Ryden interpretó su silencio como si se hubiera acordado comportarse y arrancó el coche.

Consternada, Jennifer pensó en cómo le gustaría ver la cara de aquel desalmado cuando supiese en realidad quién era.

CAPÍTULO V

Jennifer estaba impresionada por la enorme extensión de Broadhurst Hall. Viajaron a través de campos interminables, bellamente arbolados. Y eso fue antes de ver la casa.

Pasaron una entrada majestuosa, anunciada por dos pilares de piedra, seguido por una avenida bordeada por pinos. A partir de ahí, se puedo avistar el césped que parecía interminable.

Se acercaron a la mansión, un imponente edificio, de dos pisos, con fachada blanca y balcones en las ventanas.

Aun siendo un lugar encantador, ella preferiría haberse ido a su pequeña casa. Pero como no iba a adelantar nada, diciéndoselo a Ryden, se resignó, cuando se detuvo, abrió la puerta del coche para esperar a que viniese a buscarla.

Sacarla del coche fue tan difícil como lo fue para acomodarla. Cuando Ryden la recogió, Jennifer quería empujarlo, sin embargo, el dolor que le causó hizo que se aferrase los brazos que la sujetaban.

– Parece abatida – le oyó observar en tono delicado.

– Me siento un poco cansada. – Jennifer creyó ver una sonrisa en sus labios antes de volver la cara a un lado.

– Hay un dormitorio preparado para usted – Ryden anunció mientras subían la escalera, se dirigió a través de una enorme puerta de roble, rumbo a la sala.

Así que esta fue la razón de la llamada, concluyó.

– Voy a saludar a mis padres antes de llevarla para arriba – continuó. – Debe estar necesitando un analgésico.

– Muy bien gracias – Jennifer le agradeció sin poder imprimir el tono irónico en su voz que quería. Tal vez ya estaba siendo contaminada por el ambiente tranquilo de la casa.

En este punto, sin saber de dónde, apareció delante una pareja de ancianos. Ella, una mujer delgada de pelo blanco, de unos sesenta años, estaba acompañada por un hombre, también delgado, de unos diez años más.

– Ryden! – Exclamó la mujer, acercándose, visiblemente contenta de verlo.

El hombre también se unió a ellos, Ryden les presentó a Jennifer. Desde el primer momento, sintió el cálido clima de afecto que los unía. Era fácil ver que, a pesar de su edad, la pareja aún se amaba.

Viendo a Verónica y Clifton Kilbane, recordó a sus propios padres, cuyo matrimonio no funcionó. La Sra. Kilbane manifestó la alegría que sentía al ver a su hijo, esperó a que su marido intercambiara unas palabras con él. También entre padre e hijo había una gran cantidad de afecto, que se hizo evidente cuando Ryden los besó.

Verónica se volvió a Jennifer:

– Estamos olvidando nuestra invitada. Lo siento cariño, pero hace tanto tiempo que no nos vemos. Pobre Jennifer! Se entristeció as ver la pierna envuelta en vendajes. – Me alegro de que Ryden la haya convencido de venir con él.

Jennifer sonrió, cautivada por el calor que emanaba de aquella mujer. ¿Cómo podría esa criatura dulce tenido un monstruo como Ryden?

– Jennifer está agotada. Me la llevo arriba y luego me uno a vosotros – Ryden dio un paso adelante con una sonrisa. Una vez que llegamos al tope de la escalera, sin embargo, la expresión de su rostro cambió.

– Me gustaría tratar de caminar sola – Jennifer dijo rápidamente.

Fingiendo no haberla oído, entró en el dormitorio y la puso en la cama.

Era una habitación bonita, muy iluminado, perfumado con rosas que crecían en el alféizar de una enorme ventana.

– La señora Stow llegara en un minuto para ayudarte a arreglar las cubiertas – Dijo Ryden muy serio.

Jennifer estaba cansada de mentir. Además, hizo un sacrificio enorme para vestirse por la mañana, no pretendía volver a hacerlo poniéndose el camisón.

– ¿Acaso insinúas que me vas a dejar encerrada en esta habitación?

– Te olvidas rápido de cómo sonreir, ¿eh? – Ryden ironizó. Entonces, temiendo que el antagonismo entre ellos se reflejase y preocupase a sus padres, trató de suavizar: – Debes descansar. Ya que tuve que hacer el mayor trabajo para ponerla aquí, podría colaborar un poco, ¿no? – Fue a la puerta, pero antes de salir incluso habló: – Voy a dar órdenes a la señora Stow que te traiga el almuerzo. Si estás más descansada por la noche, podrás cenar con nosotros.

Jennifer se encontró a solas sin ninguna posibilidad de seguir protestando. Indignads, se levantó para explorar el lugar llendo al baño. A su regreso se encontró con la figura regordeta y maternal del ama de llaves, que le había traido la maleta.

– Soy la señora Stow, encantada. ¿Quiere que la lleve a la cama?

– Por favor. – Jennifer sonrió, simpatizando con ella.

– Así que ven. – La señora le ofreció el brazo. – Creo que necesitara un bastón. Te voy a conseguir uno. Ahora voy quitarle los sus zapatos.

La jovialidad de la mujer de inmediato le recordó la señora Gemmill.

– Gracias, gracias… – Jennifer le dio las gracias con emoción.

– Antes de deshacer su equipaje, voy a buscarle un café. La Sra. Stow pronto regresó con una bandeja con café, jugo de naranja y bollos caseros. Charlaron, mientras Jennifer se tomaba el café y la mujer que empacaba sus ropas en el armario. El ama de llaves dijo que estaba con la familia Kilbane hacia años, que había cuidado de Ryden y de su hermano desde que eran bebés. Él elogió a sus señores, diciendo que nunca encontraría a otros como ellos.

La pareja de ancianos amaba a sus hijos, les había causado la mayor alegría cuando Ryden advirtió que volvería de los Estados Unidos antes de lo previsto.

– se decepcionaron un poco cuando me llamó diciendo que sólo vendría hoy, esperaban ansiosamente que hubiera llegado la mañana del viernes. Pero, por supuesto comprendían. Ryden no podía dejarla en Londres en este estado, ¿no?

Jennifer se sintió un poco culpable por haber retrasado la reunión de Ryden con sus padres. De mala gana finalmente admitió que su irritación no fue tan gratuita.

Estaba deprimida cuando la señora Stow le trajo el almuerzo, pero al ver el bastón que la mujer le había llevado, empezó a animarse de nuevo.

Comió rápidamente, ansiosa por probar la nueva manera de moverse. Veinte minutos después, se sentó a descansar después de varias vueltas por la habitación, estaba segura de que pronto podría ir a cualquier parte.

Entretenida por este pensamiento, se dio cuenta de que alguien giró el picaporte lentamente, en silencio.

– ¡Ah, lo siento, pensé que estaba dormida. Tiene todo lo que necesita? – Le preguntó la señora Kilbane, entrando en la habitación.

– Más de lo necesario, gracias. Y además amablemente, Stow me ha traído un bastón.

A diferencia de su hijo, la señora Kilbane era muy cariñosa, se ofreció a hacerle compañía. Sacó una silla y se sentó cerca de la cama.

Hablaron animadamente, sin tocar ni una sola una vez la relación entre Jennifer y Ryden, aunque que ella tuviese curiosidad sobre ello, le dijo acerca de la situación de su marido, diciendo que el médico le prohibió conducir por un tiempo. Después de mucha conversación, Verónica se dio cuenta de que era demasiado tarde.

– ¡Dios mío, ni siquiera me fijé en la hora…

– Llegara tarde. – Jennifer se disculpó: – Su marido debe estar esperándola.

– Lo dudo. Se olvida de la vida cuando habla de negocios con su hijo. No me perdonaría si lo interrumpiese.

Jennifer sonrió. La enfermedad del Sr. Kilbane no parecía haber afectado el ambiente alegre y relajado de la casa.

– Deben ser interrumpidos tarde o temprano, ¿no?

– Ryden no va a cansar a su padre. – Sra. Kilbane rompió el aire serio con una sonrisa incómoda. – No quiero que Clifton se aburra, pero no puedo dejar de preocuparme por su salud.

Jennifer conocía muy bien esa sensación de preocupación por el bienestar de un ser querido. Aunque no era el mismo tipo de amor que sentía por la Sra. Gemmill, la inquietud era la misma. Sabía que el Sr. Kilbane se estaba recuperando lentamente, mentalmente deseaba que viviera muchos años.

"Aunque Verónica quisiera mucho a sus hijos, el marido era lo primero", pensó Jennifer cuando la madre de Ryden la dejó.

Imaginó lo agradable que sería ser amada así, se acordó de sus padres. Aprendió de ellos el tipo de matrimonio que no quería tener. ¿Cómo no había encontrado al hombre adecuado decidió que sería muy cuidadosa en la elección cuando llegara el momento.

En ese momento entró la señora Stow, llevando una bandeja con té, sólo permaneció el tiempo suficiente para avisarla de que se arreglara, por que desde que el señor estaba enfermo, que la cena se sirve antes para que pueda descansar.

Jennifer acababa de cambiarse la única blusa que había traido cuando, justo antes de las siete, Ryden vino a buscarla. Al verlo vestido con una camisa polo y pantalones anchos, super elegante, lamentó no haber llevado la ropa apropiada a Londres.

– Siento no tener nada mejor para ponerme.

– Está bien así – señaló, dándole la impresión de que la encontraba tan insignificante que ni siquiera había notado lo que llevaba. Se aproximó a recogerla.

– Puedo caminar, gracias. – Jennifer le mostró el bastón. Sin embargo, antes de que pudiera atraparla, Ryden dio un paso adelante, poniendola su fuera de su alcance. Ella lo fusiló con la mirada y para su sorpresa, recibió a cambio un comentario humorístico:

– Estás tan enojada que me podía noquear con ella. Es mejor prevenir.

– La idea no es mala. – Jennifer luchaba consigo misma para mantenerse seria.

– Será mejor que nos apresuremos o la sopa se enfriara. Después de tanta práctica. – Ryden la tomó en sus brazos.

Ella estaba confundida por el torbellino de emociones que tubo lugar cuando entró en contacto con el cuerpo caliente. A medida que descendieron las escaleras, podía percivir los músculos perfectos sintiendo el olor de aquella piel, que la excitaba. El corazón se le disparo y pensó que se ahogaba. Sólo cuando él la puso en la silla que se dio cuenta de que por primera vez desde el accidente, había olvidado el dolor.

No tuvo mucho tiempo para tratar con sus emociones, como la pareja Kilbane los esperaba. Jennifer rápidamente se recompuso, respondiendo a su saludo.

El primer plato era una sopa, pero sin paté. Miró a Ryden, reprendiéndolo por haberla engañado, de nuevo, tuvo que contener la risa cuando viola cara que puso.

Inmediatamente, volvió su atención a sus padres. Ella estaba acostumbrada a tratar con ancianos conversando animada durante la cena. Varias veces sentió la mirada de Ryden. Sabía que estaba atento a cada palabra, para cambiar de tema si era necesario. Se puso en estado de alerta cuando la Sra. Kilbane comenzó a alabar a las habilidades profesionales de Noel, diciendo que el hijo menor debería estar haciendo un gran trabajo en Francia.

Jennifer recordó que Noel era simpático, de como su conversación tan agradable era importantísima para un gerente de ventas exitoso, estuvo de acuerdo:

– Estoy segura de que hará un gran trabajo en París. – En el mismo instante sintió la mirada de Ryden.

– Conoces a Noel? – Sra. Kilbane la miró sorprendida.

Jennifer sabía que el hecho conocerle no molestaba a nadie, pero percibió claramente que a Ryden no le había gustado la insinuación.

Como ella se demorase para responder, la anfitriona notó de la mirada entre los dos, concluyendo por sí misma:

– Que tontería. Es lógico que llevándose los hermanos tan bien, es imposible conocer a uno, sin haber visto nunca uno al otro – y cambiando de tema: – Vive en Londres?

Aliviada, Jennifer le dijo que vivía en Stanton Verney.

El Sr. Kilbane señaló que el pueblo estaba muy cerca de allí y dijo que había leído acerca de un conductor vándalo que, seguramente a causa del abuso del alcohol había destruido el jardín del lugar.

Jennifer tubo ganas de reír, pero si se controló a tiempo.

– Miembros de la Sociedad para la Conservación de los jardines tienen mucha dedicación. – Les contó brevemente el carácter de esa asociación, por fortuna, la Sra. Kilbane desvió el curso de la conversación con el hecho de que vivía sola.

– Mis padres se divorciaron y se casarón por segunda vez – Jennifer explicó. – Mi madre y su marido viven en Hong Kong y rara vez veo a mi padre.

– ¡Oh, Dios mío! – La anfitriona le notó el aire melancólico y dijo apenada. – Debe sentirse muy sola.

Jennifer nunca había visto la situación desde esa perspectiva y no pretendía apenar a nadie. Pero antes de que pudiera decir nada en contra, la Sra. Kilbane propuso:

– Mi hijo nos dijo que sólo podía quedarse el fin de semana, pero insisto en la prolongación de su estancia con nosotros.

– Vamos a ver cómo se recupera de su contusión, no es así Jennifer? – Ryden no le dio oportunidad de responder.