– ¿No es la protagonista de la película que vio con Mandy la semana pasada? -preguntó Diana.
– Me parece que sí -dijo Pascale, recostándose de nuevo en las almohadas, fijando la mirada, pensativa, en el vacío-. Cielos, qué estupidez si empieza a salir por ahí con actrices, starlettes y modelos. Robert es tan vulnerable y tan inocente, en cierto sentido. Él y Anne llevaban toda la vida casados. No sabe nada del mundo. Anne siempre decía que casi no había salido con nadie antes de conocerla. Seguro que no sabe nada de ese ambiente.
Lo mismo podía decirse de todos ellos. Todos llevaban muchos años casados.
– Por supuesto que no -asintió Diana.
Estaba totalmente de acuerdo con Pascale y se prometió en silencio que lo protegería, en nombre de Anne y por su propio bien.
Su amiga habría esperado que lo hicieran. Robert parecía la última persona del mundo para salir con una actriz famosa o con cualquiera, en aquel momento. Parecía imposible imaginarlo con nadie que no fuera Anne.
– ¿Qué edad tiene? -Pascale sonaba preocupada de verdad, temía que Diana le dijera que veintidós años, aunque sabía que era mayor de esa edad.
Era una mujer muy guapa y, recientemente, estaba teniendo mucho éxito. Había ganado un Oscar el año anterior.
– Me parece que debe de estar cerca de los cuarenta años, o quizá ya los haya cumplido. Sin embargo, parece más joven. Parece tener la edad de Sam.
– ¡Qué estúpido por su parte! Si empieza a salir con mujeres así, es que no sabe qué está haciendo. ¿Parecían enamorados?
– No -dijo Diana objetivamente-, en absoluto. Actuaban como si fueran amigos -añadió, sonando algo más tranquila.
– Me pregunto cómo la habrá conocido.
– Puede que en la première.
Las dos mujeres siguieron hablando casi una hora sobre los peligros, los riesgos y las trampas a que se enfrentaría su amigo y se prometieron darle un buen sermón sobre ello a la primera oportunidad. Ahora les parecía más importante que nunca llevárselo a Saint-Tropez.
– Me pregunto si Mandy sabe que ha salido con ella o, incluso, que la conoce -manifestó Diana.
– Me dijo que en la première lo había perdido de vista -comentó Pascale-. Lo invitaré a cenar la semana que viene, a ver si nos cuenta algo de ella. Quizá tendríamos que preguntárselo. ¿Te vio?
– No -reconoció Diana-. Me quede tan estupefacta que, literalmente, huimos a todo correr. No quería inmiscuirme. En cierto modo, supongo que es bueno que salga y conozca a otras mujeres. Lo que pasa es que no quiero que le hagan daño.
Imaginarlo entre las garras de una estrella de cine las aterrorizaba a las dos.
– Exactamente -asintió Pascale-. Todos nosotros conocemos a muchas mujeres agradables que podríamos presentarle cuando quiera. Yo no pensaba que estuviera dispuesto.
Había sido una enorme sorpresa para las dos.
Para Pascale fue un enorme alivio cuando el aceptó cenar con ellos a la semana siguiente. Sonaba normal y tan solemne como siempre, cuando lo llamó a su despacho en los juzgados.
Para sorpresa de todos, durante la cena, mencionó que había conocido a Gwen.
– ¿Quién es? -John parecía perplejo y las dos mujeres estudiaban atentamente la cara de Robert para ver si la actriz significaba algo para él.
– Ha ganado un Oscar -le explicó Pascale a su marido, con una mirada desdeñosa-. Todo el mundo sabe quién es. Es muy guapa -añadió y luego se volvió hacia Robert-. ¿Cómo la has conocido?
– Con Mandy, en la première de una película -dijo Robert con aire inocente, mientras las miradas de Diane y Pascale se cruzaban. Era justo lo que ellas habían pensado-. Es una mujer interesante. Vivió mucho tiempo en Inglaterra y ha interpretado a Shakespeare. Y luego trabajó en Broadway, antes de hacer películas. Es muy equilibrada y culta.
Diana pareció preocupada al oírlo y los ojos de Pascale se entrecerraron inmediatamente con suspicacia.
– Sabes mucho de ella -dijo, como quien no quiere la cosa, y John le lanzó una mirada de advertencia.
– ¿Qué aspecto tiene? -preguntó John, cada vez más interesado, preguntándose qué significaba exactamente para Robert y si se habrían acostado.
– Es atractiva -dijo Robert sin especial pasión-. Es pelirroja. Está divorciada.
Pascale tragó saliva.
– ¿Qué edad tiene? -preguntó Diana, suavemente.
– Cuarenta y un años -dijo mientras seguía comiendo. Lo habían acertado-. Antes vivía en California y acaba de mudarse a Nueva York. Parece sentirse un poco sola. No conoce a nadie aquí.
Pascale y Diana estaban seguras de que era un ardid para pescarlo.
– ¿Os veréis de nuevo? -Pascale no pudo evitar preguntárselo, con aire de inocencia.
– No lo sé -respondió él vagamente-, ella tiene mucho trabajo. Y yo también. Va a empezar otra película en septiembre y este verano se va de viaje con unos amigos. Creo que a Anne le habría gustado -dijo tranquilamente, sonriendo a sus amigos.
No se imaginaba ni remotamente el torbellino que había desatado en la cabeza de sus dos amigas. Lo ocultaban muy bien, por lo menos ante él.
– Robert -dijo Diana con cautela, sin saber por dónde empezar-, tienes que tener cuidado. Hay por ahí muchas mujeres muy manipuladoras y taimadas. No has estado en el ancho y malvado mundo de las citas desde hace mucho tiempo.
Había adoptado un tono de hermana para su breve discurso y Robert sonrió.
– Y tampoco ahora estoy teniendo «citas» -dijo, mirándola directamente a los ojos-. Solo es una amiga.
Estas palabras pusieron fin a la conversación y, cuando se separaron después de la cena, Eric le dijo a Diana que se había pasado de la raya.
– Ya es mayorcito. Tiene derecho a hacer lo que quiera. Y si puede pescar a una estrella de cine para su primera cita, tanto mejor para él.
Eric parecía admirado y divertido, al mismo tiempo.
– No se da cuenta de qué está haciendo -insistió Diana-. Solo Dios sabe qué clase de víbora será esa mujer. Ni siquiera mencionó si tenía hijos.
– Y eso, ¿en qué cambiaría las cosas?
– Porque significaría que es estable y, por lo menos, una persona medio decente.
– Pascale no tiene hijos y es una persona estupenda. Lo que has dicho es una tontería. Montones de mujeres «decentes» no tienen hijos.
– El caso de Pascale es distinto, y tú lo sabes. Mira, es que estoy preocupada por él.
– Y yo también. Pero si ha empezado a salir con una mujer, es una señal estupenda y me siento mucho mejor. ¿Por qué no os ocupáis de vuestros asuntos, Pascale y tú, y dejáis al pobre hombre en paz?
– Queríamos advertirlo, por su propio bien -insistió ella.
– Esto es lo mejor que podía pasarle. Y puede que ella sea una buena persona.
Prefería suponer lo mejor en lugar de lo peor, a diferencia de Diana y Pascale que ya odiaban a Gwen Thomas, en defensa de Anne.
– ¿Una estrella de cine? ¿Estás de broma? ¿Qué probabilidades hay de que eso sea verdad? -preguntó Diana, persistiendo en su punto de vista.
– No es muy probable, lo admito, pero, por lo menos, lo pasará bien con ella -dijo con los ojos chispeantes.
Diana se fue al cuarto de baño a desvestirse, con aire irritado. La fraternidad masculina siempre se mantenía unida y mientras Robert lo «pasara bien», ¿a quién le importaba la clase de golfa que pudiera ser Gwen Thomas? Estaba claro que a Eric no.
John estaba diciéndole casi lo mismo a Pascale.
– ¡Oh, alors! -exclamaba Pascale, discutiendo con él-. ¿Y qué pasará si le rompe el corazón o lo utiliza?
– ¿Utilizarlo para qué? -dijo John, claramente irritado-. Mira, puedo imaginar destinos mucho peores que ser «utilizado» por una estrella de cine.
– Pues yo no. Robert es un hombre amable, cariñoso, decente y honorable… y muy inocente.
– Puede que ella también.
– Mon Dieu! Debes de estar bebido. O quizá es que tienes celos de él.
– ¡Por todos los santos! El pobre hombre estaba destrozado por la muerte de Anne. Déjalo que se divierta un poco.
– No con la mujer equivocada -dijo Pascale, con una mirada asesina.
– Déjale en paz. Es probable que no vuelva a verla. Estoy seguro de que un juez de tribunal, con sesenta y tres años a la espalda, no es su idea de pasaporte para un ardiente idilio. Quizá él dijera la verdad y son solo amigos.
– Tenemos que sacarlo de Nueva York y hacer que venga a Saint-Tropez -dijo ella, tajante.
Al oírla, John se echó a reír y no pudo resistir la tentación de tomarle el pelo.
– Puede que la lleve con él.
– Por encima de mi cadáver y del de Diana -replicó ella, con aire digno.
John se acostó, moviendo la cabeza con aire compasivo.
– Que Dios le ayude. La brigada antivicio está decidida a protegerlo, al pobre diablo. Por su bien, espero que no venga a Saint-Tropez.
– Tienes que convencerlo para que venga -dijo Pascale, mirando con aire implorante a su marido-. Se lo debemos a Anne, tenemos que protegerlo de esa mujer.
Al igual que Diana, se había convertido en una fanática de la noche a la mañana, empeñada en salvaguardar a su amigo.
– No te preocupes, habrá otras. Por lo menos, así lo espero por su bien. ¿Qué quieres que haga, que te consiga una muñeca de vudú para que puedas protegerlo? Estoy seguro de que podré encontrar una por ahí, en algún sitio.
– Pues consíguela -dijo Pascale, con aire digno y enfurecido-. Tenemos que hacer todo lo que podamos.
Ahora estaba investida de una misión sagrada y lo único que John podía hacer, mientras la rodeaba con el brazo en la cama, amplia y acogedora, era reírse de ella.
Capítulo5
La última cena que los Morrison y los Donnally compartieron con Robert fue en el Four Seasons, en junio, justo antes de que Pascale se marchara. Hablaron de cosas diversas y sacaron, inevitablemente, el tema de la casa en Saint-Tropez. Robert seguía insistiendo en que no quería ir y John le recordó que había pagado una tercera parte, así que lo mejor era que la aprovechara.
– Eso fue solo para cumplir con las obligaciones de Anne -dijo, poniéndose triste de nuevo-. Le hacía tanta ilusión ir… Le habría encantado.
Tenía una mirada ausente mientras hablaba con ellos.
– Y a ti también -dijo John, con naturalidad-. Yo tampoco quería ir. Le dije a Pascale que no iría cuando me enteré de que había pagado un depósito antes de haberlo acordado. Pero ¡qué demonios! -dijo con aire avergonzado. Hacía tiempo que le había devuelto el dinero a la madre de Pascale y aceptado ir-. Lo pasaremos bien. ¿Por qué no vienes con nosotros? No creo que a Anne le hubiera gustado que no nos acompañaras.
Como todos sabían, era una persona demasiado generosa para eso.
– Quizá -dijo Robert, pensando en ello-. Podría ser divertido para Amanda. Tal vez podría venir conmigo, por lo menos unos días. No tengo por qué quedarme todo el mes.
– Hay suficiente espacio también para Jeff y Mike, si vienen por turnos. Tenemos mucho sitio. Me parece que Katherine y su marido vendrán a pasar unos días.
Al oírlo, Pascale y John intercambiaron una mirada. Pascale sabía que a John no le entusiasmaba la idea de recibir a la familia de Diana, pero después de la mirada aplastante que le dirigió, no dijo una palabra.
– Los chicos se van a Shelter Island a pasar el verano y no tendrían tiempo de ir a Francia, pero Mandy sí. Se lo preguntaré. Puede que, si ella viene conmigo, me siente bien.
– Te sentará bien, tanto si viene como si no -afirmó Diana.
Pascale había observado de nuevo que, también aquella noche, Diana tenía un aspecto tenso, pero Eric parecía estar de buen humor y se mostraba muy cariñoso con ella. Sin embargo, notó que ella se mostraba fría con él, lo cual no era propio de su carácter. Normalmente, los dos eran afectuosos y cálidos.
– Os lo diré dentro de unos días -fue todo lo que Robert quiso prometer.
El día antes de que Pascale saliera para Francia, la llamó y le dijo que Mandy había aceptado. Ella estaría cinco días con ellos. Y él no estaba seguro, pero quizá se quedara dos semanas.
– Puedes quedarte los días que quieras -dijo Pascale encantada-. También es tu casa.
– Bueno, ya veremos. -Luego la sorprendió con lo que dijo a continuación-: Puede que vaya con alguien.
Entonces se produjo una larga pausa, mientras Pascale trataba de encontrar las palabras adecuadas para preguntarle qué quería decir.
– ¿Alguien?
– Todavía no lo sé. Te lo diré cuando esté seguro.
Pascale quería preguntarle quién era, pero no se atrevió. Y no podía menos de preguntarse si era un hombre o una mujer. Estaba segura de que no podía ser Gwen Thomas, porque acababa de conocerla, pero le habría gustado saber si se estaba viendo con alguien más. Sabía que todavía lloraba la muerte de Anne y se le veía destrozado cuando hablaba de ella, pero en la última cena, observó que parecía arreglárselas bien. Salía más de lo que lo había hecho durante años, veía gente, iba a cenar, jugaba al tenis. Parecía más joven y con mejor salud que antes y le sentaba muy bien estar más delgado. Era muy extraño pensar en él como alguien sin pareja. Tenía que admitir que era muy atractivo. Además, de repente, tenía un aire más joven que cuando vivía Anne.
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