– Lisa, termina de una vez.
– No supe cómo… consolar a Matthew, cuando tuvo esa pesadilla y…
– ¡Lisa!
– Y yo… yo… -Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos, y ella continuó con sus recriminaciones-. No sé… preparar… -Él la abrazó con fuerza y apretó la cara de Lisa contra su cuerpo, y entonces la palabra llegó confundida con un sollozo-…no sé cocinar lasaña.
– Dios mío, cheroqui, no debes herirte de ese modo.
– Lo hice… todo mal. -Se aferró a la espalda de la camisa de Sam, y continuó desgranando su lamentable letanía.
– Calla… -Él le acarició los cabellos y le sostuvo la cabeza con las dos manos.
– Cuando ella llegó… corrieron hacia ella… y se olvidaron de mí…
Los labios de Sam interrumpieron el flujo de palabras. La había abrazado, y la sostenía ahora con toda la fuerza de sus brazos. Lisa tuvo que torcer el tronco a la altura de la cintura, porque estaban en peldaños diferentes. Él la besó con ardor, y después irguió la cabeza y sostuvo su barbilla, mientras le miraba la cara.
– Han estado alejados de ti mucho tiempo, y ahora están acostumbrados a su madrastra. Esto no significa que seas una fracasada. No te culpes. Me destroza el corazón verte así.
Y desde la profundidad de su sufrimiento ella comprendió lo que hallaba en Sam Brown. Fuerza, comprensión, compasión. El dolor de Lisa era también el sufrimiento de Sam, pues él lo asimilaba y sus ojos reflejaban el pesar que veía en los ojos de la joven. Ella temblaba, ahora a un paso de comprender la verdadera profundidad del amor. Y como no deseaba provocar más dolor en Sam, por fin realizó un débil esfuerzo para controlar sus lágrimas. Cuando consiguió calmar sus sollozos, él la apartó con dulzura, pero solo lo justo para levantarse un poco y sacar un pañuelo del bolsillo trasero del pantalón. Después que le hubo secado los ojos y la nariz, Lisa se sintió mejor. Emitió un enorme suspiro, y se sentó en el mismo peldaño que ocupaba Sam. Apoyando los codos en las rodillas, Lisa presionó con las yemas de los dedos los párpados que le quemaban, y susurró con voz segura:
– Me duelen los ojos. No he llorado tanto desde que me divorcié.
– En ese caso, significa que lo necesitabas.
Ella apartó sus manos y miró la cara de Sam, y vio su expresión comprensiva.
– Lamento haber descargado en ti mi sufrimiento. Pero te agradezco… que estés aquí Sam, te necesitaba muchísimo.
Él observó los ojos hinchados con un ribete rojo y los dedos que le cubrían las mejillas. Se acercó un poco más, se apoderó de una de las manos de Lisa, y ambos unieron los dedos.
– Eso es el amor… estar cuando el otro te necesita, ¿no es verdad?
Ella le tocó la mejilla con la mano libre.
– Sam… -dijo, ahora más serena, abrumada de amor hacia él, segura de que lo que decía era cierto.
Los dos se miraron, y él se giró para depositar un beso sobre la mano de Lisa.
– ¿Ya has decidido si en realidad me amas o no?
– Creo que eso lo decidí el día que apareciste aquí, con tus pantalones de gimnasia.
En los labios de Sam se dibujó una breve sonrisa, después él recuperó la seriedad. Dijo en voz baja:
– Lisa, me agradaría que lo dijeras por lo menos una vez.
Estaban sentados uno al lado del otro, en una postura extrañamente infantil, sosteniéndose las manos, al mismo tiempo que se rozaban sus rodillas, y ella dijo mirándole a los ojos:
– Te amo, Sam.
– Entonces, debemos casarnos.
Ella abrió mucho los ojos sobresaltada. Lo miró diez segundos enteros, y después balbuceó:
– Caramba… ¡casarnos!
Él le dirigió una sonrisa torcida.
– Bien, no te sorprendas tanto, cheroqui. Sobre todo después del último mes turbulento y maravilloso que hemos compartido.
– Pero… pero…
– Pero ¿qué? Te amo. Te amo. ¡Incluso simpatizamos! Trabajamos en el mismo sector, poseemos un notable sentido del humor, e incluso tenemos la misma estirpe racial. ¿Qué podría unirnos más que todo eso?
– Pero no estoy preparada para casarme otra vez. Yo… -Desvió los ojos-. Lo intenté una vez, y mira lo que ha resultado.
– Cheroqui, no admito que vuelvas a lo mismo; nada de todo eso sucederá si te casas conmigo.
– Sam, por favor…
– ¿Sí? -Su voz adquirió cierto filo-. ¿Qué insinúas?
– Por favor, no me lo pidas. Mantengamos las cosas como están ahora.
– ¿Cómo están ahora? ¿Quieres decir hacer el amor todas las noches en tu casa y a lo sumo saludarnos cortésmente en la oficina? He dicho que te amo, Lisa. Nunca se lo he dicho a otra mujer. Deseo vivir contigo, y colgar nuestras ropas en el mismo armario, y tener una familia que…
– ¡Una familia! -Ella se puso bruscamente de pie y miró a Sam-. ¿No escuchaste una sola palabra de todo lo que he dicho? Ya tuve una familia, ¡Y fue la peor tragedia de mi vida! Perdí a mis hijos… los únicos que he deseado tener… en un tribunal de divorcio. No estoy en condiciones de ser madre. ¡Ya te lo he dicho!
– Lisa, todo eso es pura imaginación. Serás una madre tan buena como…
– ¡No es pura imaginación! -Se volvió hacia la sala-. Yo… soy una mujer insegura y lastimada, y ya una vez fracasé cuando quise representar el papel de esposa y madre. Y no creo que jamás pueda ser muy eficaz en ninguna de las dos funciones.
Él estaba de pie detrás de Lisa, en el centro de la sala.
– Entonces, ¿esa es tu respuesta? ¿No te casarás conmigo porque tienes miedo?
Ella tragó saliva con dificultad, y sintió que aquellas terribles lágrimas fluían de nuevo en sus ojos.
– Sí, Sam, esa es mi respuesta.
– Lisa. -Apoyó una mano sobre su hombro, pero ella se desprendió.- Lisa, no aceptaré eso, creo que de verdad me amas. El único modo de superar el miedo a algo es intentarlo de nuevo. Tú… no fracasarás. Tenemos muchas cosas a favor. Lo sé muy bien.
– Sam, eso está fuera de la cuestión. Sencillamente no comprendo cómo tú… -Se volvió para mirarlo-. Sam, no sabes cómo debilita la confianza en uno mismo perder a los hijos. Cuando me sucedió, juré que jamás volvería a pasar por lo mismo. Le mostraría al mundo que el juez estaba equivocado. Yo no era una… estúpida india… sin una carrera ni capacidad adquisitiva. Tenía que demostrar un montón de cosas, y aún no he terminado de demostrarlas.
– ¿Una india? -replicó Sam irritado-. ¿Todo este asunto en definitiva va a parar en eso?
– Hasta cierto punto. Nadie me convencerá jamás de que ese juez no me miraba con malos ojos porque yo era india y Joel era blanco. Esa cuestión tuvo tanto que ver con la decisión como el hecho de que yo no podía mantener a los niños. Bien, no podía hacer nada con respecto a mi origen racial, pero sí podía modificar mi situación financiera. Me propuse ganar tanto dinero como cualquier hombre, y en una profesión que tradicionalmente estaba monopolizada por los hombres; pero todavía me falta un largo trecho para alcanzar mis metas.
Sam la miró con expresión sombría.
– Lisa, te anima un sentimiento de rencor gigantesco e intenso. Y está a la vista de todos, en tu actitud desafiante… por eso muchos se sienten provocados. ¿Cuándo aprenderás que estás mezclada con muchas otras razas en este crisol que es nuestro país, y cuándo dejarás de aludir todo el tiempo a tu herencia?
La cólera se encendió de nuevo en Lisa.
– ¡No comprendes una palabra de todo lo que he dicho hoy! ¡Ni una palabra!
– Lisa, lo comprendo todo. Sucede sencillamente que no estoy dispuesto a aceptar una parte de lo que me has dicho. Te amo y te acepto como eres, y no dudo de que podemos tener un matrimonio feliz… con hijos, y todo el resto. Tú eres la que no comprende que cuando se ama a alguien de verdad, es necesario olvidar el pasado, y también hace falta depositar toda la confianza en la fuerza de ese sentimiento.
Ella extendió la mano para tocar a Sam, y ahora tenía la cara tensa a causa del dolor.
– Créeme, Sam, yo te amo. Pero ¿debo demostrarlo casándome contigo?
Él retiró de su propio pecho la mano de Lisa y la retuvo.
– Es lo que suele hacerse, Lisa. -La miró, y sus ojos oscuros expresaron un sentimiento de dolor, antes de que agregara por lo bajo:
– Es el modo honorable de hacer las cosas.
¿Qué podía decir Lisa? Después del modo en que se habían separado la última vez, de las ofensas que cada uno había infligido al otro, ¿cómo podía discutir con él? Percibió que en sus rasgos se manifestaba un sentimiento de fatiga, mientras permanecía de pie, sosteniendo su mano con las puntas de sus dedos y rozando los nudillos de la joven con su pulgar.
Ella lo miró fijamente, en aquel momento ya se sintió agobiada por el sentimiento de pérdida.
– Sam, no te vayas.
De nuevo percibió la fatiga en Sam, y la carga de tristeza que su negativa había volcado sobre él. Sam la miró a los ojos, y su mirada expresaba el pesar más profundo.
– Tengo que hacerlo, cheroqui. Esta vez es necesario.
– Sam, yo… te necesito.
Él se acercó de nuevo, la obligó a levantar la cara, y depositó en los labios de Lisa un beso de despedida; en esos labios todavía inflamados a causa del llanto.
– Sí, creo que dices la verdad -fue la respuesta de Sam.
Observó las pupilas negras, tocó con un pulgar la piel púrpura del párpado inferior, después se volvió y un momento más tarde la puerta se cerró tras él.
Capítulo 11
Si le hubieran pedido que definiera con exactitud cuál era el factor que había determinado los cambios entre ellos, Lisa no habría podido contestar sinceramente si tenía origen en Sam o en ella misma. Solo supo que la relación se paralizó y esto la lastimó muchísimo durante las semanas siguientes. Ver todos los días a Sam en la oficina representaba un auténtico infierno. Él ya no se acercaba al escritorio de Lisa al final de la tarde para preguntar a qué hora regresaba a su casa. Ella ya no le preguntaba si quería acompañarla. Lisa sabía que cualquiera de los dos hubiera podido derribar la barrera invisible que los separaba. Se habría necesitado nada más que una sola palabra y, sin embargo, ninguno de los dos la pronunció.
En apariencia, todo estaba igual. Se consultaban cuando llegaba el momento de presentar una oferta en algún concurso, tropezaban el uno con el otro en la sala de copiado, y estudiaban juntos los planos. Pero en el curso de toda esa actividad Sam mantenía un aire de normalidad que por inconmovible parecía inverosímil, y por su parte Lisa no le mostraba una indiferencia exagerada ni un afecto más o menos encubierto. En cambio, se trataban con una cordialidad neutra, que la hacía estremecer en su fuero interno. Sam le ábría la puerta para cederle el paso cuando salían juntos, ocasiones en que charlaban acerca de los proyectos con un espíritu animoso que agobiaba todavía más el alma solitaria de Lisa.
Un día de mediados de septiembre Sam pasó al lado de Lisa, cuando ella estaba sentada cerca de la fuente y almorzaba. Él agitó un rollo de planos como saludo, sin interrumpir el ritmo de sus pasos, mientras decía:
– Hola, Lisa. ¿Disfrutando del buen tiempo? -Una intensa sensación de pérdida la atravesó, mientras le veía entrar decidido en el edificio.
A fines de septiembre, seis miembros del personal de la oficina ofrecieron a Raquel un almuerzo para celebrar su cumpleaños. Fueron al restaurante Leona, en el Fairway Center. Todos se amontonaron en el automóvil de Sam, para salvar la corta distancia que los separaba del restaurante. Lisa fue aparar al asiento trasero. El lugar que ocupaba le recordó los días de intimidad, y evocó aquellos momentos con inquietante claridad mientras observaba la nuca de Sam.
En el restaurante Leona, Lisa se encontró sentada en ángulo recto con Sam. Mientras se acomodaban en las sillas, las rodillas de los dos chocaron bajo la mesa.
– ¡Oh, discúlpame! -se excusó Sam-. ¡Siempre estas piernas tan largas! -Su buen humor hizo aquel gesto tan impersonal como si hubiera tocado la rodilla de Frank, y de nuevo Lisa sintió una punzada de dolor. Sin embargo, intentó reír y remedar la indiferencia de Sam.
Para Lisa encontrarse con él llegó a ser una forma refinada de tortura. A veces, lo estudiaba desde un extremo del salón, y se preguntaba si hacía gala de esa insípida neutralidad con el propósito de castigarla. ¿Tenía conciencia de lo que estaba haciendo? ¿Mantenía ese aire jovial sabiendo que cada uno de estos episodios acentuaba el sufrimiento de Lisa? Quizá la relación entre los dos solo respondía a la necesidad de acumular experiencias nuevas, para después vincularse a otras mujeres. Si él la amaba, como había afirmado, ¿era posible que se mostrara tan… tan condenadamente trivial? Cuando la sorprendía mirándolo, sonreía y regresaba a lo que estaba haciendo sin el más mínimo esfuerzo, y ciertamente sin enviar mensajes íntimos con los ojos. Pero por otra parte, ¿acaso ella no hacía lo mismo?
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