecha, Sam?

– Oh, sí.

– No me refiero a la cama.

– Bueno, lo estoy. Pero también lo estoy aquí.

– Me estás matando. Contéstame. ¿Eso es un sí? ¿Te casarás conmigo?

– Sí, sí, sí -exclamó ella, arrojándose a los brazos de Jack entre risas y lágrimas-. Sí a estar enamorada de ti; sí a ser tú esposa. Sí a todo, Jack. Para siempre.

Jill Shalvis

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