– ¿Puedo… brindarle algo de beber, Grant?

Él no le hizo caso a la oferta de un trago, de lo cual Devon se alegró pues no le parecía que fuera el tipo de hombre que le gustara el jerez y esa era la única bebida que tenían.

– Vi unas maletas en el vestíbulo… ¿cuál de ustedes se va de viaje? -quizá después de todo intentaba ser cortés, pensó ella, pero antes de que pudieran contestarle añadió con tono cortante-. ¿O se van los dos de viaje?

A pesar de todo, la pregunta no le pareció extraña pues su padre era el encargado de las finanzas de la empresa y podía representarle un problema que se fuera en un momento importante. Sin embargo, al ver que su padre permanecía silencioso, comprendió que, siendo demasiado sincero para mentirle a su jefe, estaba protegiéndola al no contestar. Comprendió que tendría que ser ella quien lo hiciera.

– En realidad soy yo -le contestó obligándose a sonreír-. Me voy mañana para Estocolmo.

De repente le pareció que se había enfadado o quizá esa era su forma de ser.

– Por el tamaño de su equipaje me parece que va a permanecer allá bastante tiempo -le comentó con sequedad.

Por el rostro de su padre, supo que nunca le diría a lo que iba, por lo que le sonrió y dijo.

– Primero veré si me gusta… pero quizá me quede durante un par de meses.

En realidad no había mentido por completo, pues si la operación no tenía éxito, regresaría mucho antes de los dos meses. Su padre tosió discretamente, haciendo que Grant Harrington lo mirara y le dijera:

– Quisiera hablar un momento en privado con usted, Charles. ¿Podemos pasar a otra habitación?

Devon observó que su padre seguía muy tenso y quiso decirle que no le importaba.

– Usa el comedor, papá -le dijo sonriendo-. Creo que iré a acostarme -añadió haciéndose más amplia su sonrisa al pensar en el secreto que los dos compartían y al que no tendría acceso Grant Harrington-. Mañana es un gran día.

Vio cómo su padre, con toda intención, cerraba la puerta del comedor una vez que entraron, habiendo dejado abierta la de la sala para que ella pudiera subir.

Una vez en la habitación se acostó, pero sin poder apartar sus pensamientos de los dos hombres en el comedor. Grant Harrington nunca antes había venido a la casa, y esto la hacía pensar que sucedía algo importante en la empresa. Ahora se daba cuenta de lo poco que sabía del trabajo de su padre; siempre supo que se trataba de un puesto importante, pero no pensó que fuera un director o tuviera una posición de esa categoría.

Quizá Grant Harrington, conociendo lo extremadamente hábil que era su padre para los cálculos, estaba pensando en una fusión o en la adquisición de otra empresa y le había dicho que su padre no iría a trabajar al día siguiente. Ese tipo de operaciones no podían esperar y quizá fuera ese el motivo por el que había, venido a verlo esta noche. Estaba segura de que su padre no le había dicho a ninguno de sus colegas los motivos por los que no iría a trabajar al día siguiente, así como también estaba segura de que ninguno de ellos sabía que la iba a llevar al aeropuerto.

Ahora comprendía el motivo por el que Grant Harrington había preguntado de forma tan cortante cuál de ellos se iba de viaje. Si estaba a punto de adquirir otra empresa no querría que su padre se alejara del negocio. Se sintió aun más orgullosa de su padre al ver cómo lo necesitaban.

De igual forma, se dio cuenta de que le había desagradado a Harrington. ¡Oh! ¿Por qué no habría venido dos meses más tarde, cuando hubiera podido levantarse para estrecharle la mano en vez de quedarse sentada en el sofá, dando la impresión de que era demasiado esfuerzo para ella levantarse para saludar al jefe de su padre?

Pensando en ello se quedó dormida, pero el sonido de la puerta de la casa al cerrarse la despertó. Se sintió más tranquila al saber que Grant Harrington había salido de su casa y cuando escuchó a su padre subir la escalera, encendió la lámpara junto a la cama y lo llamó.

– ¿Algún problema en el trabajo? -le preguntó cuando él abrió la puerta.

– Nada que tenga que preocupar a esa linda cabeza -le contestó-. Ahora a dormir.

– Sí, papá -le dijo con tono burlón; pero, repentinamente seria, añadió-: ¿No le dijiste a Grant Harrington de mi… de mi cadera, no es cierto?

– Me conoces muy bien para que lo dudes -le contestó con tono afectuoso.

– Lo siento, papá.

Sin embargo, antes de quedarse dormida de nuevo, recordó las palabras cariñosas que su padre le había dicho: "linda cabeza", ¿Era linda? ¿Habría… habría pensado Grant Harrington que ella era bonita?

Lo vio de nuevo en su pensamiento, alto y fuerte, con un físico musculoso y pensó que la mujer que le llamara la atención tendría que ser más que bonita. Se sintió segura de que sólo una mujer muy hermosa lograría que Grant Harrington la mirara por segunda vez.

Se sintió tentada a levantarse de la cama para contemplar su rostro delicado en el espejo. Después recordó lo que le esperaba mañana y se preguntó por qué tenía que tener tanto interés en ser hermosa.

¡Al diablo con Grant Harrington! pensó. Ya con caminar derecha sería suficiente… ¡Oh, llega pronto, mañana!

Capítulo 2

Se advertía una gran felicidad en la joven parada junto a sus maletas en el exterior de la estación de ferrocarril de Marchworth, esperando un taxi aquel jueves. Se encontraba casi al final de su viaje y le había costado trabajo no demostrar a todos la felicidad que sentía. Le había resultado difícil no sonreír a la gente, conteniéndose, pensando que se pudiera malinterpretar esa sonrisa.

Muchos la habían mirado con admiración, pero no estaba interesada en responder a sus insinuaciones. Más adelante, quizá se permitiera coquetear un poco. Recordó que era poca la experiencia que tenía en ese sentido, pero por ahora todo lo que quería era llegar a su casa; regresar con su padre.

Tuvo que contener la sonrisa cuando el conductor del taxi que se paró a su lado le preguntó.

– ¿Adonde la llevo querida?

Devon le dio la dirección y dejó escapar una carcajada por primera vez en años, al escuchar su respuesta.

– ¡Con una sonrisa así la llevaré gratis a donde quiera! Claro que no lo decía en serio, pero su comentario le hizo aumentar más la sensación de mareo que sentía; quizá el estar borracha fuera algo similar, pensó mientras abría la bolsa de mano que traía y sacaba los zapatos que significaban tanto para ella. ¡Sus primeros zapatos de tacón alto!

Recordó con claridad todo lo que había sucedido y que había dado como resultado esos momentos de suprema felicidad. Claro que después de la operación tuvo dolor… y temor. Este se había convertido en terror al pensar que tanto dolor tenía que significar que la operación no había tenido éxito.

Después, siguió un sentimiento de incredulidad cuando las amables enfermeras la levantaron de la cama tres días más tarde; pasó dos días levantándose y acostándose para acostumbrarse a la idea de que ya había terminado la etapa en que tenía que estar acostada. Entonces comenzó el arduo trabajo del fisioterapeuta. Devon también había trabajado intensamente, aprendiendo a caminar de nuevo, aprendiendo a subir escaleras. ¡Pero la recompensa que había recibido por tanto esfuerzo, fue darse cuenta, con incredulidad y alegría, de que estaba caminando de nuevo! ¡De que en realidad caminaba sin esa terrible y desagradable cojera!

Devon había llorado y recordaba que sus lágrimas también habían hecho llorar a Ingrid, la enfermera que la cuidaba. El doctor Henekssen había vigilado con cuidado sus progresos y fue él quien al fin la dio de alta de la clínica.

– ¿Que puedo irme la semana próxima? -exclamó sin poder creer que la dejaran ir sólo después de siete semanas.

– Si usted viviera en Suecia ya la habría dado de alta antes, indicándole sólo venir a visitarme cada cierto tiempo -le dijo en perfecto inglés-. Pero al no ser así, prefiero hacer yo la última revisión. Creo que la semana próxima la realizaré.

Cuando al fin llegó el día de la última revisión, se sintió muy preocupada cuando el doctor Henekssen le dijo que debería ir a ver a su médico en Inglaterra unas seis semanas después.

– ¡Algo salió mal! -exclamó consternada-. Algo…

– No, no -le dijo enseguida para tranquilizarla.

– Pero usted dijo que ésta sería mi última revisión…

– Debí decir que era su última revisión aquí. Esto es completamente normal e incluso si usted viviera en Estocolmo le diría que viniera a verme dentro de seis semanas. Ya camina sin cojear, ¿no es cierto? -le dijo con tono de burla.

– Sí -tuvo que reconocer y, sintiendo una enorme gratitud hacia él, se disculpó por sus temores. Él la tranquilizó diciéndole que si tenía cuidado no había nada que temer.

– ¿Tener cuidado? -le preguntó y después le juró tener cuidado durante el poco tiempo que él le había indicado. Después de eso, añadió él, podría hacer todo lo que quisiera. Pero durante un corto tiempo debería tener cuidado de no ejercitar o cansar demasiado la cadera. Debería hacer ejercicios, pero no exagerarlos; si tenía el cuidado de descansar con frecuencia y hacer los ejercicios indicados, la visita que le haría al doctor McAllen seis semanas después, no sería más que una pura formalidad.

Se había sentido feliz y decidió no llamar por teléfono a su padre para que la fuera a esperar al aeropuerto, como habían acordado, disfrutando de la sorpresa que le daría al entrar en la casa sin previo aviso, caminando, sin cojear, mostrándole a la nueva Devon Johnston.

Había pasado dos noches en un hotel y le dio tiempo de comprarse el vestido y los zapatos y cuando el taxi se detuvo frente a la casa, pensó que no había una joven más feliz que ella en toda Inglaterra.

Se sentía tan contenta, que no se dio cuenta del hecho de que el taxi se había detenido más allá de su casa, pues frente a ella estaba estacionado un elegante coche.

– Ya llegamos, querida, me da vergüenza cobrarle -le comentó él, mientras colocaba las maletas en la acera.

Ella se rió junto con él y le dio una buena propina. Pronto tendría un trabajo y además, sintiéndose así, ¿qué importancia tenía el dinero? Al ver la propina, él se ofreció a llevarle las maletas y recordando el consejo del médico de tener cuidado, casi se lo permitió, pero después pensó que ya era hora de que hiciera las cosas por sí misma y rechazó su ofrecimiento.

Estaba segura de que su padre no la había oído llegar y dudó si tocar el timbre y darle la sorpresa cuando abriera, pero ya estaba oscuro y quería observar la sorpresa en su rostro al verla.

Buscó la llave de la puerta en su bolso y, dejando las maletas en el portal, entró sin hacer ruido. Vio la luz que salía por debajo de la puerta de la sala y se sintió llena de emoción.

Cuando iba a abrir la puerta sonrió con malicia y pensó que debería sorprenderlo. Abrió la puerta de golpe y entró en la sala, dando un salto, gritando: "¡Hola!" Se detuvo al sentir un intenso dolor en la cadera y al perder el equilibrio chocó contra la figura inmóvil frente a ella.

El dolor en la cadera la asustó y se sujetó con fuerza a su padre quien, extrañamente, parecía haber aumentado de estatura durante su ausencia, mientras trataba de dominar el pánico que sentía.

En ese instante la figura de la que se sujetaba se puso en movimiento y la apartó con rudeza. Devon dejó escapar una exclamación, esta vez no de dolor, sino de sorpresa. Ahora se daba cuenta de que el hombre de quien se había sujetado no era su padre.

La sorpresa al darse cuenta de que se trataba del mismo hombre que había visitado la casa, la última noche que permaneció en ella, la dejó aturdida durante varios segundos. Sin embargo eso no sucedió con el hombre, que con tono seco le dijo:

– Ya está de regreso en Inglaterra en donde su padre puede cuidarla… no intente poner en práctica conmigo los trucos de amor libre que aprendió en Estocolmo.

¡Amor libre! ¿Cielos, era eso lo que él pensaba que ella había ido a hacer a Suecia… a hacer lo que quisiera sin que su padre pudiera impedirlo? Sin poder hablar lo miró durante un momento.

Observó cómo sus ojos le recorrían todo el cuerpo, mirando el traje nuevo, los tobillos esbeltos, el rostro pálido. De repente se sintió cansada y, por la mirada y sonrisa cínica que le dirigió Grant Harrington, comprendió cómo había interpretado él, el que llegara cansada de lo que él suponía era la capital mundial del amor libre.

Furiosa de que alguien pudiera pensar así de ella, Devon le preguntó:

– ¿En don… en dónde está mi padre?

– Me extraña que recuerde que tiene padre. Ha regresado de sus vacaciones una semana antes de lo esperado… ¿No le resultó Suecia lo que esperaba?

Se sentía tan enfadada que olvidó por completo que era el jefe de su padre.