Pascale y John, Eric y Diana, todos ellos, llamaban a Robert cada día, pero ninguno de ellos lo vio durante las tres semanas siguientes. Como no podía soportar estar solo en el piso, esas primeras semanas dormía en casa de Jeff. Se mantenía fiel a un programa centrado en torno a sus hijos y permanecía en casa, sin ir a trabajar. Tardó un mes en volver a los tribunales. Cuando, por fin, lo hizo, también volvió a ver a los Donnally y los Morrison. Acababa de regresar a su piso. Hacía un mes que Anne había muerto.

Todos quedaron horrorizados al verlo. Había perdido muchísimo peso y tenía una mirada desolada. Lo único que Pascale pudo hacer fue abrazarlo con fuerza, luchando por contener las lágrimas. El dolor de Robert era una herida en carne viva que les recordaba, a todos, la pérdida sufrida. Sus corazones se estremecieron de dolor por él.

– ¿Y qué habéis estado haciendo todo este tiempo? -preguntó Robert procurando mostrarse interesado, pero sus ojos decían que no le importaba.

Le resultaba difícil sintonizar con sus actividades, pensar en sus vidas compartidas, sin sentir, con una punzada de dolor, la enormidad de su pérdida. Pero pese a ello, se sentía feliz por volver a verlos. Le aportaban consuelo y, hacia el final de la noche, incluso sonrió al oír alguno de los chistes de mal gusto de John y las renovadas protestas de Pascale. Pero todos parecían más sosegados, más amables y más cariñosos unos con otros, y con él, que antes. El mensaje de la muerte de Anne les había llegado alto y claro a todos ellos.

– Recibí más fotos de la casa de Saint-Tropez ayer -dijo Pascale, como de pasada, mientras tomaban café.

Quería tantear el terreno, aunque sabía que todavía era demasiado pronto y que aún faltaban cinco meses y medio para ir a Francia, mucha distancia que recorrer guiándose por el mapa de dolor de Robert.

Charlaron unos minutos sobre la casa y luego Robert miró a Pascale con una mirada que desbordaba tristeza.

– No voy a ir con vosotros -fue lo único que dijo.

Le habría recordado demasiado el verano que tanto había querido pasar con Anne en Francia y el que ya había pasado con ella allí, tiempo atrás.

– No hace falta que lo decidas todavía -dijo Diana, suavemente, dirigiendo una mirada a Eric, quien asintió y se unió a la conversación.

– Si no vienes, John nos amargará la vida a todos los demás. Es demasiado agarrado para dividir el alquiler en dos. Quizá tengas que venir, aunque solo sea por nuestro bien -dijo Eric haciendo una mueca y Robert consiguió exhibir una pequeña sonrisa, desprovista de alegría.

– Tal vez Diana pueda organizar una cena para recaudar fondos para pagar el alquiler -propuso.

– Vaya, pues es una gran idea -dijo John, animándose al oírlo, y los cinco se echaron a reír-. Tu madre podría ponerse en un rincón con un vaso lleno de lápices y echarnos una mano -le dijo a Pascale, y los ojos de esta relampaguearon.

Por lo menos, era un vestigio de las bromas y las risas que habían compartido antes y que no oían desde hacía un mes.

– En realidad, querría hacer honor a nuestro compromiso y pagar nuestra parte. Anne fue la que os convenció a todos. No me importa pagar lo que nos toca, pero no quiero ir -dijo Robert.

– No seas tonto, Robert -respondió Diana de forma tajante.

Pascale le lanzó una rápida mirada y dijo:

– La verdad es que creo que eso sería muy amable por tu parte. Estoy segura de que Anne hubiera querido que lo hicieras.

Robert asintió, como sonámbulo. En su confuso estado, le parecía algo razonable. ¿Por qué tendrían los demás que verse afectados económicamente debido a la muerte de Anne?

– Decidme cuánto es y os enviaré un cheque -dijo sencillamente.

Pasaron a hablar de otra cosa, pero incluso John parecía sentirse incómodo cuando se lo mencionó a Pascale después de que los otros se hubieran marchado.

– ¿No crees que fue un poco grosero, pedirle a Robert que pagara por una casa que no va a usar? Tú dices que yo soy agarrado, pero ese ardid me pareció horriblemente francés.

Su mirada le decía que desaprobaba lo que había hecho, pero Pascale no parecía incómoda mientras recogía las copas que habían usado.

– Si paga, vendrá, incluso aunque ahora no lo crea.

Al oírlo, John le sonrió. Era una mujer muy lista.

– ¿De verdad lo crees?

– ¿Tú no lo harías?

– ¿Yo? -preguntó John, riéndose de sí mismo-. Por todos los diablos, si yo pagara, querría sacarle jugo a mi dinero. Pero Robert es algo más noble que yo. No creo que venga.

– Yo sí. Él todavía no lo sabe, pero vendrá. Y le hará mucho bien.

Sonaba segura.

– Si lo hace, confío que no traiga a todos sus hijos, ahora que ella no está. Sus nietos son muy alborotadores y Susan me pone nervioso.

A Pascale también la ponía nerviosa, igual que la otra nuera de Robert. A veces incluso Amanda y los niños eran irritantes, pero en aquel preciso momento, a Pascale eso no le preocupaba.

– No importa. Solo esperemos que él esté allí.

– ¿Sabes?, me alegro de que lo hicieras -dijo John, mirándola con ternura-. Cuando se lo dijiste, casi me atraganto con el café. Pensé que quizá llevabas demasiado tiempo viviendo conmigo -admitió con una sonrisa.

– No lo suficiente -dijo ella, cariñosamente, y se inclinó para besarlo.

Desde la muerte de Anne, no dejaba de pensar en lo mucho que él significaba para ella y lo mismo le sucedía a John. Pese a sus frecuentes diferencias, eran muy afortunados y lo sabían. La pérdida de su amiga les había recordado a todos ellos que la vida era corta y, algunas veces, muy dulce.

Capítulo 4

Durante los tres meses siguientes, el grupo se reunía con Robert para cenar una vez a la semana y durante los dos primeros, lo llamaban cada día. Iba mejorando, aunque seguía estando triste y hablaba de Anne siempre que se veían, pero lo que contaba había pasado de acongojado a divertido y, aunque, a veces, todavía se echaba a llorar cuando la mencionaba, también era ya capaz de sonreír.

Y estaba muy ocupado con su trabajo. Seguía hablando de vender el piso, pero todavía no había resuelto qué hacer con las cosas de Anne. Una noche en que Pascale y John pasaron a recogerlo para ir a cenar, ella vio la bata de Anne en el cuarto de baño y su cepillo del pelo en el tocador, y el armario del vestíbulo seguía lleno de sus chaquetas y botas. Pero, por lo menos, se mantenía activo. Veía a sus hijos y cuando estaba con sus amigos, parecía más animado.

Estaban empezando a hablar del verano, insistiendo en que fuera con ellos a Saint-Tropez, pero él les decía que tenía demasiado trabajo. Sin embargo, tal como había prometido, les envió el cheque por su parte de la casa. Decía que aquel verano iba a quedarse en Nueva York. Habían pasado cuatro meses desde la muerte de Anne y había tenido mucho que hacer con su patrimonio. Había fundado una organización de caridad en su nombre, para proporcionar dinero para las causas que tanto significaban para ella, sobre todo para las mujeres y los niños maltratados. Y se mostraba animado cuando se lo contó a sus amigos.

– Nueva York en verano es bastante duro -dijo Eric afablemente, aunque admitió que, quizá, también él tuviera que acortar sus vacaciones.

Dijo que había tenido mucho más trabajo del habitual en la consulta y que uno de sus socios llevaba varios meses enfermo.

Diana no estaba muy satisfecha, pero había decidido que, si Eric tenía que volver a casa antes, ella se quedaría en Francia con John y Pascale.

– Será bastante triste, solo nosotros tres, si Eric tiene que marcharse -dijo Diana, con aire preocupado.

A Pascale le había parecido que estaba inusualmente tensa desde hacía un mes, pero sabía que estaba preparando un enorme acontecimiento para Sloan-Kettering y que trabajaba por las noches y también durante los fines de semana.

– Robert, de verdad creo que tendrías que venir -insistió Diana-. Anne habría querido que lo hicieras y, además, puedes traer a los chicos.

– Ya veremos -fue lo único que dijo.

Era la primera señal esperanzadora que oían.

– ¿Creéis que vendrá? -se preguntaron unos a otros cuando él se hubo ido.

Les había dicho que tenía que irse a la cama temprano, porque le esperaba un día muy largo en los juzgados. Les comentó, con aire divertido, que Amanda le había pedido que la acompañara a un acontecimiento benéfico, la première de una película importante, y que tendría que ir de esmoquin. La joven acababa de romper con su último novio y no tenía a nadie para ir con ella. Los otros le tomaron el pelo, diciendo que era un hombre lleno de glamour, que iba premières cinematográficas. Él se defendió diciendo que no le hacía ninguna ilusión ir a la fiesta, aunque le habían dicho que la película era estupenda.


Volvieron a hablar del acontecimiento cuando se reunieron a la semana siguiente.

– ¿Qué tal la première? -le preguntó Eric.

Eric tenía muy buen aspecto; parecía relajado y feliz, pese a sus largas jornadas de trabajo y a sus noches en blanco, sustituyendo a su compañero, pero Diana parecía cansada y había perdido peso. Además, estaba más callada de lo habitual. A Pascale le preocupaba, aunque no le dijo nada. Parecía que todos se preocupaban más por los demás desde la muerte de Anne, pero todos observaron que Robert tenía mejor aspecto que en mucho tiempo.

– Fue interesante -admitió-. Debía de haber unas quinientas personas y la fiesta de después era como un zoológico. Pero creo que Mandy lo pasó bien; conoció a algunos de los actores. Me parece que ya conocía a uno de los productores. Además, un tipo muy apuesto, que llevaba un esmoquin sin corbata, le pidió una cita. Me temo que, dentro de poco, prescindirán de mis servicios como acompañante.

Pero, entretanto, iba a llevarla a otro acontecimiento y Pascale no pudo menos de preguntarse si Mandy lo hacía adrede, con mucho tacto y habilidad, para mantener ocupado a su padre, a quien salir le distraía y le divertía, pese a que seguía triste por Anne. Eso le dio una idea a Pascale.

A la mañana siguiente, llamó a Amanda y le propuso que fuera a Saint-Tropez con su padre.

– Le hará mucho bien -le dijo.

– Es posible -dijo Mandy pensativamente-. Me parece que está mejor, pero dice que no puede dormir. -Amanda estaba preocupada por él y Pascale había acertado al pensar que la hija estaba haciendo todo lo posible para mantenerlo ocupado-. En realidad, estuvo bastante bien en la première a la que fuimos la semana pasada. No querrá admitirlo, pero creo que lo pasó muy bien. Lo perdí de vista casi enseguida. Se mezcló con la gente bastante bien, él solo.

– Bien, mira a ver qué puedes hacer sobre Saint-Tropez -dijo Pascale-. Creo que le sentaría bien.

– Sí -respondió Mandy riendo-, y a mí también. Papá dice que, además, hay un barco. Me ha dicho que las fotos son fabulosas. Parece que es un viaje magnífico. Me encantaría ir.

– Hay mucho espacio y a todos nos gustaría que vinieras -dijo Pascale cálidamente y Amanda respondió que vería qué podía hacer.


A la semana siguiente, cuando tenían programada una cena todos juntos, Robert llamó para cancelarla, diciendo que tenía mucho trabajo que hacer. Al final, fue mejor así, porque Eric tuvo que asistir a tres partos aquella noche y también se habría perdido la cena y Pascale se puso enferma con gripe.

Todavía se sentía abotargada cuando la llamó Diana para decirle que tenía que contarle algo que la dejaría sin aliento.

– ¡Estás embarazada! -exclamó Pascale, con tono de envidia, y Diana se echó a reír.

– De verdad, espero que no. Si lo estoy, es que las hormonas que estoy tomando funcionan mucho mejor de lo que esperaba. -Había llegado a la edad crítica hacía dos años. Para Diana, quedarse embarazada ya no era posible y, para Pascale, no lo había sido nunca-. No, pero es casi igual de asombroso. Fui a cenar con Samantha la semana pasada, cuando cancelasteis la cena y Eric tuvo que trabajar. Fuimos al Mezza Luna o, por lo menos, allí es donde íbamos a ir. Nos marchamos discretamente a otro sitio nada más llegar, pero ¿quién crees que estaba allí?

– No lo sé… Tom Cruise y te pidió una cita.

– Caliente, caliente… Robert. Estaba cenando con una mujer. Y sonreía y reía. A ella no la reconocí, pero Sam sí. No te lo vas a creer. Era Gwen Thomas.

– ¿La actriz? -Pascale sonaba como si la hubiera alcanzado una bomba, y así era-. ¿Estás segura?

– No, pero se le parecía mucho. Sam estaba segura de que era ella. Era muy guapa y joven y parecía absorta en su conversación con Robert. Y él parecía muy feliz con ella.

– ¿Cómo crees que la habrá conocido?

Nunca la había mencionado. Ni tampoco había mencionado nada de salir a cenar con mujeres desde la muerte de Anne. Pascale no podía menos de preguntarse si era la primera vez. Tenía que serlo.