Las celebraciones en St. Paul y Minneapolis eran agotadoras. Cada pequeño barrio de los alrededores de las Ciudades Gemelas organizaba una fiesta en verano. Todos ofrecían las mismas diversiones: parques de atracciones, desfiles, bingo, concursos de barbas y bailes en las calles, algunos de los cuales tenían lugar por la noche, pero muchos, como el de ese día, estaban programados para la tarde. Las bandas, lo agradecían por que de ese modo disfrutaban de una noche libre para entregarse al sueño o escuchar a otro grupo, la afición de todo músico profesional.

El centro de White Bear Lake era muy agradable…, con árboles que flanqueaban las veredas, fachadas de comercios pintadas en colores pastel, banderines colgados de los edificios y la plaza típica de las ciudades pequeñas.

Había vallas a lo largo de Washington Street y un quiosco para la banda en el extremo sur frente a un edificio de correos de finales del siglo XIX rodeado de césped y arriates. Mientras el grupo se preparaba, las niñas se sentaban en la hierba para lamer un helado o mascar barritas de regaliz. Chicos de doce o catorce años, ataviados con gorra verde con visera y pantalones cortos de color rosa, maniobraban sus monopatines hacia atrás y adelante y saltaban con destreza los gruesos cables eléctricos que serpenteaban por el suelo. El viento arrastraba consigo los sonidos de un parque de atracciones emplazado a varias manzanas de distancia. Flotaba en el aire el olor de las salchichas que se asaban en un carrito.

Randy apiló un par de tambores y los sacó de la parte trasera de la camioneta. Al darse la vuelta vio que un muchacho de unos doce años lo miraba. El chico llevaba gafas de sol con montura rosa y patillas negras, peinado estilo punki y zapatillas de deporte con unas lengüetas casi tan grandes como el monopatín que sostenía contra la cadera.

– ¡Oye! ¿Tú tocas eso? -preguntó con tono arrogante.

– Sí.

– ¡Es estupendo!

Randy sonrió y subió por los escalones que conducían al escenario. Cuando regresó a la camioneta, el muchacho continuaba allí.

– Yo también toco la batería.

– ¿Si?

– En la banda de la escuela.

– Es una buena manera de aprender.

– Todavía no tengo una, pero algún día me la compraré y entonces… ¡cuidado conmigo!

Randy sonrió y prosiguió con su tarea.

– ¿Quieres que te ayude? -se ofreció el chaval.

Randy volvió y lo miró de la cabeza a los pies. Era un pequeño punki de aspecto recio, que llevaba una camiseta con un dibujo de Dick Tracy muy holgada. Su actitud pasota le recordó a sí mismo a esa edad, la época en que su padre se marchó de casa.

– Sí, ven aquí. Lleva este taburete. Después vuelve a por los platillos. ¿Cómo te llamas?

– Trotter. -Tenía la voz áspera.

– ¿Eso es todo? ¿Solamente Trotter?

– Es suficiente.

Trotter era trabajador. Subía y bajaba a toda prisa por los escalones cargado con lo que Randy le indicaba. En realidad, el chico era un regalo para Randy, pues estaba destrozado después de haber dormido sólo cuatro horas y tomado demasiada marihuana la noche anterior. ¡Cómo necesitaba unas dieciséis horas de descanso!, pero había sido imposible durante toda la semana, pues aparte de los viajes habían ensayado mucho. Le aguardaban cuatro horas de actuación, apenas se tenía en pie.

Con la ayuda del pequeño Trotter, todo el equipo llegó al escenario.

– ¡Gracias Trotter! Eres un buen chico. Toma, te los regalo por echarme una mano.

Le entregó un par de palillos azules. El niño los cogió con los ojos muy abiertos y los miró con reverencia.

– ¿Para mí?

Randy asintió con una sonrisa.

– ¡Guau…! -exclamó maravillado antes de alejarse agitando los palillos.

– ¡Eh, muchacho! -exclamó Randy.

Trotter se dio la vuelta mientras hacía girar entre los dedos un palillo como si fuese una hélice.

– Quédate. Esta tarde interpretaremos algo especial para ti.

Trotter sonrió y desapareció de la vista.

Pike Watson salió de detrás del escenario con un estuche de guitarra.

– ¿Quién era el punki?

– Se llama Trotter. Es un chico con grandes sueños. Quiere ser batería.

– ¿Le has dado los palillos?

Randy se encogió de hombros.

– ¡Qué diablos! Me gusta mantener vivos los sueños. Por cierto, no le he comentado que si quiere trabajar con una banda tendrá que aprender a dormir y conducir al mismo tiempo.

– Estás decaído, ¿eh?

Randy meneó la cabeza como si quisiera espabilarse.

– Sí, mucho.

– Escucha, te pasaré algo que te animará. Tengo una sustancia muy buena aquí dentro… -añadió mientras daba unos golpecitos en el estuche de la guitarra.

– No. Me deja bastante fastidiado.

– ¿Cómo lo sabes? Esnifas un poco y te conviertes en Batman, tío. Puedes detener trenes y armar revoluciones.

Randy se mostraba escéptico.

– No; no lo creo.

Pike hizo una mueca maliciosa.

– Te garantizo que se te irá el cansancio. Tocarás como Charlie Watts.

– ¿Cuánto?

– Tu primer toque corre de mi cuenta.

Randy se frotó el pecho y ladeó la cabeza.

– No sé si…

Pike levantó las manos.

– Bien, si tienes miedo de volar…

– ¿Qué efecto tiene? ¿Te sientes más? -preguntó Randy.

– Qué va, tío. Al principio te notas un poco raro, ansioso… ya sabes, pero después estás como en las nubes.

Randy se pasó las manos por la cara y suspiró.

– ¡Qué diablos…! Siempre he querido tocar como Charlie Watts.

Esnifó la cocaína de un espejo, en la parte posterior de la camioneta de Pike, minutos antes de que empezara el concierto. Notó un picor en la nariz y se la estaba frotando cuando se dirigió al escenario. Se sentía eufórico e invencible.

Randy tocó varias piezas con los ojos cerrados y, cuando los abrió, vio a Trotter en primera fila, en medio de la calle, sentado sobre su monopatín con la vista clavada en él a la vez que golpeaba los palillos azules sobre sus rodillas. Era evidente que lo admiraba, y Randy se sintió complacido. Entre el público había también unas jovencitas vestidas con pantalones brillantes muy ajustados y camisetas ceñidas que dejaban al descubierto unos centímetros de estómago. Randy siempre reconocía a las que eran un blanco fácil. Para conquistarlas sólo tenía que devolverles la mirada un par de veces, regalarles una sonrisa, colocarse cerca de ellas durante el descanso y esperar a que las jovencitas se aproximaran. Tras una breve conversación, se aseguraría de dedicarles una canción, y ya las tendría en el bote.

Ese día, sin embargo, la dedicatoria era para Trotter. Randy acercó los labios al micrófono y anunció:

– Quiero dedicar esta canción a un pequeño colega que nos ha echado una mano. Trotter, es para ti, muchacho.

El chaval sonrió de oreja a oreja. Mientras el grupo interpretaba Pretty woman, Randy disfrutó observando la expresión de admiración con que lo miraba el muchacho.

Minutos más tarde, cuando empezaban otra canción, Randy se sintió de pronto atacado por un ilógico acceso de aprensión. Notó que se le aceleraba el pulso y la aprensión se transformó en miedo. Se dio la vuelta para pedir ayuda a Pike, pero sólo vio su espalda.

¡Dios santo, el corazón! ¿Qué le ocurría? Le latía con tal fuerza que parecía a punto de salírsele del pecho. Trotter lo miraba… A Randy le faltaba el aire… Era difícil seguir tocando. Había gente por todas partes… Tenía que acabar la pieza… Lo invadió una ansiedad vertiginosa…

La canción terminaba… ¡Pike! Todo dentro de él vibraba… ¡Pike! La cara de Pike apareció entre él y la muchedumbre…

– Cálmate, tío. Es normal al principio… Te pones un poco tenso, como asustado. Se te pasará en un minuto.

– ¡No, no! Me encuentro fatal… El corazón… -susurró mientras apretaba la mano de Pike.

El guitarrista masculló con furia:

– ¡Basta ya, tío! Hay un montón de personas mirándonos. ¡Enseguida te sentirás mejor! ¡Ahora danos la entrada!

Tic, tic, tic… Golpeó con los palillos el borde de su Pearl… Trotter agitaba los suyos mientras lo miraba.

Muchacho lárgate de aquí… No quiero que veas esto…

Maryann, yo quería cambiar por ti…

El corazón le latía cada vez más deprisa… Todo le daba vueltas…, vueltas… El suelo parecía elevarse y de pronto su cabeza se estampó contra él. Con el taburete entre las piernas, miró hacia el cielo azul…

La banda tocó algunos compases más hasta que se dieron cuenta de que la batería no sonaba. Cuando la música cesó, el público se puso de puntillas para mirar el escenario y se oyeron murmullos de preocupación.

Danny Scarfelli fue el primero en acercarse a Randy. Se inclinó hacia él sin soltar el bajo.

– ¿Qué te pasa?

– Llama a Pike… ¿Dónde está Pike?

Danny apoyó su guitarra contra un tambor y se puso en pie de un salto.

Randy estaba envuelto en una bruma de miedo. El sonido de su corazón le retumbaba en los oídos.

Por fin apareció la cara de Pike, enmarcada por el cielo azul.

– Pike, es el corazón… Creo que me estoy muriendo… Ayúdame…

Oía voces alrededor.

– ¿Qué le pasa?

– ¿Tiene epilepsia?

– ¡Llamen al 911!

– Aguanta, Randy.

Pike bajó del escenario y echó a correr.

– ¿Dónde hay un teléfono? ¿Alguien sabe dónde hay un teléfono? -Vio a un policía que se acercaba a él corriendo-. Oficial…

El agente continuó corriendo hacia el escenario, y Pike dio media vuelta para seguirlo.

– ¿Alguien sabe qué le ocurre? -preguntó el policía, que se había agachado junto a Randy.

Pike no contestó. Los demás tampoco.

– El corazón… -balbuceó Randy.

El oficial desengachó la radio de su cinturón y pidió ayuda.

Numerosas caras rodeaban a Randy, que las miraba aterrorizado. Aferró a Danny por la camisa.

– Llama a mi madre -murmuró.


Felices, ignorantes de lo que ocurria a quince kilómetros de distancia en White Bear Lake, Bess y Michael se encontraron en el hospital. Se dieron un beso rápido y entraron en la habitación de Lisa cogidos de la mano. Ella y Natalie estaban solas. La flamente madre dormía, y la recién nacida lloriqueaba en la cuna. El lugar estaba lleno de flores y olia un poco a la carne con cebolla que habían servido a Lisa, cuyos restos aún no habían retirado.

Bess y Michael se asomaron desde la puerta antes de acercarsede puntillas a la cuna para contemplar a su nieta.

– ¡Oh, mírala, Michael! -susurró Bess-. ¿No es hermosa? ¡Hola, preciosa! ¿Cómo estás hoy? Estás mucho más bonita que anoche.

Los dos tendieron la mano para arropar y acariciar a Natalie.

– Hola, damita -murmuró Michael-. Los abuelos han venido a verte.

– Michael, mira… La boca es igual a la de tu madre.

– ¡Mamá se habría sentido tan dichosa!

– Y papá.

– Tiene más pelo del que pensaba.

– ¿Crees que estaría bien que la cogiéramos en brazos?

Michael le dedicó una sonrisa de complicidad, y Bess deslizó las manos por debajo de la suave franela rosa y levantó de la cuna a Natalie. La contemplaron con un amor puro, embargados una vez más por una sensación de plenitud, convencidos de que con esa criatura dejaban su marca en el futuro.

Michael se inclinó para besarla en la frente.

– Ya verás cuando tengas un par de años. Algunas noches dormirás en nuestra casa, y nosotros te mimaremos y malcriaremos. ¿No es verdad, abuela?

– Claro que sí, y algún día, cuando tengas edad suficiente, te contaremos cómo gracias a tu nacimiento tu abuelo me propuso matrimonio y volvimos a vivir juntos. Por supuesto, omitiremos el episodio de los preservativos y cómo tu abuelo los desparramó sobre los escalones, pero…

Michael sofocó una carcajada.

– ¡Bess, estos oídos son muy delicados!

– ¿Qué estáis murmurando? -intervino Lisa.

La miraron por encima del hombro. Lisa esbozaba una sonrisa soñolienta.

– ¿Quieres saber la verdad? Tu madre estaba hablando de preservativos.

– ¡Michael! -exclamó Bess.

– Es cierto -repuso él-. Le he dicho que Natalie es demasiado joven para oír semejantes cosas.

Lisa se incorporó.

– ¡Está bien! Me despierto y oigo cuchichear y reír entre dientes… -Extendió los brazos y ordenó-: Dadme a mi hija, por favor.

Lisa pulsó un botón para levantar la cabecera de la cama y sus padres se acercaron para entregarle a Natalie. Cada uno se sentó a un lado del lecho y se inclinaron al mismo tiempo para besar a su hija en la mejilla.

– Estaba despierta, de modo que pensamos que podíamos cogerla.

– Se ha portado muy bien… ¿No es cierto, Natalie? -dijo Lisa mientras le acariciaba el pelo-. Durmió cinco horas después de que le diera de mamar.

Lisa les contó cómo se sentía, las visitas que había recibido, quién le había enviado flores -por supuesto, les agradeció el ramo que ellos le habían mandado- y cuándo regresaría Mark. Comentaron que Randy no la había llamado y que probablemente la visitaría esa tarde. Admiraron a Natalie, y Bess evocó detalles del nacimiento de Lisa, lo bien que dormía y cómo berreaba cuando no tenía sueño.