Con las primeras luces del amanecer entrando por la ventana, Devon se movió, dormida, y chocó contra el pecho desnudo de un hombre. No acostumbrada a encontrarse algo en su cama, se despertó al instante, retirando la mano con rapidez.
Pero le resultó extraño no sentirse ni sorprendida ni preocupada de que Grant ya no estaba de espaldas a ella sino que se había movido durante la noche y ahora estaba dormido con un brazo alrededor de sus hombros y que sus cabezas estaban casi juntas.
Despierta por completo, se preguntó por qué ese brazo le resultaba tan cómodo y al mismo tiempo se preguntó si Grant también estaría despierto. Su respiración era tranquila, así que con seguridad aún dormía, pensó, alzando la cabeza para contemplarlo.
Se sintió sorprendida al ver la expresión de su rostro dormido. Con los ojos cerrados, parecía extrañamente feliz de tenerla en sus brazos… eso era ridículo, pues al no haber sentido cuando él la tomó en sus brazos, tuvo que ser hecho de forma inconsciente, pero lo que la sorprendió y le hizo dar un pequeño brinco sobresaltada, como si de forma inesperada hubiera recibido una descarga eléctrica, fue la súbita comprensión de que… ¡estaba enamorada de él!
Apartó la vista de su rostro, sin poder creerlo. ¡No podía ser cierto! ¡Si la noche anterior casi lo había odiado! Lo miró de nuevo y sintió una sensación tan intensa de ternura hacia él, que comprendió que era cierto, que ella, Devon Jonhston, estaba enamorada de Grant Harrington.
Ese sentimiento de abrumadora ternura se apoderó de ella y, sin poder contenerse, sin hacer ruido, le dio un suave beso en el hombro.
Lo amo, pensó y sin importarle que Grant no la amara se sintió llena de tranquilidad. Se sintió segura en sus brazos… y lo amaba. Amándolo y dándose cuenta de que se sentía agotado y que quizá no se despenaría en unas cuantas horas más, no pudo resistir el deseo de besarlo de nuevo.
Sólo que esta vez, cuando le besaba el hombro, se movió. Con rapidez retrocedió, pero, al hacerlo, sintió que el brazo que la rodeaba la apretaba con más fuerza. Al mirarlo al rostro sabía que esos ojos grises estaban abiertos y fijos en ella, que había sido la sensación de sus labios lo que lo había despertado.
– No… no quise… despertarte.
– Me gustaría que me despertaran así todas las mañanas -le contestó con suavidad, sonriéndole.
El amor que sentía hacia él, hizo que le devolviera la sonrisa, sin pensar en apartarse. Lo amaba y nunca se había sentido tan unida a él.
Le pareció natural que él alzara la cabeza de la almohada para besarla y, de igual manera, le pareció natural que lentamente, la hizo volver para después acostarse sobre ella, besándola con ternura.
Había una sonrisa en sus ojos cuando se apartó de ella.
– Eres hermosa -susurró, besándole los ojos-. Tus ojos son lindos, todo en ti es bello.
Cuando la besó de nuevo, Devon alzó los brazos y lo abrazó, y mientras su beso se hacía más profundo y largo, desapareció todo pensamiento de su cabeza, olvidándolo todo. Amaba a Grant.
No sabía ni le preocupaba lo que mostraba en su mirada, pero cuando Grant la miró, besándola de nuevo, escuchó cómo le decía en un susurro:
– Mi amor.
Lo abrazó con fuerza y de nuevo se miraron a los ojos, mientras él observaba su piel sonrosada y la ternura con la cual lo miraba.
– Te deseo -le dijo con voz ronca-. ¿Me deseas, Devon?
Su respuesta fue acariciarle el cabello, tomándole la cabeza con la mano y acercarla, besándolo con los labios entreabiertos.
Aumentó el sonrojo de su piel ante las caricias de sus manos, ante sus besos. Le devolvió beso por beso, mientras le acariciaba y besaba lo senos. Sintió cómo aumentaba la necesidad que sentía de él, mientras Grant, sin apresurarse, la excitaba cada vez más.
De repente, todo terminó… de forma tan brusca que de nuevo la dejó confundida. Había lanzado un quejido de felicidad ante lo que sentía por el contacto de sus manos y fue ese gemido de placer lo que hizo que, a pesar del fiero deseo que sentía de ella, la soltara, apartándose.
Sorprendida al ver que, como si le hubieran echado agua hirviendo, Grant salió con rapidez de la cama, lo escuchó maldecir con voz baja y aún con las mejillas encendidas por sus caricias, lo vio, sin poder creerlo, que sin volverse a mirarla, se había puesto una bata y con la misma velocidad y fuerza de un huracán, había salido de la habitación.
Atontada, se quedó sentada en la cama, mirando hacia la puerta por la que había desaparecido con tanta rapidez Grant. Sin embargo, se le estaba aclarando la mente y se dijo que tenía que comprender por qué se había ido en esa forma. Pensó que su gemido de felicidad le había hecho recordar aquel otro de dolor… haciéndole volver a la memoria la idea de que aún no había sido dada de alta por completo por el médico. O quizá comprendió que al tratar de entregarse en la forma en que lo había hecho ¡significaba que lo amaba!
La vergüenza que sintió, hizo que se le encendieran las mejillas. Se sintió dolorida al darse cuenta de que, como una tonta, se había enamorado de él, de que él no quería su amor y que no tenía intención de dejarse atrapar por una mujer que, evidentemente, no querría dejarlo después de que se cansara de ella.
Fue entonces cuando recordó de nuevo a su padre, sintiéndose abrumada por la preocupación. ¿Qué le pasaría a su padre ahora que Grant había decidido no hacerle el amor a ella?
Una hora más tarde, bañada, vestida y confiando en que pudiera aparentar más tranquilidad de la que sentía en realidad, Devon pensó que ya había reunido el suficiente valor para bajar y enfrentarse a Grant Harrington.
Al entrar en la sala en donde él se encontraba, vio que ya se había afeitado y vestido, pero la expresión de su rostro era inescrutable.
– Yo… -comenzó a decirle con frialdad, sólo para ser interrumpida de inmediato.
– Recoge tus maletas -le ordenó con sequedad.
– ¿Recoger las maletas? -exclamó, sintiendo que en su interior se mezclaban el temor, la preocupación por su padre, junto con un profundo dolor porque Grant no quisiera su amor.
– Te voy a llevar de regreso a tu casa -le aclaró.
– Pero… -no podía soportar el dolor, pues tenía que permanecer aquí y por el bienestar de su padre tuvo que reprimir el deseo de decirle: "No te preocupes por llevarme, puedo ir sola"-. Pero yo… nosotros… -¡Oh, Dios, esto era terrible!-. Aún no hemos… -no pudo encontrar las palabras para seguir, pero, con terquedad, se quedó inmóvil allí-. ¿Y qué sucederá con mi padre?
– ¿Vas a recoger tus maletas o lo tendré que hacer yo por ti? -le preguntó con brusquedad.
Nunca había pensado que pudiera ser tan terca, pero al ver que no le contestaba la pregunta tan importante que le había hecho, decidió quedarse allí todo el día, si era necesario.
– No puedes acusarlo -lo retó-. Vine aquí decidida a… hacer todo lo que me pedías… aún lo estoy.
Con indiferencia, Grant se encogió de hombros, mientras se volvía de espaldas hacia ella, replicándole con palabras secas y amargas que la lastimaron:
– Si tuvieras más experiencia -se sintió segura de que había un tono desdeñoso en su voz-, te habrías dado cuenta de que la forma más segura de matar el deseo de un hombre es que una mujer se le lance a los brazos.
Se alegró de que estuviera de espaldas a ella para que no pudiera ver el intenso rubor que le cubrió las mejillas. A pesar del amor que sentía por él, pensó: ¡eres un canalla! Sin embargo, cuando le habló, su voz sonó tranquila y fría.
– Cuando vine aquí estaba dispuesta a cumplir con la parte que me correspondía de lo que convenimos. Ahora no puedes arrepentirte de tu promesa de no llevarlo a los tribunales.
A él le molestaba que le dijera lo que podía o no hacer y fue evidente en la forma en que se volvió hacia ella con violencia, exclamando con voz ronca:
– ¡Haré lo que me plazca!
Sintió la garganta seca ante la amenaza escondida en sus palabras, pero no estaba dispuesta a ceder.
– ¿A escondidas de él? Mientras está en Escocia…
– Ya le hablé por teléfono -le replicó con desdén y furioso-. Ya se han hecho todos los arreglos necesarios para que regrese por avión hoy.
Completamente aturdida, exclamó:
– ¿Que tú has… que él?… -tartamudeó, dominada por el temor. Ahora más que nunca deseó golpearlo, al ver que había desaparecido por completo su enfado, al darse cuenta de que la dejó por completo anonadada, diciéndole con toda tranquilidad:
– Ahora, ¿quieres ir a recoger tus maletas?
Capítulo 10
El domingo, Devon despertó en su propio dormitorio. Su padre había regresado la noche anterior y su aspecto había cambiado completamente, estaba contento y deseoso de burlarse de ella por sus salidas con Grant.
Se levantó, vistiéndose para bajar, confiando en que su padre no siguiera, por la mañana, sus burlas de la noche anterior.
Mientras entraba en la cocina pensó que él no se daba cuenta de que su libertad aún estaba en peligro. Anoche le había dicho que no tenía la menor idea del motivo por el que Grant le pidió que regresara pero aunque todavía no hubiera decidido si podría volver a la oficina el lunes, de todas formas había traído bastante trabajo con el para trabajar toda la semana siguiente en la casa.
– Aunque -añadió con los ojos brillantes de burla- no me extrañaría que hablara con alguno de nosotros dos antes del lunes.
Se había ruborizado, dándose vuelta, al ver en los ojos de su padre, a quien le resultaba imposible pensar que cualquier hombre que hubiera salido con ella un par de veces no lo siguiera haciendo. Comprendió que debería prevenirlo para el terrible destino que le esperaba pero no encontró palabras para hacerlo.
– Me quedé dormido -le dijo Charles Johnston, al entrar alegre en la cocina-. Sólo quiero algo ligero de desayunar y me pondré a trabajar en el comedor. ¿Crees que podremos comer en la cocina?
– Claro que sí, nunca soñaría en interrumpir tu trabajo -le afirmó Devon, sonriéndole, deseando en su interior decirle que no perdiera el tiempo haciendo trabajos que no eran necesarios… pero comprendió que no podría hacerlo.
Su padre regresó a la cocina a la hora de la comida, que se alargó más que el desayuno. Durante la misma, Devon se dio cuenta de que la estaba contemplando con cuidado.
– ¿Hay algo que te preocupa, Devon? -le preguntó con el rostro serio, al ver que apenas había probado la comida.
Esa era la oportunidad de decírselo, pero al ver el rostro querido, el cabello prematuramente blanco, sintió que debería dejarlo sentirse feliz durante un poco más de tiempo.
– No, nada -le contestó sonriendo… pero su padre la conocía muy bien, aunque, desde luego, no se podía imaginar de lo que se trataba.
– No te preocupes, estoy seguro de que Grant te hablará -le dijo con tono afectuoso, aunque ella sabía bien que la única comunicación que recibirían de Grant sería a través de su abogado. Después añadió, como si de repente se diera cuenta de lo que sucedía-: Ah, ¿no se trata de Grant, no es cierto? Es tu cita con el doctor McAllen mañana. Siempre te has puesto nerviosa antes de ir a verlo.
Cuando él salió de la cocina para volver al trabajo, Devon sintió deseos de llorar. Tuvo que hacerle creer que su único problema era la cita de mañana con el médico. Había estado a punto de llorar cuando él trató de tranquilizarla diciéndole:
– El doctor Henekssen dijo que tu última operación fue un éxito, ¿no es cierto? -ella le había sonreído y lo abrazó, sintiendo que no era justo: él cometió un robo, pero no en beneficio propio sino para el de ella.
Todavía no era muy noche cuando sonó el timbre de la puerta. Su padre había regresado a trabajar al comedor, después de un breve descanso, para tomar una taza de té y un emparedado, por lo que Devon fue a abrir la puerta.
Recordando lo que él había dicho de que Grant le hablaría, aunque incrédula, Devon no pudo evitar que le latiera el corazón con rapidez, mientras se dirigía a la puerta. Sin embargo, cuando la abrió y vio a Grant allí, mirándola con tranquilidad, como si nunca le hubiera dicho aquello de que: "la forma más segura de matar el deseo en un hombre es que una mujer se le lance a los brazos". Lo invitó a que pasara, volviéndose de espaldas a él, para que no viera el color rojo intenso en su rostro.
Fue Grant quien cerró la puerta y fue quien habló primero, pues ella no encontraba las palabras para decirle algo.
– He venido a ver a tu padre -le dijo con frialdad y el temor que sintió ella, hizo que se volviera con rapidez, mirándolo al rostro arrogante-. En privado -añadió.
– ¿Para qué quieres verlo? -le preguntó con sequedad, amándolo pero al mismo tiempo deseando golpearlo-. Si vas a preocuparlo quiero estar con él en ese momento -le dijo con vehemencia, sin importarle la mirada irritada que le dirigió.
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