Estaba más allá de un nivel físico. Sylvie era una mujer inteligente e ingeniosa, decidida y dispuesta a defender sus puntos de vista. Era la mujer más atractiva que había conocido nunca. Era única.

– Yo también. Demasiado.

– ¿Cómo se puede disfrutar algo demasiado?

– Bueno, ya sabes a lo que me refiero. Estamos en bandos opuestos de lo que parece que podría llegar a ser una batalla muy desagradable.

– Eso es trabajo. Esto es personal -susurró él, estrechándola un poco más, hasta que sus muslos se tocaron y pudo sentir sus rotundos senos contra su pecho. Sylvie no se apartó y Marcus gozó con el íntimo placer de bailar tan juntos, disfrutó con la excitación que la cercanía de la joven le estaba produciendo en la entrepierna-. Muy personal…

– No estoy segura de que podamos separar las dos cosas.

– Yo sí. ¿Por qué no acordamos estar en desacuerdo en ese asunto? -sugirió él, al sentir que Sylvie apoyaba ligeramente la cabeza sobre su hombro-. Y lo dejamos así.

– Yo… De acuerdo -musitó ella, como si estuviera teniendo problemas para centrarse en sus pensamientos. Aquello provocó en Marcus una satisfacción. Había temido ser el único que estuviera experimentando aquellas sensaciones.

– Mírame.

– No.

– ¿Por qué no?

– Porque si lo hago, me besarás -contestó ella, riendo suavemente-. Y no creo estar preparada todavía para enfrentarme a tus besos.

– Sé que yo no estoy preparado, pero quiero hacerlo de todos modos.

– No siempre se consigue lo que uno quiere. ¿Es que no te enseñó esa verdad tu privilegiada infancia?

Aquellas palabras tocaron un punto débil. Marcus dejó de bailar y esperó hasta que, finalmente, ella levantó los ojos para mirarlo.

– Efectivamente, crecí con dinero y no puedo negar que ello hizo que mi vida resultara muy cómoda en muchos aspectos, pero no quiero que creas que el dinero te da todo lo que quieres.

– Marcus… Lo siento. Ha sido un comentario grosero e imperdonable.

– Acepto tus disculpas -replicó él, tocándole la frente con los labios-. ¿Quieres besarme para compensarme?

– Efectivamente, eres muy persistente -susurró ella, con una sonrisa.

– Es una de mis mejores cualidades.

– No habrá besos. Y mucho menos en público.

– Eso me da ciertas esperanzas. ¿Y en privado?

Como única respuesta, Sylvie se echó a reír. Marcus rio también y la tomó de la mano para sacarla de la pista de baile.

– ¿Estás lista para marcharte?

– Sí, pero no porque quiera pasar a un plano más íntimo contigo. Es que mañana tengo que trabajar.


Marcus sonrió y juntos fueron a buscar el abrigo de Sylvie, que él la ayudó a ponerse.

Cuando llegaron a Amber Court, la acompañó a su apartamento. Mientras subían la escalera, notó que ella iba colocando de nuevo sus defensas que creía haber derribado durante la cena y el baile.

Sylvie se detuvo delante de su puerta, y tras sacar la llave, se volvió para mirarlo.

– Muchas gracias por una hermosa velada, Marcus.

Él dio un paso al frente, acercándose más a ella. Sylvie abrió un poco más los ojos antes de poder controlar su reacción.

– Sylvie, ¿quieres volver a salir conmigo mañana por la noche?

– No estoy segura de que eso sea aconsejable, Marcus. Tú eres el dueño de una empresa que está tratando de absorber a la empresa en la que yo trabajo. Eso me hace sentirme incómoda…

– Quiero volver a verte. Y tú también lo deseas, ¿no es verdad?

– Yo…

– No mientas -susurró él, colocándole un dedo sobre los labios.

– No iba a mentir -musitó Sylvie, contra aquel dedo-, pero no creo que sea buena idea mezclar los negocios con…

– Esto no tiene nada que ver con los negocios.

Entonces, la tomó entre sus brazos y unió sus labios con los de ella en un rápido gesto. Sylvie se resistió al principio, pero, a medida que él la iba besando y le acariciaba la espalda, sintió que la rigidez de su postura iba remitiendo. El suave movimiento de aquellos dulces labios bajo los suyos resultaba profundamente erótico. Le hubiera gustado introducir la lengua entre ellos y buscar la dulzura que seguramente se escondía en el interior de la boca, pero no quería asustarla. Además, ella no le había abierto la boca. Mostraba una extraña mezcla de sofisticación e inocencia. El modo en que ella besaba lo sorprendió. Hubiera esperado que fuera mucho más experimentada.

Seguían con los abrigos puestos, aunque se los habían desabrochado por el calor que reinaba en el interior del edificio. Lentamente, Marcus fue apartando las pesadas telas para que el esbelto cuerpo de ella quedara de nuevo en contacto con el suyo, frotando la carne que se le iba despertando bajo la cremallera del pantalón. La estrechó entre sus brazos, sin temor a mostrarle su excitación, para dejarle que sintiera lo que le hacía.

De repente, Sylvie se apartó de sus brazos y lo miró con una expresión de sorpresa en los ojos.

– Vaya -susurró él, acariciando suavemente la tela del abrigo-. A mí no me ha parecido que eso estuviera relacionado solo con el trabajo…

– Tampoco ha sido muy inteligente -replicó ella. Entonces, suspiró y levantó una mano para abofetearlo.

Sin pensar, Marcus giró la cabeza y le dio un beso en la palma, dejando que la punta de la lengua le lamiera ligeramente la piel.

– Dime que sí -susurró-. Sal conmigo mañana por la noche.

Sylvie dudó durante un largo momento. Marcus se preparó para poder darle más argumentos. Entonces, le tomó la mano entre las suyas y besó suavemente la parte carnosa del pulgar, para luego hacer lo mismo con la mejilla.

– Sí -musitó ella, por fin.

– Estupendo -dijo Marcus, besándola de nuevo en la boca-. Pasaré a recogerte a las siete. Vístete de un modo informal.

– ¿Dónde iremos?

– Tú vístete de un modo informal -repitió. Entonces, dio un paso atrás antes de que tuviera que ceder a la tentación de devorarla.

– ¿Marcus? -dijo ella, para llamar de nuevo su atención-. No vas… no vas a hacer nada que pueda afectar a Colette mañana, ¿verdad?

¿Qué podía suponer un día más?

– No. Te prometo que mañana no ocurrirá nada.

Sin embargo, mientras bajaba las escaleras, sintió que había un pequeño núcleo de descontento en la sensual alegría que lo embargaba. Le molestaba que Sylvie sintiera que tenía que usarse para conseguir un trato favorable para Colette, una empresa que, con toda seguridad, no se merecía a una mujer como Sylvie Bennett.


Tras cerrar la puerta de su apartamento, Sylvie se apoyó en la puerta. Aquello no se parecía a nada que hubiera experimentado con anterioridad. Se tocó los labios con los dedos y le pareció que todavía palpitaban por los besos de Marcus. Cualquier hombre que pudiera besar de aquel modo debería considerarse una amenaza para la seguridad nacional.

Suspiró y se dirigió hacia su dormitorio. El hermoso broche de ámbar que Rose le había prestado estaba en su tocador. Lo tocó suavemente con un dedo. Al hacerlo, recordó una conversación que había tenido unas semanas antes, cuando Rose la había invitado a su apartamento para la cena del día de Acción de Gracias. Tres de las amigas de Sylvie, que eran compañeras de trabajo, habían asistido también. Todas las mujeres vivían en Amber Court y se sentían especialmente unidas a Rose, que parecía gozar con su papel de madre adoptiva. Recientemente, todas sus amigas se habían casado o se habían prometido y una de ellas, Meredith Blair, había empezado a bromear sobre el broche, que ella llevaba puesto aquel día.

– Ten cuidado, Sylvie -le había dicho Meredith-. Si Rose te presta este broche, puedes decirle adiós a tus días de soltera. Yo lo llevaba puesto el día que conocía a Adam y Rose se lo prestó a Jayne el día que conoció a Erik. Creo que fuera quien fuera quien lo hiciera, debió de embrujarlo.

– ¡Estás bromeando! -exclamó Lila Maxwell, levantando una mano, en la que relucía un hermoso anillo de compromiso-. ¡Oh! Yo también lo llevaba puesto el día en que Nick y yo…

Nick Candem colocó una mano sobre la de su prometida y contempló muy divertido cómo ella se sonrojaba.

– El día en que me di cuenta de que no podía vivir sin ella -dijo.

– Tal vez tenga algo mágico -comentó entonces Rose-. Supongo que tendré que prestártelo algún día, Sylvie.

– No te preocupes -se había apresurado Sylvie a contestar-. Me gusta mi vida tal y como está. Gracias.

Sin embargo, cuando se encontró con Rose aquella misma mañana, antes de irrumpir en la reunión, no había estado pensando más que en el consejo. Se había acordado del broche, pero no de la conversación… Hasta aquel momento.

Mientras se desnudaba, no dejó de mirar la joya. ¿Podría ser…? ¡Qué ridículo! Claro que no. Sin embargo, Jayne,. Lila y Meredith… Todas ellas habían conocido al hombre de su vida mientras lo llevaban puesto. ¿Y si Marcus y ella…? En realidad, era un hombre perfecto, a excepción de su injerencia en Colette. Tenían intereses comunes y lo encontraba más atractivo que a ningún otro hombre que hubiera conocido.

Efectivamente, hacía menos de un día que lo conocía. «Deseas a ese hombre», se advirtió. «No tiene nada que ver con lo compatibles que sois, excepto en el nivel más físico». Precisamente, por eso no lo había invitado a entrar aquella noche. Nunca antes había tenido problemas para terminar una velada. De hecho, no podía recordar haber intercambiado más de un beso en la mejilla en su primera cita. La única relación íntima que había tenido había ocurrido durante una de sus muchas escapadas, cuando tenía dieciséis años. La experiencia había sido dolorosa y mucho menos romántica, por lo que nunca se había visto con ganas de repetirlo con nadie más… hasta aquella noche.

Sacudió la cabeza, enojada consigo misma. Solo Dios sabía lo que Marcus había pensado de la facilidad con la que se había rendido a sus besos. Probablemente estaba planeando seducirla. ¿Quién podría culparlo?

¿Qué habría hecho ella si él hubiera insistido? Se echó a temblar. Le hubiera gustado estar segura de que le habría rechazado. Sin embargo, cuando estaba entre sus brazos, no podría ser responsable de sus actos. Por eso, debería mantenerse alejada de él.

¿Y qué había hecho? Había aceptado una cita al día siguiente. A pesar de sus excusas sobre Colette, sabía que nunca había sentido nada como lo que Marcus le hacía sentir, nunca había pensado que su vida no estaría completa sin un hombre. Hasta aquella noche, cuando se había reído con él, cuando había hablado de su infancia, cuando se había sentido tan a gusto entre sus brazos…

Para una chica que no había tenido mucha comprensión o afecto a lo largo de su vida, era un sentimiento muy poderoso. Había pasado de ser una marginada a tener el éxito entre sus manos. Había hecho amigos, entre los que se encontraba Rose, a la que quería como a una madre. Sin embargo, nunca había tenido un hombre que le hiciera sentir de aquel modo.

«¡Pero si solo ha sido una cita! No es nada por lo que echar las campanas al vuelo».

No obstante, en sus sueños, bailó entre los cálidos brazos de un hombre alto, de ojos verdes, un hombre que parecía ser la pieza que faltaba en el rompecabezas que era la vida de Sylvie Bennett.


Al día siguiente, no parecía poder concentrarse. Su jefe, Wil Hughes, la miró extrañado cuando el salvapantallas del ordenador salió por tercera vez mientras trabajaban en una nueva campaña publicitaria.

– ¿En qué estás pensando, Sylvie? Hoy pareces un poco distraída.

– Lo siento -respondió, moviendo el ratón para que la pantalla volviera al programa-. Solo estoy un poco preocupada por lo que las Empresas Grey están tratando de hacernos.

– Todos lo estamos, pero no hay nada que podamos hacer más que esperar y ver qué opciones tenemos. Dios, no quiero ni pensar que tenga que marcharme de Colette y empezar de nuevo en otra parte.

– Tal vez no llegará a eso.

– Tal vez -dijo él, algo dudoso-. Bueno, dado que estamos hablando sobre Grey, dime exactamente lo que ocurrió cuando sacaste al león de la guarida ayer. ¿Llegaste a alguna parte?

– En realidad, fue el león el que me sacó a mí. No tengo ni idea si he conseguido hacerle cambiar de opinión. Anoche, fuimos a cenar y voy a volver a salir con él esta noche, así que seguiré trabajando en nombre de todos.

– ¿Estás bromeando?

– No.

– ¡Dios mío! Maeve no se lo va a creer cuando se lo diga. Tendrás que venir a cenar pronto para contárselo todo.

– Me encantaría. Es decir, ir a cenar. Creo que los detalles tendrán que censurarse.

– Maeve te lo sacará todo.

Maeve, la esposa de Wil, estaba confinada a una silla de ruedas desde que tuvo un accidente de automóvil hacía algunos años y sufría problemas crónicos. A pesar de sus dolores, Maeve era una mujer afectuosa y animada. Wil y ella habían sido los primeros amigos de Sylvie cuando llegó a Colette, mucho antes de que la trasladaran a marketing. Sylvie hubiera hecho cualquier cosa por ellos. Sabía que una de las principales preocupaciones de Wil sobre la absorción era cómo iba a encontrar dinero para pagar las constantes crisis de salud que tenía Maeve si se quedaba sin trabajo.