– ¿Estás loca? -preguntó Isabelle asombrada-. Julien adora el suelo que tú pisas. Nunca se fijó en nadie más que en ti. Y lo sé porque hice todo cuanto pude por llamar su atención y, sin embargo, parecía invisible estando a tu lado. Me resulta un poco vergonzoso reconocer que hubo un tiempo en que llegué a odiarte por la influencia que ejercías sobre él.

– ¿No lo dirás en serio? -preguntó sorprendida.

– Me temo que sí. Llegué a tener muchos celos de ti. Tanto que es probable que me casara con Bruce porque, cuando nos conoció a las dos en aquella fiesta de San Francisco, fue en mí en quien se fijó, en vez de en ti.

– Isa… No lo sabía.

– Tranquila, eso ya es historia -le aseguró con una amplia sonrisa-. Y a pesar de sus defectos, quiero a mi marido. Separarme de él me ha servido para darme cuenta de lo mucho que lo echo de menos. Mira, Tracey, lo único por lo que saco el tema es porque estás destrozando a Julien. Me da una pena terrible verlo sufrir tanto. Adoro a Julien. Por Dios, ¿cómo puedes castigarlo con tanta indiferencia? ¿Por qué dormís en habitaciones distintas?

– Ya sabes por qué: nuestro matrimonio se ha terminado. Quiero volver a ser libre -respondió nerviosa.

– ¿Por qué? Angelique piensa que quizá te dé miedo volver a quedarte embarazada. Pero si pones los medios adecuados, no tendrías por qué preocuparte por eso.

– Mira, no quiero ser cruel, pero no creo que nadie tenga derecho a meterse en mis asuntos. Julien y yo hemos terminado.

– Eso cuéntaselo a otra, pero no a mí. Que yo recuerde, todo el tiempo era poco si se trataba de estar a su lado. Y casi te da un ataque de nervios cuando te dijeron que no volveríamos a Suiza a pasar las vacaciones.

– Es que entonces sí estaba enamorada de él. Pero las cosas han cambiado, Isa.

– No me lo creo. En absoluto. Me estás mintiendo y, aunque él no lo diga, Julien también sabe que mientes.

Milagrosamente, Alex escogió ese momento para ir a cruzar la calle y Tracey tuvo que salir corriendo para sujetarlo.

– Creo que tu pequeño ya ha hecho suficiente deporte por hoy -le dijo a Isabelle después de darle un beso a Alex-. Y yo tengo que cambiarles los paneles a los niños y darles de cenar. Vamos al coche -dijo Tracey.

– Todavía no hemos acabado esta conversación, Tracey.

– Sí, la hemos acabado -respondió enérgicamente-. ¿Está claro?

– Me da igual que te enfades. Sé de sobra que amas a Julien y no pienso dejar que os separéis sin motivo.

– ¿Acaso me meto yo en tus asuntos?, ¿meto las narices en tus problemas con Bruce? -preguntó malhumorada.

– No. Y bien que los tengo, por cierto. Creo que por eso he estado tan mal estos días atrás. Por suerte, Julien me ha dado un par de buenos consejos -dijo Isabelle, que pareció dar tregua a su ataque. Tracey no se sorprendió: él siempre había sabido ayudarla cuando los demás se sentían impotentes para hacerlo-. Pienso ponerlos en práctica en cuanto vuelva a casa mañana.

– Me parece bien, aunque debo confesarte que todavía no estoy preparada para dejar que te vayas -suplicó Tracey.

– Yo tampoco quiero marcharme, pero anoche hablé con Bruce y me dio la impresión de que me echaba mucho de menos.

– Seguro que sí. Perdona por ser tan egoísta. Está loco por ti y yo lo quiero precisamente por eso.

– Y si, de pronto, le pidiera a Bruce el divorcio, ¿me vas a decir que no te gustaría saber por qué?, ¿que no me darías la lata para saber la verdad? -atacó por sorpresa.

– Eso mismo -dijo con tanta firmeza como pudo, aunque sabía que estaba perdiendo las riendas de la conversación-. Tu matrimonio es asunto tuyo. Pensaría que tendrías tus motivos para querer divorciarte. Yo nunca me atrevería a decirte como debes organizar tu vida.

– No intento organizar tu vida, Tracey. Sólo quiero que seas un poco sincera. Mamá y papá están muertos. Ya que no quieres confiar en tía Rose, utilízame a mí. Déjame que te ayude, por favor -le rogó conmovida.

Tracey estuvo a punto de echarse a llorar ante aquella muestra de sinceridad. De alguna manera, estaban más unidas que nunca; probablemente, porque las dos tenían hijos y compartían los mismos intereses. Le iba a costar mucho separarse de ella. Y lo que era peor: volvería a quedarse a solas con Julien.

– Ya te he dicho la verdad, pero, igual que Julien, te niegas a aceptarla. Por eso me escapé la primera vez: porque sabía que no lo entendería. Al parecer, tampoco tú me entiendes. Es una lástima.

– Más lástima me da a mí. No está bien lo que le estás haciendo a Julien. Algún día te darás cuenta del error que vas a cometer.

Al parecer, su hermana pensaba igual que la doctora Louis. Tracey no podía seguir aguantando, así que fue a paso ligero hacia el coche, dando por terminada la conversación.

Jules y Raoul habían estado dormidos en su cochecito, pero despertaron con el veloz arranque de su madre y empezaron a llorar. No era el momento de calmarlos, no podía permitir que Isabelle la alcanzara y siguiera con la discusión.

No quería enfrentarse a su hermana; era mejor no hablar con ella de su divorcio.

Empezó a pensar qué haría durante la semana que le quedaba para terminar el mes, cuando Isabelle se hubiera marchado.

Como si los hados estuvieran en su contra, nada más llegar a la residencia, Alex se agarró un terrible enfado porque tenía que separarse de Valentine.

Julien, al oír aquellos berridos, salió a recibirlos inmediatamente y, mientras Isabelle se llevaba a su hijo a rastras a su habitación y Tracey sacaba a Valentine de su cochecito, Julien agarró a Jules y a Raoul y les dio un beso a cada uno.

– ¿Qué pasa? -preguntó Julien mirando a Tracey fijamente a los ojos.

– Creo que mi sobrino se ha obsesionado con Valentine -respondió Tracey, que, de pronto, se sintió hundida en el más oscuro de los abismos: ¿acaso se repetiría la historia?, ¿acababa de empezar una relación sin futuro entre Alex y Valentine?

– No me extraña nada -respondió Julien-. Pareciéndose a su madre…

No. No podía volver a suceder. Si dejaba que los primos crecieran juntos, ¿tendrían una nueva aventura secreta?, ¿otra aventura de consecuencias irreparables?

Aterrada, Tracey apretó el brazo de Valentine inconscientemente hasta que ésta empezó a quejarse. Le dio un beso en seguida para consolarla y se juró que se mantendría siempre alerta para que la llama de la pasión no quemara nunca las vidas de Alex y de su hija.

Isabelle no tardaría en dar a luz a un nuevo bebé. Y, con el tiempo, tanto Angelique como Jacques tendrían también algún hijo. La familia acabaría reuniéndose en las vacaciones y…

Tracey tenía que empezar de inmediato a distanciar a sus hijos del resto de la familia. No era la primera vez que oía que dos primos se enamoraban perdidamente.

De pronto, se alegró de que Isabelle fuera a marcharse. Por mucho que quisiera a Alex, no debía permitir que se acercara a Valentine.

La cabeza no dejaba de darle vueltas. Rezó para que el nuevo bebé de su hermana no fuera una niña que tuviera por cruel destino enamorarse de un hombre apellidado Chapelle.

– ¿Preciosa? -la llamó Julien-. Estás blanca, ¿te pasa algo?

– Nada que no pueda solucionar una buena cena -se apresuró a contestar para que no sospechara nada.

– No sé por qué, pero no te creo -insistió Julien-. ¿Es porque mañana se va Isabelle? Puede que lo que he planeado te anime un poco.

– ¿Qué quieres decir?

– Esta noche vamos a dar una fiesta en honor de Isabelle -anunció con una amplia sonrisa-. Solange ha preparado el comedor principal para la ocasión.

– ¿Quién va a venir?

– Angelique me ha ayudado con la lista de invitados. Hace mucho tiempo que no te diviertes en condiciones. Espero que eso cambie esta noche, aunque sólo sea durante unas horas.

Tracey apenas podía tragar saliva del nudo que se le había formado en la garganta. Julien era encantador y siempre pensaba en los demás antes que en sí mismo. Seguro que Isabelle se alegraría mucho.

Pero aparte de la felicidad de ser madre, la alegría no tenía cabida en la vida de Tracey. Julien ya no tardaría mucho en aceptar que su matrimonio era una causa perdida y dejaría de luchar por un imposible. De todos modos, por desgracia, los dos tendrían que aparentar durante la cena de esa noche.

– ¿A qué hora llegaran los invitados? -preguntó.

– Tienes una hora para arreglarte. Y avisa también a Isabelle. Ya le he dicho al servicio que se ocupe de los niños y que los acueste.

– Entonces, será mejor que me dé prisa -concluyó.

Por mucho que le pesara, no sólo no se distanciaba de Julien, sino que, encima, se iba a ver obligada a mantener las formas delante de los invitados.

Le había dicho que sólo tendría que hacer de anfitriona y disfrutar de la compañía de Angelique y de otras viejas amigas de la infancia. La cena tendría lugar en el comedor reservado para las grandes reuniones de negocios.

Tracey sabía mejor que nadie lo que Julien pretendía. La había puesto adrede, delante de mucha gente, en una situación de la que no podría escabullirse sin herir los sentimientos de Isabelle.

La siguiente hora transcurrió como en una nebulosa y, luego, Tracey no tuvo más remedio que mostrarse cordial y alegre con los invitados.

Para todos los allí reunidos, Tracey debió de parecerles una perfecta anfitriona, vestida en un vestido negro de raso.

Al principio charlaron sobre los tiempos en que estaban juntas en el colegio y en el instituto, pero, poco a poco, la conversación fue derivando hacia los adorables trillizos de Tracey y Julien.

Resultó que todas las mujeres que había reunidas, así lo admitieron, habían estado enamoradas de Julien en algún momento de sus vidas. Aparte, cada una tenía una historia que contar sobre lo enamorada que Tracey había estado de Julien desde el principio o sobre la foto de Julien que siempre llevaba en el monedero para tenerlo cerca. Pero la guinda la puso Isabelle, que reveló el mayor secreto de Tracey.

– ¿Sabéis lo que me dijo Tracey nada más soplar las velas de la tarta cuando cumplió dieciocho años? -hizo una pausa para intensificar el golpe de efecto y miró a Julien-. Me dijo que se casaría contigo y que viviría aquí toda la vida. Si no me equivoco, creo que dijo algo así como que quería tener seis preciosos hijos que se parecieran a ti.

– Pues has empezado bien -dijo Angelique a modo de chanza, lo que provocó las risas de todos los comensales.

Nadie podía imaginar lo mucho que la estaban haciendo sufrir. Evitó mirar a Julien, que sin duda debía de estar disfrutando de lo lindo.

Permaneció callado todo el rato y permitió tácitamente que las invitadas siguieran desvelando secretos relacionados con el amor de Tracey hacia él. Aunque estuviera en silencio, Tracey podía intuir lo que su marido estaba pensando:

«Todo el mundo sabe que siempre me has amado y que siempre me amarás. Es inútil que intentes negar tus sentimientos, amor mío».

Tracey no podía seguir aguantando aquella reunión. El dolor había perforado su corazón y se vio obligada a excusarse, diciendo que tenía que ir un momento al dormitorio. Luego salió del comedor a toda prisa.

Cuando llegó al piso de arriba, oyó que Valentine estaba llorando, a pesar de los vanos esfuerzos por calmarla de una criada. Le bastó una mirada a la colorada cara de la niña para comprender que el turno de la fiebre le había llegado a Valentine.

Aunque no deseaba ningún mal a nadie, y mucho menos a uno de sus adorables bebés, Tracey se sintió aliviada, pues tenía una excusa para no volver a la cena.

Julien no tardó demasiado en ir en su busca. Se le acercó a grandes pasos.

– ¿Se puede saber qué te pasa, Tracey? -preguntó realmente enfadado. Hasta Valentine, que se agarró al cuello de su madre con más fuerza, notó su irritación.

– Como ves, Valentine no se encuentra bien. Antes de la cena tuve la impresión de que estaba un poco sofocada, así que vine para comprobar…

– ¡Dios! ¡Está ardiendo! -exclamó Julien preocupado después de ponerle la mano en la frente.

Tracey podía leer sus pensamientos: había organizado la cena de esa noche para acorralarla, pero no había contado con la repentina fiebre de Valentine.

– Tengo que conseguir que le baje la fiebre -dijo Tracey-. Vuelve con los invitados y atiéndelos tú durante el resto de la velada. Por favor, diles que lo siento, que tengo que cuidar a Valentine.

– Es verdad que está enferma -comentó Julien después de una tensa pausa-. Pero ése no es el motivo por el que has salido corriendo del comedor -sentenció en voz alta.

– Por favor, Julien, estás asustándola.

– No siempre podrás escudarte en los niños para evitarme. Todavía queda mucha noche -la advirtió con determinación, dejándola sin aliento.