Ryden se acercó aún mas y la besó. Jennifer nunca antes había experimentado tal emoción.

Los labios de Ryden se encontraron con los de ella cuando, con amabilidad, le apoyó la cabeza sobre la almohada. Acariciando su cabello, se acostó junto a ella, lo que la hizo olvidar el mundo que les rodeaba. Los besos se sucedieron, Jennifer descubrió un deseo violento e irresistible que la asustó.

Podía sentir a través de la colcha el cuerpo de Ryden contra el suyo. Su mano cayó lentamente para acariciarla. Le descubrió un hombro, Jennifer sintió reflejado en aquellos ojos sensuales el mismo impulso que la torturaba a ella.

Ella le acarició también, en busca de su piel caliente debajo de la camisa, arqueando su cuerpo para pegarse a la de él, suspirando de placer mientras sus labios exigentes trazaban una línea de fuego desde el cuello hasta los pechos.

Sin embargo, de esta demanda desenfrenada, con el peso del cuerpo de Ryden apretando su pierna herida la volvió a la realidad. No pudo contener un grito de dolor. Él se apartó de inmediato.

– Mi rodilla – Jennifer explicó, sin saber lo que la estaba molestando más, si el dolor o el hecho de haberla alejado de él. Aún así lo deseaba mucho, pero se dio cuenta que los ojos de Ryden habían recuperado la frialdad anterior. Asombrada, escuchó su voz ronca:

– No fue en esta ocasión, señorita Cavendish.

– ¿Qué quieres decir? – Le preguntó indignada, incapaz de comprender que sin querer le hizo recordar que casi cayó en las garras de aquella que había jugado a ser la novia codiciosa de su hermano.

– Santa inocencia! ¿Usted pensó que yo pudiera creer en esas lágrimas? – Parecía más enfadado consigo mismo que con ella. – Puede que haya sido capaz de obtener que la desease, pero entre el deseo y el amor hay una larga distancia.

CAPÍTULO IV

A la mañana siguiente, Jennifer se despertó con los pensamientos más tumultuosos que la noche anterior. No lloraría por lo que había sucedido. Ryden no se lo merecía. Después de todo, que pensaba que era?

Recordó los momentos que había estado a merced de aquellas caricias audaces, odiándolo para llevarla a tal estado de descontrol. Se puso furiosa. Justo en ese momento, él la acusaba de haber incitado deliberadamente su deseo con bajos motivos. Que un hombre mas monstruoso!

No se conformaba con su propio ingenuidad e imprudencia. El ansia de venganza la invadía. Se puso de pie, probando a ver si su pierna había mejorado.

Esta vez fue mucho más fácil de llegar al baño, pero la rodilla aún le dolía demasiado. Aunque se moría de ganas de tomar un largo baño, vio que se produciría un desastre si tratara de entrar en el baño. Se conformaría con la ducha.

A pesar de que podía oír el ruido de Ryden por el apartamento, volviendo a su cuarto no se encontró con él.

Automáticamente se fue a la cama, pero, recordando que el médico había recomendado cuarenta y ocho horas de descanso, llegó a la conclusión de que debería haber estar liberada y se levantó. Se vistió, se sentó en la silla, planeando arreglarse mejor una vez que hubiese descansado un poco. En ese momento, entró Ryden. Llevaba una camisa de manga corta y pantalones vaqueros.

Sus ojos se movieron lentamente de la cama a donde estaba ella. Jennifer parecía distante, recordando los besos que intercambiaron la noche anterior. Pero si el también se acordaba, no lo demostró cuando sus ojos se encontraron.

Ella se recompuso, mientras Ryden ponía la bandeja de café sobre la mesa. Por frunciendo el ceño, se dio cuenta de que no cambiaría de opinión.

Indignada, recordó el día anterior, la forma en que la había dejado sin darle la oportunidad de decir una palabra, vio que ya era hora de que supiera que no volvería a suceder.

"Mi paciencia se ha terminado – dijo, mostrando en su voz toda la tensión que sentía.

– La mía también – dijo, con los dientes apretados. – ¿Puedo dejar la bandeja aquí?

– Haz lo que quieras. Quiero irme a casa, me pregunto qué excusa tiene ahora para no llevarme.

– Ninguna.

– ¿Qué quieres decir…

– Con mucho gusto. Tome el café y vistase. – En la puerta, se volvió Ryden. – ¿Se puede vestir sola o quiere ayuda?

– Ni aunque estuviese con los dos brazos rotos.

Ya vestida, con una falda gris, que dejaba las vendas a la vista y unos zapatos planos, Jennifer se dio cuenta que su aspecto no era el mejor.

– ¿Está lista? – Ryden preguntó, abriendo la puerta.

No tenía intención de pedir disculpas, pero al ver la mirada jocosa que le había dirigido se justificó.

– No podía usar los pantalones vaqueros. No me entran.

– No se ha reducido la inflamación de la rodilla? – Preguntó él al cruzar el cuarto para conseguir las maletas.

– Un poco…

Ryden llegó con el equipaje sin hacer ningún comentario, regresando minutos más tarde. Mientras tanto, Jennifer estaba pensando en cómo podía caminar hasta el coche.

Hizo un gran esfuerzo para levantarse de la silla, cuando Ryden la subió inesperadamente en sus brazos. Por la muestra de la entrada en el garaje, se dio cuenta de que el viaje sería doloroso. Se detuvo delante de un coche que debía haber costado una fortuna, le dijo que se asegurase bien, para poder abrir la puerta.

Una vez dentro del coche, cerró los ojos para que Ryden no pudiera ver reflejado el dolor que sentía en ellos. Minutos después los abrió. Le puso unas almohadas debajo de su pierna lesionada, sorprendiéndola con tal consideración.

De repente, Jennifer dijo:

– Mi coche! ¿Cómo… – Dejó de hablar cuando se dio cuenta de su expresión de impaciencia.

– Dame las llaves. Voy a enviar a alguien para entregártelo.

Buscó en el interior del bolso, entregándole las llaves. Se sorprendió al ver que Ryden esperaba para salir.

– ¿Hay algún problema?

– Me olvidé mi bola de cristal, ¿te importaría decirme donde debo llevarte?

En ese momento se le ocurrió que la venganza iba a venir, sin embargo, pensó, tal vez no supiese que Gypsy vivía en Cawley. Tenía razón.

– Yo vivo en Stanton Verney. – Se dio cuenta de su reacción de repugnancia al pronunciar el nombre del lugar. – Está cerca de… empezó a explicar.

– Sé muy bien dónde está. Por desgracia, muy cerca de Comberford.

– No todo siempre es como queremos, ¿no? – Señaló, sin darse cuenta de que Ryden pensaba en su hermano. Vivir tan cerca, sería difícil para que Noel el pudiese controlar el deseo de verla y evitar otra decepción.

Como faltaba poco tiempo para que Ryden se deshiciera de ella, no se preocupó mas por la cuestión de su verdadera identidad. "Además", pensó, es capaz de dejarme aquí mismo, si se me ocurre mencionar el nombre de Noel de nuevo.

En el camino, todo lo que Jennifer obtuvo de su compañero irascible fue un profundo silencio. No veía la hora de llegar a casa y olvidar toda la historia. Pensaba que los hermanos Kilbane habían hecho sus vacaciones en un desastre total, cuando, por último, él declaró:

– ¿Tu amigo estará allí?

– Yo vivo sola. No tengo ningún amigo, si eso es lo que quieres decir.

Frenó de repente la sacudida causó a Jennifer un dolor en la rodilla.

– Que el daño. – Miró a Ryden, que no parecía preocupado. – ¿Qué fue lo que dije ahora?

– Estoy casi seguro de que Noel mencionó que compartias un apartamento con una joven.

Ese comentario le recordó a la Sra. Gemmill.

– Hasta hace poco vivía con una amiga – dijo con tristeza. – Ahora vivo sola.

– ¡Mientes!

– No, no! – Jennifer gritó indignada. Ya no aguantaba mas que la llamasen mentirosa.

Durante unos segundos en los ojos de ambos saltaros chispas.

Ryden no aceptaba estar equivocado. Tamborileaba nerviosamente en el volante, negándose a admitir que Noel se había equivocado.

Jennifer no quería perder el tiempo, le sonrió irónicamente:

– El paisaje es muy bonito, pero si no te importa, prefiero ir a casa.

– Y me dirás cómo vas a aguantar estar allí tú sola? Apenas eres capaz de arrastrarte!

– Me las arreglaré

.

¿Y cómo vas a cocinar si no eres capaz de aguantar de pie durante un minuto?

Le dije que me las arreglaré y punto final – reiteró, acordándose que la despensa estaba casi vacía.

Presa del pánico ante la idea de que la llevara de vuelta a Londres. No lo permitiría.

Ryden parece que ha decidido qué hacer. Puso el coche en marcha y continuó en la misma dirección. Jennifer se consideró una tonta al pensar que aquel hijo de mala madre podría preocuparse por ella.

No habían andado mucho cuando Ryden se detuvo de nuevo. Asombrada, le vio descender y entrar en una cabina telefónica. Estaba intrigada por saber a quién llamaba por teléfono. ¿Cuál sería la razón? Tal vez él había prometido llamar a alguna novia.

Observó como volvía de nuevo al coche y se sientaba detrás del volante. Casi le preguntó sobre la llamada telefónica, pero, después de haber recibido la fría mirada de costumbre, desistió.

Ryden volvió a poner el coche en marcha. Se quedaron en silencio hasta que, casi llegando a Stanton Verney, se equivocó de camino. Jennifer suspiró, demasiado tarde. Debería haberle dado todos los detalles unos minutos antes.

– Allí atrás era donde debía tomar la izquierda. Pero no hay problema, usted puede dar vuelta el…

– No vamos a Stanton Verney.

– ¿No?! – Una señal donde se leía a Comberford llamó su atención. – Vamos a Broadhurst Hall!

– ¡Chica inteligente¡.

Ella ignoró la ironía.

– Usted tiene que recoger algo antes de dejarme en casa?

– Por favor, perdóname tus representaciones. Sabes muy bien que pasarás el fin de semana allí.

– Aquí es donde te equivocas. Ni siquiera voy a…

– Muy gracioso. Pensé eso te dejaría contenta.

– Pues no me dejó. Para el coche de inmediato!

Redujo la velocidad y se desvió para aparcar. Sin embargo, Jennifer se dio cuenta que su actitud no tenía nada que ver con lo que le había mandado, había aparcado sólo para darle algunas instrucciones antes de llegar a Broadhurst Hall. Se sentía frustrada por no poder descender allí mismo.

– Me niego a ir a su casa.

– No va a ir a ninguna parte sin que yo la lleve, tiene dos opciones: o ir conmigo o Broadhurst o regresar a Londres. ¿Cual es la opción?

– Ni lo uno ni lo otro. Yo prefiero mi casa.

Él fingió no oír.

– En la casa de mis padres tememos un ama de llaves, la señora Stow, que puede ayudarte en lo que necesites. Como yo no estoy interesado en tus avances sexuales, considero que esta es la mejor opción.

Jennifer empezó a pensar que no tenía salida, pero no perdió la oportunidad de burlarse de él.

– ¿No tiene miedo a resistir?

– No me preocupa mi apetito sexual, pero si el tuyo. – Ella intentó protestar, pero Ryden continuó: – De hecho, tus falsas lágrimas fueron las que me advirtieron. Si todo hubiese salido según tus planes hoy en día no sólo te odiaría a ti, también a mí mismo.

No fue nada agradable para Jennifer oír esas palabras, pero también lo odiaba.

Sabía que no podía ir sola a ninguna parte, estaba totalmente a merced de ese ser terrible. Se mostró tan aborrecida con toda la historia como él. Sin embargo, no iba a entregarse con tanta facilidad.

– No te preocupes, no te voy a dar otra oportunidad de acercarte a mí. Y, en pensándolo bien, no te arriesgas demasiado en llevarme a tu casa? Pensé que querías alejarme de tu hermano. – Por la expresión de su cara, Jennifer se dio cuenta de que era ella quien estaba en peligro, pero no se intimidó. – Al final, cambié de opinión. Decidí casarse con Noel, aunque la perspectiva de contar con contigo como hermano que no me gusta lo más mínimo.

Ryden tenía un brillo asesino en los ojos por lo que llegó a anticipar la sensación de que aquellas manos la estrangulaban. Sin embargo, con un esfuerzo sobrehumano, se las arregló para controlar a sí mismo.

– Los dos sabemos que tipo de relación esperas tener conmigo. Sería una tontería que te lleve a casa, si no estuviera seguro de que Noel está a salvo de tus garras, en Francia.

Jennifer fingió cierta docilidad y resignación:

– Puesto que es así, parece que pasaré la noche en Broadhurst Hall…

– Como si no lo supiese. – Antes de que pudiera contestarle, Ryden agregó: – Te conozvo lo suficiente como para saber de lo que eres capaz. Sabes que mi padre estaba enfermo. Así que escucha, Jenifer Cavendish: – Si haces algo que lo perturbe te arrepentirás de por vida. Ahorra también a mi madre de tu veneno.

Ryden hablaba serio. Jennifer le hubiera gustado preguntar qué clase de persona que pensaba que era, para poder hacer daño a una pareja de ancianos que nunca había conocido, pero no lo hizo. Vio que la batalla estaba perdida.