Maggie cerró la puerta despacio y vio a Katy detenerse y contemplar a su hermana.

– Ésta es Suzanne. Le estaba dando el almuerzo. ¿Por qué no te sientas mientras termino? -Penosamente cortés, como si el cura de la iglesia hubiera venido de visita.

Katy se sentó, hipnotizada por la criatura. Maggie se quedó de pie junto a la mesa y siguió dando de comer a Suzanne. La niña tenía la vista fija en la desconocida que acababa de entrar.

– El abuelo vino a verme el miércoles.

– Sí, lo sé. Me llamó.

– ¿No es un horror, lo de la abuela y él?

– Es triste ver deshacerse cualquier matrimonio.

– Me contó varias cosas sobre la abuela, sobre la clase de persona que es… digo… -Katy se interrumpió; en su rostro había angustia. -Me dijo… que soy igual que ella y no quiero ser así. De verdad, ma.

Mitad mujer, mitad niña, los ojos se le llenaron de lágrimas y el rostro se le arrugó.

Maggie dejó el frasco de comida y dio la vuelta a la mesa con los brazos abiertos.

– Katy, mi querida…

Katy cayó contra ella, llorando.

– Fui una bestia contigo, mami, perdóname.

– Han sido tiempos difíciles para todos.

– El abuelo me hizo ver lo egoísta que fui. No quiero perder a los que amo, como le sucedió a la abuela.

Abrazando a su hija, Maggie cerró los ojos y sintió otra de las complejas alegrías que eran parte del hecho de ser madre. Ella y Katy habían pasado por una gran catarsis en los últimos dos años. Agria, a veces, dulce, otras. Cuando Katy la abrazó, todo lo agrio se disolvió, dejando nada más que lo dulce.

– Mí vida, ¡me alegro tanto de que hayas venido!

– Yo también.

– Katy, amo muchísimo a Eric. Quiero que lo sepas. Pero mi amor por él no disminuye en absoluto el amor que siento por ti.

– Sí, lo sabía, también. Pero… estaba… no sé. Confundida y dolida. Pero sólo quiero que seas feliz, ma.

– Lo soy. -Maggie sonrió contra el pelo de Katy, tieso por el gel. -¡Él me ha hecho tan inmensamente feliz! -El intercambio solemne dio el pie para que Maggie hiciera la pregunta: -¿Quieres que te presente a tu hermana?

Katy retrocedió, secándose los ojos con el dorso de la mano.

– ¿Para qué crees que vine?

Se volvieron hacia Suzanne.

– Susana Banana, ésta es Katy. -Maggie sacó a la niña de la sillita y se la apoyó sobre un brazo. Los ojos azules de Suzanne se fijaron en Katy con franca curiosidad. Volvió a mirar a su madre, luego a la joven que estaba junto a ella, vacilante. Por fin dedicó a Katy una sonrisa babosa y emitió un chillido de alegría.

Katy extendió los brazos y la alzó.

– Suzanne… holaaaaa -dijo, maravillada, luego se volvió hacia su madre-: Oh, mira, el abuelo tenía razón. Tiene el mentón de los Pearson. Caramba, ma, es hermosa. -Katy la sostenía con cuidado; la hizo saltar sobre su brazo, le dio un dedo para que se sujetara y sonrió. -Oh… -exclamó otra vez, cautivada, mientras Maggie se mantenía apartada, sintiéndose bendecida por la suerte.

Las dos hermanas estaban todavía conociéndose cuando se oyó el ruido de una camioneta afuera y Eric bajó por el sendero.

Maggie abrió la puerta de alambre tejido y la mantuvo así mientras él se acercaba.

– Hola -dijo Eric con seriedad muy poco característica, apoyándole una mano en el hombro.

– Hola. Tenemos visitas.

Eric se detuvo justo en la puerta, dejó que sus ojos encontraran a Katy y aguardó. Ella estaba del otro lado de la mesa. En su rostro había una mezcla de tristeza y temor. Suzanne estalló en risas al verlo.

– Hola, Katy -dijo Eric, por fin.

– Hola, Eric.

Él dejó su gorra de capitán sobre el armario.

– ¡Qué linda sorpresa!

– Espero no haber hecho mal en venir.

– Por supuesto que no. Los dos estamos muy contentos de tenerte aquí.

Los ojos de Katy se posaron en Maggie, luego de nuevo en Eric. Sus labios se curvaron en una sonrisa vacilante.

– Me pareció que era hora de conocer a Suzanne.

Eric dejó que su sonrisa se trasladara a la beba.

– Parece que le gustas.

– Sí, bueno, es un milagro. Quiero decir… no he sido muy agradable en los últimos tiempos ¿no?

Se produjo un silencio incómodo y Maggie intervino para romperlo.

– ¿Por qué no nos sentamos? Prepararé unos sandwiches.

– No, espera -pidió Katy-. Déjame decir esto antes, porque creo que no podré tragar nada hasta haberlo dicho. Eric… ma… perdónenme por no haber venido a su casamiento.

Los ojos de Maggie y Eric se encontraron. Ambos miraron a Katy y buscaron algo que decir.

– ¿Es demasiado tarde para felicitarlos?

Por un instante, nadie se movió. Luego Maggie salió disparada a apretar su mejilla contra la de Katy mientras Katy miraba por encima del hombro de su madre, con lágrimas en los ojos, a Eric. Él siguió a su mujer por la habitación y vaciló cerca de ellas, contemplando el rostro de la joven que se parecía tanto a la hija de él, que ella tenía en brazos.

Maggie se apartó, dejando a Katy y Eric con los ojos fijos el uno en el otro.

Él no era su padre.

Ella no era su hija.

Pero ambos amaban a Maggie, que estaba de pie entre los dos, con los labios temblando, mientras que Suzanne estudiaba la escena con inocencia.

Eric dio el paso final y apoyó una mano sobre el hombro de Katy.

– Bienvenida a casa, Katy -dijo con sencillez.

Y Katy sonrió.

LAVYRLE SPENCER

LaVyrle Spencer ha merecido numerosos premios, entre ellos cuatro Medallones de Oro al Mejor Romance Histórico otorgado por los Novelistas Románticos de América. Vive en Still-water, Minnesota, con su marido y sus dos hijas. Amargo pero dulce es su decimoquinta novela. Ha sido seleccionada por el Literary Guild.