Fue divertido ver a todos los amigos y presentar a Charles a los que todavía no le conocían. Los padres de Maxine también estaban allí; su madre con un vestido de noche azul claro con una chaqueta y su padre con un esmoquin blanco como el de Blake. Todos muy elegantes.
El padre de Maxine habló un rato con Charles antes de la cena, y aprovechó para preguntarle cómo había ido el crucero. No se habían visto desde entonces.
– Es un velero impresionante, ¿verdad? -dijo con jovialidad.
Charles estuvo de acuerdo con él y dijo que habían disfrutado muchísimo. Habría sido difícil no pasarlo bien.
Charles inauguró la velada bailando con Maxine; a ambos se les veía felices y relajados. Formaban una pareja muy atractiva. La fiesta estaba siendo muy divertida. Blake había hecho decorar el club con miles de rosas blancas y delicados farolillos de papel dorado.
Antes de cenar Blake pronunció un discurso y contó algunas anécdotas divertidas sobre Maxine que hicieron que todos se partieran de risa, incluida ella. Charles parecía un poco incómodo, pero intentó disimular. No le gustaba darse cuenta de que Blake la conocía mejor que él y recordar que tenía una historia con ella. Blake les deseó lo mejor a los dos, y dijo que esperaba que Charles tuviera más éxito que él haciéndola feliz. Fue un momento conmovedor y a Maxine se le saltaron las lágrimas. A continuación, Charles se levantó, brindó por su generoso anfitrión y prometió velar por la felicidad de Maxine para siempre. Todos se emocionaron.
Blake sacó a Maxine a bailar, en un descanso entre platos, y giraron por la pista como Fred Astaire y Ginger Rogers. Siempre habían bailado bien juntos.
– Lo que has dicho ha sido muy bonito, pero sí me hiciste feliz -le corrigió Maxine-. Siempre fui feliz contigo, Blake.
El problema era que no te veía y nunca sabía dónde estabas. Me superaste después de ganar todo ese dinero.
– No te superé, Max -dijo él tiernamente-. No te había alcanzado nunca. Jamás te llegué ni a la suela de los zapatos. Creo que ya lo sabía, pero me asustaba. Eras mucho más lista que yo, y mucho más sabia en muchas cosas. Siempre supiste lo que realmente importaba, como nuestros hijos.
– Tú también -dijo ella generosamente-. Pero queríamos cosas distintas. Yo quería trabajar y tú divertirte.
– Creo que existe una fábula francesa sobre esto. Ya ves adonde me ha llevado. Según Daphne, estoy rodeado de rubias tontas.
Los dos se estaban riendo cuando Charles los interrumpió y se llevó a Maxine por la pista.
– ¿De qué os reíais? -preguntó con desconfianza-. Parecía que lo estuvierais pasando en grande.
– Algo que le dijo Daphne, sobre sus rubias tontas.
– Vaya cosas de decirle a su padre -dijo él con evidente desaprobación.
– Pero es verdad -dijo Maxine, riéndose.
Terminó la pieza y volvieron a la mesa. Maxine tenía la sensación de que Charles no había deseado realmente bailar con ella, solo había querido separarla de su ex marido.
Blake había organizado una cena perfecta. Todos sus amigos estaban en la mesa con ella y Charles, y los amigos de Blake en la suya. No llevaba acompañante aquella noche, y había sentado a la madre de Maxine a su lado, a su derecha, como mandaba la tradición. Charles también se había fijado. Se percataba de todo y estuvo toda la noche observándolos. No apartó la mirada de Maxine y de Blake. Parecía preocupado. Solo se relajaba cuando Maxine bailaba con Jack o con Sam.
El baile siguió hasta medianoche, después de la cena, y cuando dieron las doce, los fuegos artificiales estallaron en el cielo. Blake los había encargado para ellos, y Maxine aplaudió como una niña. Le encantaban los fuegos y Blake lo sabía. Fue una velada perfecta y los últimos invitados se marcharon alrededor de la una. Charles pasaría la noche en el hotel, por deseo de Maxine. Al final, los padres de ella habían decidido alojarse también allí en lugar de en la casa. Maxine bailó una última pieza con Blake y le dio las gracias por los fuegos artificiales. Le habían gustado muchísimo. Le preguntó si podía acompañar a los niños y a Zellie a casa. Ella dejaría a Charles en el hotel, para que no se vieran hasta la boda. Blake le prometió que estarían todos en casa en menos de media hora.
Cuando terminó el baile, Max fue a buscar a Charles y se marcharon.
La boda se celebraría a mediodía del día siguiente. Pero todos estaban de acuerdo en que sería difícil superar la fiesta. Ella y Charles hablaron de ello camino del hotel, mientras él se quejaba. Le parecía una tradición estúpida. Habría preferido quedarse en la casa, pero Maxine había insistido en ello. Le dio un beso de despedida y esto le recordó por qué se casaba con él. Le quería, a pesar de que fuera lo que Daphne llamaba un «estirado». La noche siguiente se irían a París, desde donde harían un viaje en coche por el valle del Loira. Para ella era una luna de miel perfecta.
– Te echaré de menos esta noche -dijo él con voz ronca.
Maxine le besó otra vez.
– Yo también -susurró ella con una risita.
Había bebido bastante champán en la fiesta, pero no estaba ebria.
– La próxima vez que te vea, me convertiré en la señora West -dijo, resplandeciente de felicidad.
Había sido una noche maravillosa.
– Lo estoy deseando -dijo él.
La besó por última vez y de mala gana bajó del coche; luego la saludó con la mano y entró en el hotel. Maxine se alejó.
Ya en casa, entró en el salón y se sirvió otra copa de champán. Unos minutos después, oyó que llegaba el coche de Blake con Zellie y los niños. Zellie había dejado al bebé en casa con una canguro, que se fue en cuanto llegaron. Zelda acostó a los niños inmediatamente. Estaban agotados y se marcharon farfullando las buenas noches a sus padres, que estaban en el sofá, charlando.
Blake estaba de buen humor y Maxine parecía un poco achispada por la bebida, más que en la fiesta. Allí estaba sobria, pero ahora ya no lo parecía tanto, después de dos copas más de champán. El también se sirvió una. Pasaron un buen rato comentando la velada. Blake había bebido bastante, pero se mantenía sobrio. Más que nunca parecía una estrella de cine con el esmoquin blanco. Ambos lo parecían, mientras brindaban con champán.
– Ha sido fantástico -dijo Maxine, girando con su vestido dorado. Cayó en brazos de Blake-. Eres el rey de las fiestas. Ha sido muy glamuroso, ¿no te parece?
– Me parece que deberías sentarte o te caerás, borrachina -bromeó él.
– No estoy borracha -insistió Maxine, lo que delataba que sí lo estaba.
A Blake siempre le había gustado cuando Maxine estaba algo achispada. Se ponía divertida y sexy, y sucedía tan raramente que lo hacía muy especial.
– ¿Crees que seré feliz con Charles? -preguntó con expresión seria.
De repente, le costaba más de lo normal concentrarse en él.
– Espero que sí, Max -dijo Blake con sinceridad.
Podría haber dicho que no, pero no lo hizo.
– Es muy serio, ¿verdad? Un poco como mi padre -comentó Maxine, mirando a Blake con los ojos entornados.
Estaba más guapa que nunca y Blake tuvo que hacer un esfuerzo para no aprovecharse de ella. No habría sido justo. Nunca haría nada que le hiciera daño y menos esa noche. Había perdido el tren y lo sabía. Cambió el champán por vodka, para servirle a ella la última copa de champán que quedaba en la casa.
– Sí, es un poco como tu padre -contestó Blake-. Los dos son médicos.
Empezaba a sentirse agradablemente ebrio, y no le importaba lo más mínimo. Si tenía que emborracharse, esta era la noche perfecta.
– Yo también soy médico -informó ella con un hipo sonoro-. Psiquiatra, trabajo con traumas. ¿No nos conocimos hace poco en Marruecos?
Se rió como una niña de su pregunta, y él también.
– Estás muy diferente con botas de montaña. Creo que me gustas más con tacones.
Maxine estiró una pierna bien torneada y se miró las delicadas sandalias doradas. Asintió.
– A mí también. Con las botas me salen ampollas.
– La próxima vez ponte tacones -aconsejó él, tomando un sorbo de su vodka.
– Lo haré. Lo prometo. ¿Sabes qué? -dijo, sorbiendo el champán-. Tenemos unos hijos maravillosos. Los quiero muchísimo.
– Yo también.
– Creo que a Charles no le gustan -dijo, frunciendo el ceño.
– El sentimiento es mutuo -confirmó Blake.
Los dos rieron como unos críos. Maxine lo miró con los ojos entornados, como si estuviera muy lejos.
– ¿Por qué nos divorciamos? ¿Tú te acuerdas? Yo no. ¿Me hiciste alguna mala pasada?
Ya estaba totalmente borracha, y Blake también.
– Se me olvidaba volver a casa. -Sonrió tristemente.
– Ah, es verdad. Ahora me acuerdo. Qué lástima. Me gustabas mucho… De hecho, aún te quiero -dijo, sonriendo con ternura.
Le dio hipo otra vez.
– Yo también te quiero -dijo Blake cariñosamente. Entonces le entró mala conciencia-. Deberías irte a la cama, Max. Mañana tendrás una resaca espantosa para la boda.
El champán era terrible al día siguiente.
– ¿Me estás pidiendo que vaya a la cama contigo? -preguntó Maxine, un poco asustada.
– No. Si lo hiciera, Charles estaría muy cabreado mañana y tú te sentirías muy culpable. De todos modos, creo que deberías acostarte.
Maxine terminó su champán mientras él hablaba, y entonces Blake vio que no se tenía en pie. La última copa había sido definitiva. El también estaba bastante ebrio. El vodka le había afectado después de una larga noche y mucha bebida, o tal vez había sido verla así, con ese vestido dorado. Estaba embriagadora. Siempre lo había sido para él. Se acordó de repente y no entendió cómo podía haberlo olvidado.
– ¿Por qué tengo que acostarme tan temprano? -preguntó Maxine, haciendo pucheros.
– Porque, Cenicienta -dijo Blake amablemente levantándola en brazos del sofá-, te convertirás en calabaza si no lo haces. Mañana vas a casarte con el príncipe azul.
Se encaminó hacia el dormitorio de ella.
– No. Me caso con Charles. De eso me acuerdo. No es el príncipe azul. Lo eres tú. ¿Por qué me caso con él?
De repente parecía molesta y Blake se rió, tropezó y casi la dejó caer. La cogió más fuerte. Era ligera como una pluma.
– Creo que te casas con él porque le quieres -dijo.
Entraron en el dormitorio y la dejó sobre la cama. Después la miró, tambaleándose ligeramente. Los dos habían bebido más de la cuenta.
– Eso está bien -dijo Maxine alegremente-. Le quiero. Y debería casarme con él. Es médico. -Miró a Blake-. Creo que estás demasiado borracho para volver a casa. Y yo para acompañarte. -Era una evaluación precisa de la situación-. Más vale que te quedes.
Mientras lo decía, la habitación les daba vueltas a los dos.
– Me echaré un momento hasta que se me pase. Si no te molesta. Luego me marcharé. No te importa, ¿verdad? -preguntó, tumbándose al lado de Maxine con el esmoquin y los zapatos puestos.
– No me importa en absoluto -dijo Maxine, volviéndose hacia él y apoyando la cabeza en su hombro. Todavía llevaba el vestido y las sandalias doradas-. Dulces sueños -susurró.
Cerró los ojos y se abandonó al sueño.
– Así se llama nuestro barco -dijo Blake con los ojos cerrados, y se quedó dormido.
Capítulo 24
Al día siguiente el teléfono sonó insistentemente en casa de Maxine. Eran las diez, y sonaba y sonaba sin que nadie lo descolgara. Todos dormían. Por fin Sam lo oyó y saltó de la cama para cogerlo. No se oía ni un solo ruido en la casa.
– ¿Diga? -contestó Sam, bostezando y todavía en pijama.
Todos se habían acostado tarde, v el niño aún estaba cansado. No sabía dónde estaban los demás, solo que Daphne había bebido demasiado champán la noche anterior, pero había prometido no decírselo a nadie cuando la vio vomitar al llegar a casa.
– Hola, Sam. -Era Charles y parecía muy despierto-. ¿Puedo hablar con tu madre, por favor? Solo quiero saludarla. Sé que estará muy ocupada. -Le había dicho que iría alguien a peinarla y a maquillarla y estaba convencido de que la casa debía de ser un caos-. ¿Puedes avisarla? Solo será un minuto.
Sam dejó el teléfono y fue descalzo a la habitación de su madre. Miró desde la puerta y vio a sus padres durmiendo profundamente con la ropa puesta. Su padre roncaba. No quería despertarlos, así que volvió al teléfono.
– Todavía duermen -dijo.
– ¿Duermen?
Charles sabía que no podía ser Sam porque estaba hablando con él. ¿Con quién estaba durmiendo a aquellas horas el día de su boda? No tenía ni pies ni cabeza.
– Mi padre también está durmiendo. Y ronca -explicó Sam-. Le diré que has llamado cuando se despierte.
La línea se cortó antes de que Sam pudiera colgar. Volvió a subir a su habitación, pero en vista de que no se había levantado nadie, no vio la necesidad de vestirse. Encendió el televisor y, por una vez, no se oía al bebé de Zellie. Era como si estuvieran todos muertos.
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