– Vaya -comentó Charles sorprendido.
Salieron a la calle para coger un taxi. Olivia llevaba un sencillo traje gris que utilizaba para trabajar en casa y un bonito sombrero negro idéntico al que se había puesto Victoria esa mañana. Durante el trayecto hasta la comisaría, explicó a Dawson lo sucedido.
– Victoria es una entusiasta de esa estúpida asociación de sufragistas. -Le habló de la manifestación en Washington de hacía cinco meses y de los arrestos de las Pankhurst en Inglaterra-. Esas mujeres glorifican los arrestos como si fueran una suerte de premio, una medalla de honor. Su- pongo que Victoria habrá participado en alguna manifestación y la habrán detenido con las demás. El sargento ha dicho que, aunque no tiene intención de arrestarla, Victoria quiere que lo hagan.
Dawson reprimió una sonrisa, pero Olivia no pudo contener una carcajada. Después de escucharse a sí misma relatar la historia, el incidente parecía ridículo.
– Menuda hermana tiene. ¿ Siempre hace cosas así mientras usted está ocupada con la casa?
– El día que usted nos visitó en Croton había robado uno de los coches de mi padre para asistir a una reunión.
– Por lo menos no es una mujer aburrida. Tiemblo sólo de pensar en los hijos que tendrá. -Charles se echó a reír.
Sin embargo, cuando el taxi se detuvo los dos tenían un semblante serio. El barrio era muy humilde, había mendigos en las porterías de las casas y basura en la calle. Al apearse Olivia divisó una rata que cruzaba la calzada corriendo para meterse en una alcantarilla e instintivamente se acercó más a Charles. En la comisaría vieron a unos borrachos y dos ladronzuelos que acababan de llegar esposados, y oyeron a unas prostitutas gritar desde su celda. Charles temió que Olivia se desmayara, pero la joven aguantó con estoicismo los vituperios de los borrachos y las fulanas.
– ¿Se encuentra bien? -le preguntó, y posó una mano sobre su brazo.
– Sí -susurró sin levantar la vista-, pero cuando salgamos de aquí, la mataré.
Charles contuvo una sonrisa. El sargento les acompañó a la estancia donde se hallaba Victoria. Estaba sentada en una silla, bebiendo té bajo la atenta mirada de una matrona. Parecía furiosa y, al ver a Charles ya Olivia, dejó la taza en el suelo y se encaró a su hermana.
– Es culpa tuya, ¿verdad? -espetó sin siquiera saludar a Charles, que las observaba ensimismado; eran idénticas: la misma cara, los mismos ojos, hasta el mismo sombrero, aunque el de Victoria estaba un tanto ladeado.
– ¿Qué es culpa mía? -preguntó Olivia con irritación.
– Por tu culpa no me han arrestado.
– Estás loca, Victoria Henderson. Tienes razón. Deberían encerrarte, pero en un manicomio. ¿Tienes idea del escándalo que causaría tu arresto? ¿Sabes la vergüenza que supondría para nuestro padre? ¿Acaso piensas alguna vez en los demás? ¿O no está eso en tu orden del día?
El sargento y la matrona intercambiaron una sonrisa. Charles acordó con ellos la manera de llevarse a Victoria. En la comisaría estaban dispuestos a pasar el incidente por alto; la joven simplemente se encontraba en el lugar incorrecto en el momento más inoportuno. El sargento le recomendó que la vigilaran bien en el futuro e inquirió si eran sus hermanas. A Charles le sorprendió la pregunta, pero le halagaba que Olivia hubiera acudido a él.
El taxi aguardaba frente a la comisaría, de modo que el abogado sugirió que continuaran la discusión en el coche. Olivia estaba fuera de sí, y Charles pensó que Victoria se negaría a marcharse, pero no tenía nada más que hacer allí: la policía no pensaba arrestarla, la fiesta había acabado. Olivia seguía sermoneando a su hermana mientras subían al vehículo. Charles decidió sentarse entre las dos.
– Señoritas, creo que lo mejor será olvidar este desafortunado incidente. No ha pasado nada y nadie tiene por qué enterarse.
Primero se dirigió a Olivia y le instó a que perdonara a su hermana. Después suplicó a ésta que en adelante se mantuviera alejada de cualquier manifestación, porque de lo contrario, acabarían arrestándola de verdad.
– Eso sería más honrado que apelar a mi clase e ir corriendo a papá.
Continuaba enfadada porque su hermana y el abogado habían acudido a rescatarla. Además, no quería que éste se entrometiera en sus asuntos.
– ¿ No te has planteado cómo reaccionaría nuestro padre si se enterara? ¿Por qué no piensas un poco más en él y menos en tus estúpidas reuniones y en el voto para la mujer? ¿Por qué no te comportas como es debido en lugar de esperar que te saque de todos los líos?
Olivia se puso los guantes con manos temblorosas.
Charles las observaba fascinado: la una tan seria y la otra tan indomable. En ciertos aspectos Victoria le recordaba a Susan, su difunta esposa, firme defensora de grandes ideales y causas perdidas. Sin embargo Susan también tenía una lado más dócil, que él añoraba cada noche cuando se encontraba solo en la cama. No obstante, ahora tenía que pensar en Geoffrey, pero por mucho que lo intentara era incapaz de olvidarla y en el fondo de su corazón sabía que tampoco quería. En todo caso le intrigaba esa fierecilla de ardientes ojos azules.
– Quisiera dejar claro que no he pedido que vinierais a rescatarme -puntualizó Victoria con frialdad cuando el taxi se detuvo frente a la casa.
Actuaba como una niña enfurruñada, y Charles tuvo que reprimir una sonrisa. Merecía ser castigada como una chiquilla, pero ni siquiera estaba arrepentida de lo que había hecho ni agradecida de que hubieran acudido en su ayuda.
– Entonces tal vez sea mejor que la enviemos de vuelta a la comisaría -comentó.
Victoria le fulminó con la mirada antes de entrar en la casa y arrojar el sombrero sobre una mesa.
– Gracias -dijo Olivia, avergonzada y furiosa por la actitud de su hermana-. No sé qué hubiera hecho sin su ayuda.
– Quedo a su disposición.
– Espero que no sea necesario.
– No la pierda de vista hasta que llegue su padre -susurró Charles.
Estaba claro que se trataba de una rebelde impenitente, aunque no por ello dejaba de tener cierto encanto.
– Menos mal que llega mañana -dijo Olivia al tiempo que observaba a Charles con preocupación. Había confiado en él y esperaba que no la traicionara-. Por favor, no le diga nada; se disgustaría muchísimo -suplicó.
– Se lo prometo. Ni una palabra. -Ahora que había pasado todo, lo divertía el incidente-. Algún día se reirá de lo ocurrido. Cuando sea abuela explicará a sus nietos que una vez estuvieron a punto de arrestar a su hermana.
Victoria se acercó a ellos, masculló un «gracias» de mala gana y subió a su habitación para cambiarse. Esa noche cenaban con la señora Peabody, y Olivia invitó a Charles; era lo mínimo que podía hacer para agradecerle su ayuda.
– No puedo, pero gracias de todos modos. Siempre procuro cenar con mi hijo.
– ¿ Cuántos años tiene?.
– Nueve.
Olivia sintió un escalofrío al pensar que había perdido a su madre siendo tan niño.
– Espero conocerle algún día.
– Es un buen chico. La vida no ha sido nada fácil para ninguno de los dos desde la muerte de su madre.
Charles se sorprendió de su propia sinceridad, pero le resultaba fácil hablar con Olivia, a diferencia de su hermana, que más bien le incitaba a propinarle una bofetada.
– Lo comprendo. Yo nunca conocí a.mi madre, pero Victoria y yo nos tenemos la una a la otra.
– Debe de ser algo extraordinario tener una hermana gemela. Supongo que es imposible que alguien esté más unido a otro ser. con excepción de un marido o una esposa, claro está. Deben de ser como dos mitades de la misma persona.
– Ésa es la sensación que tengo a veces, aunque en ocasiones me parece que somos unas perfectas desconocidas. Para algunas cosas somos completamente diferentes, y para otras idénticas.
– ¿ Le molesta que la gente las confunda? Sospecho que debe de ser muy irritante.
– Te acostumbras. Antes resultaba divertido, ahora es algo normal.
Le agradaba conversar con Charles, y él también parecía sentirse a gusto a su lado. Charles, por su parte, pensaba que Olivia era la clase de mujer con la que podría establecer una amistad, pero quien le fascinaba era su hermana. A pesar de que no las distinguía, algo en su interior le indicaba cuándo estaba en presencia de Victoria, pues le hacía sentir incómodo. Sin embargo con Olivia tenía la impresión de estar con una vieja amiga o una hermana pequeña.
Minutos más tarde, Charles Dawson se marchó, y Olivia subió por la escalera para hablar con su hermana.
Victoria estaba mirando por la ventana con expresión triste. Reflexionaba sobre lo ocurrido esa tarde y lo estúpida que se había sentido cuando el sargento la separó del resto de las mujeres.
– ¿Cómo voy a presentarme de nuevo ante ellas? -preguntó a Olivia.
– Para empezar, ni siquiera deberías haber estado con ellas. -Olivia suspiró y se sentó frente a su hermana-. No deberías comportarte así, Victoria. No puedes dedicarte a perseguir ideales sin pensar en las consecuencias. Al final no sólo te harás daño a ti misma, sino también a los demás, y no quiero que eso ocurra.
Victoria la miró con atención y de nuevo brilló en sus ojos la chispa que Charles había detectado.
– ¿Y si puedo ayudar a más personas de las que hiero? Hay que luchar para defender aquello en lo que crees. Sé que te parecerá un disparate, pero a veces pienso que estaría dispuesta a morir por un ideal.
Lo más terrible era que Olivia sabía que su hermana hablaba en serio. En su interior ardía esa especie de fuego que le permitiría dar la vida por una causa.
– Me asustas cuando hablas así.
– No es ésa mi intención. Yo no soy como tú, Olivia. ¿ Cómo es posible que seamos tan diferentes y tan iguales a la vez?
– Iguales pero diferentes -murmuró Olivia.
Era el misterio que las envolvía desde que nacieron, tan idénticas en algunos aspectos pero tan distintas en otros.
– Lamento lo de esta tarde; no quería preocuparte.
Por fin se mostró arrepentida, aunque no por lo que había hecho, sino por haber disgustado a su hermana. La quería demasiado para hacerle daño.
– Intuía que te había ocurrido algo malo, lo sentí aquí -explicó Olivia señalando el estómago.
Victoria asintió. Ambas conocían esa sensación.
– ¿A qué hora? -preguntó con interés, pues siempre le había intrigado su especial telepatía.
– A las dos.
Victoria asintió de nuevo. Las hermanas estaban habituadas a ese dispositivo interior que las alertaba cuando la otra tenía problemas.
– Sí. Creo que fue entonces cuando nos detuvieron y subieron a la furgoneta.
– Debió de ser una experiencia de lo más interesante -comentó Olivia con aire reprobatorio.
Victoria rió divertida.
– De hecho fue todo bastante gracioso. Los policías estaban empeñados en no dejar a nadie fuera, pero es que nadie quería quedarse fuera, todas querían que las arrestaran.
– Pues me alegro de que no te arrestasen -repuso Olivia con firmeza.
– ¿Por qué le llamaste? -preguntó su hermana buscando la respuesta en sus ojos.
Eran miles las cosas que no se decían pero que sabían.
– No se me ocurrió a quién llamar. No quería que me acompañaran Donovan o Petrie, pero tenía miedo de ir sola. El sargento me aconsejó que no lo hiciera.
– Podrías haber ido sola de todos modos, no le necesitabas. Además, es un ser insignificante. -Victoria no entendía qué veía su hermana en él.
– No lo es -le defendió Olivia. No cabía duda de que Charles era un poco apocado, pero el destino le había deparado un cruel revés. Sentía lástima por él, pero también atracción. En su interior vislumbraba al hombre que había sido antes y quizá, con un poco de bondad y la mujer adecuada a su lado, podía volver a ser. -Ha sufrido mucho.
– Ahórrame los detalles. -Victoria se mostraba en ocasiones muy cruel con los más débiles.
– Eres injusta. Acudió enseguida para ayudarte. -Nuestro padre es uno de sus mejores clientes.
– No lo hizo por eso. Podría haberse excusado diciendo que estaba ocupado.
– Quizá le gustas -observó Victoria en broma.
– Tal vez le gustas tú -replicó Olivia.
– Lo más probable es que no sepa diferenciarnos.
– Eso no significa que sea mala persona. Tampoco nos distingue muchas veces nuestro padre. Bertie es la única que nunca nos confunde.
– Quizás es la única que se ha preocupado lo suficiente.
– ¿Por qué eres tan despiadada?
Detestaba que su hermana dijera cosas así, era como si no tuviera sentimientos.
– Quizá lo soy. También soy dura conmigo misma. Espero mucho de las personas, Olivia, y también espero hacer algo más en la vida que asistir a fiestas, a bailes y al teatro.
A su hermana le sorprendieron sus palabras.
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