Besos, Brookie
Al llegar al final del monólogo de Brookie, Maggie sonrió con nostalgia. No recordaba haber puesto moco verde en el termo del señor Pruitt, ni de quién era el nombre que escribieron sobre el poster del desnudo. ¿Y quién era la vieja Morrie? Tantos recuerdos perdidos.
Miró la fotografía de Brookie, las de Tani, Lisa, Fish, la suya (frunciendo la nariz con cara de horror)… Todas tan aniñadas y poco sofisticadas. Pero la foto que había querido ver al abrir el libro era la de Eric Severson.
Y allí estaba. Descomunalmente buen mozo a los diecisiete años; alto, rubio y nórdico. A pesar de que el anuario estaba hecho en blanco y negro, Maggie imaginó el color allí donde no estaba: el llamativo azul de sus ojos, puro como un campo de achicoria de Door County en agosto; el rubio desteñido del pelo, con mechones como espigas secas; el perenne bronceado de la piel curtida por veranos pasados ayudando a su padre con el barco pesquero.
Eric Severson, mi primer amante.
Encontró la letra de él en la última hoja del anuario.
Querida Maggie:
Nunca hubiera pensado al principio de este año cómo me costaría escribirte esto. ¡Qué buen año pasamos juntos! Recuerdo aquella primera vez que te pregunté si podía acompañarte a tu casa y cuando me dijiste que sí, pensé: ¡Uau, Maggie Pearson conmigo! Y ahora aquí estamos, graduándonos con millones de recuerdos. Jamás olvidaré aquel primer baile, cuando me dijiste que no mascara chicle en tu oreja, ni la primera vez que te besé en el sendero de la máquina de nieve debajo de la Old Bluff Road, ni todas las veces que cuando el entrenador Gilbert nos hablaba a los muchachos y a mí durante el medio tiempo, yo te miraba a ti cantar y bailar del otro lado del gimnasio. Me empezaste a gustar mucho antes de que me atreviera a invitarle a salir, y ahora me gustaría haberlo hecho tres años antes. Voy a extrañarte como loco este otoño cuando esté en Stout State, pero tenemos una cita para el día de Acción de Gracias en Door y otra para Navidad. Nunca olvidaré el día después de la graduación en el Mary Deare, ni la noche en el huerto del viejo Easley. No te olvides de Felicily y Aaron y tenemos una cita en la primavera del 69 para hablar de lo que ya sabes. Vístete siempre de rosado (no, sólo cuando salgas conmigo). Nunca conocí una mujer que quedara tan espectacular de rosado. Jamás te olvidaré, Maggie Mía. Con todo mi amor, Eric.
Felicily y Aaron, los nombres que habían elegido para sus futuros hijos. ¡Cielos, lo había olvidado! Y la cita en la primavera para hablar de casamiento. Y cómo le había gustado a él verla de rosado. Y Maggie Mía, la forma cariñosa en que la llamaba.
Sintió nostalgia al recordar a Eric. Al ver esos días vertiginosos a través de la perspectiva de la madurez, pensó: Brookie tiene razón. Está casado con una hermosa mujer y es feliz, y somos todos adultos. ¿Como podría un llamado de una chica a la que no ve desde hace veintitrés años amenazar su matrimonio o mi bienestar? Será un llamado de amigos para saludar, nada más.
Siguiendo las instrucciones del doctor Feldstein, Maggie tomó el teléfono y marcó.
Capítulo 2
La campanilla del teléfono despertó a Eric Severson de un sueño profundo. A su lado, Nancy masculló algo y se volvió mientras él manoteaba la mesa de noche y atendía en la oscuridad.
– Ho… -Carraspeó. -¡Hola!
– Hola, ¿hablo con Eric Severson?
– ¿Quién es? -preguntó de mal modo, escudriñando los números rojos del reloj digital.
– Soy Margaret Stearn… es decir, Pearson.
– ¿Quién?
Nancy hundió una cadera contra el colchón y tironeó con fastidio de la sábana.
– ¿Quién diablos llama a esta hora de la noche?
– Soy Maggie, Eric -dijo la mujer por el teléfono-. Maggie Pearson.
– Mag… -Trató de pensar quién era Maggie Pearson.
– Ay, te desperté, ¿no es cierto? Lo lamento muchísimo. Qué torpeza la mía. Es que estoy en Seattle y son sólo las nueve, aquí. Oye, Eric, te llamaré en otro momento, de día y…
– No, no hay problema. ¿Quién… Maggie? ¿Quieres decir Maggie Pearson de la escuela Gibraltar? ¿De la clase 65? -Reconoció la risa de ella y se tendió de espaldas, ya despierto. -No lo puedo creer.
Nancy rodó hacia él y preguntó:
– ¿Quién es?
Eric cubrió el micrófono y respondió:
– Maggie Pearson, una chica que fue conmigo a la escuela.
– Fantástico -gruñó Nancy y rodó hacia el otro lado.
– ¿Estás con alguien?
– Sí, con mi mujer -respondió Eric.
– Perdóname, Eric. Fue una llamada impulsiva, de todos modos. Por favor, discúlpame con tu mujer por despertarla y vuélvanse a dormir.
– ¡Aguarda un momento! -ordenó él. Se sentó, bajó los pies de la cama. -¿Maggie?
– Sí.
– Cambiaré de teléfono. Espera un minuto. -Se levantó en la oscuridad, volvió a acomodar la sábana, se inclinó y besó a Nancy en la mejilla. -Cuelga cuando llegue abajo, por favor, querida. Lamento molestarte.
– ¿Qué quiere?
– No lo sé -respondió él, al tiempo que abandonaba la habitación-. Mañana te cuento.
Los otros teléfonos estaban abajo. Eric avanzó con facilidad por el corredor oscuro, bajó la escalera, atravesó la alfombra de la sala y fue a la cocina. Encendió la luz fluorescente encima de la pileta. Entornó los ojos ante el brillo repentino y buscó el teléfono de la mesada.
– ¡Hola!
– Sí -respondió Maggie.
– Bueno, ahora podemos hablar. Estoy abajo. Maggie, ¡qué sorpresa oír tu voz!
– Lo siento de veras, Eric. Fue una estupidez no considerar la diferencia de horario. Es que acabo de hablar con Brookie… Fue ella la que me dio tu número y me sugirió que te llamara. Nos divertimos tanto hablando, que cuando corté no se me ocurrió mirar la hora.
– Deja de disculparte.
– ¿Pero qué va a pensar tu mujer?
– Es probable que ya esté dormida de nuevo -Eric oyó el clic de Nancy que colgaba el teléfono de arriba. Vestido sólo con calzoncillos, se sentó con cuidado sobre una silla de la cocina, llevándose el teléfono con él. -Viaja mucho, así que está acostumbrada a dormir en hoteles y aviones donde sea necesario. Cuando está aquí en su propia cama, no le cuesta nada dormir, te lo aseguro.
– Brookie me contó que estabas casado y que tu mujer era muy hermosa.
– Sí, lo es, gracias. Se llama Nancy.
– ¿No es de Door County?
– No, es de Estherville, en el estado de Iowa. La conocí en mi último año de universidad. ¿Y tú? Vives en Seattle y… -Su voz dejó un blanco.
– Estuve casada dieciocho años. Mi marido murió hace un año.
– Lo lamento mucho, Maggie… Leí una nota en el Advocate. Luego de una pausa, preguntó: -¿Tienes hijos?
– Una hija, Katy, de diecisiete años. ¿Y tú?
– No, por desgracia, no.
La respuesta de él dejó un vacío. Buscando algo con qué llenarlo, Maggie comentó:
– Me contó Brookie que manejas el barco de tu padre.
– Sí. Salimos de Gills Rock, con mi hermano Mike. ¿Recuerdas a Mike, que era dos años mayor que nosotros?
– Por supuesto que lo recuerdo. Usamos su coche para ir a la fiesta de graduación.
– Es cierto, lo había olvidado. Ahora tenemos dos barcos y mamá maneja la radio y hace todos los trabajos en puerto y se encarga de las licencias y reservas.
– Tu madre… sonrío cuando pienso en ella. ¿Cómo está?
– Imparable. Igual que siempre. Parece una cruza entre Burgess Meredith y un tapado de astrakán.
Maggie rió. El sonido, al llegar por el cable, pareció hacer rodar el tiempo hacia atrás.
– Ma no cambia más. Sigue llena de energías -añadió Eric, acomodándose en la silla.
– Qué mujer vivaz. Me resultaba tan simpática. Y tu padre… creo recordar que mi madre me escribió que murió.
– Sí, hace seis años.
– Te llevabas tan bien con él. Estoy segura de que debes de extrañarlo.
– Todos lo extrañamos. -Era cierto. Aun luego de seis años, Eric seguía sintiendo la pérdida. Los valores en que creía le habían sido enseñados por su padre. Había aprendido el oficio envuelto en los brazos de su padre, con las manos fuertes cubriendo las de Eric sobre la caña y el carretel, y su voz en el oído de Eric, indicándole: “Nunca tires la línea hacia atrás, hijo. Mantenía firme.” Más de la mitad de los clientes de Eric eran aficionados de viejas épocas, que habían salido a pescar en el Mary Deare desde las primeras épocas de Excursiones Severson. Con voz ronca por el afecto, Eric añadió: -En fin, tuvo una buena vida, manejó el barco hasta el final y murió aquí en casa, teniendo la mano de Ma y rodeado por sus cuatro hijos.
– Es cierto… Había olvidado a tu hermana y a tu otro hermano. ¿Dónde están?
– Ruth vive en Duluth y Larry en Milwaukee. Veo a tus padres de tanto en tanto, a tu padre cuando voy a la tienda. Siempre me pregunta si hay buen pique.
– Estoy segura de que envidia tu manera de ganarte la vida.
Eric rió.
– Estuve allí hace alrededor de un mes y le dije que se viniera un día, que lo llevaría a pescar.
– Y nunca fue.
– No.
– Mamá no debe de haberle dado permiso -comentó Maggie con tono sarcástico.
Desde que Eric tenía memoria, la madre de Maggie había sido una bruja. Recordó el temor que le infundía Vera Pearson cuando salía con Maggie y que las mujeres de la zona, en general, no simpatizaban con ella.
– Imagino que no ha cambiado.
– No mucho. Al menos no había cambiado cuando estuve en casa la última vez que fui… hace unos tres años, creo. Sigue llevando a papá de la nariz y le gustaría dominarme a mí también, razón por la cual no voy a visitarlos demasiado seguido.
– No fuiste a la última reunión de la clase.
– No, Ya vivíamos aquí en Seattle y… bueno, es muy lejos. Sencillamente no pudimos encontrar el momento. Viajamos mucho, sin embargo… es decir, viajábamos.
Su desliz produjo un silencio incómodo.
– Perdón -dijo Maggie-. Trato de no hacer eso, pero a veces se me escapa.
– No hay problema, Maggie. -Eric calló, luego admitió: -Sabes, estoy tratando de imaginarte. ¿No es extraño lo difícil que resulta imaginar a una persona mayor de lo que la recordamos? -En la mente de él Maggie seguía teniendo diecisiete años; una muchachita delgada y de cabello castaño, con ojos oscuros, rostro delicado y un atractivo mentón con hoyuelo. Vivaz. Risueña. ¡A él le había sido siempre tan fácil hacerla reír!
– Estoy más vieja. Decididamente más vieja.
– ¿Acaso no lo estamos todos?
Eric tomó una pera de madera de un recipiente en el centro de la mesa y la frotó con el pulgar. Nunca había comprendido por qué Nancy ponía fruta de madera en la mesa cuando el artículo auténtico crecía por todo Door County.
– ¿Extrañas mucho a tu marido?
– Sí, mucho. Teníamos un matrimonio excelente.
Él trató de pensar en alguna respuesta, pero no se le ocurrió nada.
– Me parece que no soy muy bueno para esto, Maggie, lo siento. Cuando murió mi padre pasó lo mismo. No sabía qué decirle a mi madre.
– Está bien, Eric, no hay problema. Mucha gente se siente incómoda por eso. Yo también, a veces.
– Maggie, ¿te puedo preguntar algo? -Por supuesto.
Eric vaciló.
– No, mejor no.
– No, vamos. ¿Qué es?
– Curiosidad, nada más. Es… bueno… -Quizá fuera una pregunta impertinente, pero no podía contenerse: -¿Para qué me llamaste?
La pregunta sorprendió también a Maggie; Eric se dio cuenta por los segundos de silencio que siguieron.
– No lo sé. Para saludarte, nada más.
¿Después de veintitrés años, nada más que para saludar? Parecía extraño, y sin embargo, no encontraba ninguna otra razón lógica.
Ella se apresuró a decir:
– Bueno… es tarde, y estoy segura deque mañana tendrás que madrugar los sábados en Door… los recuerdo muy bien. Siempre muchos turistas por la zona y seguro que todos quieren salir a pescar ¿no es así? Oye, discúlpame por despertarte y discúlpame también con tu mujer. Sé que también la desperté a ella.
– No hay problema, Maggie. Mira, me alegro realmente de que hayas llamado. Lo digo en serio.
– Yo también.
– Bien… -Eric aguardó, inquieto por algún motivo que no podía nombrar y finalmente dijo: -La próxima vez que vengas, llámanos. Me gustaría que conocieras a Nancy.
– Lo haré. Y dales saludos a tu madre y a Mike de mi parte.
– Muy bien.
– Bueno, adiós, Eric.
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